jueves, 20 de febrero de 2020

TORRE DEL HOMENAJE. LA TORRE GÓTICA


El impresionante castillo de La Mota, en Medina del Campo (Valladolid). Comenzado a construir por orden de Juan II de
Castilla a mediados del siglo XV, las obras se alargaron durante el reinado de Enrique IV para ser concluido en 1483 por
los Reyes Católicos. Su alta y poderosa torre del homenaje, coronada por una torre caballera de la que apenas quedan
restos, aún conserva las marcas de los impactos de los bolaños que la alcanzaron durante las movidas entre la corona y
la nobleza de la época. Tiene 40 metros de altura y su interior se divide en cinco plantas

A mediados del siglo XIII y bajo el reinado del santo monarca Fernando, tercero de su nombre, la Reconquista experimentó un empuje como nunca antes se había visto hasta el extremo de que, en las postrimerías de ese siglo, la presencia de malditos agarenos adoradores del falso profeta Mahoma quedó reducida al reino de Granada. Pero cuestiones geo-políticas aparte, a partir de mediado del siglo XIV la castramentación en los territorios también empezó a sufrir diversos cambios en base a una serie de factores, a saber:

1. Las fronteras con los territorios enemigos cada vez estaban más lejos, lo que hizo que se reformaran o se construyeran EX-NOVO las fortalezas destinadas a controlar los reinos peninsulares. Lógicamente, estos castillos adoptaron los usos arquitectónicos de la época, añadiendo a los mismos nuevos dispositivos defensivos surgidos por aquel entonces. Mientras tanto, las antiguas fortalezas que en su día habían formado la primera línea defensiva fueron abandonadas por carecer de utilidad militar y fueron desapareciendo con el paso del tiempo.

Torre del castillo de Villena (Alicante). Sobre el primer
cuerpo de tapial, el marqués de Villena, Juan Pacheco,
hizo construir otro más de mampostería. Dividida en 4
plantas, tiene una altura aproximada de 28 metros
2. Los nobles y las órdenes militares que ostentaban las tenencias, cuando no los mismos monarcas, tomaron estos castillos como lugar de residencia, lo que obligaba a construirlos con las comodidades y las dependencias necesarias, no solo para la guarnición, sino para la servidumbre y demás personal de tipo administrativo necesarios para el buen desarrollo de la cosa pública.

3. Mientras que el castillo de frontera seguía conservando su austeridad puramente militar, aunque con los añadidos adecuados para mejorar su capacidad defensiva, su tamaño y su morfología seguían siendo similares a los de antaño. Eran, por compararlos con un término actual, bases avanzadas donde solo vivían la guarnición y el alcaide. El tenente prefería mantenerse a una distancia razonablemente segura, o sea, lejos de la frontera, donde se estaba más tranquilo y era más improbable ver aparecer las jetas renegridas de moros cabreados con ansias homicidas.

4. Los reyes precisaban de poderosas fortificaciones para tener a raya a la levantisca y siempre ávida de poder nobleza hispánica, por lo que era imperioso disponer de buenos castillos guarnecidos con tropas y alcaides fieles a la corona porque los nobles, bien por su propia mano, bien alentando en la sombra rebeliones entre los pobladores de sus dominios, aprovechaban la más mínima oportunidad o signo de debilidad para chinchar a los monarcas a fin de mantener o aumentar sus privilegios.

y 5. El castillo se convierte en el símbolo del poder real, o sea, del estado, y para acojonar al personal nada mejor que plantarle en las cercanías una masa pétrea atestada de tropas dispuestas a someter por las malas o por las peores a los rebeldes, poner a los cabecillas de la asonada en manos de los corregidores regios y acabar la fiesta ahorcándolos si eran plebeyos, poniendo sus cabezas en el tajo si pertenecían al estamento noble o bien manteniéndolos a buen recaudo en cualquier mazmorra si convenía mantenerlos vivos.

Típica distribución de una torre gótica cuyo
acceso está defendido por una ladronera, hay
más entrada de luz natural gracias a las ventanas
y los entresuelos suelen estar formados por
bóvedas de crucería.
Bien, ese sería, grosso modo, el contexto en el que se desarrollaron estas torres. Para hacernos una idea de las principales diferencias con las torres románicas echemos un vistazo al plano de la izquierda, donde se han señalado las características más reseñables. En primer lugar debemos resaltar el engrosamiento de los muros, que pasaron de las típicas dos varas castellanas (167 cm. aprox.) que vemos en la mayoría de los castillos anteriores a la época que nos ocupa, a los 2, 3, y en algunos casos incluso más metros de espesor (los de la  torre de Chinchilla por ejemplo medían 4 varas, o sea, 3,34 metros). El motivo es más que evidente: a partir del siglo XIV la artillería demostró que su poder destructivo superaba con creces al de los fundíbulos, manganas y demás tormentaria. Por otro lado, su altura y su superficie también aumentaron de forma notable. Ante las dos plantas- baja y primera- de las torres románicas, nos encontramos con edificios de entre dos y cinco plantas que alcanzaban alturas de más de 30 metros, y en algunos casos, como la torre del castillo de Beja, en Portugal, los 47, siendo la torre del homenaje más alta de Europa. Obviamente, este aumento de altura implicaba convertirse en un objetivo más fácil para las rudimentarias bombardas y culebrinas de la época, pero en algunos casos se contrarrestó este inconveniente "enterrando" los castillos construidos EX-NOVO en fosos muy profundos. De ese modo se reducía la silueta del mismo, pero en caso de querer asaltarlo la altura a franquear era igual o superior a la de un castillo románico.


La pasarela de fábrica es posterior al castillo que, en origen
disponía de un puente levadizo
Un buen ejemplo lo podemos extraer del castillo de Chinchilla de Montearagón, que fue prisión del malévolo César Borgia y que vemos en la foto de la derecha. Este foso tenía "dos picas de profundidad y 27 pasos de ancho" (unos 11 metros de hondo por unos 37 de ancho), a los que habría que sumar la altura de la muralla a contar desde el borde del foso. Además, como se aprecia en la imagen, la base de la muralla se excavó en la roca viva dándole a la escarpa forma de talud o rebotadero, lo que obligaba a usar escalas aún más largas para alcanzar el parapeto si es que lograban colarse en el foso, que ya de por sí era una proeza ya que tendrían que usar las mismas escalas destinadas al asalto para bajar al mismo, y todo ello bajo el fuego intenso por parte de los defensores.


Otras característica de estas torres es el uso de ventanas, geminadas o con arcos de diversos tipos, que permitían la entrada de luz natural y una mejor aireación de las cámaras. Para impedir la entrada de bolaños o cualquier otro tipo de proyectil se protegían con sólidas rejas trabadas como ya se explicó en su momento. El engrosamiento de los muros permitió la construcción de tabucos ventaneros, los típicos "cortejadores" donde los habitantes de la torre podían dedicarse a chismorrear o a sus aficiones durante los ratos de ocio sin tener que estar supeditados a todas horas a la tenue luz de un candil o una vela. El que vemos en la foto corresponde al castillo de Feria (Badajoz), y en la misma podemos apreciar el enorme grosor del muro de la torre. Por cierto que para chafar al cuñado inquieto que no sabe por dónde atacarnos durante una de estas visitas castilleras, si nos preguntan si se usaba cristal para las ventanas la respuesta es que no. Por aquel entonces se recurría a finísimas láminas de alabastro o vitelas que dejaban pasar la luz si bien un tanto tamizada, pero menos da una piedra.


También se fueron dejando de lado las escaleras de tiro recto siendo más habituales las de caracol, bien aprovechando el grosor del muro o un borje adosado a la muralla. La que vemos en la foto, correspondiente al castillo de Estremoz (Portugal), muestra claramente su morfología. Estas escalera tenían la ventaja añadida de que dificultaban enormemente el paso a una fuerza atacante, que se vería obligada a subir uno tras otro debido a lo angosto del espacio disponible, lo que las hacía fácilmente defendible. De hecho, un hombre armado con una alabarda o una bisarma tendría bastantes dificultades para ascender por un sitio tan estrecho y de escasa altura, que casi no dejaría espacio para manejar el arma mientras subía los altos peldaños. Además, se veían con el inconveniente añadido de que en cada piso se cerraba una gruesa puerta de roble bien atrancada con su alamud que eran imposibles de derribar como no fuera con un pequeño ariete, y por una escalera así era impensable acarrear uno. Solo quedaba la opción de intentar prenderle fuego.


Su mayor superficie hizo posible que las cámaras de estas torres fueran mucho más amplias, y en algunos casos incluso se compartimentaban distribuyendo varias dependencias en cada planta. En la foto vemos una de las cámaras de la torre del castillo de Santa María da Feira, en Portugal, cuya alta bóveda ojival permitía incluso desdoblarla y construir un sobrado tal como sugieren los mechinales que vemos en el muro y donde se empotrarían las jácenas que sustentaban un entresuelo de madera. Esa planta superior podía usarse como almacén, alcobas o dependencias para el servicio. Al fondo vemos una chimenea mural, que aparecieron a lo largo del siglo XIII y que permitió prescindir de los braseros que llenaban las dependencias de humo hasta hacer el aire irrespirable debido, precisamente, a la ausencia de ventanas. Como vemos, estas torres podían ser perfectamente el alojamiento de un noble de alto rango o de una testa coronada y, además, a toda la familia en pleno menos a sus cuñados, que obviamente eran enviados a la pocilga del castillo.


Y precisamente porque las torres góticas se convirtieron en vivienda de gente de postín se generalizó la construcción de letrinas. Obviamente, ver a todo un conde o incluso a un rey galopando hacia las cuadras con la jeta desencajada por un repentino apretón estaba feo y atentaba contra su dignidad, así que lo más adecuado era, aprovechando sus gruesos muros, construirles una letrina para que pudieran dar de vientre mientras releían la correspondencia o atendían asuntos de estado con sus secretarios esperando fuera. Un buen ejemplo lo tenemos a la derecha. Se trata de la letrina del castillo de Peñafiel (Valladolid), situada en un descansillo entre dos plantas. En su época disponía de una puerta, así como de un asiento de madera con su orificio correspondiente. El contenido del intestino grueso o la vejiga del personal iba a parar a la liza, donde imagino que circularía poco personal, y si lo hacía sería mirando hacia arriba por si acaso. Ojo, no en todas las torres góticas veremos letrinas, en cuyo caso cabe suponer que seguían recurriendo a orinales y similares que los criados se encargarían de vaciar donde fuese más adecuado. Por otro lado, puede que encontremos alguna en un castillo románico como el de Loarre, pero en ese caso lo más probable es que sea producto de una reforma posterior en el tiempo. Recordemos que estos edificios eran sometidos a constantes reparaciones y obras para adaptarlos al uso más idóneo según la época. Por cierto, un detalle que posiblemente le haya asaltado a más de uno. Es raro ver las solerías originales, por lo general desaparecidas hace la torta de años debido al expolio. Cuando vean esos suelos terrizos se preguntarán con qué ensolaban los suelos, y la respuesta es bastante simple: por lo general, grandes losas de piedra de mayor o menor calidad y, con mucha más frecuencia, ladrillos de adobe o toba colocados a espina de pez o a soga y tizón.

Bien, con lo explicado ya podemos hacernos una idea de las condiciones de habitabilidad de las torres góticas que, como salta a la vista, eran en todos los sentidos muy superiores a las austeras torres románicas que vimos en el artículo anterior. Pero lo más importante eran las mejoras a nivel defensivo, que convertía estas torres en castillos dentro del castillo de forma que apoderarse de una por las bravas era muy difícil salvo que se dispusiera de artillería para bombardearla hasta reducirlas a escombros o bien logrando la rendición de sus defensores. Veamos los dispositivos de defensa más relevantes...


Ante todo, la ladronera. Por lo general, todos los accesos e incluso los costados de las torres tenían confiada la defensa en vertical a las ladroneras, que permitían cubrir los ángulos muertos en el instante en que el enemigo lograra aproximarse al muro de la torre. En cuando intentasen derribar la puerta, una buena rociada de cuadrillos de ballesta o una cálida ducha de brea puesta a hervir en la chimenea del salón solían ser lo suficientemente persuasivas como para hacer desistir a los enemigos más enconados. El que vemos en la imagen protegía la puerta del castillo de Fregenal de la Sierra, y su parapeto aspillerado permitía además hostigar a los asaltantes que se aproximasen al recinto antes siquiera de lograr acercarse al muro. Por lo demás, el ángulo de tiro de un agresor era en la práctica nulo para intentar colar un virote entre las ménsulas e introducirlo al interior.


Era habitual que los accesos ya no se abrieran a varios metros de altura, sino a nivel del suelo. Otra opción era abrir un acceso al nivel del suelo para la cámara de la planta baja y otro elevado para la zona, digamos, privada, al que se accedía por un vano situado al nivel del primer piso y al que se llegaba por lo general a través de una pasarela levadiza conectada con el adarve. Obviamente, una puerta a nivel del suelo disponía de medios para defenderla además de una ladronera. En casos así era habitual anteponer una camisa o un muro diafragma que incluso podría reforzarse con un pequeño foso franqueable mediante un puente levadizo. En ese caso, y para mantener a los enemigos a raya, se distribuían por el interior del muro varias cámaras de tiro desde donde se podía asaetear o  abrasar a tiros al que se acercase. En las fotos tenemos dos ejemplos. A la izquierda tenemos el foso que defendía el muro diafragma que separaba la torre del castillo de Peñafiel del patio de armas sudeste. Provisto de unas acentuadas escarpa y contraescarpa de piedra sería muy difícil intentar trepar por ellas. En su día el acceso se realizaba mediante un puente levadizo. No obstante, a la primera planta se accedía por otra puerta desde el adarve. A la derecha tenemos un caso similar, en este caso en la alcazaba de Alcalá de Guadaíra, concretamente a la zona palaciega construida por los Ponce de León en el siglo XV. Como vemos, una camisa con varias troneras precedida de un foso hoy día casi cegado complicaban bastante asaltar el recinto.


En la foto de la izquierda podemos ver un ejemplo de entrada baja y entrada a la primera planta, en este caso en el castillo de Chaves (Portugal). La planta baja tiene actualmente una corta escalera que, posiblemente, fuese labrada en algún momento posterior a la construcción de la torre, así como la apertura del vano de la puerta, siendo la original la que se abre en el primer piso y a la que se accede mediante una pasarela tendida entre dos balcones sustentados por ménsulas (flecha roja). En estos casos, como ya se comentó en la entrada sobre las torres románicas, la planta baja quedaría completamente aislada, sin ventanas ni aspilleras y usada como almacén. Por ello, antes de visitar cualquier castillo conviene ponerse al día en lo referente a sus distintas fases constructivas ya que puede inducirnos a error el ver una obra que creamos es original cuando, en realidad, igual procede de una restauración de hace 50 años y que se hizo para facilitar el acceso a los visitantes, como por ejemplo la puerta que abrieron para entrar directamente a la planta baja del castillo de Olvera, en Cádiz.


Y por fin llegamos a la estructura defensiva más característica de la torre gótica: la escaraguaita. La escaraguaita, como se explicó en su día, era un pequeño cubo macizo sustentado por ménsulas o lámparas aboceladas que permitían flanquear la torre donde se situaban. Por lo general, estas pequeñas torres podremos verlas en las esquinas, con lo que serían cuatro en total, o con una más en cada cara de la torre, sumando un total de ocho si bien hay casos excepcionales como el castillo de Coca que da cabida a una pareja por costado más las esquineras, por lo que dispone de nada menos que doce. En puridad, su capacidad de flanqueo no es todo lo eficaz que pueda parecer tanto en cuando apenas sobresalen de los paramentos de la torre pero, no obstante, los parapetos amatacanados como los que vemos en la foto, correspondiente al castillo de Torrelobatón, permitirían la defensa en vertical del recinto.


Al ser enteramente macizas, el acceso a su pequeño terrado se realizaba mediante una escalera situada en la misma azotea como la que vemos en la foto. Con capacidad para no más de dos o tres hombres, desde las escaraguaitas podía intentar flanquear a posibles atacantes si bien, en más de un caso, su presencia obedecía más a cuestiones estéticas que meramente prácticas debido al mínimo ángulo de tiro disponible hacia la vertical. Por otro lado, en algunos castillos como el de la foto se sustituyó la merlatura original por un parapeto a barbeta abocelado que permitía un uso más eficiente de las pequeñas piezas de artillería emplazadas en las azoteas- falconetes, ribadoquines, versos, etc.- que lo tenían muy complicado para tener que variarlas de posición cada vez que había que apuntar a través de una almena. De ahí que los defensores que manejaban ballestas o arcabuces se vieran muy expuestos a la hora de asomarse para disparar, siendo preferible que se desplazaran a las plantas inferiores donde se abrían aspilleras o troneras. En otros casos y para impedir esa exposición cuasi suicida, se abrían troneras en los parapetos, pero su operatividad se limitaba a objetivos situados a cierta distancia por carecer de ángulo de tiro para disparos cercanos.


Una variante la tenemos en el uso de borjes esquineros que, además de su capacidad de flanqueo, actuaban como contrafuertes. En el caso de la foto, correspondiente al castillo de Fuensaldaña, están combinados con escaguaitas en cada costado de la torre. El resultado práctico de esta combinación es básicamente igual que en el caso anterior si bien el borje tenía una pequeña ventaja: impedía al enemigo colocarse en la misma esquina, donde podía obtener con facilidad un ángulo muerto que lo situase fuera de tiro. Sea como fuere, lo que sí podemos tener claro es que si hay un elemento que caracteriza a las torres góticas son precisamente las escaraguaitas y los borjes coronando sus altivas y desafiantes siluetas. Conviene añadir que es típico en este tipo de estructura en las fortificaciones peninsulares sobrepasar escasamente la altura del parapeto de la torre, mientras que en Europa es más frecuente que sean más altas. 


Castillo de Salses. Como salta a la vista, ya no tiene nada que ver con sus
ancestro bajomedievales
En fin, básicamente así eran las torres góticas. Con la llegada del siglo XVI y la cada vez más sofisticada artillería estos castillos quedaron más obsoletos que los balcones de palo. Las murallas altas y las torres aún más altas se acababan de convertir en grave inconveniente, por lo que llegó la hora de ir jubilando los castillos neurobalísticos para dar paso a las fortificaciones pirobalísticas, diseñadas con perfiles muy bajos y rodeadas de fosos anchos y profundos para ofrecer un blanco mínimo a la artillería enemiga. Un buen ejemplo lo tenemos en el castillo de Salses (actualmente en Francia), mandado construir por Fernando el Católico en un tiempo récord, entre 1497 y 1503 por el ingeniero castellano Ramiro López. Las altas torres se convirtieron en baluartes, y las torres del homenaje simplemente pasaron a la historia antes de que los bolaños de varios quintales disparados por las bombardas las demolieran en pocos días. 

Bueno, creo que no se me ha olvidado nada importante, así que se acabó lo que se daba.

Hale, he dicho

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CHIMENEAS Y TABUCOS


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LADRONERAS

PARTES DEL CASTILLO: LA ESCARAGUAITA Y EL BORJE

TORRE DEL HOMENAJE. LA TORRE ROMÁNICA



La majestuosa torre del homenaje del castillo de Beja (Portugal). Con 47 metros de altura y tres plantas con lujosas
bóvedas de crucería, esta magnificente torre fabricada enteramente de mármol se construyó por orden de don Dinis en
1347. Para su defensa cuenta con una ladronera sobre la puerta de entrada y grandes ladroneras esquineras a la altura del
tercer cuerpo. Es de visita obligada si se anda por esa zona

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