Bien, criaturillas, prosigamos...
Tal como avanzamos en el artículo anterior, este lo dedicaremos a las pijaditas y cosillas que más suelen gustar al personal para darle un berrinche al cuñado que se sabe de memoria la miniserie aquella de Shaka Zulú, y mira que la pusieron en la caja tonta hace años pero que, no obstante, se puede conseguir en la red. Así pues, y como el introito ya lo hicimos en la entrada anterior, vamos sin más al grano que el camino es largo y para luego es tarde.
FUNCIONAMIENTO Y MECANISMOS
Los triángulos de color indican la posición de cada pasador, numerados y coloreados con esa finalidad |
El cierre presentado en su día por herr von Martini era más básico que los de un botijo a pedales. En realidad, su simplicidad no debería haber dado lugar a tantos problemas como arrastró a lo largo del tiempo, así que quizás no sea un dislate pensar que en gran parte se debieron a defectos de producción. Algo con tan pocos componentes no podía fallar tanto y, como ya comentamos, hubo muchas quejas por roturas de piezas, y cuando eso pasa es que la pieza no suele estar bien fabricada. En el gráfico de la derecha podemos verlas. Sin contar el cajón de mecanismos y el guardamontes, el fusil funcionaba con apenas cuatro pasadores, dos tornillos, un muelle plano, uno helicoidal y siete piezas. Para desmontarlo solo hacía falta una pequeña herramienta que se suministraba con el arma y que en realidad podría ser prescindible si uno llevaba encima un solo destornillador que se ajustase más o menos a los escasos tornillos que llevaba si bien para extraer el bloque de cierre, lo habitual para una limpieza cotidiana, bastaba con sacar el pasador nº 1 ayudándose con la punta de la bayoneta, de una hebilla o cualquier cosa punzante, nada más. Para extraer el pasador nº 2 que retenía la palanca y el fiador, ademas de ser el indicador de arma cargada, sí había que liberarlo previamente de un tornillo prisionero colocado en la cara opuesta del cajón de mecanismos pero, en todo caso, como vemos, era un conjunto simple como el cerebro de un bonobo con carencias intelectuales o el de un político, que vienen a ser la misma cosa. Veamos su funcionamiento...
En el gráfico de la derecha tenemos los mecanismos en posición de reposo, esperando a que carguemos el arma. Estamos ante lo que los british denominan falling-block action, que traducido a un idioma decente sería una acción de bloque descendente ya que, como veremos en breve, el bloque de cierre oscilaba hacia abajo para abrir la recámara y permitir la introducción de un cartucho. En el gráfico vemos las piezas que intervienen de forma más relevante en el proceso: en azul el cierre, que además contiene el percutor, en amarillo el fiador y en rojo el extractor. Si alguien se pregunta dónde está el martillo que golpea el percutor, no lo hay. Es un mecanismo de aguja lanzada, o sea, el percutor queda retenido hacia atrás mediante una pieza, el fiador en este caso, que cuando oscila hacia adelante lo libera y, por la acción del muelle que envuelve el percutor, este avanza y golpea en pistón del cartucho, produciéndose el disparo. Veamos el siguiente paso.
Al bajar la palanca, esta obliga a descender al bloque de cierre tal como vemos en el gráfico. Al bascular, la parte superior del fiador, que está alojada dentro de una ranura del percutor, lo hará retroceder, comprimiendo el muelle helicoidal mientras que el gatillo, forzado por su muelle plano (color púrpura), lo mantiene en esa posición. Al mismo tiempo, el cierre hace bascular hacia atrás al extractor. Si hubiese dentro una vaina servida sería expulsada de la recámara con bastante energía. En cualquier vídeo donde se vea a algún probo tirador manejando este chisme podrá ver como las vainas salen despedidas sin problema. Bien, ya tenemos el cierre abierto, por lo que solo queda introducir un cartucho en la recámara. La forma de rampa del lomo del cierre facilita la operación, sobre todo cuando uno anda un poco nerviosillo al verse rodeado de enemigos de la civilización occidental deseosos de sacarte el corazón por la boca.
En este momento es además cuando se acciona el pasador que retiene la palanca y el fiador, que además actúa como indicador de arma cargada. En la figura A vemos dicha pieza en su posición mas retrasada. Cuando se introduzca el cartucho en la recámara y ascienda el bloque de cierre acerrojando el arma quedará en esa posición hasta que no se dispare. Eso permite saber que, si uno tiene memoria de pez y no recuerda si lo cargó o su arma se ha estropeado en plena batalla y ha tenido que echar mano a la del cuñado que ha dejado que se desangre sin llamar al sanitario, está cargada sin necesidad de perder tiempo en abrirla, o bien no hacer el imbécil con ella durante las prácticas de tiro y volarle los sesos al sargento. Cuando apretamos el gatillo el indicador se pone en posición vertical, tal como vemos en la figura B. Esto indica que el fusil ha sido disparado, tenga o no una vaina en la recámara. Aprovechando estas fotos vemos que si sacamos ese pasador y el tornillo/pasador de la derecha podemos extraer el guardamontes con el gatillo y su muelle del cajón de mecanismos. Bien prosigamos...
Llega el momento de efectuar el disparo y mandar a un enemigo del progreso y la cultura occidental con sus ídolos paganos. Apretamos el gatillo, que oscilará sobre su pasador liberando el fiador. Este, forzado por el muelle que retiene al percutor, oscilará igualmente hacia adelante, liberándolo. El muelle lo hará salir despedido hacia adelante, percutirá en el pistón y, si no pasa nada raro, una bala gordísima saldrá por la boca del cañón a una velocidad endiablada. A partir de ahí se repite el proceso que, como vemos, se limita en sí a dos movimientos: carga y recarga, porque una vez que se efectúa el último disparo no es estrictamente necesario abrir el cierre y extraer la vaina servida.
Esta simplicidad mecánica permitía una elevada cadencia de tiro, hasta 12 disparos por minuto si bien los manuales de tiro insistían siempre en que era vital mantener una férrea disciplina de fuego porque dejar al soldado disparar a discreción era la mejor forma de quedarse sin munición en un periquete. De hecho, y esto ya se comentó en su momento, los prusianos les dieron para el pelo a los gabachos en su guerrita particular entre 1870 1871 precisamente porque estos últimos solían entusiasmarse más de la cuenta con sus estupendos Chassepot y se quedaban sin municiones mientras los disciplinados prusianos disparaban más despacio, pero asegurando el tiro. Más aún, los british pudieron comprobar en las paganas carnes de sus enemigos que el fuego por filas, volley fire como lo llaman ellos, era lo que de verdad hacía aplastarse contra el suelo a las hordas atacantes porque lo que caía sobre ellos era una lluvia constante de proyectiles que, con los fusileros tomándose su tiempo para apuntar, hacían que cada descarga se saldase con varias bajas entre muertos y heridos.
Para los que lo desconozcan, el fuego por filas (foto de la izquierda) se llevaba a cabo formando dos o más filas de fusileros, bien a nivel de sección, compañía o incluso batallón. Era una táctica generalizada en toda Europa desde los tiempos en que las mangas de arcabuceros españoles repartían muerte y destrucción + IVA entre los enemigos de su Católica Majestad para mantener fuego de la forma más constante posible compensando así la lentitud de la recarga, pero con la llegada de las armas monotiro la potencia de fuego se elevó de forma abrumadora. A modo de ejemplo, si distribuimos una compañía en tres filas de 35 hombres cada una, tenemos una andanada constante de 35 disparos. Si el oficial al mando hace lo que debe, la cadencia será pausada, de unos cinco o seis por minuto y hombre, así que cojo la calculadora de papel y lápiz y obtenemos que la compañía ha realizado 630 disparos en un minuto, o sea, similar a la cadencia de tiro de una ametralladora de la Gran Guerra.
Y si en vez de una compañía tenemos un batallón entero dedicado a tan deleitosa actividad, cogemos de nuevo la calculadora y tenemos que el malvado enemigo se ha dado de boca con 2.520 disparos procedentes de sus cuatro compañías (el número de compañías por batallón era y es de lo más variable, pero tomemos esas cuatro de media). En resumen, 2.520 disparos (dos MG-42 disparando fuego sostenido) era una barrera de fuego cuasi infranqueable salvo que el número de enemigos fuese tan desproporcionado que se pudieran permitir asumir un número de bajas a lo bestia. De hecho, muchas de las movidas de los british en África y Oriente Próximo se saldaban con una desproporción de bajas tremenda, causando miles de muertos y heridos que palmarían casi con total seguridad porque el .450 no perdonaba. Aunque era una bala maciza, su enorme peso le proporcionaba la energía cinética necesaria para provocar unos destrozos que no tenían nada que envidiar a las balas minié.
Por otro lado, recordemos que hubo quejas respecto al recalentamiento del arma, especialmente en las zonas cálidas como Sudán, Egipto, etc. El recalentamiento en sí no afectaba a los mecanismos, aunque sí, y bastante, el ambiente tan polvoriento. Pero era letal para el funcionamiento del extractor debido a que las vainas laminadas usadas en principio se pegaban a las paredes de la recámara, de forma que cuando se accionaba la palanca el extractor arrancaba el culote de hierro dejando el resto dentro (a veces también se partía el extractor). Una interrupción de este tipo en combate debía ser enormemente irritante ya que era bastante complicado sacar una fina lámina de latón pegada como una lapa a la recámara, y para eso no valía la baqueta, y la hoja de la bayoneta era demasiado ancha para eso. Habría que tener a mano una navaja pequeña, la herramienta del arma o algo similar para forzar la vaina atascada. Sino, pues echar mano al fusil de algún colega occiso y santas pascuas. En todo caso, era un problema que solo se pudo solucionar cambiando de vaina, pero de eso hablaremos con más detalle en la parte dedicada a la munición. En la foto de la izquierda hemos marcado con dos flechas los sitios por donde se solía degollar la vaina: o bien el culote de hierro, o bien por la copa de latón que había sobre el mismo. El resto se quedaba dentro. Qué molesto, ¿no?
Y en cuanto a las miras, independientemente de que cambiaran pequeños detalles como la profundidad y/o la anchura de las muescas de las alzas, en todos los casos se trataba de miras tangenciales mondas y lirondas, con las destinadas a los fusiles graduadas a más distancia y las carabinas a menos, como es lógico. Las carabinas estaban graduadas hasta las 1.200 yardas (1.097 metros), y las de los fusiles a 1.500 yardas (1.371 metros). A la derecha tenemos el alza de un fusil que, como casi todas las de su época, se desplegaba para las distancias más largas. Como puede que haya muchos que desconozcan de qué va esto, lo explico: en el detalle vemos la base del alza con cuatro escalones que permitían graduar el alza desde las 100 a las 400 yardas deslizando el tablón que luego hacía de alza al desplegarla. A partir de las 500 yardas, se apuntaba con la pieza que levantamos y que está graduada hasta 1.200 yardas. Para aprovechar al máximo, la flecha roja señala la pieza de cierre que valdría para las 1.500.
Algunos se dirán que para qué leches servía eso, si a esa distancia es imposible apuntar a nada con una miras de este tipo. Cierto, de hecho la distancia óptima de tiro de este fusil estaba entre las 300 y las 400 yardas. Pero cuando se mandaba graduar el alza a más distancia no era para apuntar a un hombre, sino a una masa. Originariamente se usaban ante todo contra las cargas de caballería, de forma que abrían fuego cuando estaban a la distancia máxima para ir aclarando las filas enemigas e iban corrigiendo el tiro a medida que se acercaban. Cuando la caballería estaba a menos de 100 yardas ya solo quedaba apretar las filas y disponerse a contener la acometida con la bayoneta. Sí, chulísimo de la muerte, pero debía acojonar una cosa mala. En la foto de la izquierda tenemos el alza de una carabina de caballería que, en este caso, está graduada desde 100 a 300 yardas con la misma plegada y hasta las 1.200 abierta. Por cierto que los zulúes y demás ciudadanos ajenos a los avances tecnológicos de Occidente que lograban apoderarse de armas británicas se veían en el duro trance de que no tenían puñetera idea de para qué servía el alza, así que se liaban a tiros sin que afectase mucho a sus enemigos. Obviamente, tampoco es que tardasen demasiado en aprender de qué iba la cosa, que serían zulúes pero de tontos no tenían un pelo. Por lo demás, no se extrañen vuecedes si ven alguna foto que diga "alza de Martini-Henry" y aparezca calibrada a 1.900 yardas porque, en realidad, no son de Martini-Henry, sino de Martini-Enfield, con cañones de calibre .303 con un alcance superior al de las pesadas balas del arma original.
Bueno, hijos míos, con esto concluimos por hoy. Pensaba que cabría todo en una sola entrada, pero veo que no. Además, tengo una cefalea tan magnificente que estoy por decirle que me firme un autógrafo de recuerdo, así que lo dejamos de momento. En la próxima hablamos de las bayonetas y la munición, que también es un tema que da mucho de sí.
Me piro a meterme un chute de metamizol que me va a salir por las orejas, juro a Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.