Retrato supuestamente original de Shaka
pintado por el capitán Shorey
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Al hilo de la entrada que dedicamos a la introducción del hashis entre el ejercito del enano corso al que Dios maldiga por siempre jamás, en esta entrada veremos como, mucho antes de que los occidentales se dedicaran a ponerse ciegos consumiendo substancias derivadas del opio, ya había ciudadanos de otras culturas que, en vez de recurrir al adormecimiento, preferían consumir otro tipo de porquerías que los ponían como rinocerontes en pleno brote psicótico. De hecho, estos sujetos recurrían a una mezcla de substancias psicoactivas y espiritualidad mediante la que los dioses, o incluso el phantasma del abuelo, les insuflaban la energía necesaria para derrotar bonitamente a los enemigos. Este era el caso de los zulúes, unos belicosos ciudadanos melaninos (antes de la corrección política negros a secas) que crearon un pujante reino y alcanzaron una notable supremacía tanto militar como social a raíz del ascenso al poder de Shaka hacia 1816.
Impondo zankomo. La flecha señala la dirección de avance |
Este sujeto, bastante fiero y expeditivo por cierto, fue capaz de llevar a cabo una serie de reformas en lo tocante a la organización militar de su tribu que podrían ser perfectamente equiparables a las de cualquier estratega occidental, de forma que logró organizar una compleja maquinaria bélica que puso las peras a cuarto a todos los occidentales que se personaron por aquellos lares con ganas de incordiar empezando por los bóeres y terminando con los british (Dios maldiga a Nelson), que lograron finalmente derrotarlos no sin antes ver su infinita arrogancia anglosajona bonitamente humillada cuando les dieron en buena hora las del tigre el Isandlwana el 22 de enero de 1879. Aparte de las modificaciones llevadas a cabo en el armamento ofensivo de este pueblo, la más famosa creación de Shaka fue la formación en forma de cabeza de búfalo, la impondo zankomo, literalmente "los cuernos de la bestia", formada por cuatro bloques: le principal o isifuba era la testuz, que era la que acometía al enemigo en primer lugar. A continuación entraban en acción los flancos o izimpondo, los cuernos, con los que primero rodeaban y luego aniquilaban al enemigo. Como fuerza de reserva quedaba el lomo o umuva, que permanecía en la retaguardia a la espera de que su intervención fuese necesaria.
Fornido zulú armado con una maza. Este sujeto, bien motivado con farlopa en cantidad, podía ser extremadamente eficiente en el campo de batalla |
Inyanga de visita médica |
Dentro de su compleja organización social había dos personajes que son los que más nos interesan para este tema, el inyanga y el isangoma. El inyanga era lo que nosotros denominaríamos como médico. Pero un médico de verdad, no un hechicero de esos que curaban al personal meneando una maraca y poniendo los ojos en blanco. Los izinyanga (es el plural de inyanga) eran como nuestros naturistas que curaban a base de umuthi (medicinas) en forma de hierbas, semillas, raíces e incluso algunas partes animales con propiedades curativas como la grasa y, por supuesto, estupefacientes y psicoactivos. Al parecer, el nivel de curaciones que lograban los izinyanga era razonablemente alto porque, ciertamente, su dominio sobre la farmacopea natural era bastante elevado, y a eso había que unir el efecto psicosomático que ejercían gracias a la fe que los heridos o enfermos depositaban en ellos. En la foto de la derecha podemos ver un inyanga paseándose por el mundo con su "maletín" de médico en el que lleva un amplio surtido de yerbajos de todo tipo, mientras que del cuello cuelgan varios recipientes obtenidos de calabazas y cuernos en los que guarda pócimas, polvos y ungüentos ya preparados para su consumo. Con ellos, el inyanga podía curar, o al menos intentarlo, muchos tipos de males, desde alergias o inflamaciones a problemas gástricos como el estreñimiento y la diarrea. También se atrevían con las heridas de guerra cortantes, punzantes y fracturas siempre y cuando no se infectasen si bien, como ya sabemos, en Occidente tampoco podían decir que el tema de los antisépticos estuviera muy avanzado en aquellos tiempos. Otrosí, podían incluso hacer injertos de piel y tratar la epilepsia, si bien intuyo que estos últimos debían ser bastante complicados de solucionar. En todo caso, el hecho es que los izinyanga solo obtenían su cualificación como tales después de un aprendizaje de años y años, y por cierto que aún existen en aquella zona de Sudáfrica ofreciendo y vendiendo sus potingues como nosotros lo hacemos en una parafarmacia o en una herboristería. De su conocimiento sobre los efectos de determinadas hierbas era de donde obtenían las substancias psicoactivas que detallaremos más adelante y que eran administradas generosamente a los guerreros antes de entrar en combate.
Isangoma revestido con los atributos de su rango. El más significativo era el bastón rematado con una cola de ñu que sostiene con su mano derecha |
En cuanto al isangoma, era el adivino, brujo, chaman o como queramos llamarlo. Estos personajes no solo eran solicitados para solventar problemas de tipo, digamos, espiritual, sino también para diagnosticar determinadas enfermedades que el inyanga era incapaz de detectar, supongo que mentales en este caso, gracias al imimoya nayambibi, que eran unos poderes al parecer innatos y de tipo hereditario mediante los cuales el isangoma era capaz de llegar a sentir el mal o el dolor del paciente de forma telepática, para lo cual le bastaba sentarse ante el mismo y mirarlo fijamente, o bien sintiendo sus vibraciones que interpretaba de una forma u otra. Estos probos chamanes tenían además una gran influencia entre su clan porque eran los encargados de desahuciar a los malos espíritus que se alojaban sin permiso en el cuerpo de la ciudadanía e incluso de ordenar a los cuñados más gorrones largarse a hacer puñetas de la casa de los aquejados por su invasiva presencia. Su autoridad llegaba al extremo de poder incluso ordenar la muerte de algún miembro de la tribu del que se sospechase que estaba poseído por algún espíritu chungo, para lo cual se reunían los posibles posesos en su choza y, a base de sahumerios y bailes lograba detectar al afectado, al que señalaba golpeándolo con su cola de ñu distintivo de su rango. A continuación no se molestaban en exorcizarlo ni nada por el estilo, sino que se limitaban a meterle un palo de medio metro por el recto y darle así una muerte bastante desagradable. Por cierto, se sabe de buena tinta que ni un solo cuñado de un isangoma osó jamás darle un sablazo ni entrar en su despensa, y que antes de eso solían hacerle onerosos regalos para caerle bien. Curiosa mutación, ¿no?
Bueno, con lo dicho ya podemos hacernos una idea de la situación en la tierra de los zulúes y de su predisposición a envalentonarse a base de comer, fumar o esnifar porquerías. Pero en la víspera de la batalla aún tenían ocasión de celebrar una serie de ritos dirigidos por el isangoma que, la verdad, se me antojan un tanto asquerosos. En el banquete que celebraban para fortalecerse espiritualmente y en el que tomaban parte miles de guerreros, el isangoma distribuía un potente emético o wokuphalaza para tener una vomitona fastuosa con el fin de limpiarse por dentro de malos rollos y cosas así. No quiero ni imaginar el penetrante aroma de miles de vómitos esparcidos por todas partes. Pero lo más importante era la inTelezi, la droga de la invencibilidad. Por curiosidad he buscado el significado del palabro y viene a querer decir "no te preocupes", lo que casa bastante bien con los efectos de este tipo de droga. Aunque en algunas fuentes afirman que se trataba del extracto de una determinada hierba, parece ser que en realidad la inTelezi era el nombre que le daban a cualquier substancia psicoactiva, ya fuera comida, inhalada o bebida que no solo les liberaba de los malos espíritus y esas cosas, sino que además les proporcionaba un valor y un arrojo que los convertía en verdaderos energúmenos. Además, el ardor guerrero que insuflaba esta droga les hacía despreciar los efectos de las armas enemigas y, en resumen, los ponía sumamente contentitos y dispuestos para la lucha. Era por lo que se ve una droga bastante versátil ya que también se consumía cuando palmaba algún pariente y había que purificarse tras meterlo en el hoyo.
Jefazos zulúes con sus adornos y armas para entrar en batalla |
Pero la droga más potente de todas era la dagga, la cual consumían de forma previa y durante la batalla fumada, inhalada o bebida en un caldo que se distribuía a los combatientes. La dagga era la variedad del cannabis que se obtenía en aquella zona del continente africano si bien había sido importada siglos antes ya que no crecía de forma natural en aquellas latitudes. Al parecer, fue importada desde Egipto a través de Etiopía por los bantúes, donde ya había constancia de su uso en el siglo XIV, para un uso terapéutico. Fue bajando hacia el sur del continente con los hotentotes y los bosquimanos, que le daban el nombre de bangue. Según un misionero portugués llamado João dos Santos a principios del siglo XVII ya se cultivaba por la zona del Cabo de Buena Esperanza, y narraba como los naturales del país se comían las hojas cuyos efectos eran similares a los de una borrachera. Fueron los holandeses los que enseñaron a fumar la dagga a los nativos, que aprendieron tanto a fabricar pipas de barro, madera o hueso como a fumarlo a través de agua como en las narguilas que usan los otomanos. Los que no querían pasarse la mezclaban con tabaco, pero los zulúes preferían fumarla a pelo para ponerse como una moto. Porque lo más significativo de la dagga es que esta variedad de cannabis no tenía los efectos relajantes del hashis, sino todo lo contrario. El que la consumía se volvía un auténtico energúmeno, y en el momento en que notaban que sus efectos iban aminorando rápidamente consumían más en pleno combate, ya fuese bebida o inhalada.
La dagga ponía al personal tan desaforado que los mismos británicos, que cuando llegaron allí pensaban que aquello sería un paseo militar, se quedaron perplejos cuando estos fieros ciudadanos se les echaron encima despreciando los devastadores efectos de la munición de los Martini-Henry, que producían unas heridas escalofriantes similares a las minié como podemos ver en la ilustración de la derecha, que muestra un surtido de maltrechas osamentas zulúes en las que se aprecian los efectos de dicha munición. Un pueblo que por naturaleza era bastante belicoso y con un elevado concepto de sí mismos solo necesitaba estimulantes de ese tipo para convertirse en diablos suicidas a los que les daba una higa caer como moscas ante las descargas cerradas con que la disciplinada infantería británica intentaba rechazarlos. El mismo comandante del ejército aniquilado en Isandlwana, lord Chelmsford, dejó constancia de la ferocidad desplegada por los zulúes en el campo de batalla, a los que solo cuando eran literalmente acribillados a tiros o cosidos a bayonetazos era posible detener. En todo caso, aparte de la robusta naturaleza de estos ciudadanos la habilidad de sus izinyanga salvó a más de uno de una muerte segura, teniendo como preclaro ejemplo uno de ellos al que un british mencionaba por haber recibido no menos de once disparos y salió vivo del brete. Debía ser incombustible, carajo...
Boophane disticha, también llamada planta rodadora o bulbo venenoso |
Y si el empleo de la dagga no fuera bastante, los izinyanga disponían de un potente analgésico que además tenía efectos alucinógenos para calmar el dolor producido por las heridas. Al parecer, lo obtenían de los bulbos de la boophane dischita, una planta autóctona del sur de África más venenosa que una mamba negra con gripe y con la que las tribus de la zona incluso envenenaban flechas. Pero el componente que interesaba a los izinyanga era el eugenol, una substancia aceitosa con propiedades analgésicas, y la bufanidrina, un alcaloide con propiedades alucinógenas y anestésicas similares a la codeína o la morfina. Este compuesto era de una toxicidad muy elevada, y los izinyanga debían ser extremadamente cautos en su administración porque las dosis precisas para mitigar el dolor o dejar al zulú listo de papeles se diferenciaban en un ápice.
Zulúes cargando contra el enemigo |
En fin, con esto terminamos, que es hora de merendar. Ya seguiremos con estos temas de drogadicción militar.
Hale, he dicho
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