Pareja de pistolas Smith & Wesson, las que podríamos denominar como Volcanic de 1ª generación |
Qué menos que dedicar un artículo para que, a modo de regalo de Reyes (no olviden que los Reyes son los padres), puedan chingarle bonitamente la tarde/noche a sus cuñados mientras sus pequeños orcos se patean las espinillas con saña bíblica con sus adorables primitos por pillar el vídeo-juego más anhelado de la temporada, en el que se pilota un dron capaz de vaporizar a todos los profes del colegio con un realismo absolutamente asombroso. Así pues, trataremos de un tema que estoy seguro que sus hermanos políticos 💣💩desconocen por completo: las pistolas de repetición. Sí, pistolas de repetición. No, no hablamos de pistolas semiautomáticas, sino de repetición. O sea, pistolas que funcionan mediante la manipulación manual de un mecanismo. Y no, no son revólveres porque, como vemos en la foto, ese chisme tan raro carece de tambor, por lo que es una pistola.
Maxim haciendo una demostración con su máquina en 1884. Obsérvese el montón de vainas servidas que se ven delante de la misma |
Cargadores (o inyectores) para cartuchos de calibre .44 Mg, .38 Sp. y .357 Mg. con una canana de muestra |
En los primeros años del último cuarto del siglo XIX, los revólveres eran las armas más extendidas y, de hecho, adoptadas por todos los ejércitos occidentales. Eran precisos, con una capacidad de munición bastante aceptable, entre 5 y 7 cartuchos dependiendo del calibre y el modelo y, de forma mayoritaria, con munición lo suficientemente potente como para dejar en el sitio a cualquier enemigo con un balazo bien colocado. Pero tenían un defecto que en aquella época era complicado resolver: la lentitud de su recarga. Un arma militar que consume sus seis cartuchos de media en un periquete suponía que su dueño solo tenía dos alternativas: llevar encima más de un revólver o bien encomendarse a San Judas y Santa Rita, patronos de las causas chungas para que lo sacasen vivo del lance, y meter mano a su espada o sable de oficial para acabar palmando como un auténtico y verdadero héroe. Simplemente no tenía tiempo de recargar. Los revólveres de armazón basculante, como los Schofield (su nombre real era Smith & Wesson nº 3) o los Webley, que entraron en servicio en 1870 y 1887 respectivamente, facilitaban al menos la extracción instantánea de las vainas servidas al abrir el armazón, pero la recarga seguía siendo lenta como un purgatorio, cartucho a cartucho, mientras que el comanche o el sikh de turno se le echaba encima y le daba un mínimo de 46 puñaladas al atribulado oficial. Aún estaban por inventar los cargadores rápidos con los que se introducen los seis cartuchos a la vez con suma rapidez ya que algunos incluso están provistos de un muelle que los empuja cuando tocan el tetón de retención del tambor.
Por este motivo, los magines del personal echaban humo para idear algún mecanismo que permitiera dos cosas: una, disponer de un arma con una cadencia de tiro aún más rápida que la de un revólver. Y dos, aún más importante, que no solo pudieran cargar más munición, sino que la recarga de la misma fuese cuestión de unos instantes. Obviamente, no era un tema baladí y, de hecho, a mediados del siglo XIX ya hubo intentos para producir algo con unas prestaciones similares, pero de momento sin el éxito deseable. Veamos como se desarrolló esta curiosa historia...
El 10 agosto de 1848, un probo neoyorkino llamado Walter Hunt obtuvo la patente Nº 5.701 para desarrollar y producir lo que denominó como "rocket ball", la bala cohete, un ingenioso sistema que eliminaba el soberano coñazo de tener que recargar mordiendo el cartucho de papel, atacar la carga y la bala, etc. ya que todo lo necesario estaba dentro de la bala, un generoso tocho de plomo de calibre .54 del que, al parecer, se hicieron prototipos en tres longitudes: 22, 24 y 26 mm. Como vemos en el gráfico, era una bala ojival cuyo interior estaba hueco como una minié, pero con la diferencia de que la carga de pólvora iba dentro de ese hueco, lo que permitía prescindir de cartuchos de papel o incluso de las incipientes vainas de latón. Como vemos, la bala/cartucho quedaba sellada mediante un disco de corcho en cuyo centro había un orificio que se sellaba con sebo para que no se derramase la pólvora. La ignición se llevaba a cabo mediante un pistón convencional de avancarga, o sea, tras cada disparo había que reponerlo. Este proyectil solo adolecía un defecto insuperable: la carga de pólvora era muy escasa para proporcionarle la velocidad y, por ende, la energía cinética necesaria para hacerlo verdaderamente eficaz.
Walter Hunt (1796-1859). Este probo inventor desarrolló mogollón de ideas de lo más variopintas, incluyendo algo tan conocido y usado como los imperdibles, que patentó el 10 de abril de 1849 |
Lewis Jennings |
Rifle rediseñado por Jennings y patentado en 1849. Fabricado en calibre .54 por Robins & Lawrence entre 1851 y 1852 |
Horace Smith (1808-1893) y Daniel Baird Wesson (1825-1906) |
Durante dos o tres años, nuestros prolíficos inventores se tuvieron que conformar con darle al papel y al lápiz, al menos mientras Palmer se recuperase de la costalada financiera. El 14 de febrero de 1854 les fue concedida a Smith y Wesson la patente de una pistola de retrocarga con sistema de repetición de palanca cuyos planos podemos ver en la lámina de la derecha. Era la primera pistola que pondría en el mercado la celebérrima firma. En puridad, el chisme este era una versión acortada del rifle de Jennings cuyo sistema de repetición de palanca era el mismo, así como la munición que disparaba que, aunque difería de la bala cohete diseñada originariamente por Hunt, era básicamente el mismo concepto según veremos un poco más adelante. En cuanto a la apariencia general del arma, era muy similar a las pistolas monotiro sistema Flobert, que disparaban un cartucho de pequeño calibre con vaina pero sin pólvora, por lo que la bala era proyectada únicamente por la presión que generaba el fulminante. Estas pistolas estaban muy de moda por aquella época para el tiro de salón, para lo que no se necesitaba más potencia que la necesaria para atravesar una diana de papel colocada a 1o o 15 metros como actualmente se hace con las pistolas de aire comprimido. De hecho, en la descripción de la vista lateral del arma especificaron que era la misma que se usaba en las armas que "...generalmente se denominan “pistolas de salón”, siendo, como creemos, una invención francesa."
Por fin, el 20 de
junio de 1854, Palmer, Wesson y Smith lograron formar una nueva sociedad
radicada en Norwich, Connecticut, para sacar provecho al montón de patentes que
previamente había adquirido Palmer de los diseños de Hunt, Jennings y el mismo
Smith. Aunque no figurase en la sociedad, Henry también estaba en el ajo y, al
parecer, la idea era dividir la producción de armas cortas y largas, las
primeras bajo la marca que se haría famosa en el mundo entero: Smith & Wesson. Como vemos en la foto, inicialmente los
armazones de estas armas eran de hierro fundido, llevando en las pletinas
laterales un grabado con motivos florales para darles un toque de distinción.
Se ofrecieron en dos tamaños y dos calibres. La más pequeña (denominada como Nº 1 aunque se empezó a fabricar en segundo lugar) tenía un cañón de 4
pulgadas de calibre .30, si bien por las tolerancias que se le daban al ánima
para disparar la bala cohete se la considera como un calibre .31, y su depósito tubular tenía capacidad para seis balas, que no cartuchos. La grande, denominada Nº 2, era de calibre .38 aunque por los mismos motivos que la anterior es considerada como un calibre .41, y se servía con cañones de 8 pulgadas- aunque se fabricaron algunas unidades de 6 pulgadas- y capacidad para 8 proyectiles. Como podemos ver, en estos modelos los cañones eran cilíndricos en sus dos últimos tercios, siendo ochavado solo el primero. Estas armas estaban marcadas como "Smith & Wesson", no como Volcanic porque esta empresa no existía aún, y se fabricaron unas 700 unidades más, posteriormente, otras 500 por la Volcanic Repeating Arms Company con piezas sobrantes (luego lo detallaremos), mientras que del modelo grande se acabaron unas 500 unidades. O sea, que la producción de ambos modelos bajo la firma de Smith & Wesson apenas llegó a las 1.200 armas, 1.700 si incluimos las 500 manufacturadas por la Volcanic.
En lo tocante a los cambios efectuados en la bala cohete original, podemos verlos en el gráfico de la derecha. Ante todo, hubo que añadirle un pistón ya que en un arma que pretendía ser de repetición no era de recibo tener que seguir reponiendo los pistones cada vez que se cargaba. Por lo tanto, y según vemos en la figura A, se diseñó un contenedor que se componía, si lo miramos de fuera adentro, de una copa de latón (fig. C) con un orificio por donde debía entrar el percutor del arma. Dentro de dicha copa se colocaba un disco de corcho o material similar también con un orificio, pero en este caso para mantener en su sitio el fulminante. El contenedor quedaba cerrado por una copa convexa en forma de cruz (Fig. D) fabricada de hierro o acero que hacía de yunque. Al parecer, inicialmente el contenedor de la substancia fulminante- a base de fulminato de mercurio como era habitual- se fabricaron de vidrio para, al poco tiempo, pasarse al cobre. En la figura B vemos la secuencia de disparo: el pistón detona y la deflagración sale por los cuatro espacios libres que deja la lámina cruciforme que cierra el contenedor, iniciando la carga de pólvora. Por lo demás, las balas estaban provistas de entre 6 y 8 bandas de engrase para lubricar el cañón en cada disparo e impedir o retrasar el emplomado de las estrías. En la figura E podemos ver el aspecto de una bala original. Esta munición, a pesar de estar en uso desde 1854, no fue patentada hasta dos años más tarde, concretamente el 22 de junio de 1856. En cuando a las prestaciones de estas balas cohete, eran simplemente patéticas. El proyectil de calibre .41 pesaba solo 100 grains y alcanzaba una velocidad en boca de 80 m/seg., menos que el saque de un simple aficionado al tenis. En cuanto a su potencia, apenas daba para apiolar a un cuñado canijo a medio metro: 80 julios, menos de la que se obtiene de un misérrimo 6,35 mm.
Oliver Winchester (1810-1880) |
Bien, retomando el tema pistoleril, la Volcanic aprovechó como es lógico la patente de la pistola de repetición si bien con una serie de cambios de tipo estético, porque en lo tocante a lo mecánico permaneció prácticamente invariable. Aunque se siguió ofreciendo en los mismos tamaños y calibres, el cajón de mecanismos dejó de fabricarse de hierro para hacerlo con bronce, un material más barato, fácil de trabajar y que era insensible a la oxidación, o sea, un acabado propio de las armas destinadas a equipar a la marina. Además, el lomo de la empuñadura se hizo enteramente curvado, sin el pequeño resalte del modelo original que impedía que el arma resbalase hacia atrás al disparar. También se optó por usar una empuñadura igual para los dos modelos, grande y pequeño, que como vimos antes en el segundo caso era con forma de plátano. Otro cambio lo vemos en el cañón, que pasó a ser enteramente octogonal y, por último, tenemos la palanca, de cuyo anillo se eliminó el espolón para apoyar el dedo anular.
Incluso se fabricaron versiones con cañones extralargos de 16, 20 y 24 pulgadas en calibre .41, aunque también se experimentó con los calibres .40, .44 y .50. Por su mayor longitud podían montar un depósito de mayor capacidad, de hasta 20, 25 y 30 proyectiles respectivamente. Como es obvio, semejantes bicharracos tenían como finalidad usar la pistola como una carabina, costumbre que ya hemos visto en otras firmas si bien la ridícula potencia de su munición hacían impensable que su uso no fuera otro que pegar unos tiros a botellas viejas en el patio trasero de casa o en cualquier descampado. En la foto de la derecha podemos ver un par de modelos provistos de culatas de madera y de varillas de hierro, las cuales eran fijadas mediante una muesca y un tornillo. En fin, un juguete molón y poco más si bien sus precios no eran precisamente baratos, sino todo lo contrario. El modelo de calibre .31 con cañón de 4" y capacidad para 6 proyectiles costaba 12 $. De este mismo calibre se fabricó una versión de tiro al blanco con cañón de 6" y 10 proyectiles de capacidad por un precio de 13,5 $. La pistola de armazón grande se ofrecía con cañones de 6 y 8 pulgadas y una capacidad de 8 y 10 proyectiles, ambas por 18 $. En cuanto a los modelos de carabina costaban 30, 35 y 40 $. Valga como comparación el hecho de que un Winchester modelo 1894 costaba 40 años más tarde entre 13,16 y 15,53 $ dependiendo del calibre. Como extra se ofrecía la posibilidad de que el cajón de mecanismos fuese plateado y grabado como las antiguas pistolas de Smith & Wesson por un importe de 1,50 $ para el modelo pequeño, 2 $ para la grande y 3 para las carabinas. La munición era también bastante cara: 10 $ el millar de calibre .31 y 12$ para el calibre .41.
Pero la trayectoria de la empresa tampoco acababa de encauzarse adecuadamente, porque en agosto de 1856, cuando apenas llevaban unos meses funcionando, ya comenzaron a tener dificultades económicas. Finalmente, a principios del año siguiente tuvieron que venderla a Winchester para cubrir las deudas que habían contraído con él ya que fue el que puso el dinero para ir saliendo al paso. Cabe pensar si la quiebra no fue en realidad un astuto complot de Winchester para quedarse con la compañía por cuatro duros ya que solo las patentes valían un pastizal, sobre todo la que amparaban el mecanismo de palanca y el cartucho de fuego anular diseñado de Wesson, ambas piezas angulares de los futuros rifles de palanca que lo harían millonario.
Volcanic de bolsillo con cañón de 4" en un estado cuasi flamante. Por su rareza, una de estas armas puede costar hoy más de 35.000 $ sin problema |
En cuanto a su funcionamiento, era bastante básico pero requería el uso de ambas manos, una empuñaba y la otra accionaba la palanca. Podía amartillarse y hacer avanzar la palanca con el dedo corazón, pero eso solo estaba al alcance de hombres con manos grandes y fuertes, y aún así solo para el modelo pequeño. Como es obvio, amartillar un revólver era mucho más fácil. El tema de la recarga no era el peor problema ya que era al menos igual de lenta- o rápida, según se mire- que la de un revólver de armazón basculante teniendo en cuenta que, caso de usar cartuchería metálica, la vaina servida sería expulsada al accionar la palanca. Veamos su funcionamiento. En la foto superior tenemos una serie de piezas sombreadas con distintos colores que nos ayudarán a entenderlo sin problemas. La palanca acciona una leva (amarillo) en cuyo extremo vemos un tetón que hace oscilar una biela (azul), la cual desbloquea otra leva (verde) que hace avanzar y retroceder el cierre que contiene el percutor (recordemos que se puede amartillar a mano o bien mediante el empuje del cierre). Al mismo tiempo, un elevador que queda oculto en la parte delantera del cajón de mecanismos sube un proyectil desde el depósito y lo enfrenta a la recámara. Al cerrar la palanca el cierre avanza, empujando el proyectil y quedando el arma a punto para disparar. En la foto inferior vemos el arma ya cargada, pero hemos resaltado un detalle que aparece dentro del círculo rojo: es la posición de las levas que bloquean el cierre y, como se puede comprobar, no es un mecanismo especialmente sólido ni mucho menos. Basta que la presión sobre la palanca se afloje un poco para que las levas cedan por su propio peso y, en el momento del disparo, la presión haga salir despedido hacia atrás el cierre. Esto sería muy raro con la bala cohete y sus paupérrimas prestaciones, pero con un cartucho de más potencia sería un peligro potencial a cada disparo e incluso hacer que el cierre saliera del cajón de mecanismos para incrustarse en la frente del tirador. Esta fue otra de las razones por las que las Volcanic no acabaron de ganar popularidad.
La bola del empujador corresponde al modelo inicial de la Smith & Wesson/Volcanic inicial. En las armas con armazón de bronce se sustituyó por una pieza de ese mismo material con forma de corazón, como vemos en la foto. Esta nos permite además apreciar el sistema de fijación del casquillo al cañón que, aunque visualmente era octogonal en toda su longitud, en realidad tenía el extremo cilíndrico para acoger el casquillo, al que sí se le daba forma ochavada para no romper la línea estética del arma. El bloqueo de esta pieza se efectuaba mediante un manguito que, a su vez, era fijado al extremo del cañón, pudiendo ser removido en caso de avería o rotura del muelle. Por lo demás, las Volcanic, fuese cual fuese el fabricante en su corta vida, era un arma muy bien acabada, con un ajuste entre las piezas de un nivel superior y propio de un arma de muy buena calidad. Pero, como es lógico, eso no servía de nada a la hora de repeler una agresión, y una simple Derringer de calibre .41 era mucho más eficiente que estas armas a pesar de su enorme tamaño y su intimidatorio aspecto si bien, eso sí, siempre podían usarse como una maza empuñándolas por el cañón e incrustando la culata en la testuz del adversario.
Matar, mataban poco. Pero al menos acojonaban, ¿que no? |
Bueno, pues con esto terminamos. Espero que hagan llorar amargamente a sus cuñados y se libren de su abyecta presencia durante una temporada, al menos hasta que en Semana Santa les entre el ansia de devorar pestiños y torrijas de pescuezo.
Hale, he dicho
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