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Ejecución mediante ahorcamiento en poste de Ferenc Szálasi el 12 de marzo de1946 en la cárcel de Budapest. Este pájaro, líder del partido Cruz Flechada y mandamás títere de los nazis en Hungría, fue apiolado junto a Gabor Vajna, Károly Beregfy y József Gera. Muestran el pecho desnudo tras haber sido auscultados por el médico para comprobar que habían pasado definitivamente a la historia |
Una gente que se lo pasa divinamente bailando valses y jaleando con una sonrisa de oreja a oreja la Marcha Radetzky tooooooodos los primeros de año como si fueran parvularios contentitos, no pueden estar a favor de la pena de muerte. Y la cosa viene de tiempo atrás, cuando Viena se rendía ante el genio de Mozart y las óperas de Salieri. Ya por aquel entonces y, a pesar de que no era oro todo lo que relucía, eso de ejecutar malvados criminales no estaba bien visto. Ciertamente, las condiciones para aplicar el castigo supremo estaban bastante bien definidas, pero la tónica habitual era conmutar la pena por largas temporadas en la trena salvo para casos en los que el delito fuera especialmente horripilante. Ya en 1781, el emperador José II dictó una norma por la que todas las sentencias de muerte debían pasar por sus manos, y no se podrían aplicar sin su firma. Apenas seis años más tarde, la pena capital fue abolida... de momento. Hasta aquel entonces tampoco se puede decir que el método de ejecución estuviera minuciosamente detallado en las leyes en vigor. No había verdugos oficiales, por lo que la ejecución la llevaba a cabo cualquier ciudadano, bien porque se ofrecía para ello, bien por servir en la casa del noble en cuyos dominios se había perpetrado el crimen y le tocaba pasar el mal trago o incluso por policías. En resumen, la cosa ejecutoria no la tenían especialmente atendida, como sí ocurría en otros países.
Abramos un paréntesis para detallar de forma somera cómo estaba el tema judicial en aquella época. Ante todo, lo más significativo es que, como hemos dicho, no había un método de ejecución reglamentado. Como en muchos países de la época, la forma de acabar con el reo quedaba al arbitrio del juez, que obviamente solía aplicar la pena más cafre o más compasiva según el delito cometido. Así, las opciones eran por lo general el enrodado, la decapitación o la horca. Dichas ejecuciones no se efectuaban en el interior de las ciudades, sino a extramuros y en un lugar elevado- una loma o colina cercana- donde poder dejar al reo colgando para servir de pasto a la volatería carroñera de la comarca y, por supuesto, como escarmiento, que la letra con sangre entra. En otros casos se limitaban a enterrar al difunto allí mismo. Debido a su ubicación, los emplazamientos para las ejecuciones recibían el nombre de Galgenberg, que literalmente significa "monte de la horca", siendo usado el término horca en este caso como sinónimo de patíbulo, o sea, el lugar donde se aliñaba al personal indeseable para la sociedad. En la xilografía de la derecha podemos ver una representación de estos lugares de ejecución hacia el siglo XVI si bien la costumbre perduró bastante tiempo. Como se puede apreciar, en primer término aparece la horca, y detrás una rueda sobre un poste, que era como se exponían tras aplicar la sentencia a los desdichados que habían sufrido tan tremendo castigo. La horca, como vemos, es de suspensión, aún hoy día vigente en países donde los piadosos clérigos mahometanos y demás seres de luz aplican de forma implacable sus leyes medievales. En este caso, el reo era subido por la escalera, donde lo esperaba el verdugo. Tras colocarle el dogal en el cuello se limitaba a empujarlo y ahí te pudras. Luego hablaremos de los efectos del ahorcamiento. Cerramos paréntesis.
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"Catálogo" de instrumentos de suplicio y muerte que se podían ver en un Galgenberg. Entre ellos vemos la picota |
Bien, como decíamos, José II mandó al baúl de los recuerdos la pena capital, pero no se tardó mucho en tener que reinstaurarla porque, al cabo, el miedo al castigo es lo que tiene a raya a los malvados. Los disturbios que se desencadenaron tras la muerte del emperador y la entronización de su hermano y sucesor, Leopoldo, obligó a implantarla nuevamente para castigar los delitos de traición, si bien poco después se amplió a otros crímenes ordinarios. Leopoldo no duró mucho en este mundo, siendo sucedido por su hijo Francisco- segundo de su nombre- en 1792. Este hombre consideró que lo más sensato era mantener la pena capital. Al cabo, siempre convenía tener una herramienta persuasiva para meter las cabras en el corral a los criminales más criminales de todos los criminales. No obstante, los delitos susceptibles de ser castigados con la muerte quedaron relegados a los más execrables y perversos. Por aquella época ya debía practicarse el ahorcamiento en el poste, si bien no hay constancia de cuándo hizo su aparición. Por aportar una teoría de cosecha propia, pudo tener su origen mucho antes en la Pranger (picota) o Gack, donde se aplicaban los castigos físicos y, llegado el caso, se podría colgar a algún reo de uno de sus ganchos. En este caso, se le daba el nombre de schnellgalgen (horca rápida), y ciertamente no debían tardar mucho en poner un dogal en el pescuezo y dejar al reo colgando como una longaniza.
Sea como fuere, la cosa es que en 1870 se estableció el ahorcamiento como forma de pena capital, eliminando los refinados y cruentos métodos que aún perduraban incluyendo la rueda y dejando la decapitación para sus primos tedescos. Así mismo, se designaron cinco prisiones donde llevar a cabo las ejecuciones, que serían efectuadas por verdugos profesionales que cobraban 800 florines anuales más una prima de 25 por trabajo cumplido. Dichos verdugos estarían destinados a las cárceles de Viena, Praga, Budapest, Osijek y Graz. Tras la Gran Guerra, la pena capital fue nuevamente abolida para ser reinstaurada una vez más por el canciller Engelbert Dollfuss el 11 de noviembre de 1933. El primer reo no tardó mucho en ser ejecutado, concretamente el 1 de enero del siguiente año. Se trataba de un tal Peter Strauss, condenado por incendiario y finiquitado por el nuevo verdugo, Johann Lang, sobrino de Josef y seguidor de la saga verduguil de la familia.
El instrumento original era un chisme más básico que la sesera de un político, y con los mismos mecanismos que un chupete. Consistía en un poste de alrededor de 2'20-2'50 metros de alto por unos 30 cm. de ancho y unos 15 de grosor en cuyo extremo había un gancho o un pivote donde enganchar la cuerda y nada más. El reo era colocado dando la espalda al poste y se le subía en un taburete o una pequeña plataforma. A continuación, el verdugo se encaramaba en una escalera de mano o un estrado de dos o tres escalones y se colocaba tras el poste. Colocaba el dogal en el cuello del reo y enganchaba el extremo opuesto en el poste. A su señal, sus ayudantes aupaban al reo y quitaban el taburete, para a continuación soltarlo. La caída era de apenas 15 o 20 cm. Generalmente, su propio peso era suficiente para cerrar el dogal y cortar en seco el riego sanguíneo al cerebro, como ya hemos explicado en otra entrada. Para ello, se usaban cuerdas de escaso diámetro fabricadas de cáñamo hervido, un material muy poco o nada flexible para impedir que amortiguase la caída. Algunos verdugos, como Josef Lang, el titular de la plaza de Viena entre 1900 y 1918, engrasaban y enjabonaban la cuerda para que corriera sin trabas por el nudo y se cerrase contra el cuello rápidamente. Más adelante, y para acelerar la muerte del reo, los ayudantes tiraban de él hacia abajo agarrándolo por los hombros o bien tirando de una soga que, previamente, le había sido anudada a los tobillos y pasada por un perno que vemos en la parte inferior del poste.
Todo esto provocaba la consabida anoxia cerebral que dejaba al reo inconsciente casi al instante, sobreviniendo la muerte al cabo de cuatro o cinco minutos, cuando el cerebro muere definitivamente por falta de oxígeno. Durante ese tiempo el sujeto no se daba cuenta de nada (se supone, porque ninguno volvió para contarlo), y los escasos movimientos que hacía eran espasmos involuntarios. En contadas ocasiones, la constitución física del reo podría alargar un poco más el proceso. Un hombre enjuto y de poca masa corporal podría no quedar inconsciente de momento, así que le tocaba pasar un muy mal rato mientras que las vías respiratorias y los vasos sanguíneos se iban bloqueando. Con todo, según los testimonios de la época, en el peor de los casos no solían tardar más de un minuto en perder el conocimiento. Eso sí, el minuto sería eterno. Una vez que el verdugo constataba que el reo ya había palmado lo indicaba al médico, que era el encargado de certificar oficialmente el deceso. En la foto superior podemos ver el resultado de una ejecución en poste, llevada a cabo en la persona de Fabio Filzi en julio de 1916 a manos de Lang. No debe extrañarnos la presencia de tanto militar ya que la horca se incluyó en el repertorio ejecutor del ejército junto al fusilamiento. Además, Filzi, junto a Cesare Battisti fueron condenados por alta traición por haberse alistado en el ejército italiano cuando, en aquel momento, por su lugar de nacimiento eran austriacos.
En todo caso, el verdugo podía acelerar la muerte del reo rompiéndole el cuello a mano. En la foto vemos dos secuencias de la ejecución de Ferenc Szálasi que nos muestran el momento en que los ayudantes lo aúpan mientras que el verdugo asegura el dogal al poste. Tras soltarlo una vez retirada la plataforma, el verdugo agarra la cabeza de Szálasi para finiquitarlo con prontitud. Por cierto que, como se puede ver, estos probos homicidas no seguían la moda tedesca a base de chisteras y levitas. Van vestidos con ropa de calle corriente y moliente, y nada en su aspecto podía hacer suponer cuál era su siniestro oficio. Finalmente, tras quedar claro que el reo había muerto le sería descubierto el pecho para que el médico lo corroborase. Fin de la historia.
Por lo demás, cuando había que efectuar varias ejecuciones no se usaba el mismo poste para todas, sino que se plantaban tantos como reos. Como vemos en la foto, perteneciente a los preparativos del ajusticiamiento que vemos en la imagen de cabecera, se erigieron cuatro postes para otros tantos reos, los cuales no eran ejecutados de forma simultánea, sino uno tras otro. Tras la desaparición del imperio austro-húngaro, los nuevos países surgidos de su antiguo territorio o área de influencia siguieron usando el poste, pero con variaciones en el proceso de la ejecución. En Serbia, por ejemplo, los reos que esperaban su turno no podían presenciar el ahorcamiento del que les precedía, mientras que en Hungría tenían que contemplar como sus compañeros de suplicio palmaban uno tras otro. Tras certificarse la muerte se les cubría el rostro con una capucha y se les dejaba una hora colgando para evitar resurrecciones inesperadas.
Posteriormente se hicieron diversas modificaciones en el poste para hacerlo más eficaz a la hora de acabar con el reo con la máxima prontitud. Como vemos en la ilustración, el gancho pasó al frontal del poste, mientras que en la parte superior se instaló una polea. Otra similar iba situada en el extremo inferior, embutida en una mortaja practicada en el poste, que también vio aumentada su altura hasta los 3 metros. La posición del verdugo también cambió de lugar, pasando de atrás al lado derecho, hacia donde se había desplazado el gancho. En este modelo, la preparación del reo era un poco más larga, pero sus efectos eran fulminantes y de eso hay testimonios cinematográficos obtenidos de las ejecuciones de diversos mandamases nazis a los que ajustaron las cuentas tras la derrota. El proceso era como sigue: el reo era colocado de espaldas al poste, momento en que se le ataban los tobillos con una soga que era pasada hacia atrás por la polea inferior. A continuación se le ceñía al pecho un ancho cinturón de cuero o lona abrochado con una hebilla situada bajo la axila izquierda; el cinturón estaba a su vez unido a otra soga que se pasaba por la polea superior. Una vez preparado, los ayudantes lo izaban. Veamos la secuencia completa con el temible SS-Obergruppenführer Karl Hermann Frank como protagonista, al que los checos enviaron al puñetero infierno a hacer compañía a su predecesor, el aún más temible Reinhard Heydrich. La ejecución tuvo lugar el 22 de mayo de 1946 en la prisión de Pankrác, donde tantos checos habían padecido la tiranía nazi...
Foto 1: Uno de los ayudantes del verdugo ata los tobillos de Frank y pasa la cuerda hacia atrás.Foto 2: A continuación se le ciñe el cinturón al pecho, y la cuerda se pasa por la polea superior. Los ayudantes tiran de ella y suben al reo hasta el extremo del poste.
Foto 3: El verdugo, en este caso un policía, pasa el dogal por el cuello del reo y sujeta el extremo al gancho. Como vemos, lleva puestos unos guantes blancos.
Foto 4: Llega el momento decisivo. El verdugo empuja hacia arriba la cabeza de Frank y, en ese instante, sus ayudantes sueltan la soga. El reo cae bruscamente, descendiendo alrededor de medio metro. En la filmación se aprecia claramente el frenazo en seco. Los ayudantes agarran la soga inferior y tiran con fuerza para acelerar la dislocación de las vértebras y la asfixia.
Foto 5: El verdugo no deja de empujar la cabeza hacia arriba. Aunque parezca que, en realidad, le está tapando la boca y la nariz para impedirle respirar, esta maniobra tiene otro cometido: favorecer el dislocamiento de las cervicales. De hecho, en un momento se ve como mueve la cabeza a ambos lados. Frank levanta un poco el brazo izquierdo, pero el tiempo transcurrido desde la caída hasta la inmovilidad absoluta apenas dura 10 segundos, y en ningún momento se aprecian gestos de dolor o espasmos en el reo. La pérdida de conocimiento ha sido prácticamente instantánea.
Foto 6: Frank ha palmado sin decir ni pío. El verdugo suelta el cinturón y lo deja colgando de la soga. Foto 7: Vemos como los ayudantes (uno de ellos permanece oculto tras el poste) siguen tirando con fuerza de la soga inferior. El verdugo se quita los guantes, que a continuación arrojará delante del poste.
Foto 8: Por último, el médico comprueba que el reo está más muerto que Carracuca. Primero le ausculta el pecho, y luego le toma el pulso. Frank ha palmado definitivamente,
Foto 9: En esta foto vemos la conclusión del ahorcamiento de otro nazi de postín, el SS-Obergruppenführer Kurt Daluege, liquidado también en Pankrác el 24 de octubre de 1946. El fotograma muestra el momento en que el verdugo arroja los guantes al suelo con cierto aire de desprecio. Los ayudantes siguen tirando de la soga inferior, por si las moscas.
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Ejecución de László Endre en Budapest el 29 de marzo de 1946. La foto muestra como el verdugo disloca el cuello del reo mientras que sus ayudantes tiran con fuerza de la soga. La flecha marca el perno donde estaba situada |
En fin, así funcionaba el poste austriaco. Tras los ajustes de cuentas con los malvados nazis y sus lacayos de Hungría, Checoslovaquia, etc., este método fue recuperado una vez que terminaron los procesos llevados a cabo por los aliados. En Austria, el último reo en pasar por el poste fue Johann Trnka, ajusticiado el 24 de marzo de 1950 en Viena por haberse cargado a dos abuelitas candorosas a las que quería robar. La pena de muerte en Austria fue abolida en febrero de 1968. En Yugoslavia, se siguió empleando junto al fusilamiento hasta 1959. En Checoslovaquia perduró hasta 1954, cuando fue sustituido por una horca más convencional formada por un travesaño entre dos postes. El reo era colocado sobre una trampilla que era accionada desde una habitación contigua a la cámara de ejecución. Donde más tiempo estuvo operativo el poste fue en Hungría. La última ejecución con este método se efectuó el 14 de julio de 1988 en la persona de Ernő Vadász, un mal bicho condenado a muerte por torturar y asesinar a un hombre. También fue el último reo ejecutado en ese país, donde fue abolida la pena capital dos años más tarde.
Y, finalmente, la cuestión acerca de cómo muere un reo por ahorcamiento. Como es evidente, los estudios realizados se basan en hipótesis que, salvo que se invente como resucitar a los difuntos, no podrán ser corroboradas de forma fehaciente. Con todo, las autopsias realizadas en los cadáveres, así como la observación del proceso hasta comprobar la muerte del sujeto, permiten al menos establecer una base bastante sólida para hacernos una idea.
Ante todo, nos ceñiremos al ahorcamiento en suspensión. Los de caída media o larga seguido por los anglosajones no entran en esta cuestión ya que, en esos casos, salvo que ocurra algo raro el deceso se produce por dislocación de las cervicales y rotura de la médula espinal. En el caso que nos ocupa, a pesar de que la caída es mínima o casi nula, el dogal se cierra como un cepo sobre el cuello debido al mismo peso del reo. Se ha calculado que basta una fracción de segundo (algo tan mínimo como 0'02") para que la cuerda apriete una cosa mala. Se supone que el reo podría sentir un agudo dolor por el estiramiento de las vértebras, así como por la acumulación de sangre en la cabeza, siempre y cuando no se produzca una rotura de la médula espinal. Sin embargo, ese dolor apenas duraría medio segundo antes de que el sujeto perdiera el conocimiento. Y ojo, no debemos confundirnos cuando nos dicen que un ahorcado palma en 5 minutos, pensando que durante ese tiempo permanecería totalmente consciente y sufriendo una indescriptible agonía. El cerebro tarda un tiempo en apagarse, como ya se ha explicado. Durante ese tiempo, algunas funciones vitales seguirán funcionando, y el corazón puede seguir latiendo, pero el proceso es imparable y el reo ni siente ni padece porque su sistema nervioso se ha ido al garete. De hecho, ahí tienen al ciudadano Frank en la mesa de autopsias. Observen su rostro amoratado por la acumulación de sangre venosa en la cabeza. No muestra signos de dolor, sino más bien de un sueño placentero. La profunda marca del dogal nos demuestra que la presión que ejerció sobre el cuello bastó para apiolarlo de inmediato, a lo que colaboró el verdugo dislocándole las vértebras. Resumiendo, la horca es bastante más eficaz y rápida que métodos más modernos como la cámara de gas, la silla eléctrica y, por supuesto, la controvertida inyección que ha dado ya mucho que hablar por el sufrimiento que produce, aparte del interminable proceso de preparación del reo desde que entra en la cámara de ejecución hasta que le inyectan las porquerías esas. Nada que ver con los escasos segundos que Pierrepoint tardaba en colgar a un condenado, o los que se tomaba Reichhart para descabezar a un cuñado enemigo del estado.
Bueno, ya me he enrollado bastante. S'acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
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"Mártires de Arad", obra de Thorma János. La escena representa el ahorcamiento del primero de los nueve oficiales del ejército austriaco que fueron condenados por traición y ejecutados el 6 de octubre de 1849. Otros cuatro habían sido fusilados poco rato antes. Como vemos, cada poste espera a su usuario, los cuales aguardan su turno junto a los curas un poco bastante acojonados |
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