Bien, prosigamos...
Como ya anticipamos en el artículo anterior, este lo dedicaremos a las diversas tipologías y a los métodos constructivos que se siguieron para edificar las 103 torres que, en teoría, debían defender las costas sur y sudeste de la isla. Pero antes de empezar debemos hacer una advertencia para no liarnos demasiado. Como ya se comentó en su momento, los british (Dios maldiga a Nelson) acabaron usando el término Martello tower a cualquier torre artillada independientemente de su morfología. Es lo mismo que cuando llamamos Uralita a todas las planchas onduladas de fibro-cemento mezclado con amianto cancerígeno aunque lo fabricase otra firma. Lo que queremos decir con esto es que las torres edificadas en las colonias no seguían en la mayoría de los casos el diseño de las primeras que se construyeron ante el temor de una visita inesperada del enano corso (Dios lo maldiga durante 100 trillones de siglos), por lo que para detallar el diseño de cada una de ellas, desde las construidas en Canadá a la India, haría falta un libro bastante gordo y no un artículo bloguero. Por lo tanto, nos ceñiremos a las torres Martello originales, es decir, las construidas en Inglaterra a partir de 1805 que, con todo, ya dan tema para rato porque no se basaron en un único patrón. Y aclarado esto, empezamos.
En el mapa superior vemos las dos líneas fortificadas originales. La primera, compuesta por 74 torres designadas por números se edificó entre Folkestone y Seaford, quedando completada en 1810 y protegiendo la que, en teoría, era la zona más vulnerable al sur de la isla, frente a Calais y Boulogne, abarcando unos 100 km. de costa. La segunda, que finalmente la formaron 29 torres designadas por letras, se ubicó en la costa oriental entre Aldeburgh y Clacton-on-Sea abarcando aproximadamente 60 kilómetros y protegiendo además los estuarios de los ríos Alde, Deben, Orwell y Blackwater. Esta línea se fue completando entre 1809 y 1812. No obstante, mientras se construían estas dos líneas fortificadas se empezaron otras en Irlanda, Escocia, Canadá y las posesiones británicas en el mar Adriático. Aunque la amenaza de una invasión inminente se había relajado, el enano seguía siendo un peligro y no convenía bajar la guardia, por lo que tuvieron que desembolsar cifras fastuosas para ir completando todo el programa de fortificación que empezó a principios del siglo XIX, cuando el ejército de la Francia revolucionaria estaba deseoso de instalar una guillotina delante de Buckingham. Recordemos además que junto a muchas de las torres se construyeron baterías y reductos que servirían de apoyo en los puntos estratégicos de más importancia.
Charles François Dumouriez (1739-1823) |
William Twiss (1745-1827) |
William Hobson (1752-1840) |
Oficial, sargento y fusilero de un Batallón de Veteranos. Nutridos en su mayoría por jubilados del ejército, se formaron 13 batallones que estuvieron operativos entre 1802 y 1820 |
Bueno, tras este extenso introito vamos al grano: ¿cómo eran y cómo se construyeron las torres Martello? Veamos las más representativas... Aunque el proyecto inicial presentado por el capitán Ford planteaba torres de planta cuadrada con capacidad para cuatro bocas de fuego, por cuestiones presupuestarias se decidió que eran más viables recintos de planta circular con forma trono-cónica armados con un solo cañón de 24 libras, un arma capaz de lanzar una bola maciza de 11'7 kilos a más de tres kilómetros de distancia y cuyos efectos eran muy contundentes. En el plano podemos ver la sección del tipo de torres que se empezaron a construir en la línea sur. La entrada se abría al nivel de la primera planta, que daba a una amplia sala diáfana cubierta por una bóveda a prueba de bombas. En el sótano, que en realidad era la planta baja, se encontraban el pañol y el almacén de provisiones. Debajo vemos una cisterna que, como vemos en color celeste, se alimentaba gracias a un sistema de canalones distribuido en el parapeto y el suelo de la azotea. A la derecha, debajo de la puerta, se ve el rebosadero. Caso de no disponer de este sistema, o de que hubiera escasez de agua, había que llenarlo transportándola desde pozos cercanos. Solo en dos ejemplares de Irlanda se pudo excavar un pozo dentro de la misma torre.
La altura media oscilaba entre 30 y 35 pies ( 9'2 y 10'75 metros. Sí, es una aberración, pero estos herejes usaban y usan su propio sistema métrico, por lo que he preferido poner las medidas originales porque si la pongo directamente en el sistema métrico suena a cachondeo eso de una torre de 9 metros y 20 centímetros), y el diámetro de la base entre 40 y 50 pies (12'3 y 15'3 metros). Como se ve en el plano de la izquierda, el muro que miraba al mar era notablemente más grueso ya que, como es lógico, llegado el caso era de donde vendrían los tiros. El promedio de grosor de la parte frontal era de unos 13 pies (4 metros) por la base), para ir estrechándose a medida que ascendía, quedando la parte superior reducida a unos 9 pies (2'70 metros). De ahí que, como vemos en el plano, las escaleras pudieran estar labradas en el interior del muro para no restar espacio en la torre. Los tubos que vemos a la izquierda eran para favorecer la ventilación, especialmente la del pañol ya que en un ambiente tan cargado de humedad era imprescindible disponer de una buena renovación del aire porque, además, las torres solo disponían de dos pequeñas ventanas situadas en la mitad posterior. En cuanto a los muros traseros, su grosor iba desde los 7 pies en la base (2'10 metros) a los 5 pies (1'50 metros) en el parapeto.
De todas las torres construidas, 23 de ella estaban rodeadas por un foso seco cuyas dimensiones oscilaban entre los 15 pies (4'6 metros) de profundidad y los 40 pies (12'3 metros) de ancho. En estos casos el acceso al interior se hacía mediante un pequeño puente levadizo cuya pasarela descansaba en un durmiente de madera que comenzaba en el mismo borde del foso. En el resto de las torres se llegaba a la puerta mediante una escala de mano como vemos en la foto de la derecha. El vano de las puertas tenían en su parte inferior un rebaje fabricado con piedra para apoyar la escala sin posibilidad de que se cayera hacia un lado. En las fotos vemos como era su aspecto sin la escala y con ella. En la parte inferior de la puerta había una chapa de hierro que se retiraba y permitía recogerla desde el interior. Una vez dentro se cerraba la chapa para impedir que algún malvado enemigo colara un balazo dentro de la torre. Obviamente, las puertas estaban siempre orientadas hacia tierra.
En cuanto a la técnica constructiva en sí, los ladrillos se unían con un mortero a base de cal, ceniza y sebo caliente que, una vez fraguado, adquiría una dureza impresionante. Una vez terminados los paramentos se revocaban con este mismo material con dos fines: uno, proteger el edificio de las inclemencias del tiempo. En un país como Inglaterra, húmedo y brumoso como un cementerio de peli de zombies y, además, expuestas al salitre y el viento procedente del mar, era imperioso ofrecer una buena cobertura a los muros. En segundo lugar, presentar una superficie lisa y pulida que evitase intentos de escalada. En un llagueado en el que empieza a desgranarse el mortero no es difícil para el hombre araña de turno ir trepando, y más siendo un muro con cierto grado de inclinación. En la foto de la izquierda vemos a un grupo de fusileros británicos durante la Gran Guerra en la torre C, una de las situadas en la costa este. Se puede apreciar como el antiguo revoco casi ha desaparecido, dejando a la vista el paramento de ladrillo. En todo caso, la resistencia de estas torres era superlativa, lo que se demostró en las que han tenido que ser demolidas a lo largo del tiempo. Sirva de ejemplo un intento que se hizo en 1874 para volar la torre 10, en Hythe. Tras dos intentos fallidos solo se logró acabar con ella cuando se apilaron en su interior 90 kilos de algodón pólvora. Otros intentos llevados a cabo en tiempos más cercanos siempre han tenido que rematarse a base de explosivos ya que los medios mecánicos convencionales eran inservibles.
A la izquierda tenemos una vista de planta del sótano. Aunque de la impresión de que el edificio es elíptico, en realidad su superficie era circular, pero debido a que las dependencias interiores estaban construidas de forma concéntrica da esa impresión visual. Bien, sombreado en rojo tenemos el pañol, con sus correspondientes alacenas para almacenar la pólvora y las municiones. Como vemos, está separado del resto de la planta mediante dos tabiques. En amarillo se ve el nicho para las luces. Es el mismo sistema que aún se usaba en los polvorines durante la Gran Guerra y que los que leyesen las entradas dedicadas al fuerte de Douaumont quizás recuerden: se abría un nicho en el muro y se ponía un cristal en el lado del pañol. Las velas o lámparas se colocaban en el nicho, pero por el otro lado. Así se evitaba que una caída de las luces o una chispa mandase al garete la torre y sus ocupantes. En cuando al resto de la planta, era usada como almacén de provisiones. Las flechas señalan las dos bocas que permitían sacar agua de la cisterna.
En cuanto al costo de estas torres, aunque en principio se había calculado en unas 2.000 libras finalmente, como suele pasar, el precio final fue de hasta un 50% más, alcanzado las 3.000 libras e incluso las 7.000 en las torres más grandes como, por ejemplo, la de Aldeburgh. El importe total de las 103 torres ascendió aproximadamente a 350.000 libras, que era una suma simplemente bestial en aquella época. Las torres de Irlanda salieron más baratas por dos motivos: por un lado, la mano de obra era más barata. Y por otro que, como avanzamos en la entrada anterior, el ladrillo era un material caro y, además, muy escaso en Irlanda, por lo que se recurrió a piedras de todo tipo, desde arenisca a basalto pasando por granito o incluso a mampostería llegado el caso. Su precio osciló por las 2-3.000 libras máximo, con un coste total de alrededor de 175.000 libras. Curiosamente, y siempre a toro pasado como es habitual en los políticos, un tal William Cobbett, que además de parlamentario era periodista y granjero y había pasado dos años en Newgate por editar un libelo considerado como traición (hoy día las cárceles estarían atestadas de traidores, juro a Cristo), denunció en 1823 el descomunal gasto invertido en un sistema defensivo que jamás llegó a entrar en acción. Obviamente lo mandaron al carajo porque era un vulgar provocador y, quieras o no, la amenaza de verse invadidos por el enano corso era real, y si hubiese llegado a producirse entonces habría protestado diciendo que por qué no se fortificó la costa.
Bueno, con esto terminamos por hoy. Pensaba que cabría todo en una sola entrada, pero me temo que no. Aún queda todo lo referente al armamento y la guarnición, de modo que mejor proseguimos en la siguiente porque, además, ya saben que no me gusta alargarme demasiado ya que la lectura se hace pesada a muchos lectores. Así pues, the end.
Hale, he dicho
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