miércoles, 20 de septiembre de 2017

Bombardeo estratégico, 2ª parte




Bueno, prosigamos...

En la entrada anterior dejamos al capitán Kleinschmidt y sus valerosos muchachos preparándose para la fiesta mientras que el comandante von Dücker ultimaba los detalles de la operación que iniciaría la era de los bombardeos estratégicos. Pero antes de entrar en materia, una pequeña puntualización que se me pasó por alto. Es una chorradita, pero ya saben que me gusta ser metódico como un cuñado inspeccionando una bodega. Recordarán que el dirigible encargado para la misión fue el LZ 21, siglas que designaban su orden de fabricación por la empresa del conde mostachudo, la Luftschiffbau Zeppelin GmbH (Constructora de Aeronaves Zeppelin), de donde sale lo de la LZ, y el 21 era en referencia a que se trataba del vigésimo primer dirigible terminado por la firma. La designación Z VI indicaba que era el sexto dirigible del ejército, mientras que los de la armada eran numerados empezando con la letra L.  Así pues y aclarado este punto, vamos al grano...

En la lámina podemos ver los dos tipos de proyectiles empleados en la
acción. Recuerden que los germanos daban los calibes en centímetros
Durante la tarde del 5 de agosto de 1914 se puso a punto el dirigible siguiendo las directrices de von Dücker, que especificaban entre otras cosas que, como el ataque sería llevado a cabo por la noche, no lo intentaría interceptar ningún avión enemigo, por lo que no sería necesario llevar armamento defensivo el cual fue desmontado ya que había que aligerar todo el peso extra posible para la carga bélica, o sea, las bombas. Cuando se dieron en la entrada anterior las especificaciones del aparato, recordaremos que su carga útil era de 7.800 Kg., pero ahí estaban incluidos desde el peso de los tripulantes a los aparatos de navegación, radio, repuestos, los motores, el peso del combustible y, en fin, todo lo que no fuera la estructura misma del dirigible. Por otro lado, como aún no fabricaban bombas de aviación adecuadas se vieron obligados a sustituirlas por granadas de artillería corrientes y molientes a las que, para que cayeran de punta, se les ató a cada una en la base una sábana como si fuera un paracaídas a modo de sustituto de los estabilizadores propios de este tipo de armas. Un poco cutre, sí, pero el resultado sería similar. Se embarcaron siete granadas de 150 mm. con un peso unitario de 39 kg. y una carga explosiva de 5,9 kg. de ácido pícrico y una de 21o mm. con un peso de 119 kg. y una carga de 17,4 kg. del mismo tipo de explosivo. En total y redondeando porque habría que incluir el peso de las espoletas, 400 kg., una birria para lo que vendría más tarde. Las granadas fueron estibadas en la cabina central sobre una estructura exterior que permitía ir liberándolas tirando de un cable de acero que las mantenía unidas a la misma. El lanzamiento se efectuaba a ojo ya que aún no había aparatos de puntería pero, al fin y al cabo, la precisión en este caso tampoco era relevante ya que solo se trataba de darle a los belgas aquellos un susto parecido a los que les daba en su día el glorioso duque de Alba.

A eso de las 20:30 horas se comenzó la delicada operación de sacar el dirigible de su hangar, lo que no era cosa baladí porque estaba orientado en dirección este-oeste, pero ese día soplaba un viento lateral en dirección sur-suroeste, así que fue necesaria toda la pericia del personal de los hangares para poder sacar aquella mole del tamaño de 1,5 campos de balompié sin dañarlo ya que, como podemos suponer, ni la estructura ni la cubierta del dirigible eran susceptibles de resistir excesivos malos tratos. En la foto de la superior podemos ver al monstruo emergiendo de su madriguera, y en la inferior ya libre del angosto túnel donde dormitaba cuando no tenía nada que hacer.

El tema era más complejo de lo que parece. Hay que imaginarse a un mamotreto de 140 metros de largo y 14 de diámetro al que un viento lateral lo empuja con fuerza, ofreciendo una descomunal superficie que actúa como una gigantesca vela. Por lo tanto, para evitar que la estructura sufriese daños o deformaciones había que ir tirando hacia fuera mientras que grupos de hombres procuraban sujetarlo en dirección opuesta a la del viento a base de sogas. Sería como impedir que un navío de tres palos con todo el trapo desplegado no se moviera del sitio. Para evitar esto se diseñaron hangares giratorios como el que aparece en la foto superior, construido en Nordholz en octubre de 1914. Como vemos, seguía el mismo sistema que las plataformas giratorias empleadas en los talleres de los ferrocarriles, adecuando de ese modo la dirección del hangar a la del viento para facilitar la salida de la nave.

Por otro lado, como ya comentamos anteriormente, el sistema de anclaje de los proyectiles, así como el de lanzamiento de los mismos, se llevó a cabo en plan compadre por los manitas de la unidad de mantenimiento del dirigible. En origen, Zeppelin no se había planteado el uso bélico de su invento, orientado para el transporte civil de pasajeros y como servicio de correos, así que en los inicios de la guerra aún no se habían ultimado detalles de ese tipo. Posteriormente ya se diseñó un sistema de lanzamiento para las bombas en el que, mediante los interruptores colocados en un cuadro eléctrico como el que vemos en la foto superior, el bombardero iba soltando su carga bélica eligiendo el momento y el tipo de bomba en función del objetivo a batir.

Bien, tras el tortuoso parto del dirigible a través del útero-hangar, a eso de las 22:00 horas estaba listo para partir si bien los problemas no habían hecho más que empezar. Por un lado, una tormenta había cubierto el cielo de nubarrones, lo que dificultaría el bombardeo salvo que volasen por debajo de las mismas y, por otro, el viento del suroeste empujaba al LZ 21 en dirección norte mientras que el objetivo estaba precisamente en la dirección de donde soplaba el ventarrón aquel que, además, no permitía apurar la velocidad tope del dirigible, alcanzando solo los 30 Km/h. Lieja estaba a 100 Km. de Colonia, así que necesitarían al menos 3 horas para llegar a destino. En la ortofoto superior podremos ver más claro el panorama, y las dificultades que tenía el LZ 21 para alcanzar Lieja cargado hasta las trancas, con una tormenta veraniega de aúpa y con un viento que lo empujaba hacia Maastricht.

El ejército belga abre fuego contra el LZ 21, que en aquel momento volaba
a apenas 600 metros de altitud
En definitiva, parecía que habían elegido el peor día del puñetero verano para llevar a cabo la misión porque, para complicar más la cosa, incluso sufrieron una parada de los motores que dejó la nave literalmente al pairo, como un buque averiado en plena marejada y sin poder ascender para librarse del dichoso viento que amenazaba con obligar a abortar la misión. Fue precisamente el viento el que provocó la parada del motor ya que hizo que el dirigible se inclinase de proa hasta el extremo de que el suministro de gasolina, que era por simple gravedad, se cortase por no poder llegar hasta el motor, así que no quedaba más remedio que ascender por encima de las nubes sí o sí. Para ello, y ya que no había a bordo ningún cuñado prescindible para tirarlo al vacío, von Dücker ordenó lanzar dos proyectiles de 150 mm. con las espoletas provistas de su pasador de seguridad no fuesen a caer encima de tropas propias. Así, libres de 80 kilos de lastre, el LZ 21 pudo ascender y, finalmente, nivelarse, tras lo cual los mecánicos pudieron poner de nuevo los motores en marcha. Qué agobio, ¿no? Saldría una peli chulísima de esta historia, fijo.

Acuarela de Félix Schwormstädt en la que vemos al LZ 21 medio oculto entre
las nubes en dirección a Lieja. En primer término se ven parte de las fortificaciones
que rodeaban la ciudad y como una bomba explota sobre una cúpula de artillería,
lo cual es un gazapo del dibujante ya que todas las granadas fueron lanzadas
sobre la población
Pero entre una complicación y otra se encontraron con que eran ya las 01:00 horas del día 6 de agosto y que, debido al viento, en vez de avistar Lieja estaban casi llegando a Maastricht, situada como vemos en la ortofoto a unos 25 Km. al nordeste del objetivo, por lo que necesitarían más de una hora para alcanzar Lieja ya que esta vez volaban con el viento de cara. Por otro lado, los holandeses avistaron el dirigible ya que Kleinschmidt tuvo que hacerlo bajar para orientarse, y nada más sobrevolar territorio belga ya lo estaban siguiendo con reflectores y disparándoles con todo lo que tenían a mano, por lo que no les quedó más remedio que refugiarse en la masa de nubes para que no los frieran allí mismo. No avistaron Lieja hasta las 02:30 horas, de modo que ya podemos imaginar la exasperante lentitud con que se desplazaba el dirigible si las condiciones meteorológicas no eran óptimas. Tardó dos horas y media en cubrir los 25 Km. que había entre ambas poblaciones. Mientras los belgas dormían a pierna suelta como si la paz reinase en el planeta, el LZ 21 lograba por fin alcanzar la vertical del objetivo y se disponía a lanzar los proyectiles. Los muy memos de los belgas ni siquiera se habían preocupado de apagar el alumbrado público, por lo que localizar el blanco fue coser y cantar. Pero es más que evidente que von Dücker estaba gafado o le habían echado algún yu-yu, porque cuando llegó la hora de liberar las bombas el sistema manual instalado aprisa y corriendo no funcionó, por lo que uno de los maquinistas tuvo que ir soltándolas manualmente. 

Postal propagandística al LZ 21, o Z VI, como prefieran,
mientras que da estopa a los belgas. "Hurra por nuestro Zeppelin" se
puede leer en la esquina superior izquierda
Las bombas fueron lanzadas en una sola pasada sobre la ciudad a lo largo de 15 minutos mientras que los vecinos se debieron llevar un susto de muerte cuando empezaron a escucharse las tremendas explosiones. Todos los proyectiles detonaron, causando entre 9 y 13 víctimas, sin que se lograra conocer la cifra exacta en su momento. En todo caso, se pusieron muy contentitos cuando San Pedro los recibió en el Cielo y les dijo que habían tenido el honor de ser las primer víctimas del primer bombardeo estratégico de la historia. Igual aún lo están celebrando, como son belgas... Pero lo importante no fue el exiguo número de muertos ni los escasos daños producidos en el caserío urbano, sino el demoledor efecto psicológico logrado a pesar de los magros resultados de la misión, y desde aquel día el vecindario tuvo que dormir como las liebres, con un ojo abierto. Por cierto que la prensa alemana anunció a bombo y platillo el éxito de la misión, asegurando que se habían lanzado 13 proyectiles, uno más del doble de la cifra real, para acojonar más al personal. Total, en medio del caos nadie se habría parado a contar las explosiones.

Foto que muestra el LZ 21 tras el aterrizaje forzoso. Como podemos ver,
quedó bastante perjudicado y fue imposible plantearse su reparación
Sin embargo, a pesar de haber logrado cumplir la misión encomendada aún quedaba otro reto: volver a su base en Colonia con dos células de hidrógeno dañadas y perdiendo gas. En principio, el capitán Kleinschmidt logró elevar un poco la nave gracias a la pérdida de lastre que supuso el lanzamiento de las bombas y el combustible consumido, pero era imperioso alcanzar territorio propio antes de que amaneciera si no querían verse de nuevo bajo el fuego enemigo. Pero a pesar de ello, hacia las 03:45 el dirigible empezó a perder de nuevo altitud y a inclinarse por la popa porque las fugas de hidrógeno aumentaban peligrosamente. 


A trancas y barrancas y a base de soltar todo aquello que fuera prescindible, hacia las 04:30 horas lograron aproximarse a la base, pero la inclinación del dirigible hacía imposible un aterrizaje así que Kleinschimidt optó por desviarse hacia Walberberg, una población situada a unos 15 Km. al sur de Colonia que vemos en el círculo rojo. Al oeste de la ciudad se aprecia una mancha más oscura que es el bosque situado al oeste de la misma contra el que ordenó chocar la nave para amortiguar el impacto con las ramas de los árboles, pero no sirvió de nada porque el dirigible sufrió daños de gran importancia. Con todo, a las 05:00 horas, el Lz 21 había logrado finalmente tocar tierra sin que la tripulación sufriera daños. Por fin en casa, carajo. No creo que ninguno de ellos olvidara esa noche en sus puñeteras vidas.

En fin, así fue como se llevó a cabo el primer bombardeo estratégico de la historia. Como hemos visto, no fue precisamente una misión aburrida y rutinaria, sino que se vio envuelta en tintes épicos. En cuanto al LZ 21, a pesar de los esfuerzos de Kleinschmidt por hacerlo llegar a salvo su reparación era inviable, por lo que fue desguazado. Por sus méritos le fue concedida la Ehrenbecher fürerfolgreiche Angriffe aus der Luft, frase impronunciable por un buen cristiano que viene a significar Copa de Honor para los ataques exitosos desde el aire. Este trofeo era una variante de la Ehrenbecher für den Sieger im Luftkampf  (Copa de Honor al Vencedor en Combate Aéreo) la cual se entregaba a los pilotos u observadores cuando lograban su primer derribo, si bien en este caso era una distinción destinada exclusivamente a los tripulantes de los dirigibles y que podemos ver a la derecha. En la cartela inferior se ponía el nombre de la acción o el lugar donde se había llevado a cabo. En cuanto al resto de la tripulación, les endilgaron una Cruz de Hierro de 2ª clase que les debió saber a gloria y cuya cinta lucirían orgullosos en el segundo ojal de la guerrera, lo que les garantizaba mogollón de invitaciones a cerveza y tabaco del bueno cuando fuesen a casa de permiso y, naturalmente, algún que otro restregón, que las féminas siempre se han emocionado mucho con los ciudadanos valerosos que ganan medallas. Por cierto, a pesar de las palmaditas en el lomo y las condecoraciones, igual que a las víctimas de Lieja le cupo el honor de ser los primeros muertos en un bombardeo aéreo, al LZ 21 le fue concedido el ser la primera aeronave de la historia derribada en combate por fuego antiaéreo.

La enésima postal de propaganda con el LZ 21 como protagonista
sobre la vapuleada Lieja
Bueno, esta fue la historia. A modo de reflexión final, no puede uno dejar de asombrarse de como la obcecación y el afán destructivo del hombre le permiten, paradójicamente, alcanzar los mayores logros independientemente de que a posteriori estos reviertan en una faceta pacífica. El LZ 21 fue el Enola Gay de la Gran Guerra, e inauguró un empleo táctico del arma aérea que hasta poco tiempo antes se consideraba como la más vil aberración bélica. Sin embargo, hombres como el mariscal sir Arthur Harris o el general Leslie Groves  la llevaron a su máximo desarrollo, provocando matanzas impensables que, para colmo, no sirvieron de nada porque, en realidad, los bombardeos estratégicos nunca han conseguido sus objetivos. Ni los llevados a cabo por los alemanes en Varsovia, Londres o Coventry mermaron un ápice la voluntad de sus habitantes, ni tampoco los apocalipsis de fuego con que los british (Dios maldiga a Nelson) y los yankees asolaron Colonia, Hamburgo o Dresde quebrantaron la resistencia de los tedescos. Solo las dos bombas arrojadas sobre un Japón prácticamente derrotado y punto de rendirse terminaron de convencer a Suzuki de que proseguir la guerra carecía de sentido, pero esta fue la excepción, no la regla. Desde aquel 6 de agosto de 1914 hasta ahora han pasado 103 años, y no tengo noticia de una sola guerra en las que los bombardeos estratégicos hayan doblegado a la población civil. Antes al contrario, solo han servido para encastillar a la gente y para redoblar sus esfuerzos y su capacidad de resistencia. Han producido cientos de miles de víctimas inútiles porque el hombre, igual que es capaz de llevar a cabo las salvajadas mas inimaginables, también está poseído de una voluntad granítica cuando se le mete en la cabeza resistir a ultranza, y eso lo vemos a diario.

Bien, ya seguiremos con este tema que es asaz interesante y, sin embargo, bastante desconocido.

Hale, he dicho

Portada del diario Le Soir del 4 de agosto de 1914 en la que se protesta enérgicamente porque los malvados
súbditos del káiser han violado la neutralidad belga. No podían imaginar que dos días más tarde serían el banco de
pruebas de una nueva forma de guerra aérea, y menos aún que solo doce días después serían definitivamente
arrollados por el ejército imperial alemán, viéndose obligados a rendirse tras menos de dos semanas de lucha


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