viernes, 7 de febrero de 2020

ENSEÑAS Y HERÁLDICA DE LOS SAMURAI

Fotograma de "Ran" (1985), obra maestra de Akira Kurosawa que nos ofrece, entre otras cosas, el increíble espectáculo
visual de un ejército compuesto por samurai y ashigaru con las banderas de su señor Hidetora Ichimonji y sus ambiciosos
hijos Taro Takatora y Jiro Masatora. El que no haya visto aún esta cinta está en pecado mortal, lo sepa

Como ya vimos en su día, la heráldica surgió en Europa como una mera necesidad para identificarse en la vorágine del combate y no darle excusas a cualquier cuñado para que te estampase su hacha en plena jeta aduciendo que ibas vestido como el caudillo enemigo. De esa necesidad surgió la ciencia que acabó convirtiéndose con el paso del tiempo en una forma de mostrar tanto a amigos como enemigos que los ancestros propios no solo los tenían bien puestos, sino que eran bienquistos por los monarcas y gozaban de su confianza. En puridad, podríamos incluso afirmar que la heráldica es algo universal ya que cualquiera que reúna a cuatro compadres para ir a la guerra necesita ser reconocido por propios y ajenos, y hasta la tribu más perdida de África, Asia o Sudamérica también tenían que recurrir desde los tiempos más remotos a insignias que hicieran saber a los enemigos con quienes se jugaban los cuartos, ya fuesen las calaveras de los abuelos pintadas de rosa chicle, el pellejo de un antílope albino o un cacho trapo con alguna chorrada pintada en el mismo. 

Samurai escoltado por un sirviente a pie que
porta una bandera con su blasón
En lo tocante a la heráldica japonesa podríamos decir que, básicamente, está basada en principios similares a la europea si bien difiere de forma radical en lo tocante a mobiliario, diseño e incluso la forma de presentar los distintivos familiares ya que, mientras en Europa se recurría al escudo para identificarse, en Japón tuvieron que buscar otras soluciones ya que ellos no usaban esos chismes tan prácticos. Por otro lado, aunque en los albores de la heráldica europea no había normas respecto al diseño y cada guerrero pintaba en su escudo lo que le daba la gana, posteriormente no solo se convirtió en una ciencia con una reglas tan estrictas que solo los reyes de armas eran capaces de interpretar cada mueble, símbolo y color de un blasón, sino que solo los monarcas tenían potestad para otorgarlos y, llegado el caso, añadir o modificar el contenido del escudo de armas. Sin embargo, en el Japón no hubo unas normas tan estrictas y, de hecho, llegó un momento en que cualquier pelagatos podía elaborarse su distintivo familiar, cosa que en Europa se consideraba y se considera un fraude, cuando no un delito. En fin, basta de introitos y vamos al grano, que para luego es tarde.

La ilustración muestra un carro donde viaja el mismo emperador durante
la Rebelión de Heiji. En el carro viajan él y la emperatriz huyendo del
palacio imperial escoltados por varios samurai
Curiosamente, el origen de la heráldica en el Japón no se inició con fines bélicos, sino para identificar a los mensajeros. Los primeros emperadores del Japón hacían uso de su distintivo personal, el mon, que era pintado en un estandarte que portaban sus mensajeros cuando viajaban al continente a resolver temas diplomáticos con sus vecinos de la China. Los ejemplos más primitivos datan del Período Nara (710-784), de donde se conservan ilustraciones en las que aparecen carros para los mensajeros y funcionarios imperiales decorados con un diseño consistente en una estrella rodeada de otras ocho que, a simple vista, parecen un flor de ocho pétalos. El mon era el distintivo familiar de los personajes de cierta relevancia, el equivalente, por buscarle un símil comprensible, al escudo de armas de un linaje europeo. Sin embargo, carecían de la complejidad de los blasones occidentales en lo tocante a diseños y colores y, de hecho, ni siquiera estaban sujetos a otro cometido que como distintivo en sí. En el Japón no se hacía uso de torres, castillos o edificios de cualquier tipo, formas geométricas complejas ni objetos de lo más variopinto, y en lo referente a los animales eran muy escasos. Se limitaban a adoptar un diseño elegante pero básico, generalmente inspirado en motivos florales, cuerpos celestes y formas geométricas simples. 

Kiku no go mon, el emblema por antonomasia de la
monarquía japonesa y, desde 2005 de la nación
No había unas normas fijas en lo tocante al color, e incluso había veces en que ni siquiera se recurría al mon en batalla, sino que se limitaban a decorar sus banderas con unos colores que hicieran un contraste significativamente visible para, simplemente, saber quiénes eran los amigos y quiénes los enemigos. Solo había un mon que permanecía inalterable, y era el del emperador, el kiku no go mon, el archifamoso crisantemo de 16 pétalos que, según algunos estudiosos, es en realidad una representación idealizada o esquemática del sol en la que los pétalos de la flor serían los rayos. La flor de 16 pétalos era de uso exclusivo para el emperador, mientras que el heredero usaba uno con 14 pétalos. A partir de 1871, tras la Restauración Meiji, quedó totalmente prohibido que nadie usase un mon que pudiera ser confundido con el crisantemo imperial. Solo un vasallo del emperador tuvo el privilegio de usar ese símbolo, el valeroso Kusunoki Masashige, que palmó heroicamente en 1336 en la batalla de Minatogawa sin que su lealtad hacia el emperador Go Daigo cediera ni medio adarme, yendo voluntariamente a una muerte segura por obedecer a su señor. Por ello, Go Daigo concedió a su familia usar como distintivo el kikusi mon, el crisantemo en el agua, simbolizando con ello que gracias a Masashige el crisantemo real se mantuvo a flote. Este es el único caso, que se sepa, en el que un determinado distintivo familiar fue concedido por el mikado.

Dos tipos de hata jirushi
Esta necesidad de recurrir a un símbolo identificativo surgió en el siglo X con la instauración de los shogun. A lo largo de casi dos siglos, las familias de terratenientes estuvieron dándose las del tigre para, poco y poco, batallando unos contra otros, fueron cayendo los aspirantes a hacerse con el poder y relegar al emperador a una mera figura decorativa hasta que a finales del siglo XII solo quedaron dos: los Taira y los Minamoto. Después de varios enfrentamientos, fueron los Minamoto los que lograron el triunfo y, con ello, el anhelado título de shogun en 1192, régimen dictatorial que se mantuvo hasta el siglo XVI. En aquella época y como ya se ha comentado, el uso del mon en batalla no era obligado, y se solía recurrir a enseñas que bastasen para identificar a los buenos de los cuñados. En este caso se empleaban los hata jirushi, una bandera mucho más larga que ancha que pendían de un travesaño colocado en el extremo de una larga asta, bien embutido en un lado o bien en forma de cruz, algo así como los lábaros usados por los emperadores romanos. Estas banderas eran portadas por el hata sashi, un samurai que, a modo de heraldo o abanderado, cabalgaba o corría tras su señor para señalar en todo momento, tanto a amigos como enemigos, dónde se encontraba. Y además del mon o un color liso determinado adornado con franjas que hicieran contraste, algunos señores solían optar por escribir con tinta negra oraciones a los shinto kami- los dioses-, por los que más vocación sentían o incluso exhortaciones o proclamas al valor o a alguna de sus hazañas. En esto, como vemos, a pesar de que por aquel entonces Europa y Japón se desconocían por completo, había una coincidencia bastante peculiar ya que por estos lares se recurría a adornar las banderas con imágenes sagradas de Jesucristo, la Virgen, ángeles o el santo de turno.

A la derecha vemos con más precisión el hata jirushi de
Takezaki Suenaga: una bandera en la que aparece su mon en
la parte superior sobre fondo blanco y el tercio inferior de
color azul. El mon consiste en tres losanges huecos sobre el
ideograma "yoshi", que significa "viejo"
El hata jirushi tenía más utilidades además de informar al planeta entero de que su dueño estaba presente en la batalla, sino también después de la misma. Por ejemplo, era costumbre de los samurai colgar el hata jirushi con su mon de las murallas de un castillo o una ciudad tomada y en la que él en concreto había sido el primero en coronarla y hacer frente a los defensores. Por otro lado, se empleaba en la ceremonia de presentación de las cabezas de los enemigos a los que había derrotado, truculenta costumbre de estos honolables guelelos del mikado. Como creo que ya se ha comentado alguna vez, los samurai encargaban limpiar y peinar las cabezas de sus enemigos para presentarlas a su señor para ganar prestigio y, de paso, alguna recompensa. En dicha presentación se colocaba junto a los trofeos el hata sashi con la bandera y los testigos que diesen fe de la hazaña. En la ilustración izquierda vemos el hata sashi trotando tras su señor, Takezaki Suenaga, un samurai vasallo de Muto Kagesuke que se distinguió durante la invasión mongol a Japón en 1274 y hasta mandó elaborar el conocido Mōko Shūrai Ekotoba, un pergamino en plan Tapiz de Bayeux donde se detallaban sus hazañas para presentarlas al shogun y recibir una recompensa por ello.

Ibaku donde el daimyo se zampa una paella de marisco con sus colegas
En esta misma época también se generalizó la costumbre de decorar con el mon el ibaku o maku. El ibaku era unas pantallas de tela que, a modo de zona reservada, permitían al comandante de un ejército o un señor reunirse con sus hombres de confianza o, simplemente, pegarse un siestazo mortífero aislado de miradas indiscretas. De hecho, el término con que se denominó al régimen de los shogun, bakufu, proviene precisamente de estos pabellones sin techo. Lo instituyó el primer shogun, Minamoto Yoritomo en 1192, y significa precisamente "el gobierno detrás de la cortina". El ibaku, claramente distinguible en la cima de algún otero cercano, era perfectamente visible tanto por las tropas del noble de turno como por las enemigas. Al parecer, con el paso de tiempo se tomó la costumbre de bordar o pintar el mon cada vez más grande, para que a nadie le quedase duda de que allí estaba el cuartel general del mandamás.

También para identificarse ante propios y extraños era habitual pintar el mon en los manteletes con que los arqueros se protegían de los proyectiles enemigos, sobre todo en los asedios. A medida que pasaba el tiempo, los ejércitos de los señores feudales crecían en efectivos, disminuyendo comparativamente el número de hombres a caballo en favor de la infantería, más barata de mantener y con un uso táctico más flexible en el campo de batalla. En el caso de la ilustración de la izquierda, correspondiente a una batalla de las Guerras Genpei entre los clanes Minamoto y Taira, vemos el mon de los primeros, la flor de la genciana, otros con franjas horizontales y algunas exhortaciones de tipo religioso para que el kami de turno se apiade de sus miserables almas de devoradores de sushi y los deje irse al cielo si palman como auténticos y verdaderos héroes a mayor gloria de su señor.

Y por último, señalar que también era costumbre bordar el mon en la espalda del jinbaori, el típico sobretodo sin mangas que usaban los samurais de alto rango. También podía aparecer en el kabuto (el casco), por lo general encima de la visera. En todo caso, insistimos en que el uso de mon no estaba en modo alguno reglado por las estrictas normas de la heráldica occidental, y su diseño no obedecía más que al capricho de su dueño, que podía buscar en él un símbolo alegórico relacionado con su clan, sus antepasados o alguna hazaña notable realizada por él o por alguno de sus ancestros. Por poner un ejemplo para que nos sirva de orientación a la hora de valorar los motivos para crear un mon, sirva el de Kumagai Naozane, que aunque inicialmente estaba al servicio del clan Taira se pasó secretamente al bando de los Minamoto (el tema de la tan tatareada lealtad del samurai es bastante cuestionable a ojos de los occidentales). Tras la derrota de Minamoto Yoritomo en Ishibashiyama en 1180, Naozane recibió la orden de buscar al enemigo vencido, que encontró oculto en un árbol. Para no delatar a su nuevo señor, agitó las ramas con su arco y salieron dos palomas volando espantadas, pudiendo así justificar a sus acompañantes que allí no había nadie escondido. De ahí que adoptase como mon dos palomas y el nombre de Hachiman Dai Bosatu, un emperador deificado al que atribuían a las palomas ser sus mensajeras. O sea, que nada que ver con los castillos, torres, leones y demás mobiliario habitual con la heráldica occidental. 

Los usos de la guerra y los efectivos habituales de los ejércitos empezaron a variar hacia mediados del siglo XV, empezando por la dificultad de llevar cada samurai su correspondiente hata shasi junto a él. Los combates eran cada vez menos a nivel individual y más formando masas de hombres cuya identificación se complicaba enormemente, así que hubo que idear nuevas formas para reconocerse unos a otros más allá de los hata jirushi de siempre, que quedó relegado al papel de identificar a todo un ejército, y no a nivel individual de cada combatiente. O sea, se convirtieron en la enseña global de todos los efectivos de la hueste por lo que para señalarse individualmente se optó por distintivos más pequeños y, de paso, menos engorrosos. Inicialmente se crearon los sode jirushi, unos pequeños banderines con el mon del samurai que se colocaban sobre las hombreras de las armaduras. Del mismo modo otro optaron por los kasa jirushi, la insignia del casco, que se colocaba en la parte delantera sobre su cimera personal o colgando de una anilla en la parte trasera del kabuto (véanse las figuras de la ilustración superior). Las tropas que seguían a estos samurai de más rango adoptaron las mismas insignias, por lo que sería el primer tipo de uniformidad en los ejércitos japoneses.  

Ashigaru armado de naginata, tanto
y wakizashi (c. 1470)
En el último cuarto del siglo XV surge el Sengoku Jidai, el Período de los Estados Combatientes, en el que los daimyo (grandes nombres) empiezan a luchar entre ellos para aumentar sus dominios ante la cada vez mayor falta de autoridad de los shogun. Este constante estado de guerra civil obligó a reclutar más tropas que, aunque ajenas a la casta de guerreros por antonomasia, los samurai, llegado el caso podían dar tanta guerra o más. Eran los ashigaru (pies ligeros), tropas de infantería a sueldo que igual valían para manejar una naginata que para disparar un arcabuz cuando las armas de fuego llegaron a Japón de manos de los portugueses. Los ashigaru eran un símil de los mercenarios suizos en Europa: se apuntaban al que pagaba más y mejor, de modo que a los daimyo no les quedó más remedio que tratarlos generosamente si no querían verlos en la siguiente campaña haciéndoles frente. Y para ello, nada mejor que proveerlos de un armamento defensivo que los pusiera contentitos así que tuvieron que rascarse el bolsillo para equiparlos con las okashi gusoku, armaduras cedidas en concepto de préstamo mientras permanecieran a su servicio. Como es obvio, un ejército que ya contaba con miles de hombres necesitaba imperiosamente medios para que el comandante del mismo supiera quiénes eran los que se movían en el campo de batalla, y los pequeños banderines colgando del casco no servían de nada en la distancia.  

Los ejércitos ya no eran una masa informe que se abalanzaba sin más contra el enemigo. Ahora se dividía en cuadros nutridos por hombres provistos con armamento de diversos tipos: lanceros, arqueros y arcabuceros, aparte de la caballería formada por contingentes de samurai. El comandante del ejército debía saber organizar aquellos miles de hombres para que la batalla no acabara como el rosario de la aurora, así que hubo que crear la figura del hata bugyo, el encargado de las banderas, cuya misión era controlar en todo momento que las enseñas de cada unidad estaban donde debían estar. Para ello disponía de un contingente de varios cientos de hata sashi, los abanderados, provistos de estandartes de diversos colores que, además, podían llevar el mon del daimyo. En todo caso, lo importante era saber quién era quién para impartir las órdenes a la unidad adecuada. Para facilitar la visión se creó el nobori, un tipo de bandera similar a la hata jirushi pero de mayor tamaño que, por lo general, el abanderado llevaba en un soporte de cuero atado a la cintura o a la espalda. A veces, su enorme tamaño obligaba a que le acompañasen dos asistentes que, como vemos en la ilustración superior, sujetaban el estandarte con cuerdas para que ni bandera ni abanderado salieran volando si se levantaba un vetarrón importante. En todo caso, lo aparatoso y molesto de su tamaño hizo que finalmente se usaran solo para identificar unidades de gran tamaño o, simplemente, para poner varias en fila ante el enemigo y acojonarlo un poco.

El nobori acabó convirtiéndose más en un objeto decorativo, y se recurrió a algo más simple y, al mismo tiempo, más útil porque si el portador del nobori palmaba y nadie se podía hacer cargo del estandarte, la unidad quedaba "invisible" para el comandante del ejército. Así pues, se introdujo un nuevo tipo de enseña de menor tamaño destinada a ser llevada por todos y cada uno de los componentes de la tropa. Era el sashimono, que es quizás el distintivo que todo el mundo identifica con el Japón medieval. El sashimono era inicialmente como un hata jirushi, pero de un tamaño muy inferior que se colocaba en un soporte en la espalda del combatiente, ya fuera samurai o ashigaru. Cada unidad tenía su color propio, que generalmente se elegía entre los cinco "colores de la suerte": rojo, azul, amarillo, blanco y negro, a los que se podían añadir franjas de diversos colores si era preciso o el mon del daimyo. Para colocarlo se ponía a la espalda un soporte de madera lacada provisto de dos cordones que se pasaban bajo las axilas y se anudaban sólidamente a dos argollas situadas en el peto de la armadura como podemos ver en el gráfico de la derecha.

Este accesorio no solo permitía identificar fácilmente a cada unidad por presentar en la distancia una vistosa masa de un mismo color, sino que ofrecía ante el enemigo un espectáculo que podía hacer que a más de uno le entrasen ganas de volver a casa sin perder un minuto. No pasó mucho tiempo hasta que se empezaron a adoptar también formas tridimensionales como abanicos, calabazas, sombrillas, serpentinas, penachos de plumas, discos y, en fin, una miríada de diseños para personalizar cada vez más cada unidad y cada ejército.

Las enseñas de los daimyo también sufrieron cambios. A principios del siglo XVII tenían la costumbre de adoptar de forma mayoritaria dos banderas: el o uma jirushi, o gran estandarte, y el ko uma jirushi o estandarte menor. Igual eran un nobori tradicional o recurrían, al igual que en el caso de los sashimono, a diseños tridimensionales con formas similares, fabricados con maderas ligera y telas y que tuvieran un significado simbólico para el personaje en cuestión. De hecho, podían juntar varios de estos estandartes que se situaban en el ibaku como si fuera una especie de santuario castrense. En ellos se podían ver sombrillas, ramas, cuerpos celestes, las dichosas calabazas, oraciones e invocaciones, etc. Por cierto que el primero en usar el hi no maru, el disco rojo que representa al sol y que se acabó convirtiendo en la bandera del Japón fue Takeda Shingen, aunque su gran estandarte era una bandera azul con una cita de Sun Tzu, el famoso estratega chino, que decía: "Rápido como el viento, mortal como el fuego, silencioso como el bosque y estable como la montaña". En estos casos, los abanderados eran por lo general ashigaru por ser uno de los principales objetivos de los samurai con ganas de hacer méritos ya que cortarles la cabeza y presentarla a su señor era un acto simbólico que venía a significar que había decapitado al comandante del ejército enemigo, así que si el hata sashi caía descabezado no solía haber muchos candidatos a sustituirlo salvo otro ashigaru que, llevando a cabo este acto de valor, podía verse recompensado e incluso elevado de rango social.

Pero la enseña de más categoría para los samurai al servicio de un daimyo de postín era el horo. Estos hombres, que formaban parte de lo más selecto de los vasallos del señor feudal, solían formar parte de su escolta personal o actuaban como mensajeros en batalla, diferenciándose del resto portando el horo en vez de un sashimono. Este peculiar aditamento estaba formado por un oikago (manda cojones el palabro), un armazón de mimbre como el que vemos a la derecha. Se sujetaba a la espalda del mismo modo que el sashimono convencional. Sobre el... oikago (💩😂) ese se colocaba el horo, que era una especie de capa provista de varias cintas para unirla al armazón. Cuando el samurai cabalgaba se llenaba de aire, dándole un aspecto vistoso muy útil sobre todo cuando actuaban como mensajeros. Obviamente, el color y demás decoración eran por lo general los del daimyo al que servían. Como utilidad extra parece ser que eran razonablemente eficaces para detener flechas que le vinieran por la espalda, pero para eso ya llevaban su armadura. Como inconveniente, cada ve que se llenaban de aire esos chismes era como llevar un paracaídas cuando uno llega al suelo: tiraba para atrás una cosa mala. Portar un horo era signo de distinción, y los daimyo más poderosos proveían a los samurai de sus escoltas con prendas de vistosos colores para darse pisto. Oda Nobunaga tenía a sus órdenes dos unidades de élite que se diferenciaban por usar un horo rojo o negro, mientras que los miembros del tsukai ban (cuerpo de mensajeros) solían usar colores muy brillantes para identificarlos mejor en el desempeño de su misión. El rango de los portadores de un horo llegaba al extremo de que, caso de caer en combate, su matador envolvía su cabeza en el mismo para la presentación de cabezas ritual tras cada batalla.

Samurai cabalgando con el horo hinchado de aire. No debía ser nada
cómodo llevar esa cosa en la espalda, y menos si había que combatir
Con todo, y como ya comentamos al principio del artículo, la obtención de un mon no dependía de la voluntad del emperador como ocurriría en Europa, dónde sólo los monarcas tienen potestad para ello, encargando a un rey de armas la elaboración del blasón en base a los méritos del agraciado. Como hemos visto, en el Japón cada cual adoptaba la simbología que quería, le añadía o le quitaba motivos y colores, e incluso a partir del siglo XVII los plebeyos empezaron a agenciarse sus propios mon. Parece ser que la iniciativa partió de los actores del teatro kabuki que, desde siempre, ha sido uno de los espectáculos más populares en el Japón. Sin embargo, cuando representaban alguna obra recreando la vida de algún noble estaba prohibido que pusieran en su ropa el mon del mismo, cuyo uso era absolutamente personal e intransferible. De ahí que, para no restar verosimilitud al atrezzo, optasen por inventar un mon para cada personaje hasta el extremo de que, con el paso del tiempo, se convirtieran en el blasón de diversas dinastías de actores. De hecho, hacia finales del siglo XVIII había ya registrados 64 mon por parte de los actores más relevantes de Edo. Y como a todo el mundo le gusta darse pisto, pues los mercaderes y gente con cierto nivel económico no dudaron en gastarse un dinero en la obtención de un mon para su familia, que eso de pasearse con una flor de loto bordada en el lomo daba mucho morbo. 

Bueno, criaturas, ya me he enrollado bastante. Si van al Japón podrán asombrar a los hijos del mikado con sus conocimientos nobiliarios, de modo que igual los convidan a sake del bueno. Por cierto, ¿se han fijado que las banderolas que suelen usar los concesionarios de automóviles son talmente como los norobi japoneses? Si no han caído, ya tienen algo más para humillar a sus abyectos cuñados.

Hale, he dicho


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