jueves, 7 de diciembre de 2023

CINE HISTÓRICO: EL ENANO CORSO (DIOS LO MALDIGA)

 

Aún recuerdo lo que me impresionó la primera obra de Ridley Scott, "Los duelistas", filmada en 1977. Su fotografía, el realismo de las puestas en escenas y, sobre todo, los duelos a espada que no tenían nada que ver con las sofisticadas coreografías habituales, me fascinaron totalmente. Era tan perfeccionista que sería digna del mismo Kubrick. Esta obra, que era una adaptación de una novela de Joseph Conrad basada en una historia real, es de las que deben ser vistas obligatoriamente por cualquier amante del cine. Sin embargo, da la impresión de que en esta película Scott echó el resto, porque su filmografía en lo referente a cine histórico ha ido perdiendo a mi entender calidad a cambio de espectacularidad. Que sí, que poderoso caballero es don Dinero y tal pero, como siempre digo, tergiversar la verdad sale al mismo precio que decir la verdad, por lo que nunca he encontrado el motivo por el que guionistas y directores vapulean la historia cuando se trata de historias que, por sí solas, contienen las dosis de épica necesarias para entretener sin desinformar o, mejor aún, entretener y, además, enseñar.

Francamente, debo reconocer que no tenía la más mínima intención de elaborar un articulillo sobre esta película porque la vi durante menos de cinco minutos, tiempo suficiente para que me diesen varios vahídos y amagos de ira, pero con tal de dejar constancia de que sigo vivito y coleando, decidí finalmente dar cuenta del escasísimo tiempo de visionado y constatar que, una vez más, se pasan la historia por el forro. De hecho, en el breve tiempo que dediqué a la cinta se perpetran tal cantidad de fiascos que resulta cuasi insultante.

La película comienza con la ejecución de la aborrecida María Antonieta, un hecho del que hay información histórica e incluso gráfica a cascoporro. Se sabe con pelos y señales cómo discurrieron las últimas horas de la desdichada reina, así como de su traslado al cadalso y su ominoso final a manos de Charles-Henri Sanson el 16 de octubre de 1793. La ex-reina estaba recluida en La Conciergerie, un antiguo palacio real reciclado en prisión allá por el siglo XIV. En primera instancia había sido recluida en una celda más que espartana, pero la intentona por parte de elementos realistas por liberarla a finales de agosto de 1793 hizo que la vigilancia se tornase más férrea. Fracasado el complot y para evitar posibles asaltos, fue transferida a una celda donde siempre permanecía custodiada por una guardia, y para darle un mínimo de intimidad se instaló un biombo. La única persona cercana que se le permitió estar junto a ella fue Rosalie Lamorlière. A la derecha podemos ver una de las muchas obras que representan el encierro de la austriaca, que muestra de forma bastante veraz el ambiente donde pasó sus últimos días. El cuadro, obra de Tony Robert-Fleury, data de 1906.

"María Antonieta camino de su ejecución", obra de
François Flameng (1887)
El día de la ejecución se puso un vestido blanco y, a eso de las 10 de la mañana, se personaron en la celda los jueces del tribunal y Henri Sanson, hijo del famoso verdugo, para hacerse cargo de la rea. Tras leerle la sentencia, Sanson le descubrió la cabeza y le cortó el pelo según era costumbre. Se decía que la desdichada pasó tal terror durante los días previos a la ejecución que su cabello rubio se volvió completamente blanco. Una vez pelada se volvió a cubrir con la cofia, y Sanson la maniató. A continuación fue subida a un carromato con una simple tabla apoyada en los varales a modo de asiento, siendo acompañada hacia el suplicio por el abate Girard, que se sentó junto a ella, y por Sanson.

El paseo desde La Conciergerie, situada en la Isla de la Cité, hasta la Plaza de la Revolución, actualmente Plaza de la Concordia, era de unos 2'5 km., que en unas calles literalmente atiborradas de ciudadanos ávidos de morbo, hicieron el trayecto interminable, de forma que cuando llegaron a destino eran alrededor de las 12:00 horas. Parece ser que durante su recorrido, el pueblo permaneció mayoritariamente silencioso. Al cabo, las figuras regias seguían imponiendo cierto temor reverencial aunque fuesen camino a ser descabezadas.

En la ortofoto inferior podemos ver la situación de la cárcel de La Conciergerie en la isla de la Cité y, dentro del círculo mayor, la Plaza de la Revolución. Salta a la vista que no es el rapidísimo paseo que muestra la película.


Una vez ante el patíbulo, María Antonieta bajó del carro y se puso en manos de Sanson padre. La apoyaron contra la plataforma basculante y, con la rapidez habitual en estos casos, fue finiquitada en un periquete. Sanson cogió la cabeza y la mostró al populacho berreando "¡Viva la república!", tras lo cual su cuerpo fue depositado en un burdo ataúd y su cabeza colocada entre las piernas. Cuando todo había concluido, el personal se dispersó y cada mochuelo a su olivo. El cadáver fue enterrado en una fosa común del cementerio de La Madeleine, si bien en 1815 fue exhumado junto al de su marido y depositados ambos en la basílica de Saint Denis, donde se encuentra el panteón de los reyes de Francia.

Bien, grosso modo, esto es lo que ocurre en los primeros minutos de la película que, como ahora veremos, solo se asemejan a la realidad en que la austriaca fue decapitada, pero ya está. El resto, una cagada tras otra aunque, como hemos visto, hay información sobrada para poder recrear tan luctuoso suceso sin necesidad de hacer el ridículo. Veamos...

La acción comienza con María Antonieta despidiéndose de sus retoños en lo que parece un cuarto de plancha o una dependencia del servicio. No se atisba bien porque la escena es muy oscura. De hecho, he tenido que aclarar un poco la imagen para que se vea algo más. En cualquier caso, abraza a sus dos hijos vivos en ese momento: María Teresa, que en esa época estaba a punto de cumplir 15 años, por lo que sería de una mocita de estatura similar a la de su madre, y casi oculto entre las sombras está Luis, el príncipe delfín, que tenía apenas 8. Pero la cosa es que los retoños no estaban en La Conciergerie, sino en el Temple, acompañados por su tía Isabel la cual seguiría el mismo destino que su hermano y su cuñada unos meses más tarde. En resumen, la peli acaba de empezar y ya han perpetrado la primera cagada. Sigamos...


En la siguiente escena, María Antonieta se encarama en el carro y permanece de pie en el mismo, si bien dicha escena es brevísima y no se ve que la acompañe nadie. A continuación aparece la pseudo Plaza de la Revolución que vemos arriba, que más bien se asemeja al patio interior de algún palacio. La plaza era un espacio abierto, como vemos en la ilustración superior derecha, y no un sitio encajonado. Debajo tenemos un apunte al natural tomado por Jacques-Louis David (sí, el famosísimo pintor) en el que vemos a la rea maniatada, pelada y cubierta con su cofia, no como aparece en la película. Ah, observen un detalle chorra: como dijimos anteriormente, la ejecución tuvo lugar a mediodía, cuando el sol cae perpendicularmente. Sin embargo, si nos fijamos en las sombras comprobamos que esa escena se rodó a media mañana o media tarde. Qué fallo más plasta, ¿no? Prosigamos...


La María Antonieta se ha apeado del carro que, en vez de detenerse junto al patíbulo como era preceptivo, se para a una distancia del mismo para que se de un postrero baño de multitudes y, de paso, dejarnos pasmados ante tal cúmulo de memeces cinematográficas. El vestido blanco lo han cambiado por uno negro, que imprime por lo visto más solemnidad a la escena. El pelo cortado se lo han reimplantado, luciendo una espesa melena blanca y muy rizada. Y su rictus de desprecio y arrogancia no cuadra mucho con el de una mujer que pasó sus últimos días en un estado constante de pánico. En cuanto a la plebe, en vez de guardar silencio, se desgañita poniéndola a caldo y arrojándole todo tipo de hortalizas. La escena no puede ser más artificiosa y patética, la verdad. Por cierto, nadie la escolta, nadie la acompaña. Se dirige ella solita hacia la siniestra máquina. Con dos cojones, ¿qué no? Continuemos...


Tras subir las escaleras sin perder ese aire chulesco, como de ramera empoderada camino del juzgado, Sanson la maniata, cosa que ya hizo su hijo dos horas antes. Por cierto que el vestido, según la toma, parece azul a veces y otras negro. En todo caso, da lo mismo porque ya sabemos que era blanco. En el momento de llegar a la plataforma del patíbulo, parece ser que pisó a Sanson y la ex-reina, que era muy educada, le pidió disculpas y le aseguró que lo hizo sin querer. Esto, obviamente, también lo omiten en la cinta porque no cuadraría con la gélida mujer soberbia y arrogante hasta el último hálito de vida. Más cosas...


Esta ya se pasa de castaño oscuro. La guillotina no tiene plataforma basculante, por lo que deduzco que el "experto" y el "asesor histórico" no se han leído mis enjundiosos articulillos sobre estas máquinas. Así pues, lo que nos muestran es a Sanson apoyándole la mano en el hombro para que se arrodille y, a continuación, le recoge el pelo antes de meterle le cabeza en el cepo. Curiosamente, el ayudante del verdugo tarda lo suyo en cerrarlo, como si se atrancase. Sin embargo, ya sabemos que esta operación duraba literalmente fracciones de segundo. Colijo que los "expertos" eran una legión de cuñados, como suele pasar. Veamos qué pasa a continuación...


La cuchilla cae, la cabeza de la Antonieta también, y Sanson la muestra a la plebe, pero no abre el pico. No da vivas a la república ni leches. Pero aún nos deparan alguna sorpresa sumamente sorprendente el Sr. Scott y sus magníficos asesores. Vean, vean...


Ahí tenemos la aparición del enano, que ha acudido a presenciar la ejecución. Nos regalan a un Joaquin Phoenix talludito con sus 49 tacos a cuestas y que se parece al enano lo mismo que un huevo a una castaña. El genocida corso tenía en aquel momento 24 años (véase la imagen de la izquierda, de un retrato de esa época), y era un tenientillo de artillería que no pudo asistir a ninguna ejecución regia porque estaba en Tolón, una población costera en la Occitania donde su familia se había exiliado porque su padre, otrora ardiente defensor de la independencia de Córcega, se cambió de chaqueta y tuvo que salir de naja de la isla. En resumen, el enano no estaba en París el 16 de octubre de 1793. Aquí corté. Mis neuronas se me estaban amotinando, así que opté por encender una varita con aroma a vainilla y poner música sacra ortodoxa, que me relaja una burrada. 

Y ahora, me pregunto: Con tanta inteligencia artificial, tanto programa de edición y tanta gaita, aparte de los hábiles maquilladores de Joligú, ¿tanto trabajo costaba rejuvenecer un poco al Phoenix y, de paso, ocultarle la extraña marca  de nacimiento que tiene en el bigote. ¿Tan difícil era añadirle un poco de caballete a la napia? En fin, criaturas, siento no poder ofrecer un articulillo más enjundioso, pero si en menos de cinco minutos han pateado la historia tropocientas veces y, además, sin necesidad, comprenderán que no me puedo permitir ciertos excesos. El médico me tiene prohibido ir más allá de una pataleta fuerza 3, por si acaso. 

Bueno, ya se pueden hacer una idea de a qué se enfrentan los héroes que decidan ver en su totalidad este bodrio. 

CETERVM CENSEO PETRVM SANCHODICI ESSE DELENDAM

Hale, he dicho

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Tumba del enano en Los Inválidos, en París. En ese sarcófago marmóreo con aspecto de bombonera rococó guardan la osamenta de uno de los más infames y siniestros psicópatas de los tiempos modernos. Dice mucho de los gabachos el ver como veneran a un criminal, un monstruo, un degenerado sátrapa que llevó a la Europa toda muerte, guerra, miseria, violaciones, asesinatos, profanaciones de iglesias y tumbas, saqueos y un sin fin de fechorías. Los albores del siglo XIX fueron un anticipo de lo que tendría que llegar más tarde de la mano de sus émulos, el ciudadano Adolf, el padrecito Iósif o el camalada Mao Zedong. Y lo más paradójico es que los gabachos, que perdieron miles y miles de hombres en las guerras de este hijo de la gran puta, sean los que más afanosamente lo alaban como un genio de la guerra. El enano no era un genio de nada, era un despreciable asesino que debió acabar ahorcado en el patíbulo de Tyburn o, mejor aún, descabezado como el ciudadano Capeto. Anda y que se vaya al carajo el enano asqueroso ese...


jueves, 16 de noviembre de 2023

HISPANIA TRADITORIBVS NON PRÆMIAT

 


VALETE. HIC EST MAGNVM CANEM PRODITORIS, MALVM REQVAMQVE, STVLTVM ATQVE HISPANICVM INIMICVM, ERGO CENSEO PETRVS SANCHODICI ESSE DELENDAM.


CVRATE VT VALEATIS, CIVIS.


DIXIT EST

martes, 24 de octubre de 2023

EL MALDITO ESMARFON

 

¿Cómo es posible que estos chismes se hayan adueñado de la vida del personal?

D.M.S.H.S.E.S.T.T.L.

Tengo que reconocer, no sin sentirme humillado hasta el tuétano, que por una vez he sido derrotado. Mi venerable teléfono de tapadera yace en el cajón de los objetos nostálgicos junto al reloj y el rosario de papá, la foto de la mili, la galleta de la Policía de Aviación y demás fósiles de un pasado cada vez más lejano. Cierto es que cuando sacaba el teléfono en algún lugar público, la gente se me quedaba mirando como si hubiese salido de la trena tras 20 años viviendo a costa de los contribuyentes, pero no es menos cierto que consideraba ese aparatito como algo simplemente práctico ya que lo usaba para hacer y recibir llamadas, y no para que las llamadas sean el uso menos relevante de esos perversos objetos que se han adueñado de la sociedad: el temible esmarfon.

He pasado años esquivando la tóxica existencia de esos tiranos despiadados. He soportado miradas despectivas, lastimosas e incluso murmuraciones. Me he paseado por la Hispania toda con mi vetusto móvil sin haber tenido necesidad de usarlo para otra cosa que no sea el típico "¡Cusha, que ya he llegao!" o el "¿Oiigaaa? ¡Que me s'ha parao er puto coshe y no sé qué cohone le pasa! ¿Cómo dise? ¿Qué no hay grúa jahta dentro de dó horaaaaaa?". Pero la cosa es que conversaciones similares se siguen manteniendo si bien, en muchos casos, están siendo sustituidas por el wasa ese que permite al personal ejercer menos la oratoria, confiándolo todo a un corrector que corrige como le sale del níspero y adornar el mensaje con bolitas amarillas que se supone pretenden transmitir tu supuesto estado de ánimo. Y sigo supuesto porque, mientras transmites un pésame con bolita amarilla con jeta de pesadumbre, igual te pilla corriéndote una juerga de antología y, obviamente, no estás triste, sino todo lo contrario.

Alguno se preguntará cómo he podido dejarme arrastrar por esta nefasta tendencia, pero los cambios sociales me han obligado a ello a pesar de ser uno de los individuos más antisociales que conozco, cuando no el que más. Vean mi triste batalla, perdida a pesar de mi enconada resistencia:

Operadora: Ahora le enviamos un enlace por WhatsApp para autorizar...

Yo: Mire, yo no tengo wasa. ¿No me lo puede enviar por correo electrónico?

Operadora: Lo siento, el sistema solo envía WhatsApp's

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Operadora: Para acceder a su factura, descárguese nuestra aplicación en...

Yo: Oiga, mi móvil no tiene internet

Operadora: No le he entendido bien. Para solicitar factura, pulse 1, para cagarse en mis muertos, pulse 2, para esperar hasta que las ranas críen pelo, pulse 3

Yo. Oiga, ¿usted es un ser humano?

Operadora: No le he entendido bien. Para solicitar factura, pulse 1, para cagarse en mis muertos, pulse 2, para esperar hasta que las ranas críen pelo, pulse 3

Yo: 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2, 2...

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Operadora: Para pedir cita le envío un código QR que deberá presentar en...

Yo: ¿Qué carajo es un código QR?

Operadora: Pues un cuadrado lleno de cuadraditos que...

Yo: Mire, déjelo, ya me buscaré la vida...

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Voz pseudo-humana: Para validar su compra, autorice la misma en nuestra aplicación.

Yo:¡Que no tengo aplicación, hostiasssss! ¿No hay algún ser vivo ahí?

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En fin, podría poder cientos de ejemplos más, pero ya podrán imaginar por dónde van los tiros. 

La cuestión es que mi rechazo a introducir estos chismes en mi vida no obedecía a una mera cabezonería, sino por ver a la gente totalmente abducida por ellos hasta el extremo de comprobar que el personal vuelca literalmente su vida en ellos. Lo fotografían todo, lo graban todo, tienen tropocientas aplicaciones de las que dependen absolutamente para todo, desde pagar en un bar a comprar una caja tonta del tamaño de un somier para calcinarse las retinas. 

Estos memos deberían estar tirando los tejos a las memas cercanas
en vez de buscar una gachí en una página de citas

La gente va por la calle mirando el puñetero esmarfon, cruzan sin mirar (he estado cienes de veces a punto de llevarme a uno por delante), parecen zombis recibiendo órdenes de los marcianos que nos están invadiendo y, en resumen, ni siquiera miran si están a punto de pisar una mierda de perro porque lo importante es el esmarfon. Desde la oficina te envían un wasa a las tantas y si no respondes te abroncan. Tu novia/o te vigila los mensajes y te exige la clave del aparatito. Tu parienta o maromo, ídem. Si te dejan sin internet te cortas las venas. Si te roban el esmarfon te tiras desde lo alto de un puente. Si el trabajo te obliga a levantarte media hora antes para no pillar el atasco de hora punta pones el grito en el cielo, pero eres capaz de soportar dos días en una cola durmiendo en la puta calle con tal de pillar el último modelo del Aifon que cuesta un huevo y, para colmo, aún no has terminado de pagar el que compraste hace cuatro meses.

Y, por si esto fuera poco, hasta los críos han sido capturados en la tenebrosa telaraña de los esmarfon. Ya no los ves nenes jugando a piola, al cielo voy o a policías y ladrones, ni tampoco nenas jugando a la comba, al elástico o al tejo. Ahora los ves convertidos en aprendices de zombis que se pasan las horas jugando a matar lo que sea. Están en la edad de desarrollarse físicamente, de fortalecer sus cuerpos, pero se pasan la vida apalancados, bicheando con el esmarfon o jugando con la vídeo-consola. Y lo más paradójico: ya no es un castigo irte a la piltra sin cenar o que papá te deje el culo calentito a correazos, sino dejarte sin el esmarfon donde, además de matar marcianos, pueden visualizar infinidad de contenidos absolutamente inapropiados para críos de esa edad o acosar sin descanso al compañero de clase nacido para ser la víctima de la crueldad infantil.

En fin, dudo que el enano corso (Dios lo maldiga) se sintiese tan humillado tras la movida de Waterloo como yo cuando me tuve que personar en el Carrefús acompañado de mi segundogénito para asesorarme. Aún no he logrado enterarme para qué sirven los dibujitos de la pantalla, para enviar un wasa de media frase tardo media hora porque mis dedazos pulsan siempre la letra que no es, y hasta para responder a una llamada tengo que liarme a manotazos para deslizar el icono del auricular. Anteayer pude mandar una afoto porque mi nene me dejó un papelito con las instrucciones para acometer la empresa y, en resumen, estoy hasta los mismísimos cojones de este chisme de mierda que, hasta ahora, solo he usado para lo que usaba el anterior: llamar y que me llamen, y la cosa es que yo jamás llamo a nadie salvo a mis retoños o a mamá, y a mí solo me llaman mamá o las teleoperadoras empeñadas en joderme la siesta. Ah, y también me sirve para ver la hora. Ni siquiera uso el despertador porque raro es que me despierte más allá de las cuatro o las cinco de la mañana.

Concluyo con una anécdota que demuestra el grado de dependencia al que ha llegado la gente, y que debería dar que pensar a más de uno. Digo:

Hace algún tiempo me dirigía a una conocida cadena de supermercados a comprarle a una persona un trasto para hacer un pésimo pan casero que provocaría hasta un motín si lo incluían en la bazofia destinada a la chusma de galeras. Eran las 08:55 de un 2 de enero. Sí, bastante temprano porque odio profundamente los lugares concurridos y mi intención era hacer la compra lo antes posible y largarme echando leches. Pero hete aquí que veo un utilitario medio volcado en la cuneta, empotrado contra la pasarela de hormigón de salida de una finca. Salía humo del capó. No había ni una puñetera alma, como podrán imaginar, porque ese día 2 quiero recordar que era sábado. 

Bien, me bajo y me dirijo al coche. Me aúpo para mirar en el interior, y veo a una jovencita a la que el volante no había la aplastado porque era canijilla. Si me pilla a mí sentado allí me revienta la caja del pecho. Le pregunté cuatro chorradas para ver si estaba medio consciente, pero solo farfullaba y se quejaba. Abrí la puerta, pero no pude sacarla porque estaba literalmente embutida entre el asiento y el volante. Afortunadamente, paró otro coche y un Nissan de la Benemérita. Corté el cinturón con mi inseparable Victorinox y entre tres logramos sacarla del interior con cierta prisa porque la humareda que salía del motor aumentaba, y advertí al guardia que la gasofa estaba chorreando por un manguito roto. La tumbamos a una distancia prudencial mientras el picoleto llamaba por radio a una ambulancia y a los bomberos. 

-¿Cómo te encuentras, hija?- le pregunté pasándole  la mano por la cabeza sin su consentimiento, lo que me habría costado una denuncia por tocamientos lascivos y abuso sesssuá hoy día.

-Mi... móvil... ¿Dónde está mi móvil?- murmuraba con vocecita moribunda.

-Hija, olvídate ahora del móvil, que has vuelto a nacer (el coche estaba literalmente reventado). Alégrate de que has salido viva.

-Mi móvil, mi móvil...- seguía repitiendo como una lora moribunda mientras movía la cabeza bastante nerviosa.

Para serenarla, volví al coche a ver si daba con él a pesar de que podía arder en cualquier momento. Me asomé por la puerta pero fue imposible. El interior era una leonera, y que hostión no se debió dar que el asiento del copiloto salió despedido de sus anclajes. Volví justo cuando ya empezaban a aparecer llamitas en el motor.

-No lo encuentro- le dije-, pero olvida ya el dichoso móvil, que tú eres más importante.

-Mi móvil...- seguía repitiendo sin atender a mis razones. 

Conclusión: me jugaría todos los premolares a que el accidente se produjo porque, en vez de estar pendiente de la carretera, estaría mandando mensajitos con el wasa de los cojones, se fue un poco hacia la derecha, cayó en la cuneta y la frenó la pasarela de hormigón. Por lo visto, venía de haber pasado el fin de año en El Rocío, donde había participado en un cotillón en casa de algún amiguete.

Conclusión: llegó la ambulancia y se la llevaron justo cuando el coche se convertía en una tea que apagaron en un periquete los bomberos que llegaron poco después. Y a la mocita parecía no importarle haberse quedado sin coche, y tampoco que estuvo a punto de matarse. Tampoco pidió a nadie que llamara a sus padres para que no se preocuparan, y ni siquiera preguntó si mostraba alguna herida. Lo importante era saber dónde estaba el puto esmarfon. Manda cojones, ¿qué no?

En fin, esto es la descojonación. Ah, y no olvidemos los tontos de baberos que se pulen mil y pico de pavos por uno de esos chismes cuando uno que vale tres veces menos da el mismo avío. Pero, claro, da más pisto sacar uno de esos que llevan la manzanita mordisqueada. Sois más tontos que Neíta, lo juro.

Hale, he dicho

viernes, 13 de octubre de 2023

CUOTAS DE IGUAL DA

 

Ahí tienen a las principales fautoras de la más perversa y maligna ideología basada en el odio al hombre por el simple hecho de haber nacido hombres. Gracias a ellas, todos somos maltratadores, violadores, malvados, indignos de toda consideración y tratados como los zánganos de la colmena. Eso sí, los planchabragas que las jalean son separados del rebaño para recibir un trato menos injusto

Se siente, pero sigo padeciendo una sequía mental semejante a la que sufrimos por obra y gracia del metano expelido por las ventosidades del ganado vacuno que criamos a destajo para no privarnos de buenos chuletones. Sí, la artillería de galeras está enmoheciéndose, pero la desidia, la incuria y la pereza me superan, de modo que optaré por un nuevo articulillo de opinión para dejar constancia de que aún no he entregado la cuchara. Así pues, hoy hablaremos sobre la igual da o, mejor dicho, las cuotas de igual da, algo que, si les digo la verdad, me da igual. El Criador fizo al hombre libre como para que venga una barragana misándrica y enferma de odio seguida por una legión de palmeras zombificadas a decirnos cómo hablar, qué personal contratar en nuestras empresas, qué tareas debemos llevar a cabo en el hogar, negarnos la presunción de inocencia propia de un estado de derecho, etc. Esto último me enerva bastante porque la disfruta hasta un terrorista pillado in fraganti, habiendo que presentar pruebas que demuestren que el que encendía la mecha de la bomba era él, mientras que a los hombres normales se les niega toda credibilidad por ser hombres.

En lo tocante a la cosa laboral, la barragana insiste en que hay que establecer cuotas por sexo- género según ella- en los consejos de administración de las empresas del Ibex 35, para lo cual exhorto a los miembros varones de dichas empresas que se jueguen a los chinos en la cafetería cuáles deben ir al juzgado a cambiar de sexo, género o como se llame para, gracias a la risible ley de la barragana, igualar el número de hombres y mujeres en dichos consejos de administración echando una firma en un papel que diga que, desde ayer tarde, se autoperciben hembras. La barragana no tiene en cuenta la capacidad, la validez o los méritos del personal para optar al cargo, sino solo que tenga una rajita a unos 25 cm. al sur del ombligo ya que es de todos sabido que la rajita es hoy día la llave que todo lo abre. También protesta afirmando que hay pocas hembras en las carreras técnicas, a las cuales puede acceder cualquier ciudadano, ciudadana o ciudadane sin que le pregunten por su sexo, apetencias sexuales o ideología. Pero la barragana es tan obtusa- no se puede pedir mucho de una prójima que ha llegado al banco azul usando los mismos métodos que Salomé para engatusar a Herodes Antipas- que no se para a pensar que quizás a los entes de su mismo sexo no gustan de ese tipo de carreras. En todo caso, jamás he oído que proteste porque, por ejemplo, en la judicatura haya más mujeres que hombres, o en enfermería, o como matronas, o en el profesorado de primaria... O por qué a las hembras no les suelen cobrar para entrar en las discotecas pero a los machos sí. O no dice ni pío de la brecha salarial entre los machos que ejercen de modelos, que ganan muchísimo menos que sus colegas hembras, o por qué cuando el barco se hunde aún se dice eso de "las mujeres y los niños primero" más un larguísimo et cétera.

Pero, en realidad, lo que diga la barragana es irrelevante. Su tóxica presencia tiene fecha de caducidad, y más pronto que tarde pasará a la galería de las penumbras, donde solo se recordará su nombre para ponerla a caldo; al cabo de un tiempo, accederá a la galería de los olvidados, donde solo será protagonista de algún chascarrillo y, finalmente, será trasladada a la galería de los vaporizados, uséase, donde ya nadie la recordará ni siquiera por su maldad intrínseca, su misandria patológica y sus severos trastornos obsesivos compulsivos. Cuando la palme en el momento en que Dios así lo disponga, la prensa ni siquiera le dedicará un breve obituario porque nadie se molesta en recordar a los que residen en la galería de los vaporizados, cuya memoria está más extinta que los dinosaurios.

Bien, es habitual que aparezcan en las sugerencias de Yutube cortos de ciudadanas protestando por la perversidad viril, porque juran que ganan más que ellas por el mismo trabajo aunque jamás aportan una prueba, de que son objeto de miradas lascivas o de que no pueden volver tranquilamente a casa solas, a las tantas y borrachas como cubas, lo que por cierto también es aplicable a los hombres, que serán víctimas de un robo o cualquier villanía en un caso similar. Vemos a diario como las inopes mentales de la barragana exigen que a los hombres se les relegue al papel de meros productos cárnicos con menos derechos que un macaco destinado a experimentos científicos, y y hay algunas que incluso no verían mal que se nos recluyera en campos de trabajo porque, aseguran, no servimos absolutamente para nada, y que ellas serían capaces de mover el mundo sin necesidad de soportar nuestra nociva presencia y nuestros ronquidos en el tálamo conyugal. Simplemente nos odian porque su mínimo intelecto no les permite cuestionar las gilipolleces que oyen, y parece que se han olvidado de que sus padres tuvieron un 50% de la culpa de haberlas engendrado enhoramala.

Ellas moverían el mundo, dicen, pero a continuación veremos una serie de oficios cotidianos (no mencionaré los habituales en estos casos como asfaltar carreteras, etc., que todo el mundo saca a relucir, sino aún más frecuentes y que pasan desapercibidos) en los que, al menos yo, jamás he visto a una sola mujer ejerciéndolos. Y no solo eso, sino que tampoco he oído a la barragana exigir cuotas de igual da para los mismos ya que en ninguno de ellos se trabaja cómodamente sentado en una oficina con aire acondicionado o calefacción, con un extenso surtido de máquinas expendedoras en el pasillo, un baño impoluto que limpian y desinfectan cada dos horas, con un refrescante aroma a lavanda en el edificio, suelos que chirrían de limpios, jefe elegante, amable y, por supuesto, homosexual, para que no se sientan acosadas o ser objeto de deseos perversos, y encima cobrando 3.500 limpios de polvo y paja al mes. Empecemos...


Díganme, probos lectores, ¿cuándo han visto a una ciudadana manejando un camión hormigonera? No es un trabajo fácil porque hay que mover piezas pesadas. Inicialmente, hay que bascular la prolongación del canal de vertido que pesa lo suyo y, si hace falta, añadir las extensiones que vemos en los guardabarros traseros. Cuando comienza el vertido, a veces hay que mover de izquierda a derecha el canal que va atiborrado de hormigón hasta que éste se termina. Finalmente hay que limpiar las piezas con un manguera y colocar cada una en su sitio antes de salir echando leches a la fábrica a por más mezcla. Y todo ello, naturalmente, haga frío o calor, esté nublado o pegue un sol de justicia y, si te da un apretón, pues te buscas algún sitio discreto salvo que en la obra haya un retrete químico que hiede a trinchera de la Gran Guerra y absolutamente asqueroso. Ah, y no hay ambientador con aroma a lavanda disponible, faltaría más. Sea como fuere, en este oficio no hay paridad ni se la espera, me temo.


Para desempeñar este oficio no hace falta una fuerza física excepcional y, en todo caso, lo que hacen cuatro hombres pueden hacerlo seis mujeres, como por ejemplo descender al difunto y su cajón a la fosa o meterlo en el nicho. Pero creo que el trabajo de sepulturero es de los más desagradables que existen, y no ya porque hay que enterrar gente y convivir con la muerte y el dolor a diario, sino porque también hay que abrir nichos, tumbas y reparar desperfectos, etc., tareas que se suelen llevar a cabo a puerta cerrada. Ahí ven a un par de probos enterradores sacando una capacha de restos de un panteón familiar que, intuyo, tampoco huele a lavanda. No digo que no haya una sola ciudadana sepulturera en España, pero no creo que abunden. De hecho, yo no he visto a una sola en mi vida, y tampoco letreros o anuncios solicitando personal para reponer a los que se jubilan en los que se indique expresamente que la mitad de los candidatos tendrán que ser mujeres. Total, para algo tan asquerosillo como manejar osamentas pútridas ya están los tíos, ¿no? Prosigamos...


Dudo muy mucho que algún SPECVLATOR de la barragana se haya molestado en encaramarse en una torre de alta tensión para comprobar si cumplen la cuota paritaria. Más aún, me jugaría cuatro docenas de cigalas a que jamás ha habido una sola solicitud mujeril para el desempeño de semejante oficio, donde colijo se echa más tiempo en subir y bajar que currando en lo alto de la torre. Esos probos pelacables no tienen que ceder su puesto a ciudadanas empoderadas y quejosas porque se les discrimina a la hora de compartir arnés y demás artilugios de seguridad para, en caso de despiste, no acabar estampado contra el suelo. Además, las torres carecen de aseos y, en caso de apretón o poliuria intensa, no hay otra que descargar los fluidos de desecho corporal sobre un suelo situado a 50 metros de distancia o incluso más. Pero si desaparecen los malvados hombres, ¿quién se tendría que encaramar en la torre, con lo desagradable que debe ser verse ahí arriba en pleno invierno en la provincia de Soria o en pleno verano en la de Sebiya? 


Porque, no nos engañemos, currar en las alturas es un coñazo y, peor aún, peligroso. Un despiste te puede costar la vida o, como poco, una costalada suntuaria que te supondría una baja bastante enojosa o quedarse tullido de por vida, y más en países como el de la foto, donde un andamio homologado es una utopía. Pero bueno, las de la foto de cabecera dirán que si un currante se parte la crisma, pues un maltratador machista, fascista, homófobo, tránsfobo y putañero menos en el mundo, esa arcadia que prometen a sus acólitas donde ellas serán las dueñas del cotarro y los machitos serán relegados a la condición de proveedores y consoladores cárnicos.


Está de más decir que la fobia a las alturas impediría disponer de ciudadanos que se pasen ocho horas al día en una guindola para mantener reluciente la fachada de un rascacielos de cristal de 82 plantas y donde tampoco hay aseo, ni aire acondicionado, ni calefacción y, por supuesto, aroma a lavanda. Tampoco se tiene  noticia en este caso de inspectores del Ministerio de Igual Da que se hayan descolgado 35 pisos desde la azotea para comprobar si se cumple que un 50% de los émulos del Hombre Araña sean féminas sin vértigo.

¿Y qué me dicen de los pescadores y pescadoras? Ah, ¿qué no recuerdan haber visto que la tripulación de un pequero la formen mitad y mitad, o incluso que haya siquiera una "miembra" a bordo? Pues, ahora que lo mencionan, yo tampoco lo recuerdo. He visto mariscadoras currando a base de bien en las orillas, y mogollón de ellas en la industria conservera. Los hombres buscan la materia prima y ellas la envasan. Sería justo, ¿no? Pero... no, la verdad. Los riesgos que se corren en un barco son muchísimo mayores que los de una conservera. De hecho, no es raro tener noticia de algún barco hundido cuyos tripulantes se han ido al fondo para siempre jamás, pero en las conserveras no se ha ahogado nadie, que yo sepa, salvo que se haya atragantado alguna operaria con una anchoa feucha que, en vez de tirarla, se la zampó para matar el gusanillo.


Pero, ojo, no solo los currantes marítimos se arriesgan a perder sus vidas, sino también los de secano. Ahí ven a un maderero dándole a la motosierra y, por lo visto, es uno de los oficios más peligrosos que existen y donde se producen mogollón de accidentes de todo tipo, desde la rama gorda que se te cae encima a la motosierra descontrolada que te rebana una pierna. Por lo demás, ¿se imaginan ese trabajo cuando no existían las motosierras y todo era a golpe de hacha y serrucho? Absolutamente... agotador... ¿O no? Por cierto, aquí tampoco hay aseos impolutos y, en vez de aroma a lavanda, huele a resina de pino o a eucalipto.


Y no solo son chungos los trabajos lejos de la ciudad, sino también dentro. Vemos muchas ciudadanas barrenderas pero, ¿han visto alguna subida en el estribo de un camión de la basura moviendo pesados contenedores atestados de desechos? Uno de esos dos currantes debería ser una de ellas según las obligadas cuotas de igual da, que me temo tampoco ponen especial celo en lo referente a este oficio donde, además de no disponer de aseos, en vez de oler a lavanda huelen a... basura.


Otro trabajo que creo está exento de cumplir las cuotas paritaria es la industria petrolífera, que es un oficio bastante peligroso, pringoso y extremadamente duro, para no hablar de las plataformas ubicadas en el mar y donde su personal se acojona bastante cuando arrecia un huracán, los bambolea una tormenta apocalíptica o el helicóptero de rescate no puede despegar a causa del mal tiempo. De hecho, ninguna quiere irse a un sitio semejante porque, según tengo entendido, los turnos son de varios meses en la plataforma y otros tantos en casa, motivo por el cual se gana un muy jugoso estipendio. Sin embargo, ni siquiera hay cola por parte de los malvados machistas para largarse a una plataforma en el Atlántico Norte a pesar de que estos sí disponen de aseos, pero no de ambientadores con aroma de lavanda.


La industria metalúrgica tampoco parece ser del agrado del mujerío. Currar a escasos metros de crisoles a una temperatura muy elevada y embutido en un traje de amianto cancerígeno que no ha sido perfumado con lavanda no es nada gratificante. Antes al contrario, huele fatal, se suda la gota gorda, se corre peligro de sufrir quemaduras chungas y, en resumen, resulta un poco bastante muy agotador como para exigir que se cumpla la cuota de igual da. Mejor se lo dejan a los machistas opresores, y si alguno se carboniza que se ponga mercromina y una tirita, qué carajo...


En fin, criaturas, podría seguir hasta el infinito y más allá, pero no creo que haga falta. De hecho, ya ven como oficios milenarios como el de picapedrero o herrero son poco o, mejor dicho, nada demandados por las mujeres. Se hace muy, pero que muy pesado pasar hooooras y hooooras dándole al martillo mientras te salpican esquirlas de piedra o chispas de la fragua. Total, se está mejor en una oficina con aseos relucientes y ambientadores de lavanda, ¿no?

COLOFÓN: No pretendo con esto infravalorar a las mujeres. Muchas, la inmensa mayoría, se han deslomado para ayudar a sacar a sus familias adelante, muchas han parido bajo un olivo porque rompieron aguas recogiendo aceitunas, muchas se han partido la espalda lavando ropa a mano, muchas se han dejado los ojos cosiendo, muchas han acudido a los frentes de batalla a curar y cuidar los heridos en combate, etc. etc. etc. Más aún, muchas han dado ejemplo de una capacidad intelectual fuera de lo común, y nadie podrá negarles sus méritos.

Lo que sí pretendo con esta monserga es, simplemente, manifestar a las arpías de la foto de cabecera que se dejen de demagogia barata, de lavar el cerebro a las crías para que nos vean como el enemigo a batir, y que dejen de una puta vez de meterse en la vida de la gente, y que cada cual trabaje en lo que quiera, sepa o pueda. El intrusismo del estado en la vida de la ciudadanía es ya una distopía pavorosa, y lo peor es que hay imbéciles e imbécilas dispuestos a aplaudir sus iniciativas. Pero, por mucho que se empeñen, la biología es la que es, y la evolución se ha encargado de hacer al hombre más fuerte, más decidido y el protector de la familia, esa que estas gárgolas se empeñan en destruir como sea. Y a la mujer la ha destinado a crear la vida, a cuidar de sus crías y del hogar, independientemente de que hoy día hagan falta dos sueldos para salir adelante. Pero eso no cambia los dictados de la Naturaleza por mucho que se empeñen en lo contrario.

Hombres y mujeres somos complementarios, no enemigos. Basta ya de sembrar el odio al hombre. 

Hale, he dicho

Se desgañitan exigiendo sus derechos, los cuales tienen reconocidos por ley desde hace décadas. Por lo tanto, ¿qué carajo quieren? PRIVILEGIOS. Y a todo esto, ¿por qué no se solidarizan nunca con sus congéneres de los países musulmanes, dónde se las deja morir porque no toleran que un médico las reconozca, dónde casan crías impúberes con tíos de 40 tacos, dónde lapidan a las que son violadas y, en resumen, se aplica a rajatabla la sharía? Son la personificación de la más nauseabunda HIPOCRESÍA




jueves, 28 de septiembre de 2023

EL PIQUITO

 


Lo que vemos en las fotos no son piquitos, sino morreos clase A-Extra Superior. Son imágenes icónicas que han sido tomadas como símbolo de la pasión que los primates suelen sentir por sus semejantes del sexo opuesto (hoy día habría que preguntarse cómo se autoperciben ambas partes), y han sido reproducidas hasta la extenuación. La de la izquierda, obra de Robert Doisneau, fue tomada en la plaza del ayuntamiento de París en 1950, y nos muestra el avenate amoroso de Françoise Bornet y Jacques Carteaud, dos estudiantes de arte dramático que, por lo que sé, no culminaron su relación sentimental y, posteriormente, cada uno tomó un camino distinto. La de la derecha es una muestra de repentino ardor anónimo y que es un ejemplo preclaro de la irrefrenable tendencia de los homínidos a dar muestras de afecto cuando se está muy contentito aunque sea con gente desconocida. En este caso, la foto la tomó Alfred Eisenstaedt en Times Square cuando se conoció el final de la 2ª Guerra Mundial. En la imagen vemos cómo George Mendonsa, un marinero que, al parecer, se había tomado unos chupitos para celebrar la victoria, trinca por la cintura a una enfermera llamada Greta Zimmer Friedman y, sin pedirle su consentimiento, la morrea denodadamente. Y encima, para más escarnio y vilipendio, en mitad de una calle atiborrada de primates que han salido a celebrar la derrota sobre los honolables guelelos del mikado. Está de más decir que nadie afeó al marinero su impetuosidad, y que la Greta se lo tomó como lo que era, una simple muestra de júbilo a la que correspondió adecuadamente. De hecho, en la serie de fotos (fueron varias, pero la que se hizo famosa fue esa) se ve como la enfermera agarra al George por el cogote para achucharlo aún más.

Hasta hace pocos años, cualquiera que contemplase esas fotos sentiría un leve pellizco en el estómago, emitiría un suspiro profundo y murmuraría con voz trémula por la emoción:

-¡Osú, qué gonito é el'amó...!

Solo una cuidada y enjundiosa campaña de ingeniería social puede
conseguir que hasta las adolescentes hayan desarrollado un odio
acérrimo contra los hombres sin que, en realidad, ninguna sea capaz
de dar más explicaciones al respecto que las consignas con las que
les han lavado el cerebro hasta el paroxismo

Sin embargo, hoy día, una horda de hienas misándricas que han hecho del odio al hombre su razón de ser, pondrían a caldo al Jacques y al George, clamarían por el evidente abuso sexual que están perpetrando, y exigirían que ambos dos fueran procesados por violadores, especialmente el George, que no pidió permiso a la Greta para estamparle el morro en la jeta. La prensa se olvidaría de los precios exorbitantes del aceite de oliva, que vale más caro en España que en Irlanda, donde no tienen ni puñetera idea de cómo es un olivo, del encarecimiento de los malvados combustibles fósiles para obligarte a comprar un coche eléctrico que no puedes pagar, de las corruptelas y la insaciable voracidad de los políticos, de los pozos sin fondo que son los chiringuitos de los que viven una legión de parásitos que no han dado un palo al agua en su vida, de que un delincuente prófugo en búsqueda y captura vaya a ser amnistiado para que el psicópata amoral, narcisista y sin escrúpulos que ha perdido las elecciones pueda seguir luciendo sus trajes a medida y paseándose en avión hasta para sacar a mear al chucho y, en fin, los miles de problemas que aquejan a la sociedad. Lo importante, lo que de verdad quita el sueño a los primates hispanos, no es la preocupante situación económica y política de la nación, sino que un fulano calvo haya dado un piquito de 0'4 segundos de duración a una ciudadana que da patadas a una pelota.

Obviamente, aunque el título de este articulillo pueda hacer pensar que está dedicado al escandaloso, alevoso y asqueroso abuso sexual llevado a cabo por el calvo ante mogollón de gente, lo del piquito ya está muy trillado como para dar más palique sobre el tema, y más si consideramos que llevan semanas hablando de lo mismo. Lo cierto es que, en lo que a mí respecta, el calvo me da una higa, la ciudadana picoteada que patea balones, dos higas; el balompié en general, tres higas, y el balompié femenino miles de higas. De hecho, ni siquiera sabía que existen campeonatos mundiales para ciudadanas balompédicas hasta que leí en la prensa que al calvo iban a mandarlo a galeras por el piquito que, sin duda, no olvidará en su vida. El motivo que me mueve a salir de mi letargo bloguero va por otro lado si bien lo del piquito ha sido, digamos, el detonante. Veamos...

Una sesión del polémico Foro Económico Mundial, donde ya no
saben qué carajo inventar para jodernos la existencia
Nuestra sociedad, en pleno proceso de putrefacción, ha llegado a un nivel de absurdo, a una distopía tan horripilante que, francamente, películas como "1984", "Un mundo feliz", "Soylent Green" o incluso "Demolition Man" ya no se nos antojan tan disparatadas, y podemos ver no sin grande angustia que las cosas más surrealistas pueden pasar y, de hecho, están pasando. Lo que vemos a diario es una prueba palmaria: fobias a todo, odio y bilis por arrobas, hay que medir cada palabra, hay que calcular cada gesto y hay que cuidar cada mirada porque siempre puede haber un ofendidito que saltará como un tigre para hacernos saber que somos unos loqueseafóbicos que no merecemos ni el aire que respiramos. Y, para rematar la cosa, la escoria de parásitos que se dedican al indigno oficio de la política solo viven obsesionados con sus infinitos complejos, con la jodida "agenda veinte treinta" de los cojones y con satisfacer las interminables exigencias de las minorías a costa de hacer la vida imposible a la mayoría, que poco a poco nos vemos relegados a la simple condición de esclavos exprimidos y controlados hasta cuando van a mear, a echar el polvete del sábado o a soportar al cuñado que se bebe media bodega en un rato.

El gesto de las dos arpías es de premio
Pero, de todas las aberraciones que nos están tocando conocer en estos tiempos tenebrosos, la que más me intriga es el pertinaz empeño por propagar a ultranza el odio más implacable hacia los hombres heterosexuales, uséase, los tíos normales y corrientes de toda la vida. El acoso al que nos vemos sometidos es cruel y riguroso, las leyes que se emiten no son para igualar derechos, sino para privilegiar a las mujeres, dándoles ventajas y facilidades para optar a cualquier puesto de trabajo menos asfaltar carreteras, picar piedra y cargar sacos de cemento. Se ha eliminado la presunción de inocencia del hombre, se ha invertido la carga de la prueba, la palabra de una mujer equivale a la de cien testigos de cargo, y la del hombre equivale a una mierda pinchada en un palo. Cualquier mujer puede arruinar la vida a un hombre mintiendo alevosamente sin que nadie ponga en entredicho sus declaraciones por absurdas que sean, y eso podemos verlo tooooooodos los días. No dudan en acusar a sus maromos/novios/follamigos de violarlas, maltratarlas, humillarlas o intentar matarlas y enviarlos al trullo sin más. No dudan en acusarlos de perpetrar abusos sexuales incluso contra sus propios hijos y, en fin, mil y una atrocidades que la enferma de odio de la menestra de Igual Da y su voceras, dos misándricas patológicas sin oficio ni beneficio que ganan un pastizal a costa de idear una maldad tras otra, se encargan de apoyar. Me pregunto los motivos por los que la menestra y su morsita aborrecerán tanto a los hombres, y las respuestas me las callo no sea que me chapen el blog por decir verdades indecibles. Un ejemplo: en la secuencia de fotos de la derecha podemos ver como un probo ciudadano, acusado de aporrear la puerta de su ex y de insultarla dando berridos, muestra ante el juez una grabadora donde quedó constancia de que ni hubo aporreos ni insultos. Solo se oye al hombre preguntando por el estado de salud de su hijo, el cual la arpía que lo parió se negaba a permitir que lo viera su padre. En la tercera foto vemos a la gárgola junto a una comadre haciendo un gesto de "la he cagado a base de bien" ya que, previamente, había declarado que el ex-marido era un ogro. Si no hubiera grabado nada, ese pobre hombre habría acabado entre rejas porque la palabra de la hiena vale más que la suya. ¿Es justo?

La víctima del piquito que, con sus comadres balompédicas, pasó
unos días de asueto en Ibiza a bordo de un yate pagado por todos
los españoles. En ese momento aún no se había replanteado cambiar
su opinión acerca del ínfimo ósculo propinado por el calvo
Bien, ya sabemos que las leyes dictadas por la progresía autocrática y ofendidita nos veda incluso mirar a una mujer porque, si esta interpreta la mirada como lasciva, puede denunciarnos. Por cierto, ¿cómo se calcula el nivel de lascivia de una mirada? ¿Con un "lujuriómetro" o algo así? Sea como fuere, es un hecho que muchos de los hombres que actualmente están en edad de buscar pareja y formar una familia se lo piensan dos veces, y bastantes incluso renuncian a ello. ¿Por qué? Simple: tienen miedo. Miedo a que les arruinen la vida, a que les jodan el trabajo porque basta una simple denuncia, que no condena en firme, para que los pongan de patitas en la calle; miedo a verse estigmatizados, a que los "amigos" le vuelvan la cara, a crear una familia que luego puede deshacerse y tener que ver como sus hijos son usados contra ellos. Y, en vista del famoso piquito, ahora resulta que la fulana de turno hasta puede retirar su consentimiento con efectos retroactivos, es decir, que donde dije digo, digo Diego. Basta con declarar que fue seducida con malas artes o, simplemente, que se lo pensó mejor porque el tipo no la satisfizo o pegó un gatillazo.

Y la cosa es que, insisto, esta persecución sólo es sufrida por los hombres heterosexuales. Sin embargo, no creo que haya alguien haya visto u oído escandalizarse a la menestra, su morsita palmera o la guacamayo poner el grito en el cielo ante una sesión de morreo lésbico como el que podemos contemplar en la foto. Son mujeres, ergo debemos desechar de inmediato todo atisbo de duda. Son seres de luz que expresan libremente su amor, y bastante han sufrido durante siglos para poder hacerlo sin que los machistas heteropatriarcas opresores las fustiguen por ello. Ninguna acabará pasando la noche en el calabozo por una denuncia por abuso sexual o violación. Ellas están libre del terrible pecado original: ser varones heterosexuales.

Lo mismo digo de estos dos probos homosexuales que, apaciblemente, se picotean a su sabor. Sí, son hombres, pero su apetencia por otros hombres los libera de toda culpa. A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que uno de ellos está abusando sexualmente del otro, aunque quizás le haya echado alguna porquería en el cubata para alelarlo y que se deje meter mano. No, no, nada de eso. Esas maldades solo las perpetran los hombres heterosexuales que, ávidos de carne, rebosantes de lujuria y obsesionados con el fornicio, recurren a todo tipo de artimañas para alcanzar su única meta en esta vida: mojar el churro.

Pero, a pesar de todo, los homínidos siguen empeñados en besuquearse como muestra de alegría, afecto o pasión arrebatadora. La inmensa mayoría de la población planetaria, salvo yo y unos cuantos misántropos contumaces más, aprovecha cualquier motivo para abrazarse y besarse. Es algo incrustado en nuestro acervo, de la misma forma que los macacos se despiojan entre ellos. Vean la foto de la derecha. Tiene pinta de ser una Nochevieja, en la cual la gente se arrechucha con todo el mundo. Siempre ha sido así, y nadie ha rechazado un abrazo o un beso de un/a desconocido/a. Ahora habrá que plantearse otra forma de actuar porque te la estás jugando. Cualquiera de esas dos ciudadanas, de las que nadie dudaría que se morrean gustosamente y por su voluntad, puede presentar una denuncia al día siguiente y se queda tan pancha, y el juez no objetará nada. Dirán que los fulanos esos les pincharon algo, o que las forzaron o que las hipnotizaron telepáticamente. Da lo mismo el motivo. La cosa es que les joderán la existencia y maldecirán la hora en que decidieron no quedarse en casita tomando las uvas con papá, mamá y el abuelo.

En fin, criaturas, así está el patio. Y lo peor es que esto no ha hecho más que empezar, y cualquier aberración, por absurda y surrealista que les parezca, puede ocurrir en vista del pelaje de los degenerados que rigen los destinos de la nación. ¿Ven esa conocida foto, no? Ya hablamos de ella en su día. Unos SA humillan públicamente a Adele Edelmann- muy aria ella- y a Oskar Dankner- con ocho apellidos judíos-, por haber tenido la osadía de refocilarse. Hoy día no hace falta ponerte un cartel en la calle, donde apenas te verán unas decenas de viandantes. Basta con publicarlo en las redes sociales y, en menos que un cuñado pela una cigala, medio planeta sabrá que eres un abominable violador, maltratador, pederasta, machista o lo que se le ocurra a la arpía de turno. Y si creen que la cosa no puede empeorar, piensen que lo mismo creerían Adele y Oskar unos meses antes de que el ciudadano Adolf se hiciese el amo del cotarro. Sirva de aviso.

Hale, he dicho

¿Qué futuro espera a esta generación cuando un simple beso ya es un delito? Acojona pensarlo