miércoles, 22 de marzo de 2017

Métodos de ejecución medievales: la rueda




Reo enrodado según una miniatura anónima del siglo XIV
Desde los tiempos más remotos, el ser humano ha desplegado toda su creatividad a la hora de idear métodos a cuales más horripilantes para castigar a los que sacaban de una forma u otra los pies del tiesto. Como ya hemos comentado alguna que otra vez, las penas de privación de libertad son un invento relativamente moderno. En la Edad Media los habitual era que los recluidos en una cárcel fuesen prisioneros de guerra, y no como castigo en sí, sino como una forma de custodia preventiva mientras se negociaba el rescate correspondiente. Pero aparte de estos, prácticamente hasta la llegada de la Era Moderna solo se encerraba a determinados personajes políticamente molestos, por lo general de un rango elevado, con la única finalidad de quitarlos de en medio sin convertirlos en mártires. No obstante, estos sujetos no se veían emparedados durante años o incluso de por vida como consecuencia de una sentencia judicial por un determinado delito, sino por cuestiones puramente arbitrarias y por el mandato de monarcas temerosos de verse cesados de sus cargos por obra y gracia de un adversario político ya fuera un noble o incluso un pariente, como le ocurrió al desdichado Don García, que recibió de su padre el rey Fernando I el reino de Galicia y que por ello se pasó toda la vida en un calabozo, primero por orden de su hermano Sancho y, tras el asesinato de este, por su otro hermano Alfonso.


Un reo en el cepo. Pasarse una semana en semejante postura
debía producir unas tortícolis simplemente fastuosas, pero
mejor eso que acabar descuartizado en vida
Así pues, los delincuentes comunes se veían sometidos a un amplio surtido de castigos físicos que iban desde los azotes o el cepo en los casos más leves, la amputación de orejas, narices o manos para los delitos de cierta entidad y, por último, a la pena de muerte aplicada de forma más o menos cruenta en función de la gravedad del delito cometido. En la Edad Media, los robos, el proxenetismo y las violaciones se solían saldar con multas y la correspondiente tanda de latigazos para dejar en los lomos de los infractores el recuerdo indeleble de su iniquidad, o bien con unos cuantos años dándole al remo en las galeras del rey cuando, debido al auge de las marinas de países como España o Francia, se relegó al olvido a los remeros profesionales de antaño, siendo estos sustituidos por una chusma de forzados. Otra posibilidad era, tras ser azotado, verse varios días sujeto a un brete donde, aparte de la incomodidad, el reo era expuesto al escarnio público y, lo que era peor, al sádico regodeo de la chavalería, esos súcubos sacados del abismo y camuflados bajo una capa de inocencia que no paraban de hacerle perrerías al desdichado de turno.

Este era uno de los métodos menos crueles. Un espadazo en
el pescuezo y adiós muy buenas
Pero los crímenes de más gravedad como los asesinatos en cualquiera de sus variantes legales, la traición, la sodomía, el bestialismo o la pederastia eran castigados con la muerte en sus formas más salvajemente refinadas. Porque, no lo olvidemos, en aquellos tiempos eso de la reinserción que tanto se lleva ahora no estaba siquiera contemplado, y los castigos tenían un doble cometido: en primer lugar, como pago al delito. Si alguien mataba con alevosía o llevaba a cabo una traición o cometía un magnicidio era automáticamente repudiado por la sociedad, la cual consideraba que ese sujeto no solo era ya irrecuperable, sino que ni siquiera merecía seguir viviendo por lo que debía ser eliminado, satisfaciendo además el ansia de venganza tanto de los parientes de la víctima como de una sociedad que dormirá más tranquila sabiendo que hay un hideputa menos suelto por el mundo. 


Ejecución de un hombre que traicionó a los suyos e
intentó facilitarles la entrada a la ciudad suiza de Bellizona,
sitiada por los gabachos en 1500. Como vemos, está siendo
eviscerado en un estado de plena consciencia. Chungo, ¿no?
Por otro lado estaba la evidente intención ejemplarizante o coercitiva: "mirad lo que le pasa al que se salta las leyes. Si no queréis acabar como este cretino, ya sabéis lo que no debéis hacer". Como es lógico, para una sociedad que convivía a diario con la Muerte en sus peores formas- guerras, hambre, plagas y enfermedades-, palmarla simplemente ahorcado podía significar un riesgo menor si el premio merecía la pena, así que no estaba de más llevar a límites inhumanos la aplicación de castigos por determinados delitos para que, ante lo espantoso de los mismos, fueran muy pocos los que prefirieran arriesgarse a acabar de semejante modo. De esta doctrina surgió la idea de que someter a un sufrimiento extremo a los reos de muerte era la mejor forma de convencer a los delincuentes en potencia de que, si llevaban a cabo cualquier tropelía, podían tener un final muy, pero que muy desagradable. En definitiva, no debemos ver estos brutales métodos de ejecución como una mera explosión de sadismo gratuito, sino como un ejercicio de persuasión. Debemos recordar, y siempre insisto mucho en ello, que es un error ver los actos de los que nos precedieron en el tiempo bajo nuestros esquemas de valores porque es la mejor forma de equivocarnos a la hora de opinar, que no juzgar, sobre su conducta. Hoy día, nuestro peor castigo es tener a un sujeto 40 años en la trena, y puede que dentro de dos o tres siglos nos vean de la misma forma que nosotros vemos a los que vivieron hace el mismo tiempo, así que lo más acertado a mi modo de ver es intentar comprender por qué actuaban de una u otra forma.


Bien, hecho este pequeño introito aclaratorio, procedamos. Uno de los métodos de ejecución más terroríficos ideados por el hombre era la rueda. Ser enrodado era garantía de una de las muertes más dolorosas y lentas que se podían concebir si bien debemos de diferenciar entre la rueda creada como instrumento de tortura y la destinada a ejecutar reos de muerte. La referencia más antigua del empleo de este chisme proviene del martirio de santa Eufemia, una cristiana natural del Calcedonia, al NO de la actual Turquía, a la que Prisco, el gobernador de la provincia, quiso obligar a rendir culto a los dioses paganos. En la imagen superior vemos la escena en la que el malvado Prisco intenta convencer a Eufemia que ser cristiana no era nada aconsejable, para lo cual un verdugo la hace girar sobre una hilera de cuchillas que le harán bastante daño, pero no la matarán. De hecho, la santa acabó su tortuosa existencia a manos de un oso en uno de los execrables espectáculos circenses de Diocleciano, al que los cristianos le caían especialmente mal. La otra referencia, más conocida quizás, es la del martirio de Catalina de Alejandría en el siglo IV de nuestra era (imagen inferior). Fue un caso similar al de la pobre Eufemia ya que esta criatura se enfrentó personalmente al mismísimo emperador Majencio y hasta logró convertir a multitud de sabios y soldados ante la impotencia del césar el cual, muy cabreado, ordenó construir unas ruedas armadas de cuchillas que girasen en sentidos opuestos para producir heridas y desgarros en ambas partes del cuerpo de la santa. Sin embargo, antes de que estas llegaran a causarle algún daño unos ángeles las hicieron pedazos, que para eso era una santa de primera clase. Por desgracia, eso no impidió que Majencio cortara por lo sano, nunca mejor dicho, ordenando que fuera decapitada haciendo incluso caso omiso de las súplicas de su mujer la emperatriz, que le imploraba que perdonase a Catalina. En todo caso y cuestiones legendarias y religiosas aparte, queda patente que, al menos en principio, la rueda se concibió como un instrumento de tortura que, por cierto, mantuvo su aplicación durante la Edad Media si bien de forma similar a las que hemos visto y no como método de ejecución, que era bien diferente.


El enrodamiento como método de ejecución se extendió por toda Europa Central, Francia, Inglaterra e incluso algunos países del norte como Suecia o Rusia a partir del siglo XV, perdurando hasta fechas tan tardías como mediados del siglo XIX en Prusia, concretamente en 1841. No obstante, hay testimonios que prueban que anteriormente ya se conocía este suplicio, como vemos en la foto de la derecha, correspondiente a un fresco de la iglesia de Saint Savin-sur-Gartempe datado hacia 1100 y que muestra el martirio de los santos Sabino y Cipriano. Por la contorsión de sus cuerpos podemos pensar que antes de ser colocados en las ruedas les molieron los huesos a golpes. Por cierto que no quiero desaprovechar la oportunidad de clamar una vez más contra la Leyenda Negra que atribuía a los españoles las mayores crueldades imaginables cuando, mira por donde, este bestial castigo jamás se empleó en España o sus dominios mientras que gozó de especial popularidad en la civilizada Suiza, la ejemplar Dinamarca, la culta Francia o la siempre envidiada Suecia, extendiéndose su uso hasta fechas tan tardías como finales del siglo XVIII. La rueda, por el extremo sufrimiento que producía en los reos, se reservaba para los delitos más inicuos: traición al estado, la ciudad o los superiores inmediatos, parricidios, magnicidios o para delincuentes que, aunque no tuvieran sobre sí delitos de sangre, el cúmulo de fechorías- robos, violaciones y desmanes de todo tipo- hicieran aconsejable aplicarles un castigo ejemplar. 


Al parecer, el origen de este suplicio es bastante antiguo ya que, por ejemplo, en los versículos 12 y 13 del capítulo 9 del Libro IV de los Macabeos (c. siglo I d.C.) dice "...cuando se cansaron de golpearle con los látigos sin conseguir nada, lo colocaron sobre la rueda. Tendiéndolo en ella, el noble joven fue descoyuntado". Por otro lado, según Gregorio de Tours en origen este castigo consistía en colocar una extremidad del reo sobre un bache del camino de forma que quedase una parte de la misma en el aire, tras lo cual se pasaba sobre ella un carro produciéndole una fractura a lo bestia que, en aquellos tiempos, si no te mataba por interesar los fragmentos del hueso alguna arteria o vena importante, al menos lo dejaba a uno tullido para siempre. De ahí que inicialmente, y tal como podemos constatar en las representaciones gráficas más antiguas, el castigo consistía en colocar al reo con los brazos y piernas extendidos sobre unos tacos de madera que hacían las veces de hondonadas en el camino, tras lo cual el verdugo descargaba sobre ellos una pesada rueda de carro rompiéndole las piernas por encima y por debajo de las rodillas, así como los brazos y los antebrazos. Como podemos dar por sentado, el dolor sería inimaginable ya que estas fracturas, en muchos casos, serían abiertas, haciendo que los huesos destrozados emergieran por las heridas. El procedimiento podemos verlo en la miniatura superior, datada hacia finales del siglo XV, que muestra a un reo tumbado e inmovilizado en el suelo con el verdugo a punto de descargar la rueda sobre su muslo derecho. Naturalmente, el verdugo se lo tomaba con tranquilidad para alargar el suplicio y, con ello, el sufrimiento del reo.


Rueda de la Fortuna del CARMINA BVRANA, una
complicación de pomas escrita hacia 1230
Pero, ¿por qué una rueda y no un simple mazo o cualquier otro objeto contundente? Para deducirlo debemos remontarnos a los albores de la Edad Media, cuando Anicio Manlio Boecio (c.480-524), un filósofo y político romano tomó la rueda como símbolo iconogáfico de la diosa pagana Fortuna para asimilarlo al fatalismo cristiano que implicaba la Providencia. De ese modo, la ROTA FORTVNÆ, la Rueda de la Fortuna, con su caprichoso giro se había convertido en un símil de la Providencia, que nos depararía cualquier cosa, buena o mala, a modo de implacable e inexorable destino. Esta alegoría empezó a popularizarse a partir del siglo XI en forma de cuatro personajes alrededor de una rueda como símbolo del paso del tiempo, los cuales representan las vicisitudes del poder temporal: a la izquierda una de las figuras asciende por la rueda bajo el lema de REGNABO (reinaré), la siguiente se encuentra en la parte superior con el lema REGNO (reino), a la derecha otra figura, descendente en este caso, nos comunica que REGNAVI (reiné), mientras que la última, colocada en la parte inferior, SVM SINE REGNO, o sea, dice que está sin reino. Así pues, la rueda representa lo transitorio del poder, las riquezas, los honores o la misma juventud y, por ende, la inestabilidad de los asuntos mundanos, así como la vacuidad de las cuestiones terrenales y lo pecaminoso de la condición humana. Por todo ello, la rueda pasa a convertirse, especialmente a partir del siglo XII, en la protagonista de las referencias al pecado en la iconografía de la época hasta bien entrado el Renacimiento.


Obsérvese como los dos reos enrodados tienen sus
extremidades envolviendo los radios y las llantas
de las ruedas que los sostienen
Por lo tanto, el hecho de golpear y castigar a un reo con una rueda, símbolo del pecado y las desdichas, podemos tomarlo como una especie de cruel ironía en la que se pretende dar a entender que la veleidosa Fortuna, o la Providencia si lo preferimos, ha sido la causante de que el criminal se vea sometido a semejante suplicio por sus pecados. Puede que a alguno le suene un poco rebuscada esta asimilación simbólica sobre algo tan ruin como era una ejecución, pero no olvidemos que en la Edad Media la simbología estaba íntimamente unida al imaginario popular como forma de aprendizaje. ¿Qué eran sino los canecillos y capiteles románicos sino meras advertencias a un pueblo analfabeto e inculto que solo tenía ocasión de aprender mediante los "cómics" de la época? En la mente humana, los símbolos se agarran a la memoria como garrapatas en pellejo perruno, y una vez asimilado el significado del símbolo jamás lo olvidaremos. ¿Quién no sabe que una calavera con dos tibias cruzadas significa peligro de muerte, o que un octógono pintado de rojo con una palabra inglesa que pone STOP quiere decir que debemos parar el coche aunque no sepamos que stop significa deténgase? En resumen, si la rueda era el pecado, qué mejor forma de acabar con el reo que con el símbolo de dicho pecado que, además, se asimilaba a lo caprichoso del destino. El mensaje era pues muy claro: has cometido un delito grave y, por lo tanto, has pecado contra Dios y los hombres, así que debes ser castigado con un instrumento que dejará bien claro a los que presencien tu suplicio que la Providencia es lo que te ha llevado a semejante situación.


Ejecución de tres reos en Lucerna, Mientras que al último
de ellos aún le está partiendo los miembros, los otros
dos ya están esperando a que los cuervos de la comarca
se den un festín a su costa
Bien, aclarado el motivo del por qué se usaba una rueda y no cualquier otro objeto lo suficientemente contundente como para partir huesos de un golpe, prosigamos con el procedimiento, que no se limitaba a romper los brazos y las piernas del reo. Una vez concluida la sesión de rotura ósea, se inmovilizaba al doliente personaje sobre la misma rueda empleada para el suplicio rodeando los radios de la misma con los miembros rotos que, al carecer de la rigidez que proporcionan los huesos, se convertían en una plastilina cárnica que se adaptaba a cualquier superficie. A continuación se colocaba la rueda en un poste por el orificio del eje y se erigía a la vista de todos, dejando al reo allí a que esperase pacientemente una muerte que, en función de su resistencia física, podía tardar horas o incluso días con la compañía de toda la volatería carroñera de la comarca que los molerían a picotazos sin que pudieran defenderse. El caso de resistencia más asombroso fue el narrado por Gaspar Herber von Lochem en una crónica escrita en 1581 en la que da cuenta de la aterradora historia de lo que hoy llamaríamos un asesino en serie. El fulano en cuestión era un tal Christman Genipperteinga, el cual liquidó nada menos que a 964 personas entre los años 1568 y su captura en 1581. Sus crímenes los perpetraba por lo general usando unas cuevas como apostadero cerca de los caminos, liquidando a todo aquel que pasase por el lugar. Tras ser denunciado hicieron falta 30 hombres para darle caza, encontrando en su tugurio un botín cuantiosísimo a base de armas, dinero, joyas, etc. A un personaje semejante había que darle un tratamiento especial, así que en este caso alargaron la agonía del reo durante nueve días administrándole bebidas tonificantes que, además, le evitarían morir por deshidratación, principal causa de la muerte cuando se sufren hemorragias de poca intensidad, antes incluso de que sobrevenga un shock hipovolémico. En fin, un cabronazo semejante no merecía menos.


Pero no hacía falta cargarse a casi mil probos ciudadanos para acabar enrodado. Los parricidios estaban muy mal vistos, y los que eran denunciados por liquidar a un familiar podían tener la certeza de que acabarían de muy mala manera. De hecho, las crónicas tanto escritas como gráficas de la época nos han legado multitud de testimonios que nos permiten tener conocimiento del como y el por qué de este peculiar sistema de ejecución. La serie de viñetas que vemos arriba, datadas en 1513 y que proceden de la Crónica de Lucerna, nos muestran el caso del lansquenete Hans Spiess, el cual estranguló a su mujer mientras dormía. De arriba abajo y de izquierda a derecha  vemos en primer lugar al alevoso Spiess apretando el pescuezo de la parienta. A continuación se ven a los vecinos que entran en la alcoba y contemplan el crimen, tras lo cual denuncian al marido. Conviene aclarar que en aquella época la justicia no actuaba de oficio, por lo que si nadie efectuaba una denuncia el crimen quedaría impune. No fue este el caso ya que, tras detener al sospechoso, se le sometió a tormento para obtener su confesión, en este caso mediante la garrucha que los anti-españoles siempre atribuyen de forma exclusiva a la Inquisición. Ante la negativa del tal Spiess, este fue llevado ante la tumba de su mujer y, tras exhumar el cadáver, éste se puso a echar espuma y a sangrar, lo que fue tomado como una afirmación de su culpa. Cabe suponer que tanta porquería era la consecuencia de la putrefacción, pero la cosa es que eso fue lo que terminó de asegurar la condena del lansquenete, cuya ejecución tuvo lugar en la ciudad de Willisau. La podemos ver en la última viñeta. 


Pero en muchas ocasiones la autoridad judicial consideraba el enrodamiento "poca cosa" ante la magnificencia de un crimen, sometiendo al reo a una serie de tormentos previos para darle a entender que su conducta había sido muy reprobable, y que estaban por la labor de hacérselas pasar putas durante las últimas horas de su existencia en este mundo. Un ejemplo lo podemos ver a la derecha, donde se muestra todo el proceso seguido en 1589 durante la ejecución de un tal Franz Seubold narrado por su mismo ejecutor, el verdugo de Nuremberg Franz Schmidt. Arriba a la izquierda se ve el móvil del crimen, en este caso matar a su padre mientras el hombre se dedicaba a cazar pájaros con redes. Abajo a la izquierda vemos un carro con el reo camino del patíbulo acompañado de los alguaciles y del verdugo, que para amenizarle el paseo se dedica a arrancarle trozos de carne con unas tenazas al rojo que su ayudante le va calentando en un infiernillo. A la derecha vemos el suplicio, con Schmidt partiendo las piernas del reo. Al parecer, en este caso el juez dictaminó que solo se le partieran las extremidades inferiores antes de proceder al golpe de gracia, que consistía en descargar la rueda sobre la caja torácica. Esto solía producir la muerte de forma inmediata, lo que evitaría al reo pasar varias horas encima de la rueda sintiendo como los grajos y los cuervos se ponían de grana y oro con su carne. 


Porque debemos saber que esta forma de suplicio no tenía una norma fija, quedando al arbitrio del juez si el verdugo debía romper las cuatro extremidades o solo dos, o bien si empezaba por las piernas, alargando con ello el suplicio, o bien debía descargar el primer golpe en la cabeza o el cuello, matando al reo y rompiéndole a continuación las extremidades a modo de escarmiento, pero con él ya muerto. De hecho, incluso las sentencias podían dictaminar el tiempo que debía transcurrir entre el suplicio y el golpe final, alargándolo o acortándolo en función de la gravedad del delito. Por citar un ejemplo, en Alemania, en 1718, un famoso ladrón llamado Jacob vio incluida en su sentencia que se debía esperar al menos media hora antes de finiquitarlo porque, ya en aquellos tiempos, era bastante habitual llevar a cabo el remate del condenado mediante la decapitación, procediendo luego a colocar su cuerpo sobre la rueda y la cabeza clavada en lo alto de todo tal como vemos en el grabado superior. En otros casos el juez podía ordenar que, antes de proceder al enrodado en sí, el verdugo le cortase la nariz, o lo castrase, o le aplicase hierros candentes o le arrancara la carne con tenazas.


Ejecución del ladrón y asesino Jasper Hanebuh en 1638 en
Hanover. Como se puede ver, en este caso el reo está sobre
la rueda mientra el verdugo lo golpea con la barra de hierro
Con el paso del tiempo, y posiblemente a causa del gran esfuerzo físico que debían efectuar los verdugos para manejar la pesada rueda, en algunos lugares como en Francia se cambió el procedimiento. A partir de ese momento, el reo sería inmovilizado sobre la rueda mientras que le verdugo rompería sus extremidades con una pesada barra de hierro si bien el resto del ritual no cambiaba para nada. No obstante, llegó un momento en que se consideró que se debía tener cierto grado de compasión con el reo sin eliminar por ello el efecto ejemplarizante. Esto dio lugar a lo que se denominaba RETENTVM, que consistía en estrangular al reo de forma discreta al poco de iniciar el suplicio. De ese modo, los asistentes podían corroborar que delinquir tenía unas consecuencias bastante desagradables mientras que el reo, tras soltar los primeros alaridos, era finiquitado, dando pie a pensar que igual ya no berreaba más por haber perdido el sentido a causa del dolor. El término RETENTVM proviene del latín aflojar o distender, en referencia a aliviar al reo de sus padecimientos. Esta costumbre fue tomando fuerza hasta el hecho de que en Bélgica, en 1776, se ordenó a los jueces de Bruselas que por sistema se efectuara el RETENTVM secretamente antes de comenzar el suplicio en base a que ese gesto caritativo no alentaba a los criminales ya que nadie se percataba de ello, mientras que a los ojos del pueblo la justicia seguía siendo implacable con los criminales.


Pero estas medidas de gracia no supusieron en modo alguno que se pretendiera abandonar este terrorífico suplicio ya que hasta hubo quien se molestó en inventar un artefacto destinado a sujetar a los reos durante todo el proceso. El chisme en cuestión podemos verlo a la izquierda, y era invento, como no, de un tedesco. Como se puede apreciar era un artefacto con forma de aspa en la que hay unos resaltes graduables para facilitar la rotura de los miembros, los cuales eran estirados con los pequeños tornos que se ven en cada extremo. Una vez inmovilizado el reo y de forma muy discreta, uno de los ayudantes del verdugo pasaba un cordel alrededor de su cuello e introducía los extremos por un orificio practicado en el suelo del patíbulo.


Ejecución de Matthias Klostermayr en Baviera el 6 de
septiembre de 1772. Este sujeto fue al parecer una especie
de Robin Hood a la alemana. El grabado muestra el instante
en que el verdugo descarga la rueda sobre su pecho si bien
al parecer ya había sido estrangulado previamente
De ese modo, una vez que el verdugo llevaba a cabo el cumplimiento de la sentencia conforme al dictamen del tribunal- número de golpes y tiempo que debía transcurrir entre unos y otros- a una señal del mismo su ayudante procedía a dar garrote al reo, tras lo cual, por si acaso, se le propinaban varios golpes más en el pecho y el abdomen. Una vez concluida la escabechina se procedía conforme a la costumbre ancestral de colocar los restos triturados del cadáver sobre la rueda para, finalmente, dejarla expuesta sobre un poste. En fin, así era grosso modo como se llevaba a cabo este tremendo suplicio hasta que, poco a poco, fue siendo abolido entre finales del siglo XVIII y principios del XIX salvo el longevo caso de Prusia. 

Por último, mencionar que las féminas también podían ser condenadas a este suplicio aunque por los testimonios gráficos de la época pueda pensarse que el enrodamiento solo se aplicaba a los hombres. Un ejemplo lo tenemos en un crimen cometido en Holanda en 1746 en el que una mujer mató a una joven sirvienta y a su amante para culparlos de un robo cometido por ella misma. Tras el crimen descuartizó el cadáver de la sirvienta y fue echando los trozos por diferentes canales. Tras descubrirse el pastel la criminala fue enrodada y, por último, su cabeza, su mano derecha y sus piernas fueron cortadas, siendo todo colocado en lo alto de la rueda para escarmiento del personal.

En fin, ya me he enrollado bastante, así que me piro.

Hale,  he dicho



No hay comentarios: