Desde los tiempos más remotos se tiene la más absoluta certeza de que si se le amputa la cabeza a un ciudadano, éste se muere de forma irremisible. De ahí que semejante práctica gozase de gran popularidad y se extendiese por todas partes ya que era la forma más segura de impedir que cualquier criminal volviese a delinquir. De hecho, solo se conoce un caso de descabezado incombustible, el del jinete sin cabeza que sale en la peli esa de "Sleepy Hollow" que, por cierto, me encanta y la he visto qué se yo la de veces.
La decapitación con espada era un método habitual en Centroeuropa. Era necesario que el ejecutor tuviera una gran pericia en el manejo de su arma para no errar el golpe |
Así pues, como digo, la decapitación ha sido quizás el método de ejecución más extendido y antiguo, siendo los encargados de llevarla a cabo unos verdugos provistos de un hacha o una espada que, con más o menos destreza, segaban el cuello del reo, dándole matarile entre la vorágine de alaridos, insultos y regodeo sádico de la plebe que gustaba asistir a tan sangriento espectáculo. Sin embargo, estos verdugos no siempre tenían la destreza y el vigor necesarios para asestar el golpe y cercenar la cabeza del condenado al primer intento, convirtiéndose entonces la ejecución en una auténtica masacre ya que, en muchas ocasiones, eran necesarios dos o más tajos para aliñar al desdichado reo, el cual tardaba en palmarla el tiempo que el verdugo empleaba en golpear una y otra vez sin acertar de pleno. Estos verdugos, extraídos de lo más bajo de la escala social, carecían de la pericia de ejecutores modernos como Pierrepoint o Deiblier y, aparte de no tener el entrenamiento adecuado para ejercer su oficio con eficacia y diligencia, no sería raro que subieran al patíbulo con elevados grados de alcoholemia, lo que les impedía llevar a cabo la ejecución con la limpieza requerida. Un ejemplo bastante conocido lo tenemos en la decapitación del otrora poderoso valido de Enrique VIII, Thomas Cromwell, que tardó en largarse de este mundo el tiempo que dedicó el verdugo en descargar tres veces el hacha hasta que finalmente se aburrió y se murió de tanto esperar, pobre hombre.
Xilografía anónima datada hacia finales del siglo XV que muestra una mannaia |
De ahí seguramente la idea de fabricar un ingenio mediante el cual la ejecución se pudiera llevar a cabo de forma rápida y digna porque, no lo olvidemos, en muchos países la decapitación solía ser el método seguido para ejecutar a personas de cierto rango, y no estaba bien visto que todo un marqués o incluso una reina adúltera acabaran macheteados como un pollo en manos de un aprendiz de carnicero. Alguno dirá que para eso se inventó la guillotina, pero este artefacto ni lo inventaron los gabachos, ni mesié Guillotin hizo otra cosa que proponerlo como una forma de ejecutar a los reos con prontitud ya que ni siquiera se tomó la molestia en mejorar las máquinas que ya se empleaban desde hacía siglos en la brumosa Albión, Alemania o en Italia. De hecho, la máquina que actualmente conocemos como guillotina fue en realidad fabricada en 1792 por un constructor de clavicémbalos alemán llamado Tobias Schmidt, pero de eso ya hablaremos con más detenimiento en otra ocasión. La cuestión es que mucho antes de que a los gabachos les diera por descabezar a todo bicho viviente hacía unos cinco siglos nada menos que se usaban diversos artefactos para dicha finalidad.
El que posiblemente sea el más antiguo es el conocido como mannaia, que en la lengua italiana significa cuchilla, en referencia a esas tan grandes que usan los carniceros. Al parecer, en Alemania este artefacto era denominado como panke o diele, términos con los que aparece en diversos relatos sobre ejecuciones llevadas a cabo en Alemania en el siglo XIII. No obstante, no se sabe quién ni cuando la inventó y, por otro lado, las descripciones que han llegado a nuestros días nos presentan diversas variantes si bien se ceñían a unos baremos determinados. La primera noticia de su uso en un personaje de postín la tenemos en la ejecución del desdichado Conradino de Hohenstaufen que, con apenas 16 años, fue liquidado por el taimado, ambicioso y malvado Carlos de Anjou en Nápoles el 29 de octubre de 1268. En el grabado de la izquierda aparece el atribulado duque ante un chisme que se asimila a una de las descripciones que se han dado de la mannaia, que la presentan como dos postes verticales de escasa altura entre los que se desliza una cuchilla lastrada con plomo para aumentar su contundencia. Para dejarla caer no tenían más mecanismos que una simple soga que el verdugo se limitaba a soltar o cortar cuando el reo tenía el cuello apoyado en un tocón colocado bajo la máquina.
En el grabado de la derecha tenemos un ejemplo similar, en este caso procedente de la colección de "Martirios de los Apóstoles" de Lucas Cranach, editada en Witemberg en 1539 y que, en este grabado, representa el martirio de San Mateo llevado a cabo nediante una "cuchilla descendente, a la manera de los romanos". En el grabado se puede apreciar perfectamente la morfología de la máquina, y vemos como un verdugo sujeta la soga que sostiene la pesada cuchilla de filo recto mientras que otro sujeta la cabeza del santo para que no la retire ya que, según podemos comprobar, estas máquinas carecían del típico cepo que inmovilizaba la cabeza del reo. En aquella época se creía que, en efecto, ese artefacto o alguno similar ya era empleado por los romanos. De hecho, las ejecuciones con esa máquina era un tema bastante recurrente en la escuela alemana del siglo XVI, y autores como el mismo Durero o Heinrich Aldegrever la representaron en sendos grabados sobre la ejecución del hijo de Tito Manlio.
Grabado al aguafuerte de Heinrich Aldegrever representando a Tito Manlio ejecutando a su propio hijo |
El hecho de que apareciera la mannaia en obras ambientadas en tiempos de los romanos no significa que fuera cierto que estos las empleasen. De hecho, no hay constancia de ello. Para justificar el gazapo colijo que lo más lógico es pensar que se trataba de un simple anacronismo muy habitual en la Edad Media y el Renacimiento, cuando se representaban a los personajes con la indumentaria y los edificios de su época de la misma forma que si hoy pintásemos a los hombres de los Tercios de Flandes con uniforme de camuflaje y armados con fusiles de asalto en vez de con arcabuces. No obstante, lo que sí parece quedar claro es que el empleo de esta máquina debía ser bastante habitual en la Alemania medieval y del Renacimiento ya que, por otro lado, se asemejan bastante en su aspecto general si bien nos son mostradas de una forma excesivamente elaborada y no como simples instrumentos de muerte que debían tener un acabado más tosco, y no similar al de un mueble estilo rococó. Queda además constancia de que su funcionamiento era parecido al de la posterior guillotina si bien carecían de cualquier tipo de mecanismo para elevar o soltar la cuchilla, así como para retener la cabeza del reo en su sitio, lo que se debía hacer por el tradicional pero no por ello menos eficaz medio de agarrarlo por los pelos sin más historias.
Retomando el tema de su uso por los romanos, lo cierto es que esta falsa idea trascendió más allá del Renacimiento gracias a hombres que, tenidos por autoridades en la materia, afirmaron que verdaderamente era así. Un ejemplo lo tenemos en el "Academy of Armoury", un tocho sobre cuestiones heráldicas publicado en 1678 por un tal Randle Holme (sí, sin S al final), un inglés perteneciente a una familia que durante generaciones se dedicó al estudio de la genealogía y que presentó un blasón con el chisme que vemos a la derecha, si bien sin especificar a qué linaje pertenecía. Lo describe así: "en campo de gules, un tocón montado entre dos soportes con un hacha entre ellos. A la izquierda, un mazo". Conviene aclarar para los que no lo sepan que, en heráldica, la posición del mobiliario no se da conforme al que mira el escudo, sino como si uno estuviera dentro del escudo, o sea, que si el mazo lo veamos colocado a la diestra, heráldicamente hablando está a la siniestra. Afirmaba además que "este era el método seguido por judíos (¡!) y romanos para decapitar a los criminales, aunque otros dicen que cortaban las cabezas con una espada de dos manos". Es más que evidente que el tal Holme se inventó esto de cabo a rabo, pero como era un afamado genealogista pues nadie puso en duda sus afirmaciones. O sea, más o menos como ocurre hoy día cuando un "experto" nos suelta alguna sentencia y todo el mundo la acepta como auténtica aunque tenga de verdadera lo que un político de honrado.
Sin embargo, la cosa es que el artefacto representado por Holme se ajustaba bastante a la mannaia, la versión italiana de estas primitivas guillotinas. Una de las representaciones más antiguas de este artefacto la tenemos a la derecha. Se trata de una xilografía anónima datada hacia 1522 que representa la decapitación de Juan el Bautista. En el grabado superior se ve al santo en posición orante con la máquina situada ante él. Detrás aparece el verdugo provisto de un enorme mazo. Si nos fijamos en la cuchilla, se asemeja en su forma a la de un hacha normal y corriente, y está encastrada en un travesaño que se desliza por dos acanaladuras. Aunque la ilustración es bastante esquemática, cuando no tosca, nos permite hacernos una idea de su funcionamiento, que no era otro que colocar el cuello del reo bajo la cuchilla y, a continuación, asestar un mazazo sobre el travesaño que la sustenta, decapitando de un solo golpe a la víctima sin necesidad de convertir la ejecución en uno de los baños de sangre tan habituales en aquella época.
Otra representación de una mannaia más elaborada podemos verla a la izquierda. Se trata de un grabado en cobre datado en 1553 obra de George Pens, un discípulo de Durero que no se quiso quedar sin plasmar por enésima vez la dichosa ejecución del hijo de Manlio. En este caso el autor no optó por el modelo alemán sino el empleado en Italia, quizás pensando que sería más fiel a la historia. De hecho, hasta presenta al verdugo con una suerte de indumentaria a la romana. Pero lo más importante en este caso es que el autor se ajustó bastante a la forma de usar la máquina, con el verdugo preparándose para descargar el mazazo que hundiría la cuchilla en el pescuezo del joven Manlio, que debió ser el pagano ejecutado más veces representado en el Renacimiento.
Con todo, nos hemos permitido efectuar dos recreaciones basadas en las descripciones y representaciones gráficas de la época para que podamos tener una idea más clara del aspecto real de la mannaia que se usó en Italia. La que vemos a la izquierda es el modelo convencional. Está formada por dos postes de entre 120 y 150 cm. de alto unidos por sendos travesaños, uno en la parte inferior y otro aproximadamente a la mitad, donde el reo apoyará el cuello. Los dos postes están acanalados por sus caras internas para que la cuchilla se deslice sin problemas. Llegado el momento de la ejecución, el reo se arrodillaba ante la mannaia y colocaba la cabeza en el travesaño. A continuación el verdugo deslizaba la cuchilla hasta apoyarla sobre el cuello y, finalmente, descargaba el golpe con un pesado mazo que imprimiese la suficiente energía como para cercenar el cuello limpiamente. El modelo de la derecha corresponde a una variante empleada en Bolonia y que, como podemos ver, está provista de un cepo denominado tagliatura, palabro que viene a significar "recorte", quizás en referencia al orificio practicado para inmovilizar la cabeza del reo. Es evidente que más de uno no estuvo por la labor de quedarse quietecito mientras el verdugo asestaba el golpe, así que inventaron la tagliatura o cepo que luego se hizo tan popular en la guillotina. Esta pieza sería móvil, y quedaría sujeta a la máquina mediante algún tipo de pasador, clavija o cuña. Por cierto que la mannaia estaba considerada en Italia como el método de ejecución más honorable.
"El ahorcamiento", obra de Annibale Carracci datada hacia finales del siglo XVII. La flecha muestra la mannaia sobre un patíbulo |
Pero no solo se reservaba la mannaia para descabezar a ciudadanos ilustres sino también como herramienta para cercenar las manos de los asesinos que iban a ser ahorcados. Según era costumbre, a los asesinos se les cortaba la mano con la que habían empuñado el arma homicida, tras lo cual eran ahorcados tal como vemos en el dibujo de la izquierda, donde vemos una mannaia destinada a tal fin. Según relatos de la época, el verdugo le cortaba al condenado la mano fácilmente con este artefacto tras lo cual le vendaba rápidamente el muñón sangrante o se lo metía dentro de un pollo recién sacrificado para impedir que, debido a la hemorragia, palmara desangrado antes de acabar colgado del pescuezo según la sentencia ordenada.
En fin, ya vemos que la guillotina estaba más que inventada cuando los gabachos la pusieron en funcionamiento, y menos mal que en aquella época aún no se había inventado eso del copyright, porque sino les habrían sacado una pasta gansa por cada cabeza cortada. En todo caso, aún en el siglo XVIII se seguían ejecutando criminales mediante esta máquina, de modo que se adelantaron a sus vecinos del norte por varios siglos. Pero que nadie piense que solo la mannaia antecedió al artefacto revolucionario. De hecho, los british también fabricaron un par de chismes mucho más semejantes a la guillotina que veremos en una próxima entrada, así que oído al parche.
Bueno, ya vale por hoy.
Hale, he dicho
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