Es más que probable que muchos de los que me leen hayan visto alguna vez un cartucho como el de la foto de la derecha, arrugado y lleno de abolladuras como una lechuga pisoteada y con un aspecto nada semejante al concepto que todos tenemos de como debe ser una vaina, bien lisa y brillante. Bueno, pues ni los había pisado nadie ni sus arrugas eran equiparables a las de una lechuga porque eran así. Sí, así de feos, que parecen una puñetera uva pasa. ¿Que de dónde salieron esos adefesios? Pues eso es lo que explicaremos en la entrada de hoy, así que oído al parche...
El empleo de los cartuchos de papel en los fusiles Chassepot y Dreyse dejó al personal bastante perplejo cuando este tipo de armas entraron en acción a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Los observadores militares que en aquellos tiempos eran amablemente invitados por los ejércitos en liza para que vieran como se masacraban bonitamente no pudieron por menos que levantar la ceja hasta tocarse el tupé al comprobar que la época de la avancarga se acababa de ir a hacer gárgaras.
El bautismo de fuego del fusil de aguja Dreyse modelo 1841 o, dicho de forma reglamentaria, Dreyse Zündnagelgewehr ausführung 1841, tuvo lugar durante las revoluciones alemanas entre 1848 y 1849, si bien tuvo que pasar tiempo para dotar a todo el ejército prusiano con el nuevo fusil. Su verdadera eficacia quedó sobradamanente probada en el breve pero intenso cambio de impresiones que las fuerzas aliadas de prusianos y austriacos tuvieron con sus vecinos daneses en 1864. Este nuevo sistema no solo permitía una cadencia de fuego mucho mayor, a razón de siete disparos por minuto contra los dos o tres a lo sumo de un fusil de avancarga, sino que además se podía recargar sin necesidad de ponerse en pie o rodilla en tierra, lo que limitaba enormemente la exposición de los soldados al fuego enemigo. Para confirmar la defunción de la avancarga, apenas dos años más tarde los antiguos aliados decidieron liarse a tiros entre ellos, y en apenas siete semanas, desde el 14 de junio al 23 de agosto de 1866, los Dreyse de los prusianos le dieron las del tigre a los ya obsoletos Lorenz austriacos. En realidad, la puntilla se la dieron en la batalla de Sadowa, librada el 3 de julio y en la que el ejército aliado de austriacos y sajones dejaron en el campo del honor a 25.000 muertos y 20.000 heridos, cifra bastante escandalosa para una guerra birriosa de menos de dos meses.
El conde de Grey (1827-1909) Su carrera política duró casi medio siglo nada menos. |
Aquel panorama resultaba desolador porque, a lo tonto a lo tonto, salvo los prusianos y los gabachos, todos los ejércitos europeos estaban armados con fusiles de avancarga, y la perspectiva de tener que enfrentarse a las nuevas armas produjo verdaderos ataques de ansiedad en los estados mayores. Está de más decir que de inmediato se designaron las comisiones de turno para desarrollar un nuevo tipo de fusil de retrocarga capaz de disparar los novedosos cartuchos de papel. Los british (Dios maldiga a Nelson), que por aquello del imperio se vieron especialmente vulnerables, no perdieron el tiempo y ya en 1864, mientras que los prusianos vapuleaban a los daneses, se nombró un Comité de Artillería por el entonces Secretario de Estado para la Guerra, lord George Robinson, un verdadero animal político descendiente de probos servidores de su graciosa majestad que, además, chorreaba aristocracia por sus fastuosas barbas: conde de Grey, marqués de Ripon y vizconde de Goderich. Como está mandado, el comité dedicó varios meses a elaborar un sesudo informe en el que se concluía que, en efecto, era necesario armar al ejército británico con un fusil de retrocarga, pero no se preocuparon de proponer ningún sistema en concreto. Supongo que a su señoría se le debió poner la jeta a cuadros cuando le entregaron el informe en el mes de julio para decirle lo que todos sabían: que las armas de avancarga eran historia. Manda cojones...
Enfield 1853 con su bayoneta. Este fusil, una vez reconvertido en arma de retrocarga mediante el sistema Snider-Enfield, se mantuvo en servicio hasta 1890 |
Así pues y a la vista de que nadie sabía por donde meter mano, acabaron optando por la solución más fácil y que fue por la que se inclinaron inicialmente la mayoría de los países europeos: adaptar las armas de avancarga reglamentarias para convertirlas en armas de retrocarga, como ya vimos en la entrada que dedicamos a la introducción de este sistema en España. En este caso, el arma a reciclar era el fusil Enfield modelo 1853, un espléndido fusil de pistón de calibre .577" (15 mm.) que fue estrenado en la desastrosa guerra de Crimea librada entre 1853 y 1856. Este chisme, como todos los de su época, producía unas heridas francamente inquietantes ya que disparaba una bala Pritchett similar a las Minié, pero sin bandas de engrase. Ya se dedicaron un par de entradas a las heridas producidas por esta munición, así que al final pongo los enlaces para los amantes de las entradas gore.
El sistema de retrocarga elegido fue el diseñado por un ingeniero yankee por nombre Jacob Snider. El "kit de reciclado", denominado oficialmente como Snider-Enfield, era de una simplicidad pasmosa. Como vemos en la foto, solo había que recortar el cañón 2,5 pulgadas por la parte trasera y atornillarle el bloque de cierre, que consistía en una simple trampilla lateral que contenía la aguja percutora, la cual era golpeada por el martillo original del arma. En resumen, un sistema barato, sencillo y que permitiría convertir miles y miles de fusiles de avancarga en retrocarga en menos tiempo que la reina Victoria se comía un pastel de riñones para desayunar (¿cómo carajo se puede comer eso por la mañana?).
Cierre Snider-Enfield. Como se puede apreciar, tenía menos mecanismos que un chupete. Obsérvese que hasta aprovecharon las viejas chimeneas para retener la aguja percutora |
Sin embargo, a pesar de que el sistema Snider-Enfield era satisfactorio, su rendimiento con cartuchos de papel resultó ser un churro. En primer lugar la obturación dejaba mucho que desear, produciéndose tales fugas de gases durante el disparo que el personal acababa por hacer fuego alejando la jeta de la culata para no achicharrarse los ojos, lo que obviamente repercutía de forma muy negativa a la precisión del arma ya que, en realidad, ni siquiera apuntaban. Por otro lado, los restos de papel nitrado del cartucho y de pólvora ensuciaban la recámara al cabo de pocos disparos, dificultando tanto la recarga como el accionamiento del cierre. En definitiva, que había que idear algo que permitiera eliminar las fugas de gases y, ya puestos, que fuera más sólido que los cartuchos de papel, que aunque muy novedosos y eficientes si se les comparaba con las armas de avancarga, no dejaban por ello de ser susceptibles de deteriorarse por mil motivos, desde la simple manipulación en combate a la humedad o el calor ambiental. Y el problema gordo radicaba en que, a pesar de que el funcionamiento de este cierre no era ni remotamente satisfactorio a causa de la munición, en 1866 ya se habían distribuido bastantes unidades ya adaptadas al sistema Snider-Enfield.
Primer modelo de cartucho de vaina metálica para el sistema Snider-Enfield, presentado en 1866 |
La solución vino de la mano del coronel Edward Mounier Boxer, de la Royal Arms Factory de Woolwich, que llegó a la conclusión de que la única forma de impedir las fugas de gases y mejorar el rendimiento del arma era olvidarse del papel y meter la bala, la carga y el fulminante en un recipiente metálico, o sea, una vaina. A la derecha podemos ver su aspecto y, como salta a la vista, no tiene nada que ver con las vainas que todos conocemos. El invento consistía en un culote de hierro donde se alojaba el fulminante, y a continuación se embutía una fina lámina de cobre previamente enrollada. Para sellar el interior se barnizaba con goma laca y se forraba con papel muy fino. Finalmente se sellaba también por el exterior con otro papel para preservar el conjunto de la humedad.
Aspecto del cartucho con la envuelta exterior de papel |
La idea era que, en el momento del disparo, la presión de los gases dilatase la vaina, obturando totalmente la recámara e impidiendo las enojosas fugas. Una vez que la bala abandonaba el cañón el cobre se contraería lo suficiente como para poder ser extraída sin problemas y proceder a recargar de nuevo el arma. El sistema Snider-Enfield, por su misma simplicidad, no estaba provisto de un eyector que expulsase la vaina al abrir el cierre, sino solo de una uña extractora que sacaba la mitad de la vaina. Para extraerla por completo había que girar el fusil haciendo un brusco movimiento de giro con la muñeca hacia el lado izquierdo. Como es evidente, no es que fuera un sistema infalible, y en más de una ocasión había que sacudir el fusil para que la puñetera vaina cayera al suelo o, peor aún, extraía el culote y dejaba dentro de la recámara el resto, inutilizando el arma hasta que se pudiera sacar con la punta de un cuchillo o ayudado con la baqueta, pero era lo que había.
A la derecha podemos ver en primer lugar el primer cartucho, que fue aprobado el 20 de agosto de 1866. La bala tenía un orificio en la punta para alojar un pequeño taco de madera que la ayudaría a expandirse y tomar las estrías. La base hueca estaba sellada con un tapón de arcilla, y la carga estaba separada del proyectil con un disco de cartón. El peso de la bala era de 525 grains de plomo puro, con una carga de 70 grains de pólvora negra. Sus prestaciones en cuanto a velocidad no eran precisamente para tirar cohetes pero, eso sí, cuando alcanzaban a un enemigo lo dejaba muy, pero que muy perjudicado. A fin de mejorar su rendimiento, el 4 de mayo del año siguiente se aprobó un nuevo modelo con la bala más corta para aligerarla de peso, el cual quedó reducido hasta los 480 grains. Esto le permitió aumentar la velocidad, reducir la presión y, por ende, el retroceso, sumándose a esto una trayectoria más tensa que mejoraba sensiblemente el alcance y la precisión. De hecho, su alcance eficaz llegaba hasta los 900 metros, el triple que un Dreyse y casi el doble que el Chassepot. En cuando a las figuras siguientes, vemos reflejadas las tres secuencias de tiro del sistema Snider.
La vaina del coronel Boxer, aunque muy mejorable, fue un verdadero hallazgo que permitió olvidarse de los delicados cartuchos de papel, de las malditas fugas de gases y, quizás lo más importante, hizo que el personal recuperase la confianza en su arma y apuntase como Dios manda sabiendo que la integridad de su jeta y sus ojos ya no corría peligro, y a pesar de las interrupciones que ya hemos comentado, la cadencia de tiro de los bien disciplinados cuadros de infantería británicos convertían el campo de batalla en un infierno para los enemigos, logrando efectuar entre seis y ocho disparos por minuto. Esto se traducía en una auténtica barrera de fuego casi infranqueable para una unidad de infantería que cargase contra el cuadro y, por supuesto, para detener a la más impetuosa carga de caballería. La foto de la derecha muestra una bala de plomo deformada tras impactar, y se puede ver como ha duplicado su diámetro. Esa cosa paseándose por entre las vísceras de un ciudadano producía unos efectos sumamente desagradables.
El paso siguiente fue la fabricación de un cartucho para el nuevo fusil que debía sustituir al Snider-Enfield que, al cabo, era una solución de circunstancias. El resultado fue el famoso Martini-Henry, al que ya dedicaremos una entrada para él solito. Este fusil cargaba un cartucho de calibre .450 con una bala de plomo endurecido con estaño de 480 grains de peso. El endurecimiento, que se obtenía con una proporción de 12 a 1, tenía como finalidad impedir el emplomado del cañón, lo que suele pasar cuando la velocidad es más elevada. La carga de pólvora era de 85 grains. Sin embargo, el modelo original, básicamente igual al del Snider-Enfield, daba problemas de extracción debido a la excesiva longitud de la vaina. La solución al problema la encontró la firma Eley, que acortó la vaina pero le dieron forma abotellada, lo que permitía albergar la misma carga de pólvora. Como podemos apreciar, si el cartucho del Snider era feo, este le echaba la pata con creces porque el abotellamiento se obtenía mediante extrusión, lo que daba al cartucho ese aspecto de guiñapo totalmente defectuoso. En cuando a su proceso de fabricación, era muy similar al de su antecesor. El interior se forraba con papel de seda, y sobre la carga de pólvora se colocaba un disco de cartón esmaltado y un taco de cera con una cara cóncava mirando hacia la bala. Finalmente se añadían otros dos discos más de cartón. La envuelta de papel que cubre medio proyectil es el mismo que forraba el interior de la vaina y que sellaba el cartucho para impedir la entrada de humedad.
Este cartucho fue presentado en 1873, y se fabricó también en una versión reducida para carabina ya que el cartucho de rifle producía un retroceso extremadamente doloroso, por lo que se aligeró el peso tanto del proyectil como de la carga, quedando en 410 y 70 grains respectivamente. Pero el mayor problema aún seguía sin solución, y las interrupciones producidas por el degüello de la vaina seguían incordiando al personal, que en plena batalla podía quedarse literalmente tirado y sin posibilidad de solucionarlo porque tenía delante a tropocientos zulúes, sudaneses o cuñados deseando rebanarle el pescuezo. Finalmente, en junio de 1885 se pudo solventar este problema con la adopción de una vaina fabricada en una sola pieza como las que conocemos de siempre, dando así por concluida la breve pero intensa vida de las peculiares vainas enrolladas que, aunque no tuvieron un éxito clamoroso, al menos marcaron el camino a seguir y, aunque con sus limitaciones, permitieron sacar un rendimiento adecuado a las armas que las usaron. En la foto de la derecha tenemos los dos ejemplos y, como salta a la vista, la diferencia entre ambas está fuera de cualquier comentario. Por cierto que, como seguramente ya han reparado al leer las fechas, los supermodernos y megaevolucionados british usaban las vainas enrolladas cuando en todas partes hacía años que ya se empleaban vainas normales, lo que demuestra una vez más que si en algo superan al resto del planeta es en saber venderse mejor que nadie.
En fin, ya tienen vuecedes un tema más para darle el día a cuñado que ha visto 36 veces "Amanecer zulú" y se sabe de memoria como funciona un Martini-Henry, pero lo más probable es que no sepa nada de las vainas enrolladas del coronel Boxer.
Hale, he dicho
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