Vista superior de una de las torres típicas de la costa sur con capacidad para un cañón de 24 libras. La imagen nos permite apreciar la diferencia de grosor de los muros que daban al mar y a tierra |
Bueno, dilectos lectores, en esta entrada daremos cumplida cuenta de la cosa artillera y todo lo relacionado con ella, así como lo referente a los sufridos british que tuvieron que guarnecer estas torres a pesar de que, cuando fueron puestas en servicio, la amenaza de invasión había pasado ya que en 1810 el enano (Dios lo maldiga cienes y cienes de veces) estaba metido en mogollón de follones por la Europa toda. Más aún, cuando se comenzaron las obras en 1805 vio como Nelson (el siempre maldito) le dio las del tigre en Trafalgar, por lo que en lo tocante a la superioridad naval se le fue todo al traste de la misma forma que al inefable Göring le chingaron la superioridad aérea en 1940 sobre los cielos de la brumosa Albión. No obstante, como ya hemos comentado, el enano seguía siendo asaz peligroso, cosechaba una victoria tras otra y no era plan de descuidarse porque en cualquier momento podía retomar su antiguo plan si lograba que sus enemigos continentales se aviniesen a una paz razonablemente duradera, cosa que afortunadamente no ocurrió. Bien pues, comencemos sin más tardanza...
La foto de la derecha muestra el sótano- recordemos que en realidad sería la planta baja respecto al nivel del terreno- de una torre. La ventana es el nicho donde, según se explicó, se colocaba la linterna o lámpara que permitía iluminar el pañol protegida por un cristal colocado al otro lado del muro para evitar un desastre gordo. Los orificios cuadrangulares del muro son simples respiraderos para mantener ventilada la estancia ya que en la zona que muestra la imagen era donde se almacenaban las provisiones y, llegado el caso, toneles de agua si no disponían de cisterna, lo que ocurría en bastantes casos debido a las filtraciones de agua salina que había en muchas partes por la proximidad del mar. La foto también nos permite apreciar la distribución de las vigas del entresuelo.
La foto de la izquierda muestra el lado opuesto a la anterior, donde se abre la puerta al polvorín. Para reducir el riesgo de incendios el interior de la puerta estaba forrado con una lámina de cobre, y las bisagras eran de bronce en vez de hierro para evitar chispas. En el suelo vemos uno de los sumideros y en el muro otros dos conductos de ventilación. Estos daban directamente al exterior aproximadamente a media altura del muro, lo que tampoco permitiría un nivel de ventilación lo suficientemente alto como para eliminar por completo la humedad del sótano, cuya única salida era, como recordaremos, una trampilla que permanecería cerrada la mayor parte del tiempo.
Y ahí tenemos el pañol, el sancta sanctorum del edificio que, como mostramos en los planos de la entra anterior, solía ocupar aproximadamente un tercio de la superficie de la planta. Para favorecer la ventilación y eliminar al máximo posible la humedad se construía una pared doble en la que se abrían las rendijas de ventilación que vemos sobre los barriles. Por lo generan, cada pañol tenía tres nichos como el que mostramos para el almacenamiento de la pólvora, cuya dotación era de 50 barriles de 100 libras (45'3 kg.) aunque había capacidad para 200. La provisión de municiones para las torres de la costa sur armadas con un solo cañón de 24 libras era de cien pelotas, veinte granadas, veinte botes de metralla y veinte cartuchos de racimos o metralleros. Estos últimos eran como las granadas pero con una diferencia: en la granada convencional se fragmentaba la carcasa al estallar esparciendo cascos de metralla, mientras que los metralleros repartían de forma más controlada entre 84 y 232 bolas que contenían en su interior, pero de eso hablaremos más adelante con más detalle. Además almacenaban 25 kilos de mechas lentas para los botafuegos y, lógicamente, la pólvora y municiones para los mosquetes. Las torres armadas con obuses usaban el mismo tipo de pólvora que estos, la Red nº3 FG, por lo que no había necesidad de almacenar un tercer tipo de pólvora. Para los que desconozcan el tema, cada arma requiere un tipo de pólvora distinto, de quemado más o menos rápido en función del largo del ánima. Una pistola, que tiene un cañón muy corto, necesita una pólvora que arda muy rápido para que se queme toda dentro del ánima mientras que un mosquete necesita una más lenta y progresiva para que vaya ardiendo más despacio y no produzca picos de presión, y lo mismo para un cañón que, obviamente, es muchísimo más largo.
A la izquierda vemos dos de los proyectiles usados contra personal en caso de producirse un desembarco. En primer lugar vemos un bote de metralla, que era, como su nombre indica, un recipiente de hojalata sellado por su parte inferior con un taco de madera. En el interior se metían balas de mosquete, siendo el resultado como un cartucho de perdigones de escopeta moderno, pero a lo bestia. Esos botes contenían decenas o cientos de proyectiles según el calibre del cañón, y sus efectos eran devastadores a distancias entre los 300 y 400 metros aproximadamente. Los metralleros o cartuchos de racimo eran hileras de bolas agrupadas en torno a un vástago central que sobresalía del taco de madera sobre el que se montaba el conjunto, que a su vez se envolvía en una lienzo encerado para impermeabilizarlo. En estas dos entradas, aquí y aquí, se especifican con detalle.
En cuanto a las granadas, eran los típicos proyectiles esféricos huecos provistos de una espoleta que los hacía estallar en el sitio y momento adecuados, bien en el aire o en tierra, esparciendo los fragmentos de metralla alrededor. En cuanto a las pelotas, en un cañón de 24 libras eran eficaces hasta alrededor de 1,5 km. si bien su alcance superaba el doble de esa distancia. Ya vimos en la primera entrada de esta serie que hicieron bien la puñeta a los barcos que mantenían el bloqueo ante la Torre Mortella y, de hecho, aunque había cañones de hasta 42 libras, eran por lo general las piezas embarcadas más potentes al uso. Pero también valían contra tropas terrestres efectuando tiros de rebote que, con una sola pelota, podían llevarse por delante a más de 20 hombres sin problema, y hay constancia de casos en los que liquidaron a 40 de una tacada.
En cuanto a las granadas, eran los típicos proyectiles esféricos huecos provistos de una espoleta que los hacía estallar en el sitio y momento adecuados, bien en el aire o en tierra, esparciendo los fragmentos de metralla alrededor. En cuanto a las pelotas, en un cañón de 24 libras eran eficaces hasta alrededor de 1,5 km. si bien su alcance superaba el doble de esa distancia. Ya vimos en la primera entrada de esta serie que hicieron bien la puñeta a los barcos que mantenían el bloqueo ante la Torre Mortella y, de hecho, aunque había cañones de hasta 42 libras, eran por lo general las piezas embarcadas más potentes al uso. Pero también valían contra tropas terrestres efectuando tiros de rebote que, con una sola pelota, podían llevarse por delante a más de 20 hombres sin problema, y hay constancia de casos en los que liquidaron a 40 de una tacada.
Lógicamente, las torres armadas con obuses de 5,5 pulgadas disponían de munición para los mismos. Estas rechonchas piezas tenían un calibre de 140 mm. y un largo de apenas 84 cm., y originariamente estaban concebidas ara efectuar tiro parabólico contra tropas protegidas por parapetos, trincheras, etc., e incluso se comenzó a usarlos como morteros de pequeño calibre contra fortificaciones. En el caso de las torres fueron destinados a protegerse a sí mismas contra posibles invasores que lograran desembarcar, pero solo en las que por la abrupta orografía de la zona permitiría al enemigo ocultarse y mantenerse a salvo de los disparos del cañón de 24 libras. De ahí que el obús cargado con granadas pudiera ofender a cualquiera que se protegiese tras los accidentes del terreno y acabar de barrerlos del mapa con los botes de metralla o los racimos disparados por el cañón cuando saliesen de sus escondites. En otras torres con capacidad para tres bocas de fuego y que estuvieran ubicadas en lugares despejados se optó por combinar un cañón con dos carronadas de 24 libras como la de la lámina de la derecha que tanto valían para ofender a las naves que se aproximasen como a las tropas que lograran alcanzar la orilla. Como en todas las torres estaban emplazadas sobre cureñas deslizantes.
En cuanto a las plataformas artilleras tenemos tres tipos. La que vemos en primer lugar corresponde a las torres más pequeñas situadas en la línea sur. Como ya se explicó, se construían de forma excéntrica para permitir un mayor grosor en el muro que daba al mar dándoles un aspecto elíptico que no era real. En amarillo vemos los raíles sobre los que rodaban las ruedas de hierro de las cureñas, permitiéndoles un radio giro de 360º. Los círculos rojos son los tiros de las chimeneas de las dependencias del oficial y la tropa que, por norma, estaban construidas de forma que pudieran derribarse fácilmente en caso de que estorbaran si había que entrar en combate. Las flechas rojas marcan la posición de unos nichos que se usaban como repuestos para munición de uso inmediato. Las azules señalan los canalones de recogida de agua que conducían a la cisterna, y la flecha verde marca la posición de un pequeño urinario para echar la meadita previa a la batalla. En el centro vemos el pivote donde se fijaba la cureña y del que hablaremos más adelante. Y centremos ahora la vista en la salida de la escalera.
Como vemos, dicha salida cortaba la banqueta por la que transcurría el carril de la cureña. Para eliminar esta traba observemos las dos mortajas que hay a ambos lados del hueco, que servían para cubrir el mismo con gruesos tablones tal como vemos en la foto inferior. Esto no suponía ningún problema ya que cuando se entraba en combate se debía cerrar la puerta, aislando la plataforma artillera del interior de la torre. El orificio de la puerta que señala la flecha roja era precisamente para ir pasando más munición a los servidores de las piezas cuando se agotaba la de los repuestos. Todas estas precauciones eran simplemente para evitar que, en caso de que un proyectil enemigo estallara en la azotea, la llamarada producida por la deflagración avanzara hacia el interior del recinto a través de la angosta escalera, incendiando el entresuelo de madera y alanzase incluso el polvorín, lo que volatilizaría la torre. De hecho, incluso se obligaba a que las chimeneas se protegieran con pantallas metálicas por la misma razón. Más aún, hasta estaba prohibido fumar dentro aunque no existieran motivos de alarma, lo que jamás pasó porque ya dijimos que estas torres nunca entraron en acción. Pero la obsesión por los fuegos fortuitos estaba muy arraigada, sobre todo cuando se dormía sobre quintales de pólvora que si explotaban podían reducir el edificio a gravilla.
A continuación podemos ver el aspecto de las torres con capacidad para tres piezas. En este caso la plataforma adoptaba una forma de trébol en la que los pétalos de menor tamaño eran donde se emplazaban los obuses o las carronadas, cada uno de ellos con un repuesto de munición de uso inmediato. El espacio más grande, reservado para la pieza de 24 libras, disponía de cinco repuestos. Los círculos rojos señalan las chimeneas que, como en el caso anterior, podían echarse abajo de dos patadas si estorbaban en el ángulo de tiro de las piezas. En este caso el ángulo de los cañones estaba limitado a 120º si no querían bombardearse entre ellos mismos. Por lo demás, podemos ver que estas torres disponían de dos accesos a la azotea. Una escalera partía desde el alojamiento de tropa, y la otra desde el aposento del oficial, que para eso era el mandamás y tenía una escalera para él solito.
Finalmente veamos la plataforma del tipo de mayor tamaño, situadas en la costa este. En vez de tener la planta redonda habitual eran aovadas, y el espacio disponible mucho más amplio. Como el tipo anterior, también disponía de dos escaleras para acceder a la azotea, y en todo su contorno podemos ver hasta nueve repuestos para munición de uso inmediato y, también como en los casos anteriores, las dos chimeneas que hemos marcado en rojo se podían eliminar en un periquete si se terciaba. Cada pieza de 24 libras requería una dotación de catorce hombres para su manejo que, como ya explicamos anteriormente, se dividían entre los pertenecientes a los batallones de Veteranos y los artilleros inválidos que se dividirían las tareas conforme a sus conocimientos: los Veteranos para acarreo de munición y manejo de la pieza y los artilleros para lo referente a carga y disparo de la misma.
Veamos ahora los distintos tipos de emplazamiento. Este corresponde a las torres para un solo cañón de 24 libras. Como vemos, la pieza descansa sobre una cureña naval modelo 1791 a la que se han quitado las ruedas. La cureña está a su vez montada sobre otra cureña deslizable formada por dos largueros de 4'9 metros de longitud cuya parte superior estaba recubierta por una chapa de metal para facilitar el deslizamiento de la cureña e impedir su desgaste. Esta cureña deslizable se fijaba a un pivote de hierro embutido en un pequeño pedestal de fábrica donde se fijaban los raíles para las ruedas traseras. A todas las cureñas, fuese cual fuese la pieza montada sobre ellas, se le daba una inclinación hacia adelante de entre 10 y 20º para compensar el retroceso, que era ciertamente muy acusado. A ambos lados de los largueros había unas pequeñas plataformas o estribos para que los servidores de la pieza pudiera cargarla y atacarla sin problemas.
Otro tipo de cureña, en este caso las destinadas a las torres con capacidad para tres cañones, lo podemos ver a la derecha. Como se puede observar, en este caso no está fijada a un pivote, sino a la boca de un cañón. Esta práctica era bastante común, usar cañones fuera de servicio al que se introducía por el ánima una barra de hierro y que era sólidamente empotrado en la azotea. De este modo se lograba un robusto sistema de fijación que, además, les salía gratis. En cuanto a la cureña naval, en este caso sí conserva las ruedas, que están encarriladas sobre los largueros con unas chapas de hierro colocadas por dentro. La pequeña plataforma con escalones que vemos dentro era para los servidores del cañón.
Para girar la pieza, que solo el cañón con su cureña pesaba tres toneladas más el peso de la cureña deslizable, se valían de sogas como las que hemos recreado en esa foto. En el perímetro del parapeto se distribuían argollas embutidas en pequeños sillares de piedra por donde se pasaban las sogas que, a su vez, eran enganchadas en la cureña. Bastaba tirar de una de ellas en la dirección deseada para mover la pieza a un lado u otro echando el bofe solo lo razonable. Por cierto que en esta imagen se aprecia bastante bien el canalón de recogida de agua, así como uno de los sumideros que la conducían hasta la cisterna y que marcamos con una flecha roja.
En cuanto al obús de 5'5 pulgadas, se emplazaba en una cureña similar. Esta pieza, fabricada de hierro, procedía de una anterior fundida en bronce. Su peso era de "solo" 762 más los 450 de la cureña naval, así que ese retaco pesaba poco más de 1.200 kilos a los que había que añadir los de la cureña deslizable. Su sistema de fijación era similar al de sus hermanos mayores, con el cañón inservible haciendo de poste de fijación. La pieza que bloqueaba la cureña y que sobresale de la pata trasera se usaba también cuando se instalaban dos cañones usando el mismo pivote, de forma que podían girar de forma independiente pero sin perder la fijación al centro de la plataforma. Un total de 18 torres fueron armadas con estos obuses, 9 en la línea sur y otras 9 en la este.
Servidores de una pieza dispuestos a abrir fuego. Estarían de maniobras, porque nunca jamás vieron una vela gabacha en el horizonte |
Bien, esto es básicamente lo más relevante del armamento de las torres. En cuanto al personal que las guarnecía, en la entrada anterior ya anticipamos la procedencia de sus efectivos. Sin embargo, el reparto de las mismas en las distintas torres fue al parecer bastante desigual, y más cuando la amenaza empezó a diluirse a medida que el enano se veía obligado a comprometer ingentes cantidades de tropas en empresas que tuvieron un final desastroso, empezando por la invasión de Rusia que acabó con la gloriosa Grande Armée con las gónadas más frías que las de un pingüino además de la interminable pero silenciosa sangría española, donde sin prisa pero sin pausa se escabechaban mogollón de gabachos o se pescaba a los correos que circulaban por los caminos para dejarlos clavados en los portones de los cortijos como señal de aviso, lo que imagino haría que muchos correos se diesen de baja por depresión.
Dependencias de la tropa. Alrededor del pilar central se encuentras dos armeros con capacidad para 27 mosquetes. A través de la puerta se ve la barandilla que rodea el hueco para bajar al sótano |
Así pues, y aunque como sabemos las torres disponían de espacio suficiente para 25 o 30 hombres, tras la victoria de Trafalgar empezaron a relajarse y, de hecho, cuando se empezaron a terminar las torres hubo algunas que no llegaron siquiera a guarnicionarse. En otras se limitaron a poner a dos o tres fusileros al mando de un sargento para, al menos, mantener la vigilancia y que diera la impresión de que el ejército no bajaba la guardia. En otras la insalubridad del terreno no hacía aconsejable mantener acantonadas tropas durante largos espacios de tiempo debido a que, por la cercanía de ciénagas, la posibilidad de contraer enfermedades palúdicas era muy elevada. Por lo tanto optaron por mantener al personal en acuartelamientos o en barracones cercanos de forma que se establecían turnos diarios de guardia.
Con todo, la vida no era en modo alguno mala para los encargados de guardar las torres, y más si la comparamos con la que llevaban sus colegas que combatían en el continente. Las raciones diarias eran más que decentes: una libra de carne, una de pan, ¼ de libra de queso, media pinta (142 cm³) de arroz y otro tanto de guisantes secos. Con eso ciertamente no es que fueran a engordar, pero no pasaban hambre. Además, la cercanía de muchas poblaciones les permitía adquirir por su cuenta algún caprichito, más cantidad de pan, ron o cerveza y, en realidad, ni siquiera merecía la pena almacenar las provisiones ya que traía más cuenta abastecerse de proveedores locales sin correr el riesgo de que se echasen a perder las acumuladas en las torres que, con la humedad, tenían muchas probabilidades de estropearse antes. Además, así el personal consumía alimentos frescos, que siempre era más agradable que las carnes en salazón y la galleta o el bizcocho duros como el granito.
Cuando el enano fue finalmente derrotado en Waterloo y enviado a Santa Elena para salir de allí después de muchos años metido en un féretro de plomo, las torres fueron sufriendo distintas suertes. Como ya comentamos, a partir de 1820 algunas fueron convertidas en torres de señales, otras se destinaron a dependencias de guardacostas u organismos relacionados con la marina mientras que otras se vieron simplemente abandonadas. Otras fueron usadas como bancos de pruebas para estudiar los efectos de las nuevas piezas de artillería surgida a partir de mediados del siglo XIX. En 1860, la Oficina de Guerra usó las torres 49 y 71 para comparar la capacidad destructiva de las piezas convencionales respecto a las de ánima rayada. Contra la 49 se emplearon cañones de 32 y 68 libras de ánima lisa, mientras que contra la 71 se usaron un cañón rayado de 80 libras, otro de 40 y un Armstrong de 100 pulgadas. No obstante, y como muestra de la monolítica solidez de estos edificios, la torre 71 necesitó 47 disparos para abrir una brecha, y otros 158 más para lograr echar abajo el muro trasero que, como sabemos, era el de menos grosor. El mismo número de disparos efectuados con cañones de ánima lisa contra la torre 49 no lograron ni remotamente unos resultados similares. En el grabado de la izquierda podemos ver las distintas fases por las que pasó la torre 71 hasta quedar demolida a medias tras recibir nada menos que 205 cañonazos, que no es ninguna tontería. Posteriormente, otras torres sufrieron el mismo destino. Otras, como ya se anticipó en el caso de la torre 10 de Hythe, fueron voladas sin más historias. Las más correosas fueron las 35 y la 38, a las que a los 90 kilos de algodón pólvora para cada una hubo que añadir otros 363 kilos de pólvora normal por torre para echarlas abajo. En fin, una pena. Al menos sirve de consuelo para ver que no solo en España se cometen felonías con este tipo de edificios que, además, en su día costaron una fortuna fastuosa.
En fin, criaturas, con esto concluimos. Espero que esta breve y concisa monografía haya sido de interés y, sobre todo, les haya servido para conocer una tipología de torres costeras que no son precisamente muy conocidas por estos lares pero que, como hemos visto, hicieron historia y, llegado el caso, habrían sido la primera línea de batalla para contener al enano si llega a invadir la maldita Albión.
Bueno, se acabó lo que se daba, amén.
Hale, he dicho
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