Felipe IV de Francia. Este taimado monarca dejaría en pañales a cualquiera de nuestros viles políticos en lo tocante a doblez y falta de escrúpulos |
Con todo, sí es cierto que incluso en su época de esplendor la orden daba que hablar. Expresiones como "beber como un templario" o "jurar como un templario" no son modernas precisamente, e incluso era cosa sabida que entre los críos se prevenían sobre "los besos de los templarios", gesto que, aún siendo una muestra de cariño sin malas intenciones causa extrañeza en una orden que tenía terminantemente prohibido a sus miembros besar a sus madres o hermanas. Por otro lado, el ocultismo de sus ritos iniciáticos ya exacerbaban la imaginación del personal y mientras que nadie comentaba cosas raras sobre otras órdenes, los templarios eran por lo general blanco de las sospechas más variopintas, ya fuesen con o sin fundamente pero, como se suele decir, cuando el río suena agua lleva. Es un hecho que esto ya ocurría desde mucho antes de su estrepitosa caída, y ocurría solo con ellos porque, como es evidente, nadie puso nunca en tela de juicio la ortodoxia de otras órdenes militares de la época que aún perduran empezando por sus principales competidores, los hospitalarios reciclados como Orden de Malta, o los temibles teutones.
Por otro lado, su misma fundación ya fue de lo más misteriosa. Los hospitalarios tenían tras de sí toda una organización creada anteriormente a base de albergues y hospitales para los peregrinos, aparte del monopolio del transporte de los mismos desde Italia a Tierra Santa, todo ello organizado por la banca Amalfi. El negocio del peregrinaje siempre ha producido pingües beneficios como todos sabemos por lo que el "departamento militar", como diríamos actualmente, fue un mero complemento cuando el ambiente empezó a ponerse chungo y los agarenos se vieron acometidos por unas repentinas ansias de vísceras cristianas. Si no querían que el negocio se viniera abajo ante el temor de los peregrinos de verse convertidos en pinchitos morunos, no quedaba más remedio que garantizar la seguridad de las rutas mediante contingentes de militares cualificados a los que los malditos agarenos adoradores del falso profeta Mahoma temían como la peste porque, para estos probos y beatíficos freires, arrancar a dentelladas la tráquea a un musulmán era un acto piadoso que les garantizaba la salvación eterna.
Balduino II departiendo con Hugues de Payens. ¿Por qué les cedió un lugar situado sobre el templo de Salomón? ¿Qué buscaron? ¿Sabían lo que estaban buscando? ¿Lo encontraron? Misterios misteriosos... |
En fin, cualquiera se preguntará que para qué escribir sobre los templarios cuando nos sabemos en mayor o menor medida sus andanzas. Sin embargo, hay un periodo de esta historia que es más desconocido: ¿cómo se gestó y se organizó la caída de la orden? ¿Quién y cómo preparó la sonada acción policial? Pues a eso vamos...
1. LOS MOTIVOS
Dinero tornés de Felipe IV. Estas monedas acabaron teniendo menos plata que un empaste de la muela del juicio |
La isla de Arwad. Como vemos, es bastante birriosilla. En el círculo se aprecia el castillo que la defendía |
Castillo de Arwad, el último reducto de los templarios en Outremer |
Podríamos enumerar varios más, pero ya entramos en demasiadas especulaciones y esto no se acabaría nunca. En todo caso, colijo que con las que hemos mencionado ya son suficientes para dar por hecho que Felipe IV tenía motivos sobrados para querer eliminarlos como fuera.
2. LA TRAMA
Una operación de semejante envergadura no se gesta en dos días, y menos cuando la presa es la organización militar y económica más poderosa de Europa. No hablamos de unos cuantos frailes timoratos, sino de miles de guerreros de élite procedentes de las más linajudas familias del continente apoyados por aún más miles de servants con mogollón de encomiendas provistas de castillos perfectamente pertrechados y dispuestos para la defensa y, por si fuera poco, con dinero de sobra para, llegado el caso, contratar miles de mercenarios para sumarlos a su ejército. Ni un solo monarca de la época podría oponerse por la fuerza a semejante emporio, así que no quedaba otra que recurrir a la paciencia y a buscar sin prisa pero sin pausa los puntos flacos donde asestar el golpe mortal. Y ese golpe no podía fallar, porque no habría una segunda oportunidad. O se les eliminaba a la primera o se acababa la fiesta, porque si les daban tiempo a reaccionar todo el plan se vendría abajo. Recordemos que el Temple no solo estaba representado en Francia, sino también en Castilla, Aragón, Portugal, Italia, Inglaterra y Escocia sobre todo, y con cuyos monarcas estaban en buenas relaciones. ¿Qué ocurriría si todos a una acudían en defensa de sus hermanos de Francia? No era una opción agradable para el hermoso Felipe el Hermoso.
Por lo tanto, los "malos" no debían ser solo los templarios gabachos, sino toda la orden. De ese modo, nadie movería un dedo en su favor o, al menos, no de forma clara y decidida. A lo más, facilitarles la huida o dejarse ir en caso de que Roma ordenase actuar contra ellos. Porque ese era el otro gran problema: Roma. La orden era soberana y, como hemos dicho, solo respondía ante el papa. Si el papa no daba el visto bueno ningún rey tenía potestad para acusarlos ni, mucho menos, expoliarlos. Por eso era necesario preparar tal cúmulo de pruebas acusatorias que al mismo papa no le quedase, al menos de momento, más remedio que aceptar que el Temple era una organización malvada y traidora a la Santa Madre Iglesia. Para cuando el papa se quisiera dar cuenta de que había gato encerrado ya no habría nada que hacer. Por lo tanto, además de trazar un plan minucioso había que prever que el golpe debía ser rotundo, fulminante, sin dejar el más mínimo margen de respuesta a nadie. Pero, ¿quién podía permitirse acusar al Temple de pecados contra la ortodoxia católica siendo como eran los paladines de la fe, los más denodados defensores de Cristo, etc., etc...?
Felipe tenía el hombre ideal para semejante misión: el guardasellos real, Guillaume de Nogaret. De este taimado, despiadado y todos los "ado" que puedan imaginar ya hablamos en su momento, de modo que el que quiera ilustrarse sobre el personaje en cuestión, en los enlaces que verán al final del artículo pueden bichear a su sabor, que no es plan de repetir la misma historia dos veces. Entre sus muchas... cualidades, Nogaret era el típico individuo con mentalidad de funcionario. Lo anotaba todo, lo revisaba todo y no olvidaba nada porque tenía claro eso de que la información es poder, y cuantos más trapos sucios se obtengan sobre alguien, mejor. Nunca se sabe cuándo hará falta sacarlos a relucir, y cualquier dato comprometedor, cualquier habladuría sin aparente importancia o cualquier pecadillo chorra podía, convenientemente adobado, convertirse en el arma definitiva para acabar con el poder y/o la influencia de los personajes más encumbrados. Murmuraciones, chismes de criados, algún desliz de tipo sexual, vicios ocultos... cualquier cosa podía ser válida para destruir la reputación de alguien y eso, en una época en que lo del Twitter o como se llame aún no existía tenía su mérito, las cosas como son. En este caso, el Twitter que le llegó a Nogaret como llovido del cielo fue Esquieu de Floyran o Floyrac, un sujeto un tanto misterioso que, en cierto modo, fue la pieza clave de esta truculenta historia.
3. PREPARANDO LA RED
El tal Floyran, al parecer natural de Béziers, había sido prior de la encomienda de Montfaucon, en Limoges. En 1305 estaba encarcelado en Agen acusado de delitos comunes y había sido expulsado de la orden. Según algunas fuentes se había cargado al prior de la encomienda de Monte Carmelo, pero eso no me cuadra mucho ya que un crimen dentro de la orden se solventaba dentro de la orden sin necesidad de escándalos. Aquí tenemos una de las muchas contradicciones de esta intrigante trama ya que el Temple no admitía a cualquiera, y menos a un sujeto que, según su historial, era un bellaco CVM LAVDE. Compartía celda con otro prenda de calaña similar, un florentino llamado Noffo Dei, también expulsado de la orden por golfo. Al parecer, no estaban por la labor de pasar el resto de su condena en las incómodas prisiones de antaño, donde no había tele por cable, gimnasio ni duchas decentes, así que tramaron ofrecer al rey Jaime II de Aragón una pavorosa historia de perversiones e infamias varias a cambio de su libertad. Pero Floyran y Dei no tuvieron en cuenta un detalle, y es que la Casa de Aragón estaba muy vinculada con la orden. De hecho, Alfonso I el Batallador había legado sus dominios al Temple, al Hospital y a la Orden del Santo Sepulcro. Los aragoneses dijeron que nones y proclamaron rey a Ramiro II el Monje pero, aunque eso ya es otra historia, este ejemplo nos vale para hacernos una idea de la sólida relación de la corona con la orden. El resultado es, como podemos imaginar, que Jaime II los mandó a hacer gárgaras y no se creyó una palabra.
Pero los dos bellacos tenían más candidatos para vender su truculenta historia, y así fue como llegó a oídos de Felipe, que se creyó todo lo que había que creer entre otras cosas porque era justo lo que necesitaba para poner en marcha su plan. Nogaret se relamió sumamente contentito cuando le dijeron que al ingresar en la orden los obligaron a renegar de Jesucristo, siendo amenazados de muerte cuando se negaron a cometer semejante blasfemia. Pero eso no era todo. Además de abjurar del Salvador tuvieron que escupir sobre la cruz, y adorar a una cabeza barbuda que representaba a Baphomet o, según otras fuentes, era lo que denominaban la CAPVT MORTVVM, la cabeza muerta, un símbolo alquímico. Y por si la herejía y la idolatría no eran bastante, Floyran añadió el pecado nefando, que siempre era el complemento ideal para convertir a un hombre en un monstruo depravado y vicioso. Según estos alevosos boquiflojos, la sodomía no solo no estaba condenada en la orden, sino que era alentada e incluso se recomendaba que ningún freire hiciese ascos a los arrumacos de cualquiera de sus conmilitones. ¿Recuerdan lo de los besos a los nenes? Con todo eso, alguien como Nogaret podía dar forma a un guión que convertiría a la prestigiosa orden en un nido de degenerados enemigos de la fe y la moral cristianas en menos que canta un gallo.
Obviamente, las declaraciones de dos tipos de semejante catadura no tenían el más mínimo valor de cara a un posible juicio. La palabra de cualquier templario valdría más que la de dos criminales como Floyran o Dei, pero para Nogaret era una buena base de partida. Por otro lado, la corona, como ya sabemos, no tenía potestad para actuar contra los freires, así que hizo lo más inteligente: seguir recabando información infiltrando en diversas encomiendas espías que, lógicamente, sabían a quien tantear: homosexuales, borrachuzos, putañeros, viciosos de todo tipo, ludópatas... porque por mucho que el Temple alardease de que todos sus miembros eran puros defensores de la Iglesia, en realidad no eran más que hombres mondos y lirondos donde habría de todo incluyendo los que no podían contener sus instintos o, a lo sumo, no lograban someterlos del todo. Jurar como un templario, beber como un templario... y con toda seguridad refocilarse entre templarios con nocturnidad y alevosía en algún rincón de sus encomiendas porque la lujuria ha existido y existirá siempre. Y ojo, porque la homosexualidad era un delito equiparable a la herejía, y ya sabemos el fin que les esperaba a los que practicaban los "actos contranatura, ya fuese el haciente como el paciente". Nogaret tenía la voluntad y el tesón de un inspector de trabajo de la Seguridad Social buscando defraudadores, y durante dos años estuvo recopilando toda la información que sus espías le fueron facilitando para dar forma a la más fastuosa y terrorífica lista de acusaciones que se podía concebir.
Y mientras tanto, Felipe, en un alarde de doblez como pocas veces se ha visto, mantenía una cordial relación con Molay, confiaba las finanzas de su reino a la orden y hasta había depositado el erario de la corona en la Torre del Temple de París, donde por cierto tuvo que refugiarse cuando su amado pueblo, harto de impuestos y de la pésima gestión económica que llevó de una devaluación a otra, se levantó en armas en 1306. Más aún, para no levantar sospechas hasta invitó a Molay a portar una cinta del féretro de su cuñada, Catalina de Courtenay, mujer de Carlos de Valois, durante sus exequias celebradas en la víspera de la redada. El hermoso Felipe debía tener la sangre de horchata, ¿que no? En todo caso, Nogaret ya tenía preparados los cargos, los testigos y las órdenes de detención selladas que debían ser distribuidas entre todos los bailes y senescales de Francia. Estas habían sido entregadas el 14 de septiembre, justo un mes antes del "Día D". Ya solo faltaba el beneplácito del papa Clemente porque, no lo olvidemos, el rey carecía de autoridad para incoar proceso a la orden. Había que convencer al papa de que los templarios eran malos malosos y, si no se avenía a colaborar, recordarle que le debía la tiara al francés.
4. TENDIENDO LAS REDES
El día de Pentecostés de 1307, el hermoso Felipe el Ídem se entrevistó en Poitiers con el papa para ponerlo al corriente de las gravísimas acusaciones "que habían llegado a sus oídos", como si se hubiese enterado una semana antes. Al papa se le puso la jeta a cuadros ante aquella avalancha de aberraciones detalladamente enumeradas por el monarca, hasta el extremo de que se negó en redondo a aceptarlas. La realidad es que el francés no podía aportar testigos de peso, lo que fue aprovechado por Clemente para intentar dilatar la cuestión y ganar tiempo. Así pues, se limitó a sugerir vagamente que se indagaran más a fondo todas las acusaciones hasta tener verdaderos motivos para emprender un proceso en toda regla que, lógicamente, debía estar dirigido por el Santo Oficio. Pero si la Inquisición intervenía, Nogaret y su minucioso plan quedarían fuera de juego, así que había que ir preparando el golpe definitivo.
El mismo Clemente se lo puso en bandeja. Informó a Molay de todo lo hablado con el rey, y el gran maestre se dejó atrapar como un gazapo porque no dudó en permitir una investigación en toda regla para lavar el buen nombre de la orden. Pero aunque lo hizo de total buena fe, aceptar la investigación también suponía de cara al público admitir de forma implícita que, ciertamente, había algo que investigar, ergo la orden no era tan pura e impoluta como afirmaba. Esa fue la señal. Felipe no podía permitir que el papa tomara la iniciativa, porque de ser así el proceso sería dirigido por la Iglesia y, lo que verdaderamente le preocupaba, los bienes de la orden permanecerían intactos hasta que se resolviera el mismo, y aún así en caso de ser confiscados irían a parar a las arcas de Roma. Por lo tanto, había que poner en marcha el plan que Nogaret venía preparando desde hacía dos largos años. Para asegurar aún más la presa, el guardasellos se aseguró la complicidad de Guillaume Humbert, inquisidor de París al que el monarca había concedido plenos poderes mediante una cédula fechada el 24 de agosto de 1307. Había llegado el momento de cerrar la red de golpe para que no escapase un solo pez.
5. 13 DE OCTUBRE DE 1307
El día 12 de octubre, los bailes y senescales que llevaban un mes mirando el pliego con el sello real devorados por la curiosidad, procedieron a romper los lacres y leer su contenido. No deja de causar admiración la granítica fidelidad de estos funcionarios, que en ningún caso osaron siquiera a recurrir a algún truco, que los había, para separar el lacre sin partirlo, leer la carta y volverlo a pegar. Solo cabe pensar que, además de lealtad debían sentir un profundo temor reverencial hacia las personas del rey y el guardasellos, porque no hubo una sola filtración que permitiera a los templarios ponerse en guardia o aprestarse a la defensa. La excusa ante la más que segura protesta del papa también estaba prevista: debido a la gravedad de los hechos y ante el temor de que los acusados pongan tierra de por medio, hemos decidido que lo más sensato es arrestarlos para mantenerlos bajo custodia hasta que la Iglesia o la Inquisición tengan a bien iniciar el proceso.
A la hora de laudes del viernes, 13 de octubre de 1307, los senescales y bailes de la corona se personaron debidamente escoltados en todas y cada una de las casas, encomiendas y castillos de la orden para proceder al arresto de sus ocupantes. El mismo Nogaret hizo lo propio en la Torre del Temple, donde apresó a 140 miembros de la orden incluyendo al mismísimo Molay, al que tuvo que sacar de su cama porque aún estaba planchando la oreja y lo último que esperaría era verse conducido en camisa a las mazmorras de su propia fortaleza y engrilletado como un criminal. Y, por supuesto, tras la redada Nogaret hizo lo más importante: echar mano al fabuloso tesoro depositado en sus entrañas.
Esta fulgurante operación no deja de albergar también sus misterios misteriosos. ¿Cómo es que los templarios, hombres que por su condición de nobles y militares no eran precisamente sumisos borregos se entregaron sin ofrecer la más mínima resistencia? ¿Cómo es que Molay no tomó precauciones independientemente de que le ofrecieran participar en un puesto de honor en el entierro de la cuñada del rey ya que sabía lo que se estaba cociendo? ¿Cómo es que Clemente, ante las supuestas denuncias aportadas por el rey, no puso el tema en manos de la Inquisición de inmediato, impidiendo así darle a Felipe carta blanca para actuar por la vía de los hechos consumados? Solo cabe pensar que, en efecto, el papa no se creyó una sola palabra, por lo que pasó del tema. Buena prueba de ello es que Hugues de Pairaud, visitador de la orden en Francia, se entrevistó con Clemente varios días antes de la redada y el papa no hizo mención alguna a las acusaciones que había referido el monarca.
En fin, los peces estaban en la red y todo había salido a pedir de boca. A partir de ahí ya podía Roma incoar el proceso cuando le diera la gana, pero eso ya le daba una soberana higa tanto a Felipe como a Nogaret. Los bienes de la orden fueron inmediatamente requisados, todos los miembros de la orden estaban a buen recaudo y, para "facilitar" las cosas a la Inquisición, incluso habían empezado a llevar a cabo los interrogatorios para ir recabando testimonios que, obviamente, eran todo lo creíbles que pueden ser las declaraciones obtenidas bajo tortura. Pero como eso era un método válido en la época, pues solo había que apretar las clavijas al personal, y a algunos ni eso porque les bastó la contemplación de los hierros para cantar de plano, para que diesen por buenas todas las acusaciones que pesaban contra ellos.
Solo lograron escapar algunas decenas de templarios, el preceptor de Francia, Gérard de Villiers y el tesorero de la orden. Según declaró un tal Jean de Chalons durante el proceso, Villiers pudo salir de la Torre del Temple con cincuenta caballeros escoltando tres carros donde, según la leyenda de turno, iba parte del tesoro de la orden. Pero, más que un tesoro material digamos que se trataba de posesiones sumamente valiosas de tipo espiritual de las que ya hablaremos un día de estos. La pequeña caravana pudo alcanzar sin problemas el puerto de La Rochelle, donde la orden disponía de naves, fue cargado en 18 galeras y nunca más se supo de ellos.
En fin, así fue como se gestó la caída del Temple. Lo que vino después ya es más conocido si bien un día de estos dedicaremos un artículo a los inicios del proceso, los cargos que se presentaron y algún que otro misterio misterioso que no se pudo aclarar porque lo cierto es que la orden tenía mucho que guardar. Es más, fue precisamente ese ocultismo empecinado lo que permitió a Nogaret tejer su tupida red de acusaciones. La gente sabía que se ocultaban muchas cosas, pero pensaban que si ponían tanto empeño en ocultarlas es porque no eran precisamente buenas. Nadie se paró a pensar en cuestiones de tipo espiritual e iniciático reservadas a unos pocos elegidos y que no entrañaban en sí nada relacionado con las tremebundas acusaciones presentadas por el guardasellos, pero tanto misterio se les atragantó.
Bueno, por hoy ya vale, ¿no?
Hale, he dicho
Nogaret, el verdadero artífice de la caída del Temple. Seguramente, sin él no hubiese sido posible acabar con la todopoderosa orden, y menos de una forma tan limpia y calculada |
3. PREPARANDO LA RED
Novicio obligado a profanar la cruz. Según muchos autores, el gesto de pisar la cruz tenía otras connotaciones totalmente ajenas al acto blasfemo en sí. Ya hablaremos de eso en su momento |
Baphomet, el ídolo que se decía adoraban los templarios |
El "beso obsceno" en la rabadilla. Obviamente, sus connotaciones eran de clara índole homosexual y, por lo tanto, heréticas |
La Torre del Temple |
4. TENDIENDO LAS REDES
El día de Pentecostés de 1307, el hermoso Felipe el Ídem se entrevistó en Poitiers con el papa para ponerlo al corriente de las gravísimas acusaciones "que habían llegado a sus oídos", como si se hubiese enterado una semana antes. Al papa se le puso la jeta a cuadros ante aquella avalancha de aberraciones detalladamente enumeradas por el monarca, hasta el extremo de que se negó en redondo a aceptarlas. La realidad es que el francés no podía aportar testigos de peso, lo que fue aprovechado por Clemente para intentar dilatar la cuestión y ganar tiempo. Así pues, se limitó a sugerir vagamente que se indagaran más a fondo todas las acusaciones hasta tener verdaderos motivos para emprender un proceso en toda regla que, lógicamente, debía estar dirigido por el Santo Oficio. Pero si la Inquisición intervenía, Nogaret y su minucioso plan quedarían fuera de juego, así que había que ir preparando el golpe definitivo.
El mismo Clemente se lo puso en bandeja. Informó a Molay de todo lo hablado con el rey, y el gran maestre se dejó atrapar como un gazapo porque no dudó en permitir una investigación en toda regla para lavar el buen nombre de la orden. Pero aunque lo hizo de total buena fe, aceptar la investigación también suponía de cara al público admitir de forma implícita que, ciertamente, había algo que investigar, ergo la orden no era tan pura e impoluta como afirmaba. Esa fue la señal. Felipe no podía permitir que el papa tomara la iniciativa, porque de ser así el proceso sería dirigido por la Iglesia y, lo que verdaderamente le preocupaba, los bienes de la orden permanecerían intactos hasta que se resolviera el mismo, y aún así en caso de ser confiscados irían a parar a las arcas de Roma. Por lo tanto, había que poner en marcha el plan que Nogaret venía preparando desde hacía dos largos años. Para asegurar aún más la presa, el guardasellos se aseguró la complicidad de Guillaume Humbert, inquisidor de París al que el monarca había concedido plenos poderes mediante una cédula fechada el 24 de agosto de 1307. Había llegado el momento de cerrar la red de golpe para que no escapase un solo pez.
5. 13 DE OCTUBRE DE 1307
El día 12 de octubre, los bailes y senescales que llevaban un mes mirando el pliego con el sello real devorados por la curiosidad, procedieron a romper los lacres y leer su contenido. No deja de causar admiración la granítica fidelidad de estos funcionarios, que en ningún caso osaron siquiera a recurrir a algún truco, que los había, para separar el lacre sin partirlo, leer la carta y volverlo a pegar. Solo cabe pensar que, además de lealtad debían sentir un profundo temor reverencial hacia las personas del rey y el guardasellos, porque no hubo una sola filtración que permitiera a los templarios ponerse en guardia o aprestarse a la defensa. La excusa ante la más que segura protesta del papa también estaba prevista: debido a la gravedad de los hechos y ante el temor de que los acusados pongan tierra de por medio, hemos decidido que lo más sensato es arrestarlos para mantenerlos bajo custodia hasta que la Iglesia o la Inquisición tengan a bien iniciar el proceso.
Molay en pleno interrogatorio. Las prácticas llevadas a cabo por orden de Nogaret harían que un mudo cantase romanzas de zarzuela tras media hora de intenso tratamiento |
Esta fulgurante operación no deja de albergar también sus misterios misteriosos. ¿Cómo es que los templarios, hombres que por su condición de nobles y militares no eran precisamente sumisos borregos se entregaron sin ofrecer la más mínima resistencia? ¿Cómo es que Molay no tomó precauciones independientemente de que le ofrecieran participar en un puesto de honor en el entierro de la cuñada del rey ya que sabía lo que se estaba cociendo? ¿Cómo es que Clemente, ante las supuestas denuncias aportadas por el rey, no puso el tema en manos de la Inquisición de inmediato, impidiendo así darle a Felipe carta blanca para actuar por la vía de los hechos consumados? Solo cabe pensar que, en efecto, el papa no se creyó una sola palabra, por lo que pasó del tema. Buena prueba de ello es que Hugues de Pairaud, visitador de la orden en Francia, se entrevistó con Clemente varios días antes de la redada y el papa no hizo mención alguna a las acusaciones que había referido el monarca.
En fin, los peces estaban en la red y todo había salido a pedir de boca. A partir de ahí ya podía Roma incoar el proceso cuando le diera la gana, pero eso ya le daba una soberana higa tanto a Felipe como a Nogaret. Los bienes de la orden fueron inmediatamente requisados, todos los miembros de la orden estaban a buen recaudo y, para "facilitar" las cosas a la Inquisición, incluso habían empezado a llevar a cabo los interrogatorios para ir recabando testimonios que, obviamente, eran todo lo creíbles que pueden ser las declaraciones obtenidas bajo tortura. Pero como eso era un método válido en la época, pues solo había que apretar las clavijas al personal, y a algunos ni eso porque les bastó la contemplación de los hierros para cantar de plano, para que diesen por buenas todas las acusaciones que pesaban contra ellos.
Solo lograron escapar algunas decenas de templarios, el preceptor de Francia, Gérard de Villiers y el tesorero de la orden. Según declaró un tal Jean de Chalons durante el proceso, Villiers pudo salir de la Torre del Temple con cincuenta caballeros escoltando tres carros donde, según la leyenda de turno, iba parte del tesoro de la orden. Pero, más que un tesoro material digamos que se trataba de posesiones sumamente valiosas de tipo espiritual de las que ya hablaremos un día de estos. La pequeña caravana pudo alcanzar sin problemas el puerto de La Rochelle, donde la orden disponía de naves, fue cargado en 18 galeras y nunca más se supo de ellos.
En fin, así fue como se gestó la caída del Temple. Lo que vino después ya es más conocido si bien un día de estos dedicaremos un artículo a los inicios del proceso, los cargos que se presentaron y algún que otro misterio misterioso que no se pudo aclarar porque lo cierto es que la orden tenía mucho que guardar. Es más, fue precisamente ese ocultismo empecinado lo que permitió a Nogaret tejer su tupida red de acusaciones. La gente sabía que se ocultaban muchas cosas, pero pensaban que si ponían tanto empeño en ocultarlas es porque no eran precisamente buenas. Nadie se paró a pensar en cuestiones de tipo espiritual e iniciático reservadas a unos pocos elegidos y que no entrañaban en sí nada relacionado con las tremebundas acusaciones presentadas por el guardasellos, pero tanto misterio se les atragantó.
Bueno, por hoy ya vale, ¿no?
Hale, he dicho
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