Las cosas como son, el siglo XIX fue nefasto para España. Comenzó con la visita de las hordas de violadores de monjas y profanadores de tumbas del enano corso (Dios lo maldiga por los siglos de los siglos amén), ese Hitler cabezón decimonónico que dejó Europa patas arriba incluyendo a su país. Casi al mismo tiempo, los criollos de los territorios de ultramar empezaron a querer tomar camino por su cuenta y, para rematar la cosa, no una ni dos, sino tres veces los meapilas de los carlistas se alzaron en armas a costa de sumergir a la nación en tres guerras civiles que costaron cantidades industriales de vidas y dinero. En fin, un desastre. Tantos conflictos y tantas guerras unos tras otros obligaban a remozar y mantener al día un armamento que se iba quedando obsoleto a una velocidad preocupante, y ya en los años 30 del siglo XIX quedó claro que había que actualizar los fusiles, mosquetones y tercerolas de pistón de la misma forma que otras naciones hacían lo propio. Si mal no recuerdo, en dicho siglo hubo alrededor de doscientas guerras en el planeta si bien la mayoría tuvieron lugar en el Viejo Mundo o en sus sucursales en el continente americano, y ya sabemos que cuantos más tiros hay más pronto hay que idear nuevas formas y métodos para matar más y mejor a los enemigos.
El infante don Carlos María Isidro de Borbón, inventor de las Guerras Carlistas |
En España el problema se veía además agravado por dos motivos: uno, la lejanía de los cada vez más exiguos restos de nuestro otrora inmenso imperio, lo que no era óbice para dejar de mantener bien pertrechadas a las tropas destinadas en esos territorios por ser precisamente uno de los focos de rebelión a someter. Y dos, que la industria armera estaba localizada prácticamente en su totalidad en las provincias vascongadas que, mira por donde, también eran las más firmes partidarias del infante don Carlos, hermano del extinto Fernando VII y eterno aspirante a la corona que ostentaba su sobrina Isabel II. En fin, como vemos, no estaba el horno para bollos, y no fue moco de pavo hacer frente a una actualización de tal envergadura sumidos en una guerra tras otra, añadiendo a todo ello los conflictos derivados por el advenimiento de la breve república sucedida por el rey Amadeo, que cuando vio dónde se había metido salió echando leches a su Italia natal y, como guinda de tal caos, añadir la guerra del Rif que también nos costó lo suyo.
Sin embargo, que nadie piense que los gerifaltes del ejército se dormían en los laureles, sino todo lo contrario. En marzo de 1834 se probó un fusil de retrocarga provisto de un mecanismo inventado tres años antes por un sesudo gabacho por nombre Joseph-Alexandre Robert (1807-1885) que, curiosamente, era un estudiante de odontología que mandó a paseo las dentaduras del personal para dedicarse a inventar chismes molones, llegando a registrar trece patentes. Básicamente, lo que disparaba era un cartucho similar a los Lefaucheux si bien en este caso no era una espiga que golpeaba una cápsula con el fulminante, sino que la carga detonante estaba contenida en un fino tubito unido al cartucho. Como vemos en las fotos de la derecha, consistía en un cierre mediante una rabera situada en la parte superior de la garganta de la culata. Al abrirla armaba el martillo, que quedaba oculto y situado en la parte inferior del mecanismo. Una vez abierta se introducía el cartucho en el que el tubo con el fulminante, como vemos en una de las fotos de detalle, salía por la parte inferior del mecanismo. El sistema Robert ganó varios premios en diversas exposiciones en los que fue presentado, y en las demostraciones que se llevaron a cabo alcanzaba una cadencia de hasta quince disparos por minuto, lo que sería equiparable a la de un Chassepot o el Mauser 71 que vimos en la entrada anterior. Sin embargo, y a pesar de que este sistema alcanzó bastante difusión en armas de caza, no fue así a nivel militar. En el caso de España en concreto se debió al mismo defecto que adolecían los fusiles de aguja: la mala obturación, que producía fugas de gases y, por ende, pérdida de velocidad y precisión.
Carabina sistema Soriano. Disparaba cartuchos de papel de calibre 15 mm. En la foto inferior podemos ver el cerrojo abierto y la ventana de alimentación por donde se introducía el cartucho |
El mismo problema se presentaba en una carabina de aguja presentada por Donato Soriano Garrido, un probo ciudadano armero que se dedicaba a la fabricación de armas de caza en su taller de Madrid. El invento fue presentado en abril de 1855 a diversos gerifaltes del ejército haciendo una serie de pruebas con fuego real contra armas provistas de otros sistemas de repetición (no se sabe cuáles), siendo la del tal Soriano la vencedora. El mes siguiente la presentó al general O'Donell, a la sazón ministro de la Guerra, acompañándola de una fastuosa escopeta de lujo con la culata tallada a mano para ponerlo contentito y predisponerlo en favor de su invento, como es lógico. Junto a varios picatostes más pegaron unos tiritos en el mismo jardín del ministerio, para finalmente solicitar que se formase una comisión facultativa para que se evaluase su arma en base a los parámetros que considerasen oportunos. Total, al final le encargaron 180 unidades para la Guardia Real y otras cien destinadas a pruebas para el Rgto. de Caballería de Talavera, que no la encontraron adecuada para el ejército entre otras cosas porque para extraer el cerrojo había que desmontar el arma entera, lo cual no era precisamente una ventaja de cara a limpiar el cañón. En todo caso, la carabina Soriano era un producto de calidad y bien fabricado, pero su mercado era el de los aficionados a la caza con suficiente peculio para pagar un arma fabricada por encargo.
D. Francisco de Elorza (1798-1873) |
Pero, aparte de buscar un sistema de retrocarga eficiente, la Junta Superior Facultativa, organismo encargado de llevar a cabo las pruebas de los diversos sistemas de armas presentados, pretendía una solución de circunstancias que fuese satisfactoria. O sea, reciclar modelos de avancarga de la forma más rápida y eficaz ya que esta vía intermedia saldría muchísimo más barata por razones obvias y, tanto o más importante, suponía poner en servicio decenas de miles de armas con mucha más rapidez que si había que fabricar un nuevo modelo. Así, en 1866 la Junta Superior Facultativa formó una comisión al mando del mariscal del campo don Francisco de Elorza y Aguirre, director de la Fábrica de Armas de Trubia, para testar los sistemas vigentes en aquel momento, así como su facilidad para adaptarlos a las decenas de miles de armas en servicio que no era plan de mandar a la chatarra, que no estaba la cosa para dispendios.
Hiram Berdan (1824-1893) |
Entre febrero de aquel mismo año y agosto del siguiente se probaron en el Polígono de Carabanchel no pocas armas, provistas de los sistemas Westley-Richards, Peabody, Cornish, Gray, Snider, Cornish-Ibarra, Cornish-Ferrer, Della Noce y Berdan que, al cabo, fue el que dio los resultados apetecidos. El inventor era Hiram Berdan, un militar, ingeniero y afamado tirador que combatió como coronel en la Guerra de Secesión al mando de un regimiento de sharpshooters. Los que estén versados en temas armeros quizás conocerán mejor a este sujeto por su pistón para cartuchos de fuego central que, curiosamente, alcanzó gran difusión en Europa, especialmente en España, mientras que su competidor, el inventado por el coronel británico Edward Boxer en 1867, ha sido siempre el predilecto de los yankees. Lo cierto es que las vainas con sistema Boxer son más fáciles de recargar y fabricar ya que, en este caso, el yunque sobre el que golpea la aguja percutora para detonar la substancia fulminante está en el mismo pistón, mientras que en el Berdan está en el alojamiento de dicho pistón lo que dificulta la manufactura y la recarga de la misma.
Carabina modelo 1857 reformada al sistema Berdan |
Pero además del pistón, Berdan inventó un sistema de retrocarga denominado trapdoor, que podemos traducir como trampilla si bien en España se le dio el nombre de "charnela". Este sistema había sido patentado por él en 1866 y, por cierto, era muy similar a otro desarrollado por Erskine Allin para los mosquetones y carabinas Springfield modelos 1866 y 1888, por lo que acabaron de pleitos como está mandado. El sistema trapdoor consistía en un cierre giratorio formado por dos partes: una base que se fijaba en el lomo de la recámara, y un bloque que contenía los mecanismos de extracción y bloqueo. Además de simple era bastante eficiente debido a que la presión de los gases durante el disparo no podían abrirlo ya que el empuje hacia atrás lo que hacía era afianzarlo aún más. En las fotos de la derecha podremos verlo más claro. La foto A nos muestra la base del cierre, que quedaba perfectamente alineada gracias a los dos tetones que tenía el cañón para ello. Estos tetones tenían una uña cada uno donde se encajaba la pieza. La sujeción se llevaba a cabo con el tornillo que vemos en la imagen, al que solo había que girar 180º para bloquearlo. En la foto B vemos la recámara y, señalado con la flecha, el extractor. En el cierre se aprecia la aguja percutora emergiendo del mismo. Finalmente, en la foto C hemos señalado un resalte en el que chocaba el culote de la vaina cuando era extraído, actuando como eyector y expulsando la misma. La secuencia de carga y disparo sería: amartillar el arma, abrir el cierre accionando la palanca excéntrica que lo liberaba, introducir el cartucho, cerrarlo, y ya estaba listo para abrir fuego. Este sistema, que en realidad era el tercero de una serie que fue mejorando progresivamente, tenía además la ventaja de que era fácilmente removible en caso de avería o rotura simplemente aflojando el tornillo que lo fijaba al cañón.
Culote y cartucho calibre 14,5x41R |
Pero lo más importante a la hora de decidir la adopción del sistema Berdan era su facilidad para adaptarlo las armas de avancarga disponibles. Bastaba con mecanizar la mitad superior de la recámara del fusil o carabina para poder alojar el cierre y tornear la nueva recámara para el cartucho destinado a ella. Los tetones de fijación simplemente se soldaban, y el martillo solo había que doblarlo un poco hacia dentro para que coincidiese con la aguja percutora. Más simple imposible. El cartucho destinado a estas armas sería el 14,5x41R modelo 1867, y el motivo de la elección no era otro que respetar el calibre original de las armas reformadas para no desaprovechar los cañones, que era de lo que se trataba. El cartucho en cuestión disparaba una bala de 532 grains impulsada por una carga de 77 grains de pólvora negra. En cuanto al calibre real, se fabricó con ciertas tolerancias para que fuese admitido sin problema en cualquiera de las armas a reformar.
Fusil modelo 1867 |
El 14 de diciembre de 1867 y tras pasar satisfactoriamente las pruebas pertinentes se procedió a iniciar las modificaciones oportunas en los fusiles modelo 1859 y en las carabinas modelo 1857, ambos de avancarga. Estas armas conservaban todos sus accesorios, herrajes y bayonetas, limitándose solo a efectuar los mecanizados necesarios para adaptarles el cierre Berdan, dando lugar al modelo 1867. En la foto de la derecha tenemos el fusil mod. 1867 con su bayoneta de cubo. Este arma se le asignó una duración de 18 años y un precio de 78,91 pesetas, o sea, 47 céntimos de euro. Hoy costaría un poco más, me temo...
En cuanto a la carabina, podemos verla en la foto de la derecha. Era muy similar al modelo anterior solo que 16 cm. más corta y con una anilla menos. El alza era escalonada en dirección a la boca de fuego y graduada para 200, 300, 400 y 500 metros, y desde 600 a 900 metros girando la misma en posición vertical y usando un puente de corredera.
En todas las armas de los modelos 57 y 59 se usaba la misma alza, pero dependiendo de su posición había que cambiarla de sitio ya que en algunos casos impedía la apertura del cierre por estar colocadas demasiado atrás. Esta carabina, además de la bayoneta de cubo, se había suministrado con una raíl de engarce lateral para la bayoneta modelo 1858 con hoja de yatagán, siendo destinadas a la Infantería de Marina. Tanto este modelo como el fusil fueron fabricados en la Fábrica de Oviedo como por las firmas Ignacio Ibarzábal y Orbea Hermanos, ambas radicadas en Eibar. Como dato curioso, añadir que se encargó la fabricación de un cierre alternativo ante la remota, por no decir imposible, tesitura de tener que volver a usar las armas reformadas como armas de avancarga, para lo que se diseñó un nuevo cierre en el que se eliminaba la aguja percutora para usar el orificio como chimenea, obturando el conjunto con una arandela de goma colocada entre dos de hierro. Obviamente, esto era una chorrada como una casa porque, llegado el caso, habría que volver a enviar las armas para que les cambiasen el dichoso cierre, y mientras tanto el personal combatía a mordiscos.
Carabina para cazadores basada en el modelo 1857 de pistón |
Bien, así fue como llegó la retrocarga a España, de una forma un tanto perentoria y hasta cierto punto improvisada. De hecho, aunque ya hemos visto que la vida operativa de las armas reformadas era de casi dos décadas, no pasó ni un mes desde la aprobación para llevar a cabo dichas reformas cuando se creó la enésima comisión para estudiar un fusil de retrocarga que no fuese un mero apaño. Así, el 1 de enero de 1868 se creó una Junta Mixta compuesta por la Junta Superior Facultativa y cinco coroneles de diversas armas para comenzar la selección de un nuevo modelo, pero de eso hablaremos en una próxima entrada porque es miércoles, ya no tengo ganas de escribir más, he podado los rosales y me he pinchado y, lo más importante, es la hora de la merienda, así que hasta aquí hemos llegado por hoy.
Hale, he dicho
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