Rarita, ¿que no...? |
Como ya señalamos en el artículo anterior, la Volcanic resultó un fiasco a nivel comercial pero, sin embargo, supuso, y nunca mejor dicho, el pistoletazo de salida para que el personal se pusiera las pilas para desarrollar una pistola de repetición razonablemente operativa. En honor a la verdad, tampoco es que se devanasen demasiado la sesera porque la miríada de diseños que se plantearon partían casi todos del mismo concepto mecánico que la Volcanic, o sea, repetición mediante un mecanismo de palanca. Se llevaron a cabo mogollón de proyectos con más o menos acierto. Algunos ni siquiera pasaron de la hoja de patentes. Otros consiguieron llegar al nivel de prototipo, y unos pocos a una ínfima producción de unas decenas de unidades que acabaron como curiosidades en las estanterías de los mismos fabricantes o en un cajón de escritorio como regalo a algún mandamás del ejército para hacerle la pelota y obtener un contrato.
El seguro se accionaba bajando la palanca habiendo colocado el martillo previamente en posición intermedia. Dicha palanca lo bloqueaba sin que pudiera avanzar o ser amartillado |
La cuestión es que a comienzos de la última década del siglo XIX, los gerifaltes tedescos ya le estaban dando vueltas a la idea de mandar al garete los revólveres reglamentarios, los Reich Comissions Revolver 1879 y 1883 que, en realidad, eran mecánicamente iguales salvo en la longitud del cañón- 181 mm. el primero y 117 el segundo- y en las diferencias en el diseño del armazón, empuñadura y alvéolos del tambor que podemos apreciar en la foto de la derecha. Por lo demás, eran unas armas sólidas, con un acabado como solo los tedescos saben acabar un arma y con capacidad para seis disparos de calibre de 10'6 x 25R, un cartucho de potencia media que ya empezaba a quedarse corto a la vista de lo desagradables que se estaban poniendo las guerras, o sea, más de lo habitual. En su refinamiento mecánico hasta disponían de seguro, una pieza cuasi inexistente en todos los revólveres que en el mundo han sido, pero su defecto principal, aparte de ser armas de acción simple, era el sistema de recarga, aún más lento que el de un Colt 1873. Tras agotar la munición se abría un portillo situado en el costado derecho, pero carecía de varilla extractora. Si por un exceso de temperatura o presión las vainas se habían dilatado y no caían solas, había que echar mano a una pequeña baqueta que se llevaba en la pistolera, vaciar el tambor paso a paso y recargar. Y si se perdía la baqueta pues te chinchabas o buscabas un palito para empujarlas, y mientras tanto docenas de enemigos se entretendrían agujereándote el pellejo y hurgándote en las tripas con sus bayonetas. En resumen, era hora de buscar algo más moderno y eficiente, y en 1891 ya estaban realizando pruebas con pistolas de repetición con tanto entusiasmo que hasta quedó suspendida la adquisición de más revólveres a la espera del resultado de dichas pruebas.
Salvator-Dormus en calibre 8x17R. Ya le dedicaremos un articulo, tranquilos |
La pistola que nos ocupa hoy no es que destacase especialmente sobre sus competidoras diseñadas por Bittner, Rieger, Passler y Seidl o Schulhof, pero su relevancia radica en el hecho de que fue la base para crear la que, según algunos autores, fue la primera pistola semiautomática. Otros atribuyen la primacía a la Salvator-Dormus por una mera cuestión de fechas de patentes: la de Laumann data del 25 de noviembre de 1891, mientras que la Salvator-Dormus es de apenas cuatro meses y medio antes, el 11 de julio pero, como está mandado, la polémica surge en lo tocante a cuándo se diseñó, y no cuándo se patentó, y es en este aspecto en el que algunos otorgan la primacía a Laumann ya que el proyecto que dio origen al modelo semiautomático se llevó a cabo antes de 1890. De hecho, la patente de la pistola de repetición es del 4 de febrero de 1890, e incluso hay una anterior presentada en Gran Bretaña (Dios maldiga a Nelson) de fecha 10 de marzo de 1889. En fin, en este tema, como suele pasar, siempre habrá teorías para todos los gustos, así que cada cual opte por la que prefiera. Con todo, esta no fue la única patente que registró nuestro hombre ya que posteriormente llevó a cabo una serie de mejoras de las que quiso dejar constancia legal, por si las moscas.
No se sabe prácticamente nada del tal Laumann, Josef de nombre de pila, salvo que tenía su taller en Ottakring, un suburbio de Viena. Ni siquiera he podido dar con una mísera foto de nuestro hombre, que no se molestó en hacerse una y dejar dicho en su testamento que fuese conservada unos 130 años para que pudiésemos conocer su aspecto. Del mismo modo, ignoramos en qué época comenzó a diseñar su pistola, así que nos tenemos que basar en las patentes que fue registrando a lo largo del tiempo. En cualquier caso, y a modo de descripción general del arma, ofrecía una serie de ventajas notables sobre la Volcanic, sobre todo en lo referente al sistema de alimentación. Según podemos ver en el gráfico de la derecha, que corresponde al croquis que acompañaba a la patente británica, la pistola disponía de un depósito delantero- sistema que como sabemos luego popularizaron Mauser y Bergmann- donde se alojaba un cargador para cinco cartuchos. Estos eran empujados hacia arriba por la leva sombreada de rojo que, a su vez, era impulsada por el muelle helicoidal marcado con la flecha. Una vez agotada la munición se liberaba el peine presionando un botón situado en el costado derecho del arma y cayendo por la parte inferior del depósito. Obviamente, esto agilizaba enormemente la recarga y, a pesar de tener un cartucho menos de capacidad que un revólver convencional, solo por el tiempo que se ahorraba en recargar ya era todo un avance.
Otra innovación en este tipo de armas consistía en una palanca de seguro que se accionaba con el pulgar. En la foto A vemos la palanca en posición de disparo. El tetón que sobresale del cierre es el percutor. Al girar la palanca en sentido horario actuaba según el estado del arma. Si tenía un cartucho en la recámara bloqueaba el percutor y la palanca del mecanismo de repetición. En la foto B vemos la palanca en posición de seguro con el arma descargada ya que el percutor está oculto, y en ese caso bloqueará solo la palanca. Las fotos nos permiten ver también su rudimentaria alza tangencial que transcurría a lo largo del lomo del armazón.
Pero lo más importante estaba en el mecanismo de repetición que, contrariamente a la Volcanic, era sumamente fácil de accionar si bien a costa de hacerlo excesivamente complejo y, además, necesitar una munición especial ya que esta intervenía en el proceso de armado. En la foto A vemos el arma cargada y lista para hacer fuego. La flecha blanca señala el botón de retención del cargador, y la azul la ventana de expulsión del mismo cuando se agotaba la munición. En la foto B ya se ha producido el disparo, y para llegar al punto que muestra la foto han tenido que sucederse las siguientes operaciones: el cierre del arma no se completaba hasta que el percutor golpeaba el pistón, cuyo alojamiento era más profundo de lo habitual para que, una vez que la presión había descendido al salir la bala, retroceder y empujar el percutor, accionando así un resorte que, a su vez, ponía en movimiento una leva que hacía retroceder el cierre y avanzar la anilla de la palanca (no había que empujarlo, sino que bastaba con soltarlo para que avanzase), que es el instante que vemos en la foto. En cierto modo, casi podría decirse que era un sistema semiautomático si no fuera porque había que meter el dedo en la anilla y tirar hacia atrás para reiniciar todo el proceso: la vaina servida había sido expulsada y, al tirar de la anilla de la palanca, el cierre introducía un nuevo cartucho al avanzar y solo había que apretar de nuevo el gatillo. Simple, pero para ello requería de una mecánica demasiado compleja para un arma que aspiraba a servir en un ejército, y más precisando una munición especialmente diseñada para ella. De hecho, del cartucho apenas se sabe poco más que su denominación: 7'8 x 19R, cuyas prestaciones tampoco se conocen.
En este otro gráfico podemos ver la secuencia de disparo con una vista en sección que nos permite observar los mecanismos, en esta ocasión tomando como modelo una versión mejorada del modelo inicial patentado el 3 de junio de 1890 que, como se puede ver en el detalle, se había sustituido la larga leva elevadora para la munición por una curvada que era impulsada desde abajo por un muelle helicoidal. Así mismo, si agrandamos la imagen se puede apreciar el resorte de retención del cargador. Ojo, en este caso no se podía recargar como las Mauser, colocando un peine y empujando la munición hacia el depósito, sino con un sistema similar al, por ejemplo, fusil Berthier: los cartuchos iban en su cargador, que podía rellenarse metiéndolos uno a uno o bien introduciendo en el depósito otro previamente cargado. Por lo demás, salta a la vista la intención de convertirla en un arma militar por la anilla que vemos en la culata, habitual en aquella época para colocarles un fiador rodeando el cuello de forma que los distinguidos oficiales pudieran ser debidamente estrangulados con el mismo cuando llegaban al cuerpo a cuerpo. En cuanto al peso del arma, era de 980 gramos, y su longitud total de 276 mm. de los que solo 115 corresponden al cañón debido a la posición avanzada del cargador.
Vista del costado derecho del arma en posición de fuego. A la derecha, fuera de escala, vemos el cargador cuyo frontal estaba totalmente abierto en toda su longitud para permitir actuar al elevador |
Bien, así era grosso modo la pistola Laumann. Como vemos, solo le faltaba un pequeño empujón para convertirse en una pistola totalmente semiautomática, pero todo hace suponer que el probo vienés inventaba mucho pero andaba escaso de fondos para meterse en palabras mayores, o sea, fabricar una serie de unidades para presentarla a las pruebas que los ejércitos tesdescos y austriacos estaban llevando a cabo. En algún momento de 1891, que este tema también es un misterio misterioso, Laumann contactó con los hermanos Schönberger, que fueron los que patentaron al año siguiente la versión semiautomática. En realidad, tampoco se sabe si fueron los Schönberger los que desarrollaron el mecanismo o fue Laumann, que optó por venderles la patente ante la imposibilidad de afrontar por sí mismo la puesta en marcha del proyecto. Del modelo 1891 que hemos presentado hoy tampoco se conoce la cifra de ejemplares fabricados, aunque casi de forma unánime se estiman entre 30 y 35 unidades, de las cuales solo unas pocas han llegado a nuestros días y por las que se pagan jugosas cifras.
En fin, con esto terminamos por hoy, que no tengo el cogote para muchas tonterías. Ya hablaremos de la versión semiautomática, no problemo...
Hale, he dicho
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