Sí, ya sé que publicar una segunda parte después de haber hecho lo propio con la primera seis años y un mes antes suena un poco rarito pero, qué carajo, mejor tarde que nunca, ¿no? Además, los que me leen con regularidad ya conocen mi absurdo o, más bien, inexistente sentido del orden, por lo que lo caótico de mis entradas no debe ya sorprender a nadie a estas alturas después de algo más de casi ocho años de andadura por el proceloso mundo de la red de redes. No obstante, justo es reconocer que tengo incluso un poco de cargo de conciencia porque es posible que más de un lector ha podido palmar sin poder llegar a leer esta segunda parte pero, en fin, que nadie espere de mí un poco de método porque es como pedir a un político que no robe y tenga un mínimo de decencia.
Bueno, la cosa es que en aquella primera parte ya se detalló de forma generalizada la historia de estas armas tan españolas, tan inherentes en el carácter hispánico hasta el extremo de que la imagen de la clásica riña a navajazos es identificada rápidamente hasta por un indígena de la Polinesia que ni sabe que existe España ni tampoco qué es una navaja. En dicha entrada se explicó como ya en tiempos del tercer Carlos se prohibieron determinados tipos de cierre a fin de hacerlas menos efectivas a la hora de apuñalar, prohibición esta que les dio una higa a los matasietes, bandoleros, barateros, chulos, guapos, manolos, estraperlistas, chisperos, gitanos, tahúres y demás gente de baja estofa, los cuales siguieron haciendo uso de sus armas de toda la vida importándoles un rábano las severas penas con que el monarca estaba dispuesto a meter en cintura a sus levantiscos vasallos. Y la cosa no era para tomarla a broma porque, como ya se comentó en la entrada anterior, solo por llevar encima una navaja se jugaba uno ir a parar seis años de trabajos forzados a las minas. No sé qué pensó Carlos III de nosotros cuando tuvo que abdicar de su reino de Nápoles para ocupar el trono español, pero parece ser que daba por sentado que éramos menos cabezones que sus otrora súbditos italianos así que la real orden no sirvió de gran cosa, como tampoco el famoso edicto de capas y sombreros que dio lugar al conocido como motín de Esquilache, en referencia al marqués homónimo, un siciliano por nombre Leopoldo de Gregorio que, encumbrado por el monarca, también pensó que a los españoles se nos metía en cintura como si tal cosa. De ahí que el uso de la navaja permaneciera inamovible fuese cual fuese su forma o mecanismo y, al cabo, poco importaron esos detalles cuando se rebanaba el gañote de un gabacho durante la francesada o se hacía ver a los pelotas de Pepe Botella que eso de tener un rey impuesto no seducía al pueblo.
Maestro cuchillero afilando una navaja |
Bueno, dicho esto a modo de pequeño introito para saber en qué terreno nos movemos, esta entrada estará dedicada a las diferentes tipologías y sistemas de cierre que se empleaban, y de hecho aún se emplean, en las navajas españolas. Ojo, cuando hablamos de tipologías nos referimos a las más representativas y/o conocidas ya que si nos dedicáramos a detallar cada variante local, las usadas para determinados oficios o los modelos modernos, automáticas, de gravedad y de uso militar que, encima, provienen de otros países, tendríamos que esperar otros seis años para dar término a este tema, y francamente no es plan. Ah, lo olvidaba: los diferentes ejemplares que se muestran a modo de ejemplo no están a escala, o sea, su tamaño no corresponde al real unos con otros. Por otro lado, aunque he intentado reunir el máximo de ejemplares históricos no me ha sido posible en algunos casos, por lo que no me ha quedado otra que recurrir a navajas actuales o réplicas de las que se conservan en los museos y colecciones que, en todo caso, son idénticas pero con menos mugre y óxido. Dicho esto, al grano pues.
Navaja de muelles que, como veremos más adelante, no tenía muelles, sino solo uno |
El primer sistema de bloqueo razonablemente sólido era el de varilla o muelle. Este consistía en un resorte acerado que se colocaba en una ranura en el lomo del cabo y se sujetaba al mismo mediante pequeños pasadores según vemos en la figura A. Las hojas para este tipo de cierre solo tenían en la patilla un rebaje para que dicho resorte pudiera presionarla, impidiendo así que se cerrase de forma accidental. No obstante, este sistema no era tampoco especialmente sólido, ni ejercía un bloqueo real a la hoja, a la que bastaba empujar hacia abajo con la mano para plegarla venciendo la resistencia del muelle sin problema tal como vemos en la figura B. En la figura C podemos ver el aspecto de estas hojas, que actualmente se emplean en la mayoría de navajas de uso cotidiano. Aunque tampoco era un sistema muy adecuado para pinchar, han llegado a nuestros días ejemplares con cierre de varilla que por sus dimensiones y hechuras es evidente que estaban concebidas para la defensa, por lo que cabe pensar que fueron fabricadas y adquiridas cuando otros sistemas de bloqueo más sólidos fueron prohibidos.
Para hablar de bloqueos de verdad nos tenemos que ir al cierre de ventana, el primero que permitía a la hoja quedar abierta sin que se pudiera cerrar sin accionar con la mano el resorte que la bloqueaba. El muelle, que podía ser como el de varilla del sistema anterior o de teja como el que mostramos en la figura A del gráfico de la derecha (se llaman de teja por las aletas laterales que lo fijaban al cabo), tenía en su extremo un ensanche con una abertura generalmente cuadrangular donde encajaba el tetón que marcamos con una flecha en la figura C. La ventana, aunque la hemos ilustrado con una morfología bastante simple, era habitual que tuviese un acabado más elaborado, adoptando formas geométricas más armoniosas y elegantes. Para plegar la hoja era necesario agarrar con los dedos los bordes de la ventana y tirar hacia arriba para liberar el tetón de bloqueo tal como vemos en la figura B. Si el muelle era especialmente potente y el que la manejaba no andaba sobrado de fuerzas podía costarle verdadero trabajo cerrar la puñetera navaja. Por lo demás, este sistema sí permitía pinchar con todas las garantías de que la hoja no se plegaría en el momento supremo, cercenando el índice del que la empuñaba y hundirla en el plexo solar del adversario, dejándolo listo para el santóleo si el cura se daba prisa.
Precisamente la dificultad para accionar el resorte hizo surgir una variante que facilitaba el plegado, el cierre de anilla. Según vemos en la figura A, era un cierre de ventana al que se le había añadido un pequeño resalte en el muelle provisto de una anilla que hacía más cómodo el plegado ya que metiendo el dedo por la misma era más fácil hacer fuerza para vencer la resistencia del muelle, tal como vemos en la figura B. La figura C nos muestra el resorte visto desde arriba y, como podemos apreciar, la ventana quedaba libre para bloquear la hoja que, tanto en este caso como en los dos anteriores, tenía su correspondiente tetón de bloqueo.
Aún surgió posteriormente una variante más que aún sigue en uso, y es el cierre de palanquilla o lengüeta. Según vemos en la figura A, consistía en una pequeña pieza rectangular más o menos elaborada fijada en el extremo del muelle con un pequeño pasador. Para desbloquear la hoja se hacía palanca empujando la lengüeta hacia adelante, tal como vemos en la figura B. Según podemos ver, las protuberancias que tiene en los laterales se apoyan en la virola, pudiendo de ese modo doblar hacia arriba el muelle. Este sistema, al ser de palanca, permitía usar muelles mucho más fuertes sin por ello impedir a sus usuarios cerrar la navaja con comodidad. De hecho, con un poco de práctica podía hasta cerrarse con la mano que empuñaba el arma, empujando la lengüeta con el pulgar y ayudándose para plegar la hoja con la pierna o el cuerpo. En la figura C vemos el aspecto de la palanquilla montada en el muelle, y debemos observar la muesca que lleva en la parte delantera para permitir el giro de la hoja al plegarse.
Una variante de este sistema era la palanquilla invertida. Básicamente era lo mismo, pero con la salvedad de que la lengüeta era empujada hacia el lado opuesto. En la figura A vemos como esta pieza, una vez abierta la navaja, podía empujarse hacia adelante hasta encajarla en el lomo de la hoja con la muesca que tenía para tal fin y servir de ese modo de apoyo al dedo pulgar a la hora de clavar. Para plegarla, en la figura B tenemos el proceso. Bastaba empujarla hacia atrás con el pulgar de la mano que empuñaba y plegar la hoja. En la figura C vemos el muelle, que en este caso la ventana debía ser mucho más estrecha para permitir el funcionamiento de la lengüeta.
Navaja albaceteña de siete muelles con cierre de anilla. Lo preocupante de este chisme no eran los "muelles", sino la hoja de 35 cm. que te la podían meter por el pecho y sacártela por la espalda |
Nos resta un sistema de bloqueo más que, aunque menos habitual, también tuvo su grado de difusión, el de virola giratoria. Es el que usan actualmente las conocidas navajas francesas Opinel. Este tipo de navaja, cuya hoja no precisaba de ninguna forma concreta en el talón ni tetones o dientes para su funcionamiento, simplemente giraban sobre el pasador para ser bloqueada por la virola, que en este caso era por sistema cilíndrica. Según podemos ver en la figura A, la virola tenía un casquillo que, una vez abierta la hoja, se giraba y la bloqueaba según se aprecia en la figura B. Es un sistema cómodo, seguro y que no requiere resortes ni piezas especiales. En sí, podemos decir que básicamente es como el cierre de fieles pero con un eficaz bloqueo gracias a la virola. La navaja de la foto, una réplica moderna, nos permite ver que las armas provistas de este sistema eran lo suficientemente fiables como para apuñalar con saña bíblica a cualquier cuñado ya que las dimensiones de la misma descartan que se fabricasen solo para calar melones.
Navaja de carraca con cierre de ventana en cuya hoja puede leerse con una caligrafía atroz "Si esta bibora te pica no hay rremedio en la botica" |
Veamos ahora las distintas tipologías. Como ya avanzamos al inicio del artículo, solo haremos mención a los más señalados, dejando de lado derivados y variantes locales para no eternizar esto hasta el próximo siglo y, por otro lado, tampoco aportarían nada especialmente relevante. Aclarar solo que no había tamaños estandarizados, que cada cual adquiría la que mejor le parecía, y que su decoración podía ser similar en modelos de diferentes tipos. De hecho, a veces es complicado situar determinados ejemplares si bien hemos procurado mostrar las morfologías más características de cada lugar. Procedamos pues...
A la izquierda tenemos la navaja de Albacete considerada como la navaja española por antonomasia. Podemos encontrar ejemplares con hojas que van desde los 10 ó 12 centímetros a bicharracos que abiertos se acercaban al metro de longitud, o sea, una hoja de alrededor de 50 cm. que equivalía a una espada corta. Francamente, dudo de la utilidad de semejantes chismes tanto por su peso como por su larguísima empuñadura, que podría estorbar durante la riña pero, eso sí, acojonar debían acojonar una cosa mala. De arriba abajo tenemos una navaja de anilla, una de varilla y otra de palanquilla. En el detalle podemos apreciar el aspecto de un cierre de ventana más elaborado que el que mostramos en el gráfico anterior. Por lo general- repito, por lo general- las hojas albaceteñas solían tener un largo contrafilo. Eso no quiere decir que no fabricaran hojas de otro tipo, pero las más características de Albacete son las que mostramos. La inferior es de hecho el tipo de navaja más habitual aún en nuestros días en la gente que se dedica a faenas en el campo o para ir de caza y cosas así. Son navajas muy sólidas y duran toda la vida.
A continuación tenemos las navajas sevillanas, serias competidoras de las manchegas. Para mi gusto, y no es "amor de padre", son las más bonitas. Las hojas suelen tener forma fusiforme o, como la superior, con el lomo recto del estilo de los cuchillos españoles de la época. Al igual que sus hermanas, sus acabados, tamaños, decoraciones, etc. podían ser de lo más variado. La superior es una navaja con cierre de ventana, virola y rebajo de latón y las cachas de asta de toro. La del centro es un ejemplar con cierre de varilla con la empuñadura de asta, pero con un acabado denominado de columnillas consistente en finos trenzados de latón o plata incrustados longitudinalmente por la empuñadura desde la virola al rebajo que, en este caso, también son de latón. La hoja tiene una larga muesca para facilitar la apertura. La inferior es en todo similar salvo el cierre, que es de ventana.
Otra tipología andaluza es la jerezana, unas navajas de hoja recta provistas de un contrafilo con un ángulo muy acusado. Las dos primeras tienen cierre de palanquilla, la del centro con un acabado de columnillas y la tercera, más simple y pequeña, con cierre de fieles. Esta última era la típica navaja de uso cotidiano para cualquier tipo de trabajo, mientras que sus hermanas mayores sí podían solventar cualquier pendencia sin problemas.
Debido a las prohibiciones dictadas tanto para poseerlas como para fabricarlas, ya comentamos que hubo una verdadera avalancha de navajas procedentes de otros países europeos, sobre todo de Francia y especialmente de Thiers, una ciudad de la Auvernia que alberga desde hace siglos uno de los centros cuchilleros más importantes del país vecino. Lo que las caracteriza son sus empuñaduras, divididas en tres partes de latón con las otras dos de madera, hueso, etc. La virola forma tres pétalos, mientras que el rebajo lo componen varios discos. Estas navajas fueron muy copiadas en España, y se conservan ejemplares, como el inferior, fabricado en Toledo. También se elaboraron en gran medida en Zaragoza. Sus cierres eran habitualmente de varilla, de ventana o de anilla.
Un tipo de navaja muy peculiar eran las denominadas como capaoras o de lengua de vaca, cuyo origen era, como su nombre indica, castrar animales incluyendo cuñados para impedir que su maligna simiente se propalase por el mundo. Como vemos en la foto, eran navajas provistas de hojas cortas, muy curvas y anchas, se supone que lo indicado para la función a la que estaban destinadas. Las dos del abajo tienen cierre de varilla o fieles, no se distingue bien, pero el que se inventaran para capar gorrinos no significa que no tuvieran otros usos más inquietantes ya que la que aparece arriba del todo, un arma provista de cierre de palanquilla que la convertía en un arma más peligrosa, tiene una hoja de unos 20 cm. No sé si era para capar elefantes, pero colijo que su dueño la adquirió para rebanar algo más que testículos de la fauna agropecuaria local.
A partir de aquí, el resto de tipologías son más herramientas que armas si bien, como es lógico, cualquiera puede matar. Al cabo, basta una hoja de apenas 5 cm. para seccionar una carótida y escabechar al más pintado. Las que vemos a la derecha son tranchetes, unas navajas empleadas para podar y, sobre todo, recolectar en las vendimias. Aunque suelen ser navajas con acabados burdos y cierres básicos como el de varilla o de fieles, en la réplica superior vemos un ejemplar mucho más elaborado, con cierre de palanquilla y decorada con virola y rebajo de latón calado. Bien afiladas, estas navajas se te llevan un dedo por delante como te descuides. Y cuando digo por delante es ver como cae al suelo limpiamente cercenado gracias a la forma de su hoja. Yo tengo una que era de mi abuelo y la uso para podar, siendo más eficiente que la típica tijera de jardín.
Otra navaja herramienta son las de punta cortada, que no creo que precisen explicaciones acerca de por qué se llaman así. Según parece, aunque no se sabe si es cierto o se trata de la enésima leyenda urbana, estas navajas despuntadas se deben a una disposición del que fuera varias veces presidente del gobierno en el último cuarto del siglo XIX, Práxedes Mateo Sagasta, que para poner su granito de arena en lo tocante a prohibiciones navajeras, ordenó que fueran despuntadas para impedir puñaladas si bien no se le ocurrió que, aunque no pinchaban, podían degollar a un ciudadano sin problemas. En todo caso, estas navajas son las que se usan actualmente para injertar por los que a tal oficio se dedican.
Las de la derecha son conocidas como de punta de espada, en referencia a su hoja, muy similar en forma a las puntas de las antiguas roperas. Actualmente, forman parte de las típicas navajas de bolsillo que valen para cualquier cosa. No obstante, aún se fabrican ejemplares con hojas de 15 ó 20 cm. que, aunque legalmente solo se pueden tener con fines de ornato o colección, si llega la ocasión de usarlas son mortíferas.
Otras navajas de uso similar son lo estiletes. Ojo, no confundir con las navajas automáticas. Como vemos, son navajas provistas de hojas largas y delgadas que valen de abrecartas o para cortar pan y poco más. He visto alguna foto de navajas antiguas que podrían ser asimilables a esta tipología y de tamaños mucho más generosos, pero ante la duda he preferido omitirlas. En todo caso, que quede constancia de su posible existencia.
Y para terminar, las más peculiares de todas: las navajas de secreto. Estas navajas tenían la peculiaridad de que solo se abrían accionando un resorte o mecanismo oculto o, como las que vemos en las fotos, colocando las flechas de un reloj en una determinada posición. El motivo para elegir una de estas curiosas navajas era impedir que si alguien te la quitaba antes de abrirla no fuera capaz de hacer uso de ella contra su propio dueño. Obviamente, esto tenía su contrapartida, y es que en caso de necesidad no se podía abrir de inmediato hasta poner "en hora" la puñetera navaja. La superior, una réplica actual, tiene además del reloj una fase lunar que también hay que colocar en su lugar exacto. La central, un ejemplar que es el más antiguo que se conserva y que al parecer está datado nada menos que en 1699, tiene un mecanismo similar pero en vez de luna tiene un sol. La inferior, también una réplica, solo tiene un reloj en el extremo del cabo.
Esta que vemos a la izquierda se abre pulsando un determinado resorte, oculto para el que lo desconozca, que permite abrirla como una navaja de mariposa, en aquellos tiempos denominadas como "de abanico". Su peculiar diseño hace que no sea la hoja la que gira para abrirse, sino que tras liberar una de las cachas sea la opuesta la que tenga que girar. Estas navajas son muy buscadas por los coleccionistas y, según la leyenda de turno, solo el fabricante y el dueño debían conocer el sistema de apertura. Esto se me antoja una chorrada para darle un toque de misterio al tema porque, como es lógico, por mucha inventiva que tuviera el maestro navajero era imposible idear un sistema distinto por navaja. En todo caso, lo cierto es que una pequeña variación dentro del mismo sistema ya impedía abrir la navaja a cualquiera que no supiese su manejo exacto.
Bueno, criaturas, se ha retrasado la cosa pero nunca es tarde si la dicha es buena. Espero que con esta entrada vuecedes queden ahítos de navajas, porque me he pasado los dos últimos días recopilando material para completarla y elaborando los dibujitos de los distintos tipos de cierre porque no encontraba nada que lo explicase con claridad. Y como regalo por la santa paciencia que algunos han tenido, ahí dejo el enlace a una curiosa obra que les puede interesar, "El Manual del Baratero", un ilustrativo e interesante compendio donde se enseña a manejar la navaja, el cuchillo e incluso las tijeras, peculiar e ignota esgrima que puede sacarles las castañas del fuego y, de paso, pueden pedir a un cuñado que se preste a entrenar con vuecedes y aprovechan para dejarlo seco de un jabeque directo a la yugular. Con decir a la Guardia Civil que fue culpa suya porque detuvo el golpe con el pescuezo en vez de con su navaja, no pasa nada.
https://books.google.es/books/about/Manual_del_baratero.html?id=1PQxAQAAMAAJ&redir_esc=y
En fin, ahí queda eso.
Hale, he dicho
PARA REMEMORAR LA 1ª PARTE, UN PINCHAZO AQUÍ
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