Indudablemente, si por algo son conocidos los cartagineses es por dos cosas: una, por la pertinaz obstinación de Aníbal a la hora de cruzar los Alpes en 218 a.C., y la otra por el extenso uso que hicieron de elefantes de guerra. Hay mogollón de representaciones artísticas que nos muestran el evento si bien de forma bastante anacrónica y con más errores que la declaración de la renta de un rico terrateniente, pero al menos han servido para que a nadie se le olvide el protagonismo que tuvieron estos regios animalitos en las guerras de la época. Sin embargo, salvo algún que otro cuñado abonado a los pésimos documentales de Canal Historia, la gran mayoría de la gente desconoce como los cartagineses decidieron reclutar a estos paquidermos, así como su trayectoria en sus ejércitos a lo largo del tiempo. Así pues, y como hace bastante tiempo que no hablamos de nada sobre el Mundo Antiguo, dedicaremos esta entrada a dar pelos y señales de los elefantes de guerra de Cartago. Por cierto que si esto fuese uno de esos documentales antes mencionados, ahora tocaría un "flash-back" o como leches se diga para recordar al personal lo dicho en este párrafo. Creo que dan por sentado que los habitantes del resto del planeta tienen la misma memoria de pez que los yankees, a los que por lo visto hay que recordar cada dos minutos lo que acaban de ver porque se les olvida todo, debido tal vez a que tienen el cerebro sumido en una nebulosa de zumo de cebada mezclado con emanaciones de grasas saturadas y colesterol. En fin, a lo que vamos. En primer, un breve introito para poner al personal en antecedentes...
El uso bélico de elefantes es muy antiguo, seguramente derivado del empleo de estos como animales de trabajo. No obstante y a pesar de que en aquellos tiempos había más elefantes y en más sitios que ahora, solo se recurría a ellos en el sub-continente indio. El primer ejército europeo que tuvo que enfrentarse con elefantes de guerra fue el del macedonio Alejandro cuando, en 326 a.C., libró la batalla de Hispades contra las tropas de Poro, un monarca indio que le plantó delante de las narices 200 de estos bichos. No obstante, no era la primera vez que los atribulados macedonios tenían conocimiento de estos animales ya que en la batalla de Gaugamela, librada cinco años antes, en 321 a.C., el ejército persa contaba con 15 ejemplares si bien estos no llegaron a entrar en combate. Tras ser capturados por los macedonios, fueron la base de una unidad de elefantes de guerra al mando de un elephantarch, o sea, jefe de los elefantes, que fue aumentando poco a poco gracias a los ejemplares que los reyezuelos indios le obsequiaban como muestra de acatamiento a medida que avanzaba hacia el este, que el macedonio era asaz vanidoso, le encantaba que le hicieran la pelota y se ponía la mar de contentito cuando sus nuevos vasallos le halagaban con regalos chulos. De hecho, cuando se enfrentó con Poro contaba con 130 elefantes si bien no llegaron a entrar en combate debido al parecer a la imposibilidad de hacerles cruzar el río Hidaspes.
Elefante de guerra macedonio hacia el siglo III a.C. |
Tras la muerte del obsesivo conquistador, sus diádocos siguieron haciendo uso de los elefantes a lo largo de las guerras con las que dirimieron de forma nada amigable el reparto del inmenso imperio creado por su extinto rey, de modo que los reinos surgidos tras el desguace del mismo hicieron acopio de estos animales para darse estopa a base de bien. Así, todos los territorios situados en Oriente Próximo y en el Egipto Ptolomaico contaron en sus filas con unidades más o menos nutridas de elefantes provenientes de la India. Pero de los malos rollos entre los otrora fieles seguidores del macedonio y sus elefantes ya hablaremos en otra ocasión, así que daremos un salto para añadir, como conclusión a esta introducción histórica, que el que introdujo estos paquidermos bélicos en Europa fue Pirro, famoso por inventar las victorias pírricas y rey de Epiro, un territorio que limitaba al norte con la Iliria, al este con Macedonia y Tesalia y al sur con Atamania y Ambracia. O sea, y para los que no anden muy duchos en geografía política del Mundo Antiguo, estaba en lo que actualmente sería el norte de Grecia y Albania.
Elefantes de guerra epirotas, importados desde la India posiblemente a través de la monarquía ptolomaica de Egipto |
En 280 a.C., Pirro inició una serie de campañas a fin de expandirse por el Mediterráneo en ayuda, al menos oficialmente, de las colonias griegas establecidas en la ribera de dicho mar ante la cada vez mayor pujanza de Roma y Cartago. Su primera acción la llevó a cabo en Tarento, un población situada en el tacón de la bota itálica que estaba bajo el control de los griegos que llamó en su auxilio al monarca de Epiro. En su contingente viajaron 20 elefantes de guerra que inauguraron, por así decirlo, la presencia de estos animales en los teatros bélicos de Occidente. El contacto entre las tropas de Pirro y los cartagineses tuvo lugar en Sicilia en 278 a.C., y tan impresionados quedaron por estos animales que, aparte de ser derrotados por el epirota, decidieron formar una unidad de elefantes para hacer frente a su más peligroso y ambicioso competidor por el dominio del Mediterráneo: Roma, una ciudad que había pasado de ser un villorrio de pastores a una potencia cada vez más poderosa y con un desmedido afán por adueñarse tanto de la Península Itálica como de las florecientes y ricas ciudades establecidas en las costas europeas y del norte de África.
Así es como el elefante de guerra entró en contacto con los belicosos cartagineses si bien conviene aclarar que la actuación de los elefantes tanto contra las tropas romanas o cartaginesas no fue en modo alguno determinante y, tras superar el factor sorpresa al verse ante aquellas enormes criaturas, los romanos fueron capaces de idear tácticas que les permitieran anular la arrolladora potencia que desplegaban en una carga. En 274 a.C., en la batalla de Maleventum, la fuerza de elefantes sufrió una contundente derrota debido, según las fuentes, a dos posibles motivos. Uno, el más extendido, afirma que los romanos espantaron a los elefantes untando multitud de cerdos con grasa y brea. Tras prenderles fuego, los pobres gorrinos salieron dando chillidos en dirección al enemigo, corriendo entre las patas de los paquidermos. Esto provocó una estampida generalizada de los mismos, que se dieron la vuelta huyendo del campo de batalla sin que sus guías fuesen capaces de hacerles volver. La otra afirma que fue por algo meramente circunstancial. Un elefante joven había sido herido por una jabalina en la cabeza, por lo que retrocedió barritando de dolor. La madre del elefante acudió en ayuda de su hijo, lo que provocó un momentáneo desorden en las filas que fue aprovechado por los romanos al darse cuenta de que estos animales eran sensibles a las quejas de sus congéneres, por lo que lanzaron una lluvia de dardos y jabalinas contra ellos que, finalmente, produjeron la estampida y la rotura de las líneas epirotas.
Porque la cuestión es que, en realidad, el elefante no es la bestia agresiva que ataca sin preocuparse de otra cosa que no sea destruir todo lo que tiene delante que muchos suelen imaginar. Antes al contrario, es un animal de carácter pacífico, lo que no quita que, como es lógico, reaccione con energía ante una agresión a la hora de defender a sus congéneres y, sobre todo, a sus crías, que arropan entre todos cuando saben que algún depredador los acecha. Pero, además, el elefante es un animal extremadamente inteligente, lo que no lo hace precisamente válido para la guerra. ¿Por qué? Pues muy fácil. El elefante tiene conciencia del peligro que corre, sabe distinguir los lamentos y el miedo de sus congéneres ante situaciones de peligro y llega rápidamente a la conclusión de que a ellos no se les ha perdido nada en los malos rollos entre humanos, por lo que en muchas ocasiones decidieron largarse en buena hora haciendo caso omiso de las órdenes de sus guías que, a pesar de haber establecido con ellos sólidos vínculos de amistad, no podían obligarlos a dar media vuelta si se negaban a ello. En resumen, eran lo bastante listos como para darse cuenta de que corrían un peligro real, y cuando eso sucedía le hacían una higa al personal y se largaban sin dar explicaciones y, lo que era peor, arrollando a sus propias tropas si no se quitaban de en medio con la suficiente celeridad.
Pero a pesar de ese inconveniente, la cuestión es que los cartagineses vieron en los elefantes unos eficaces sustitutos de los carros de guerra como arma de choque. Desde hacía más de un siglo, el ejército de Cartago venía usando carros escitas tirados por cuatro caballos que solían ser conducidos por libios o cartagineses, llegando a tener hasta 300 unidades en Sicilia y unas 2.000 en Túnez. Sin embargo, bien por no saber darles un uso adecuado, bien por no considerarlos lo suficientemente eficaces en combate, la cosa es que ante la visión de los paquidermos epirotas decidieron jubilar a los carros escitas y sustituirlos por elefantes. Curiosamente, aunque jamás habían pensado en las posibilidades de estos animales para su uso bélico, el norte de África estaba lleno de elefantes a los que nunca habían prestado atención. Estos animales eran una variedad del elefante de sabana propio de África Central. Serían de aspecto similar al elefante de bosque (loxodonta cyclotis) que aún existe y que, como diferencia principal con sus parientes africanos e indios, tienen un tamaño mucho más reducido. En el gráfico que tenemos a continuación lo veremos mejor.
Los elefantes de la ilustración están a la misma escala para poder apreciar la verdadera diferencia de tamaño entre las tres especies |
En la figura A podemos ver al rey de los elefantes. Es el loxodonta africana, el elefante de sabana, un animal cuya alzada oscila entre los 3 y los 3'5 metros y su peso va desde 5'5 a las 6 toneladas. Además, sus colmillos alcanzan un tamaño superior al de sus congéneres. Conviene aclarar para aquellos que lo desconozcan que, en realidad, lo que identificamos como colmillos son los incisivos. Si alguien se pregunta por qué siendo esta especie la más poderosa de todas nunca se usó con fines bélicos, la respuesta es que son bastante reacios a ser domesticados, y se cabrean bastante si alguien intenta subirse encima de ellos, endilgándoles un trompazo a los que se ponen muy pesados para, a continuación darles un pisotón en el cráneo y, finalmente, soltarle 12 litros de mocos en su calavera por si aún le queda un hálito de vida. La figura B corresponde a un elefante indio (elephas maximus indicus). Esta especie presenta unos rasgos morfológicos que lo diferencian de su pariente africano, principalmente en la forma del lomo y una frente más pronunciada, así como en unas orejas mucho más pequeñas. Su alzada oscila entre los 2 y los 3'5 metros, mientras que su peso va desde las 2 y las 5 Tm. Pero su rasgo más importante es que, contrariamente a su indómito pariente, el elefante indio es domesticable y era usado como animal de trabajo desde tiempos muy remotos. Por último, en la figura C vemos al elefante de bosque del norte de África (loxodonta africana pharaoensis), una sub-especie de inferior tamaño que se considera extinta desde, aproximadamente, el siglo I d.C. Este animal apenas alcanzaba los 2'5 metros de alzada como mucho, y su peso oscilaría alrededor de las 3 Tm. Al igual que su pariente oriental, era susceptible de ser domesticado y, lo más importante, en aquellos tiempos era abundante en todo el norte de África, por lo que saldría más barato que traer elefantes desde nada menos que la India, que estaba lejísimos.
Elefante indio con su guía y un único jinete armado de una larga lanza pertenecientes al ejército cartaginés |
No obstante, para iniciar su unidad de elefantes precisaban de guías capacitados que, además, fueran duchos en el arte de adiestrar esos animales, así que recurrieron a los faraones de la dinastía ptolemaica para que les vendieran algunos ejemplares indios y les incluyeran en el lote a sus respectivos guías, los cuales se encargarían de enseñar a los libios y númidas destinados a las unidades de elefantes. En no mucho tiempo, Cartago logró reunir el cuerpo de elefantes más grande de la ribera mediterránea juntando alrededor de los 300 ejemplares que, según planearon inicialmente, sustituyeron a los carros escitas a pesar de que, tal como pudieron comprobar en Sicilia, una infantería bien adiestrada en las tácticas adecuadas podía desbaratar toda una línea de elefantes e incluso hacerlos volver contra sus propias tropas, provocando con ello tal caos que podía incluso costarles una severa derrota. Porque un elefante podía avanzar contra el enemigo de buena gana obedeciendo a su guía, pero si llegaba el momento en que se hartaba de batallitas o le dominaba el pánico, daba media vuelta y nada ni nadie podía convencerlos para que no huyeran. De hecho, en las batallas en las que participaron en Occidente hubo más derrotas que victorias, por lo que siempre cabe cuestionarse el empeño en mantener estas costosísimas cuadras de animales cuyo adiestramiento y manutención costaban verdaderas fortunas para, al cabo, obtener a cambio unos resultados más bien magros.
Recreación de un elefante cartaginés con un guía númida. Sobre el lomo lleva una pequeña torre con capacidad para un solo tripulante |
En cuanto al equipamiento de los elefantes, por lo general asociamos estos animales a la imagen de los mismos con una pequeña torre de madera sobre el lomo desde las que varios combatientes lanzan jabalinas o flechas al enemigo. Esto era posible cuando se trataba de elefantes indios, mucho más grandes y fuertes que los elefantes norte-africanos que nutrían el grueso de la cuadra cartaginesa. Así, los ejemplares importados desde la India vía Egipto podían transportar dos o tres tripulantes más el cornac, que era el nombre en lengua púnica que recibían los guías. Sin embargo, los pequeños elefantes africanos no eran capaces de acarrear ese peso, si bien fuentes clásicas afirman que también estaban equipados con su correspondiente torre. Por ello podemos colegir dos teorías igualmente válidas. Una, que en caso de llevar sobre el lomo la torre de madera, o quizás fabricada con una estructura lignaria forrada de pieles para ahorrar peso, esta sería ocupada por un único combatiente. Y la otra, que la "tripulación" la formarían el cornac más uno o dos jinetes montados a la grupa sin más, desde donde podrían hostigar al enemigo con lanzas o jabalinas. Por otro lado, según Apiano, los elefantes que participaron en la batalla de Zama estaban equipados "para inspirar horror", por lo que es probable que fuesen cubiertos con algún tipo de caparazón rojo y/o testeras de broce y armaduras articuladas en la trompa. O, por el contrario, puede que solo se limitaran a pintarlos de colores vivos de forma que su apariencia fuese más inquietante de lo normal. Quizás del único que podemos tener certeza que iba más ornado era el elefante personal de Aníbal, un elefante indio llamado Surus (el Sirio) que, según Plauto, iba recubierto por un caparazón rojo.
Aníbal sobre su elefante Surus |
Los comienzos de los elefantes cartagineses no fueron precisamente prometedores. Durante la Primera Guerra Púnica, los romanos sitiaron la ciudad cartaginesa de Agrigento en 262 a.C., por lo que fue enviado un ejército para obligarles a levantar el cerco que incluía 60 elefantes. Hannón, el comandante del ejército de socorro, colocó a los elefantes tras la línea de vanguardia, la cual fue rota y puesta en fuga por los romanos al mando de Lucio Postumio Megelo y Quinto Mamilio Vítulo. Los supervivientes de la vanguardia huyeron en desbandada, provocando a su vez una estampida de los elefantes que cayeron como una tromba sobre las tropas situadas a retaguardia, causando un caos total entre las filas cartaginesas. Sin embargo, los cartagineses no se doblegaron ante este fracaso inicial ya que tuvieron claro que no se debió a los elefantes en sí, sino a su uso erróneo y a su indebida colocación en la formación de batalla.
Otra recreación de un elefante de guerra púnico, en este caso con una torre tripulada por dos hombres. Obsérvense las fundas de bronce de los colmillos, con las que podían infligir terribles heridas |
De ahí que seis años más tarde, en 256 a.C., cuando el ejército del cónsul Marco Atilio Régulo fue enviado a África a llevar la guerra a las puertas de sus odiados enemigos, los cartagineses ya habían mandado al paro a Hannón, el cual había sido sustituido por un mercenario espartano por nombre Jantipo que ya tenía experiencia en el uso de elefantes por haber hecho frente a Pirro cuando este atacó Esparta en 272 a.C. En esta ocasión las cosas fueron totalmente distintas ya que Jantipo formó una vanguardia formada por 100 elefantes que desbarató el centro del ejército romano, que fue a continuación rodeado y diezmado por la caballería cartaginesa situada en las alas. En esta ocasión parece ser que los elefantes sí lograron ejercer una gran presión psicológica sobre sus enemigos gracias al uso de caparazones de vivos colores y al uso de aguzadas fundas de bronce para los colmillos, así como al hecho de que vieron como eran capaces de causar graves heridas con sus trompas. Finalmente, acabaron con los prisioneros a los que lograron atrapar condenándolos a ser aplastados por los elefantes, lo que hizo que el temor a estos animales se viese notablemente acrecentado en las tropas mercenarias empleadas por Roma, mucho menos profesionalizadas y más susceptibles de ser presa del pánico ante cualquier cosa que se saliera de lo habitual. Esta victoria quitó durante unos años las ganas a los romanos de enfrentarse a los cartagineses, lo que hizo que estos sobrestimasen el valor militar del elefante como arma de guerra, lo que fue un error ya que los romanos podían ser muchas cosas, pero obstinados y cabezones como pocos. Basta recordar como, de forma sistemática, terminaba Catón el Viejo todos sus discursos, tratasen del tema que tratasen, durante las postrimerías del conflicto: CETERVM CENSEO CARTHAGINEM ESSE DELENDAM: Por lo demás, opino que Cartago debe ser destruida. Solo dejó de repetir la coletilla cuando, finalmente, Roma derrotó a Cartago.
Denario de plata acuñado a nombre de L. Cecilio Metelo para conmemorar su victoria sobre Asdrúbal |
De hecho, la derrota infligida a Marco Atilio Régulo no cayó en saco roto, y los estrategas de la época tramaron sutiles artimañas para anular la capacidad ofensiva de los elefantes. En 251 a.C. el cónsul Lucio Cecilio Metelo asentó su ejército en la ciudad de Palermo y ordenó cavar zanjas alrededor de las murallas para, a continuación, mandar tropas ligeras a provocar al ejército cartaginés al mando de Asdrúbal. Este, muy irritado por aquel hostigamiento, ordenó que los elefantes avanzaran contra ellos para desbaratar sus filas, pero se equivocó de medio a medio ya que los romanos se protegieron en las zanjas, contra las que los elefantes ni sus jinetes podían hacer nada. Y en cuanto se detuvieron ante dichas zanjas una lluvia de flechas y dardos provenientes de las murallas los aniquilaron bonitamente. Los que pudieron huir fueron derrotados por las tropas romanas que salieron de la ciudad que, finalmente, pudieron acabar con el ejército cartaginés.
Una de las tropocientas mil representaciones del paso a través de los Alpes |
Como vemos, estos animalitos daban una de cal y una de arena sin que en ningún momento se viese una manifiesta superioridad táctica en su empleo. En todo caso, el buen o mal resultado de los elefantes en batalla dependía de multitud de factores que, por lo general, no podían ser tenidos en cuenta en ningún plan previo. Su comportamiento era a veces tan volátil o inesperado que no se podía confiar al cien por cien en la eficacia de estos animales que, contrariamente a los caballos, eran capaces de pensar por sí mismos hasta el extremo, como hemos dicho, de decidir que el campo de batalla no era un sitio agradable y poniendo tierra de por medio por mucho que sus guías intentasen impedirlo. Así fue transcurriendo el tiempo hasta que, en el contexto de la Segunda Guerra Púnica, tuvo lugar la acción por la que la mayoría conoce los elefantes de guerra cartagineses, que no es otra que el celebérrimo paso a través de los Alpes llevado a cabo por Aníbal para invadir Italia y derrotar a los arrogantes romanos en su propio territorio.
Probos ciudadanos recreacionistas ilustrando la que posiblemente fuese la forma más habitual de tripular a estos animales: el guía y un único acompañante |
En 218 a.C., el valeroso Aníbal cruzó los Alpes al frente de un poderoso ejército que incluía 37 elefantes de los cuales es posible que alguno fuese indio. En esta ocasión los elefantes fueron decisivos a la hora de presentar batalla al ejército romano junto al río Trebia, en la que la caballería del cónsul Tiberio Sempronio Longo salió en desbandada ya que, según parece, a los caballos les producía un invencible pánico el olor de los elefantes, por lo que era preciso adiestrarlos previamente para que aprendieran a domeñar ese miedo. Por otro lado, las tropas auxiliares romanas, que tampoco estaban preparadas para hacer frente a aquellas bestias, huyeron en desbandada, lo que posibilitó la primera victoria cartaginesa en territorio romano. Conviene aclarar que, según qué fuentes, no todos los elefantes lograron culminar con éxito la travesía, y algunos autores afirman que solo lo lograron siete de ellos. Pero en lo que sí coinciden es en que tras la batalla murieron todos los menos uno que, posiblemente, fue usado luego solo como montura. Se desconocen las causas de tanta mortandad elefanteril, siendo aceptada generalmente la teoría de que el invierno de aquel año, especialmente gélido, pudo con unos animales habituados a un clima mucho más cálido. Personalmente no coincido con esta teoría tanto en cuanto fueron capaces de superar la ardua travesía alpina que, sin embargo, sí costó la pérdida de muchos hombres y caballos. Sea como fuere, las causas pudieron ser muchas y no necesariamente una sola la que causó la muerte de todo el contingente de paquidermos. Agotamiento, enfermedades o las heridas recibidas en combate pudieron ir minando a estos gigantes hasta quedar solo un único superviviente.
Batalla de Zama. En esta ocasión los elefantes formaron una primera línea a lo largo de toda la vanguardia del ejército cartaginés |
Para no alargar más esta relación de la trayectoria de los elefantes en el ejército cartaginés, mencionar que en 215 a.C. la fuerza de elefantes pudo ser reforzada con 15 nuevos ejemplares si bien solo fueron usados de forma circunstancial contra tropas formadas por tribus que nunca habían visto a estos animales, por lo que su impacto psicológico suponía una ventaja táctica, o contra caballería que no estuviese adiestrada para luchar contra ellos. La última actuación de los elefantes de guerra tuvo lugar en la batalla de Zama, en el 202 a.C. En esta ocasión se hizo uso de 80 elefantes africanos que al ser demasiado jóvenes y estar entrenados a toda prisa no pudieron estar a la altura de las circunstancias. Además, los romanos ya sabían como hacer frente a estos carros de combate de la antigüedad, y el general romano, en este caso Publio Cornelio Escipión, ordenó a sus tropas que hicieran sonar a todo pulmón las bocinas y los cuernos para intentar espantar a los elefantes, cosa que lograron cuando algunos de ellos se abalanzaron asustados contra la caballería númida de su propio ejército. Sin embargo, el grueso de la línea de elefantes prosiguió avanzando por lo que, siguiendo las instrucciones de Escipión, abrieron pasillos por los que los elefantes pudieran infiltrarse sin causar bajas para, una vez llegados a la retaguardia, ser acribillados por las jabalinas y los dardos de los VELITES y los HASTATI si bien a pesar de la treta fueron capaces de causar numerosas bajas entre los enemigos. Sin embargo, la lluvia de proyectiles que cayó sobre ellos hizo que entraran en pánico y dieran media vuelta para intentar huir del campo de batalla.
Momento en que los VELITES de Escipión rodean a los elefantes púnicos para diezmarlos a golpe de dardo y jabalina |
No se sabe si sus guías no pudieron sujetarlos, lo que sería probable a la vista de lo ocurrido en anteriores batallas, o bien que muchos de estos cayeron muertos mientras que sus elefantes huían a toda prisa. Con todo, parece ser que para evitar que, como ya había pasado antes, arrollaran a las tropas propias, Asdrúbal, el hermano de Aníbal, había ordenado que los guías fuesen provistos de un cincel y un martillo para, llegado el caso, hincarlos en la parte trasera de la cabeza de sus animales, o sea, apuntillándolos sin más. En todo caso, no hay constancia de que se llegara a llevar a cabo este sacrificio postrero si bien tampoco debía ser fácil apiolar a un elefante que huye a toda velocidad mientras que llovían proyectiles por todas partes. Por otro lado, ir aupado sobre el cogote de un elefante norte-africano era más o menos lo mismo que cabalgar sobre un caballo de gran alzada, es decir, no gozaban de la notable ventaja de quedar fuera del alcance de las espadas enemigas como ocurriría en el caso de guiar un elefante indio. De todas formas, tras la contundente derrota infligida por Escipión a los cartagineses, estos abandonaron el uso de elefantes de guerra que, como hemos visto, dieron a lo largo de su vida operativa unos resultados bastante irregulares. Sea como fuere, cuando comenzó la Tercera Guerra Púnica en 146 a.C. la fuerza de elefantes de guerra de Cartago ya no existía.
Bien, con esto podemos hacernos una idea de como fue la trayectoria de los famosos elefantes de guerra de los cartagineses. Según hemos ido viendo, una vez superado por el enemigo el primer impacto psicológico no eran más que una especie de caballería super-pesada, pero con el inconveniente de que eran menos fiables que los caballos. En pocas ocasiones fueron decisivos, y cuando eso ocurrió fue debido más a la impericia del comandante enemigo o a tropas susceptibles de acojonarse ante la visión de unas bestias semejantes. Pero cuando las tropas y sus mandos sabían como hacerles frente acababan igual que los temibles carros escitas, poco manejables y con menos estabilidad que un político con 18 causas penales abiertas por corrupción. No obstante, lo cierto es que dieron mucho que hablar en su época, e incluso hoy día los seguimos viendo como unos majestuosos adversarios que, sin quererlo ni beberlo, fueron sacados de su hábitat para tomar parte en las interminables guerras entre humanos. Porque somos tan dañinos que no nos basta con masacrarnos entre nosotros mismos, sino que aprovechamos para llevarnos por delante todo lo que podamos.
En fin, hora de la merienda. Hoy toca bocata XXXL de mortadela siciliana. Adoro la mortadela siciliana. Si todo el mundo la comiese seguro que habría menos mala leche en el planeta.
Hale, he dicho
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