Sí, ya sé que en plena Semana Santa no resultaría tal vez adecuado hablar de esos terribles ciudadanos que tanto dieron y siguen dando que hablar, pero como ya en su momento se dedicó una entrada al vil apiolamiento del venerado rabí Yeshua bar Yosef, conocido hasta por los ateos contumaces como Jesucristo o Jesús a secas, pues prefiero seguir con esta temática de la que ya hemos publicado algunas entradas que, por cierto, han tenido bastante éxito. En todo caso, ¿quién no tiene un cuñado con 429 documentales sobre la Orden Negra metidos en el apartado de "favoritos" de Youtube? Necesario es pues disponer de información para plantarles cara y rebatirles adecuadamente las trolas que nos intenten colar por la cara.
El SS-Hauptsturmführer Michael Wittmann. ¿Quién no ha sentido admiración por su hazaña de Villers-Bocage, cuando su unidad escabechó al regimiento County of London Yeomanry? |
Curiosamente, las SS siguen contando con infinidad de admiradores a pesar de su siniestra fama. Ello es sin duda debido a su faceta puramente militar ya que, justo es reconocerlo, el arrojo y la combatividad de sus unidades han logrado eclipsar ante mucha gente el hecho de que estos belicosos sujetos pertenecían a la misma formación que organizó y llevó a cabo con precisión germánica el genocidio de millones de personas. Algunos dirán, y no sin parte de razón, que hombres como Skorzeny, Peiper o Wittmann no tenían nada que ver con colegas como Eichmann, Eicke o Höss. Al cabo, los tres primeros no se vieron involucrados en los monstruosos crímenes en los que intervinieron los tres segundos pero, no nos engañemos, podían haber luchado por su patria en la Wehrmacht de la misma forma que lo hicieron millones de alemanes, y no formando parte de una de las mayores y más eficientes organizaciones criminales de la historia. Porque la cosa radica en cómo habrían actuado los SS "buenos" si hubiesen sido destinados a una unidad de la Totenkopfverbände en vez de a una división acorazada o de infantería. Me temo que alguien tan admirado como Skorzeny, que ante todo era un organizador nato, habría llevado a cabo una labor que no habría desmerecido en nada a la tenebrosa eficacia de la que hizo gala Eichamnn, así que colijo que, en realidad, como dice el conocido adagio, eran el mismo perro con distintos collares.
Sea como fuere, lo que muchos desconocen es que la génesis de esta tristemente célebre organización paramilitar fue bastante más prosaica de lo que imaginan y, en todo caso, muy alejada de las brillantes paradas militares y de sus elegantes uniformes negros vestidos por los ciudadanos sumamente arios, rubios y atléticos que solían aparecer en los carteles de propaganda o los documentales de la UFA con los que Leni Riefenstahl embobaba al personal y dejaba claro al resto del planeta que herr Hitler era algo así como un nuevo redentor, un mesías austriaco enviado para vengar a la Gran Alemania de las humillaciones sufridas a raíz del Tratado de Versalles. Porque, como es de todos sabido, si a una sociedad o a una parte de ella no dejan de repetirle a diario que tienen un enemigo, real o imaginario, culpable de sus miserias, que ellos merecen un destino acorde a su glorioso pasado y, además, que son los más listos y los más guapos, pues ya tenemos el caldo de cultivo adecuado para que una juventud como la alemana, que solo había conocido el hambre, el caos y las privaciones derivados de la Gran Guerra, se uniese fervorosamente a formar parte de la élite que salvaría a la patria de todos los males habidos y por haber, y que los perversos culpables de sus sufrimientos recibirían su justo castigo por bellacos, malsines y alevosos. Y en crear ese estado de ánimo, las cosas como son, Hitler fue un maestro consumado.
Hitler a la salida de una de sus apasionadas charlas escoltado por miembros de las SA. El primero de la izquierda, tocado con un quepis negro, es un SS |
Sin embargo, como ya sabemos, las andanzas del antiguo gefreiter Hitler en el campo de la política fueron bastante movidas. En los turbulentos tiempos de la República de Weimar los mítines solían acabar en algaradas y broncas a palos, cuando no a tiros. Estos mítines no se solían celebrar, como ocurre hoy día, el espacios abiertos y con un público pacífico que como se aburre en casa pues se da un garbeo a escuchar a tal o cual líder político poniendo a caldo al adversario y asegurando que su sistema para que todo funcione mejor es el suyo (en esto los políticos no han variado nada desde que los griegos inventaron la democracia). Antes al contrario, los locales donde por lo general tenían lugar estos eventos solían ser las grandes cervecerías donde, además de disponer del aforo necesario, el personal se ponían de grana y oro a base de zumo de cebada, lo que caldeaba el ambiente una cosa mala. Y como era costumbre en la época, los elementos más bragados de los partidos contrarios al que daba la charla se presentaban en el local para reventar el acto, lo que derivaba en una batalla campal que daba como resultado mogollón de heridos y algún que otro muerto. En fin, algo muy desagradable.
Obviamente, los líderes de los diferentes partidos disponían de unos pequeños pero aguerridos grupos de guardaespaldas que, ante todo, tenían la misión de protegerlos a ellos independientemente de que el resto del personal se liara a hostias. Es decir, que, en el caso de Hitler, mientras los SA despachaban a los comunistas o socialistas que iban a fastidiarle el mitin, unos cuantos de sus más fieles seguidores se encargaban de impedir que cualquiera se acercase a su amado líder y de sacarlo del local ileso. Concretamente, fue en marzo de 1923 cuando el futuro führer ordenó la formación de esta pequeña pero selecta tropa que fue denominada como Stabswache, palabro que podríamos traducir como "barrera de protección", o sea, lo que hoy es el equipo de seguridad que vela por el charlatán de turno. El Stabswache lo componían apenas una docena de hombres que, independientemente de su testiculina, eran primero y ante todo leales a Hitler por encima de cualquier otro jerifalte del partido. O sea, que pasaban olímpicamente de Röhm y demás mandamases nazis, y solo acataban las órdenes de su líder, al que estaban ligados por un juramento de fidelidad.
Josef Berchtold, el primer Reichsführer |
A la vista de que el ambiente se ponía cada vez más tenso y las luchas políticas se asemejaban más a una pelea entre cuñados que a un intercambio de ideas, apenas dos meses después de la creación del Stabswache Hitler decidió aumentar la plantilla del mismo, pasando de la mínima docena inicial a un centenar de hombres. Y como cien no son lo mismo que doce, pues lógicamente hubo que establecer una jerarquía y una organización adecuada porque sino aquello acabaría como el rosario de la aurora. Para ello puso al mando de la nueva unidad a Julius Schreck y a Josef Berchtold, hombres de su total confianza. Ambos habían formado parte del Stabswache primigenio, y Schreck en concreto eran uno de los hombres más allegados a Hitler hasta el extremo de ser su chófer y guardaespaldas personal. En cuanto a Berchtold, había sido un antiguo teniente del ejército imperial durante la Gran Guerra y reciclado luego junto con Schreck en jerifaltes de un freikorps conocido como Marinebrigade Ehrhardt para, finalmente, acabar como tantos otros formando parte del partido nazi. Esta nueva unidad pasó a llamarse Stoßtruppen Adolf Hitler, "tropas de asalto de Adolf Hitler", lo que nos da un indicio de que su cometido ya no solo era proteger íntimamente a Hitler sino también, llegado el caso, a acometer con furia visigoda a sus enemigos políticos de la misma forma que lo hacían las SA. De hecho hasta fueron provistos de un par de camiones para facilitar su desplazamiento a los mítines y, de paso, acojonar a los paisanos ante semejante despliegue de fuerza.
Hess vistiendo en uniforme de las SS. Era más frecuente verlo con el uniforme del partido |
Puede que alguno se pregunte qué sentido tenía contar con dos fuerzas paralelas, las SA y las SS, cuando además los segundos dependían jerárquicamente de los primeros. La respuesta es simple: a medida que el partido nazi se fue expandiendo más allá de las fronteras de Baviera, cada vez que Hitler salía de "sus dominios" a dar un mitin sabía que la lealtad de los SA era para sus líderes locales antes que para él, así que no era ninguna insensatez ir siempre acompañado de los mismos hombres destinados a velar por su seguridad fuesen donde fuesen sin tener que preocuparse que en tal o cual ciudad podía verse con el culo al aire si las cosas se ponían chungas, lo que como hemos dicho solía ser la tónica habitual. Por esa razón y no otra fue por la que desde el primer momento Hitler se rodeó de hombres absolutamente leales como Rudolf Hess, Julius Shaub, Sepp Dietrich o los mentados Schreck y Berchtold además de Emil Maurice, uno de sus más fervorosos y leales seguidores desde los primeros tiempos del partido y del que, mira por donde, se descubrió años más tarde que uno de sus bisabuelos era judío. Eso sí, en este caso Hitler no olvidó sus servicios ni tampoco que acabó en prisión por lo del putsch de Munich, por lo que ordenó que lo nombraran ario honorario. Total, por un bisabuelo birrioso que llevaba más de 40 años criando malvas no era plan de fastidiarle la vida al hombre.
Así pues, ya vemos que la todopoderosa organización tuvo como origen un simple puñado de leales cuyo cometido no era otro que impedir que un comunista le abriera la cabeza a Hitler con una de las enormes jarras cerveceras que gastan los tedescos. Pero como si algo despierta pasiones furibundas entre los alemanes es todo lo relacionado con la parafernalia militar, está de más decir que rápidamente hubo que diseñar un uniforme para este pequeño grupo de cien hombres y, de esa forma, no solo crear un espíritu de cuerpo sino, quizás más importante para ellos, marcar las diferencias con las SA, de quienes seguían dependiendo de momento. Y por cierto que fue de una forma asaz curiosa.
Foto de 1931 en la que aparece Hitler vistiendo el uniforme enteramente pardo del partido. Los dos SS que lo escoltan aún no llevan las conocidas runas en el cuello de la camisa |
Como todos sabemos, el color por antonomasia del partido nazi era el pardo, o sea, un marrón claro. La elección de este color no fue tal, o sea, nadie dijo en ningún momento que los miembros de las SA y luego las SS debían usar camisas de ese color, sino que fue más bien una causalidad, que no casualidad. A finales de 1924, Gerhard Rossbach, un antiguo teniente reciclado en jefe de las SA, adquirió un excedente del ejército imperial compuesto por un lote de camisas de ese color procedentes de las tropas coloniales alemanas destinadas a las posesiones africanas del káiser. Así, cuando en 1925 se decidió uniformar a las SS se recurrió a estas prendas que, junto a unos calzones, una corbata y un quepis de color negro, dieron lugar a su uniforme reglamentario con el añadido de la calavera de la que ya hablamos en su momento. Así pues, el color que llegó a ser temido y odiado en medio mundo no surgió de un diseño específico o por la búsqueda de una simbología a la que tan aficionados eran los nazis, sino a la compra de un lote de prendas de desecho que, obviamente, debieron costar muy baratas para que las arcas del entonces pobretón partido nazi se las pudiera permitir. Pero cuestiones de uniformes aparte, los distintivos de rango seguían siendo los de las SA porque sus propias siglas aún no habían sido inventadas.
Erhard Heiden, el segundo Reichsführer |
En 1925 se formó una nueva guardia de corps aún bajo los auspicios de las SA y su todopoderoso jefe, Ernst Röhm, la cual fue rebautizada inicialmente como Schutzkommando y, al poco tiempo, como Sturmstaffel. Finalmente, en noviembre de aquel mismo año y quizás por sugerencia de Göring recibió el nombre con el que pasaron a la historia: Schutzstaffel. Para ingresar en el mismo se requerían hombres de entre 25 y 35 años con buena reputación, que no fuesen conocidos como bebedores o proclives a difamar a sus jefes ni a ser boquiflojos, que no era plan de ir contando hasta a sus cuñados los entresijos del partido o lo que se cocía en las reuniones de los mandamases. Además, para más seguridad, debían ser presentados por dos miembros del partido a fin de prevenir infiltrados de otros partidos o de la misma policía. Fue a raíz de la creación de este nombre cuando surgieron las siglas SS, que hasta entonces no habían sido empleadas. El mando de este nuevo grupo fue encomendado a Berchtold mientras que Schrenck, como se comentó anteriormente, recibió un encargo digno de la confianza que Hitler tenía en él ya que lo separó de la organización para hacerlo su chófer personal y su guardaespaldas. En aquel momento las SS contaban con un millar de hombres bajo las órdenes del Reichsführer Berchtold.
Sí, que nadie se extrañe. Himmler no fue el primero. Ni siquiera el segundo sino más bien el tercero ya que en 1927 Berchtold presentó la dimisión por su negativa a seguir constreñido por los jerarcas de las SA, siendo sustituido en el cargo por Erhard Heiden. Himmler, su adjunto, fue el que lo relevó apenas dos años más tarde, concretamente en enero de 1929 ante la incapacidad de Heiden por relanzar una organización que, a pesar de su prometedor futuro, se había visto cada vez más marginada a causa de las SA, que los veían como unos competidores que podían arrebatarles el poder como así fue más tarde a raíz de hacerse Himmler con el control de la organización. Conviene aclarar que algunos autores señalan a Julius Schrenck como el primer Reichsführer, por lo que Himmler sería en ese caso el cuarto de la saga, pero en realidad las SS que todos conocemos no existían cuando Schrenck dirigió el germen de las mismas cuando mandaba el Stabswache. En todo caso y como testimonio de lo dicho, en la foto vemos a un joven Himmler que luce en el cuello de la camisa el distintivo de rango de SS-Oberführer, así que aún le quedaba un poco de carrera para alcanzar la cima.
De hecho, ni siquiera existía aún la famosa insignia de las dos runas, que no surgieron hasta 1931 de la mano de un miembro de las SS llamado Walter Heck el cual había sido diseñador gráfico en una empresa dedicada a la fabricación de emblemas y quincallería militar radicada en Bonn y propiedad de un tal Ferdinand Hoffstäter. Heck, que sin duda supo crear uno de los distintivos más simples y a la par significativos de la historia, se limitó a poner juntas dos runas sig bordadas en hilo de plata sobre un parche negro, las cuales estuvieron inicialmente destinadas en exclusiva al Leibstandarte, la más selecta formación de las SS, si bien en 1933 el uso de este símbolo se generalizó en toda la organización. Al parecer, a Heck solo le pagaron 2 marcos y 50 pfenings por los derechos del invento. Hoy día se habría forrado de millones solo con las copias que se hacen, lo que son las cosas. Por cierto que, al parecer, Heck también llevo a cabo el diseño de la insignia de las SA, que en este caso consistía en una runa sig y una A en letra gótica según vemos en la foto superior
Hebilla superior de las SA. La inferior pertenece a las SS |
Aquel mismo año de 1931 se gestó también el que luego sería el famoso lema de las SS: Meine Ehre heißt Treue, Mi honor se llama fidelidad, el cual tuvo su origen al parecer en una carta abierta que Hitler envió a Kurt Daluege tras el llamado Stennes Putsch, una revuelta interna que llevada a cabo aquel año por Walter Stennes, un jerarca de las SA que no estaba conforme con la trayectoria ideológica que estaba tomando el partido. En dicha carta, Hitler invocaba a la lealtad de sus SS con la frase "SS mann, deine Ehre heißt Treue", que viene a querer decir algo así como "hombre de las SS, tu honor se llama fidelidad" en relación al comportamiento de la organización durante la movida de Stennes. La frase moló tantísimo que inmediatamente se tomó como lema y no tardaron en mandarlo estampar en las hebillas de los cinturones del cuerpo, que hasta aquel momento seguían siendo las mismas de las SA, siendo encargadas a la firma Overhoff & Cie. de Lüdenscheid. Como se ve en las fotos de la derecha, ambas son muy parecidas salvo en que la corona de laurel fue sustituida por el lema en cuestión. Como ya sabemos, también fue grabado en sus dagas Holbein, pero de esos puñales tan chulísimos ya hablaremos otro día.
A la izquierda, el Ehrenwinkel. A la derecha, el distintivo de gefreiter |
Como curiosidad final, comentar que en febrero de 1934 Himmler quiso distinguir a los miembros de la vieja guardia con otro símbolo además del Totenkopfring, el anillo del que hablamos en la entrada anterior el cual había sido incorporado al extenso catálogo de quincallería unos meses antes. Consistía en un chevrón de plata que iba colocado en la parte superior de la manga derecha y que no debemos confundir con el distintivo de los cabos del ejército, muy similar por cierto, pero que se llevaba en la manga izquierda. Este distintivo, conocido como Erhenwinkel für Alte Kämpfer o "Ángulo de Honor para Viejos Luchadores" podía ser usado por cualquiera que se hubiera unido a las SS antes del 30 de enero de 1930.
Otto Skorzeny, que acabó sus días en España sin haberse arrepentido jamás de haber sido miembro de las SS. No obstante llegó incluso a trabajar para el Mossad |
En fin, ese fue el origen de las SS. No deja de ser curioso que una organización que contó con decenas de miles de miembros, varias divisiones militares de todo tipo, que gestionaba en la sombra multitud de empresas que les rindieron pingües beneficios y que llevaron a cabo un proceso de exterminio tan meticuloso que más bien parecía la contabilidad de una firma de relojería suiza surgieran de un simple grupúsculo de veteranos del ejército imperial con la finalidad de proteger al ex-cabo Hitler. Por cierto que cuando salen en los documentales esos vejetes de aspecto venerable a pesar de que sirvieron en el siniestro cuerpo, aún no he visto a uno solo que reniegue de haber pertenecido a las SS. Algunos dicen arrepentirse de haber tomado parte en alguna masacre, otros de haber liquidado a mogollón de judíos, otros no se arrepienten de nada los muy hideputas, pero todos siguen mostrándose orgullosos de haber sido, o de ser aún en su fuero interno, un SS, lo cual no deja de ser un curioso ejemplo de como fomentar un inamovible espíritu de cuerpo que durará toda la vida. De hecho, tras la guerra muchos acabaron asesorando a diversos países de Sudamérica, Egipto, Irán o incluso Estados Unidos o el mismísimo estado de Israel, lo que denota que sus métodos no eran ninguna chorrada. Lo malo fue el uso que les dieron.
En fin, ya tá.
Hale, he dicho
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