Cartucho Burnside de calibre .54. En el detalle vemos la bala, provista de dos bandas de engrase |
Así pues, hubo una verdadera tromba de ideas más o menos extravagantes que, en su inmensa mayoría, no pasaron del mero proyecto. Otras se quedaron en curiosos prototipos que hoy son piezas de museo, unas cuantas llegaron a entrar en producción si bien en escaso número y con una vida operativa muy corta, y contadas excepciones fueron las que acabaron imponiéndose a la miríada de sistemas de retrocarga ideados a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX: el de cerrojo en sus múltiples variantes, preferido por los militares debido a su solidez y que por ello les permitía usar cartuchería muy potente; el de palanca, que aunque arrasó entre los yankees no tuvo ni remotamente el mismo éxito en Europa y que estaba un poco limitado de potencia, y el de corredera, que en este sentido corrió la misma suerte que el de palanca. Un caso aparte serían los cierres basculantes que, desde prácticamente el primer momento, fue relegado a las armas de caza, siendo aún hoy día el que corta el bacalao en este sector. El rolling-block, el sharps, el trapdoor, etc. acabaron sucumbiendo en el mismo instante en que, además de sistemas de retrocarga, surgió la demanda de armas de repetición para matar más y mejor a los enemigos.
Pero mientras se aclaraban los conceptos y las ideas del personal, la premura por disponer de armas modernas permitió, no solo incentivar los magines de los inventores, sino también el que muchas de ellas entraran en producción no porque fueran la solución al problema, sino porque, dentro de lo que había, eran las soluciones más viables, al menos para cubrir el expediente. Estas circunstancias se dieron sobre todo cuando los malditos rebeldes esclavistas del sur decidieron tomar camino por su cuenta, lo que sentó como una patada en el bazo a sus compatriotas del norte que dijeron que nones, que de allí no se iba nadie, así que tomaron la decisión de iniciar un intenso debate a tiro limpio para ver quién tenía la razón. Y precisamente a raíz de este conflicto surgió el curioso cartucho que, junto a su carabina, ideó un probo ciudadano llamado Ambrose Everett Burnside, al que, además de inventor, militar y político, le cabe el incuestionable honor de haber dado nombre a esas peculiares patillas que se pusieron tan de moda en aquella época. Sí, ya saben las patillas unidas al bigote manteniendo la barbilla afeitada. Sideburnes, o sea, su apellido al revés, era como motejaban a nuestro hombre sus compañeros de West Point, y tanto éxito tuvo el apodo que acabó dando lugar a un nuevo palabro. Por cierto que en su forma normal, o sea burnsides, también significa patillas a lo bestia. Bueno, en cualquier caso, basta ver la imagen del ciudadano Ambrose para corroborar que, en efecto, sus patillas eran magnificentes.
Mary Richmond Bishop. fautora de su amado y patilludo cónyuge para convertirlo en un auténtico y verdadero cuñado |
La deflagración de la pólvora se llevaba a cabo golpeando un fulminante tipo Maynard, un sistema de empistonado automático basado en una tira de papel enrollada en la que se alineaba una determinada cantidad de fulminantes. Cada vez que se amartillaba el arma, una leva empujaba la cinta, colocando uno delante el martillo. Los que peinen canas abundosas o su densidad capilar esté bajo mínimos quizás recuerden aquellos revólveres de juguete cuyo armazón basculaba y albergaban en su interior un "rollo de mixtos", como decíamos en aquel entonces. Al apretar el gatillo la leva empujaba la tira de papel y situaba un mixto delante del martillo, haciendo un mínimo simulacro de disparo que no asustaba ni a la abuela mientras hacía ganchillo a una velocidad endiablada. Bueno, pues eso era el sistema Maynard, pero con mixtos de mucha más potencia y, por supuesto, colocados con precisión tras cada amartillamiento. No obstante, por problemas de patentes Burnside hizo una adaptación del mismo estrechando la ranura por donde salía la tira de papel de forma que solo podrían usarse los que él fabricaba y no los de Maynard.
Por lo demás, el arma estaba muy bien fabricada, con acabados francamente buenos tanto en el mecanizado de las piezas como en el pavonado y el barnizado de la madera. Estaba provista de un cañón cilíndrico de 24 pulgadas rematado por un punto de mira encastrado en una cola de milano. Las carabinas civiles no disponían de guardamanos, por lo que el apoyo se hacía directamente bajo el cañón. Esto no supone un problema con las armas deportivas ya que la cadencia de tiro es muy baja y no da tiempo a calentarse el cañón, pero en un arma militar sí, por lo que las versiones producidas para el ejército sí disponían de un guardamanos de madera de 9,5 pulgadas sujeto con una anilla de acero. Por otro lado, a la versión militar se le acortó el cañón en 2 pulgadas, permaneciendo el mismo tamaño en las restantes versiones que se produjeron durante su vida operativa. Su peso oscilaba por los 3,2 kilos, y digo oscilaba porque el ejército admitía tolerancias entre las 7 libras y ¼ y las 7 libras y ⅟₈.
Cuestiones técnicas aparte, parece ser que nuestro hombre era especialmente meticuloso, y no ya en lo referente a la manufactura de sus armas, sino que era su forma de ser. Esto quedó patente cuando, tras estallar la guerra civil y volver al ejército con el grado de mayor general para someter a los malvados rebeldes esclavistas sureños, le fue poco menos que impuesto el mando de diversas unidades, al parecer más por su entonces exitosa carabina que por sus cualidades como estratega, llegando a presionarle el mismo Lincoln. Curiosamente, él mismo se negaba a hacerse cargo de semejante responsabilidad porque reconocía su escasa capacidad como estratega, pero al final no le quedó otra que aceptar. Por citar uno de sus sonados fracasos, ¿recuerdan la peli esa de "Cold Mountain", protagonizada en 2004 por Judas Ley y Nicolasa Hombreamable? ¿Recuerdan su espectacular comienzo, cuando una mina a lo bestia detona bajo las líneas confederadas formando un cráter enorme donde al final los unionistas son derrotados? Pues fue cosa del ciudadano Ambrose, que se cubrió de gloria base de bien. La batalla del Cráter la llamaron, y se libró el 30 de julio de 1864. En todo caso, su excesiva meticulosidad le hizo cosechar más derrotas que victorias, y muchas voces se alzaron protestando vehementemente contra el ciudadano Ambrose, que tras la guerra echó el cierre a la fábrica de armas y optó por dedicarse a la política y a ser el primer presidente de la controvertida Asociación Americana del Rifle.
Cuestiones técnicas aparte, parece ser que nuestro hombre era especialmente meticuloso, y no ya en lo referente a la manufactura de sus armas, sino que era su forma de ser. Esto quedó patente cuando, tras estallar la guerra civil y volver al ejército con el grado de mayor general para someter a los malvados rebeldes esclavistas sureños, le fue poco menos que impuesto el mando de diversas unidades, al parecer más por su entonces exitosa carabina que por sus cualidades como estratega, llegando a presionarle el mismo Lincoln. Curiosamente, él mismo se negaba a hacerse cargo de semejante responsabilidad porque reconocía su escasa capacidad como estratega, pero al final no le quedó otra que aceptar. Por citar uno de sus sonados fracasos, ¿recuerdan la peli esa de "Cold Mountain", protagonizada en 2004 por Judas Ley y Nicolasa Hombreamable? ¿Recuerdan su espectacular comienzo, cuando una mina a lo bestia detona bajo las líneas confederadas formando un cráter enorme donde al final los unionistas son derrotados? Pues fue cosa del ciudadano Ambrose, que se cubrió de gloria base de bien. La batalla del Cráter la llamaron, y se libró el 30 de julio de 1864. En todo caso, su excesiva meticulosidad le hizo cosechar más derrotas que victorias, y muchas voces se alzaron protestando vehementemente contra el ciudadano Ambrose, que tras la guerra echó el cierre a la fábrica de armas y optó por dedicarse a la política y a ser el primer presidente de la controvertida Asociación Americana del Rifle.
Obsérvese el impecable acabado y el ajuste entre las piezas. Nadie diría que se trata de un arma de guerra fabricada además en plena guerra |
El precio de las armas difirió enormemente de un contrato a otro. No se sabe exactamente por qué motivo, pero la cuestión es que osciló entre los 35,75 $ de un pedido de 7.000 unidades realizado el 19 de junio de 1862 (fue el precio más alto que alcanzaron salvo dos del año anterior que debían incluir bayoneta y que no se llegaron a suministrar) y del que por cierto solo se llegaron a servir 520 solo cinco días después, lo que indica que ya estaban fabricadas, a los solo 19$ de otro pedido de 3.000 unidades cursado el 6 de julio de 1864. Por norma, en el precio iban incluidos una serie de accesorios, a saber: un cordón de limpieza con su baqueta, una feminela, un escobillón cónico para limpiar la recámara, un destornillador y una llave por arma. Aparte debían adjuntarse un tornillo para muelles y una turquesa por cada diez carabinas. El tornillo era un accesorio imprescindible para desmontar y montar los potentes muelles reales de estas armas, ya que hacerlo con unos alicates o unas tenazas no solo era increíblemente trabajoso, sino que además podía a uno saltarle el muelle a la jeta y darle un disgusto (doy fe, mucha fe).
Bien, con todo esta relación imagino que ya estarán vuecedes en situación, así que vamos al grano...
Paquete de 10 cartuchos de munición que, además, contiene una docena de pistones por si con los nervios de la batalla se le perdía alguno. |
El sistema de cierre ideado por Burnside consistía en un bloque basculante que, al descender y girar hasta situarse en posición casi perpendicular al arma, dejaba libre la recámara, pero por su parte delantera. Entonces se introducía el cartucho "al revés", es decir, por el culote, quedando la bala fuera del alojamiento. Al accionar la palanca el bloque volvía a su posición original, siendo introducido el proyectil en la boca del ánima. Finalmente se cebaba colocando un pistón en la chimenea y se abría fuego. En el gráfico tenemos una vista en sección del arma y el cartucho para entender mejor este sistema. En la figura superior vemos la carabina ya cargada. Al producirse el disparo, la presión dilataba la boca de la vaina que hemos marcado de rojo, obturando totalmente el ánima y aprovechando hasta la última atmósfera de presión para impulsar una bala de calibre .54 que hacía algo más que cosquillas al que alcanzasen con ella.
¿Que por qué hacer la vaina cónica y no cilíndrica? Eso debió guardárselo el ciudadano Ambrose, pero no aparece en ninguna parte, pero colijo que la intención era facilitar la recarga. Un culote de un diámetro sensiblemente inferior al de la recámara permitía literalmente "dejar caer" el cartucho en su interior, operación esta que agradecerían bastante sus usuarios, jinetes que en muchas ocasiones tendrían que manejar el arma cabalgando en sus briosos pencos. En la foto de la derecha vemos el aspecto de la recámara abierta con un cartucho ya introducido. En el costado izquierdo del arma se ve la típica argolla corrediza usada en las tercerolas de caballería para engancharla en el fiador de la bandolera que usaban los jinetes para tal fin.
Pero, como contrapartida a este sistema en apariencia tan cómodo, a nuestro hombre no se le ocurrió colocar un pistón en el culote de su curiosa vaina. Aquí no habría problemas de patentes ya que muchos otros cartuchos usaban ese método, por lo que también nos quedamos in albis al respecto. Así pues, la toma de fuego la llevaba a cabo un pistón convencional de avancarga que, de paso, actuaba como tapón para que tampoco hubiera fuga de gases por la chimenea. En la foto podemos ver el aspecto del culote con su orificio de toma de fuego, de un diámetro que impedía que los granos se pólvora salieran por el mismo sin necesidad de sellarlo.
El generoso anillo de la vaina tenía una finalidad muy concreta: actuar como un tapón e impedir que se introdujera más de la cuenta en el ánima, haciendo de tope para no dificultar su extracción. Una vez bloqueado el cierre, la mitad delantera quedaba alojada en un ensanchamiento situado al final del ánima del cañón (foto A), mientras que la mitad trasera hacía lo propio en un ensanchamiento similar en la recámara (foto B). Si a esto unimos la dilatación de la boca de la vaina, ya vemos que producirse una fuga de gases era tan improbable como encontrar a un político honrado.
Para abrir el cierre bastaba pulsar la palanca situada dentro del guardamonte, la cual liberaba el bloque de la uña que vemos señalada con una flecha. Se tiraba hacia abajo y todo el conjunto descendía mientras giraba hacia atrás, dejando como ya hemos dicho la boca de la recámara mirando hacia arriba, lista para recibir el cartucho. Lo que vemos en el detalle es la única pieza que sujetaba el cierre al cajón de mecanismos. Solo era necesario presionar el pasador que la bloqueaba, girarla y extraerla, liberando así el cierre. Esta pieza se introdujo en el tercer modelo. Si observamos la foto ampliada podremos ver el elevado nivel de calidad del arma, sin señales de mecanizado y con un ajuste impropio de un arma militar de hace más de siglo y medio.
Por citar algunos detalles más sobre el soberbio acabado de esta carabina podemos mencionar que el cajón de mecanismos no estaba pavonado, sino jaspeado, un proceso mucho más laborioso y caro, totalmente impropio de un arma militar. Disponía de un alza tangencial regulada a 100 yardas más una hoja abatible en la misma para 300 y 500 yardas, si bien su alcance máximo conservando una precisión razonable no iba mucho más allá de las 200, que para un arma con un cañón tan corto era una cifra más que aceptable. Pero lo más reseñable es la muesca del alza que hemos marcado en rojo, aunque ese acabado es idéntico en las otras dos. Si observamos la misma, vemos que dicha muesca tiene un abocinamiento, siendo más ancha por detrás que por delante. Esto permite una mejor toma de miras ya que elimina reverberaciones por la temperatura del cañón y disminuye la posibilidad de cometer errores angulares al hacer puntería, y es norma en cualquier alza de cualquier arma de competición moderna, así que no me extraña que dedicando horas de mecanizado a tanta virguería el ciudadano Ambrose no cumpliera los plazos de entrega. Por otro lado, poner estas exquisiteces en manos de paletos yankees se me antoja similar a vestir una mona de seda, pero en fin...
Soldado de caballería de la Unión posando con su carabina Burnside. Al carecer de guardamanos debemos suponer que se trata de un ejemplar anterior al inicio de la contienda |
En fin, s'acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
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