Bueno, prosigamos...
En la entrada anterior ya pudimos ver que la Edad Media no era, a nivel jurídico, el páramo lleno de arbitrariedades que la mayoría suele tener en el magín. Había leyes que cumplir, y el personal podía pleitear con los nobles e incluso con la corona sin tener que preocuparse como hoy de que te lapiden en las redes sociales. De hecho, en los archivos de protocolos hay toneladas y toneladas de legajos en los que se dan pelos y señales de los a veces interminables procesos que se mantuvieron en esa época entre gente de todo tipo de pelaje. Obviamente se perpetraron infamias por intereses económicos o políticos como el expolio del Temple de la misma forma que hoy día se fabrican pruebas falsas para acabar con la reputación de alguien molesto para el poder, pero eso ha sido, es y será parte de nuestra existencia y solo acabará cuando el último humano se deje caer junto a un árbol y deje de respirar. Eso es lo que hay, sí o sí, y es tan inexorable como la falta de moral de los políticos.
Cuando salen a relucir las mazmorras medievales esta es la imagen que, indefectiblemente, aparece en las mentes del personal |
En cuanto al preso político las cosas variaban porque su cautiverio y posibilidades de liberación no dependían ni de un rescate ni de un código penal, sino de la voluntad del monarca. Ha habido presos políticos de todos los pelajes: reyes destronados, príncipes ansiosos de heredar la corona antes de tiempo, nobles rebeldes ávidos de poder, eclesiásticos celosos con los que cuestionaban su autoridad espiritual y secular y, naturalmente, pelagatos que por cualquier motivo se convertían en héroes del pueblo y que amenazaban la estabilidad del reino. Ser un preso político no garantizaba necesariamente gozar de determinados privilegios durante su encierro, y podían verse linajudos cautivos languideciendo en míseros tugurios si el encono de su carcelero lo relegaba a la condición de sujeto non grato cuyo deceso de forma más o menos natural era muy deseable. Obviamente, un encierro riguroso ayudaría a solventar el problema. No obstante, lo habitual era dar al cautivo unas condiciones de vida conforme a su rango. Por ejemplo, a la derecha tenemos la alcoba del palacio de Sintra en la permaneció hasta su muerte Alfonso VI de Portugal tras ser derrocado por su propio hermano, Pedro II. Como vemos, es un alojamiento como el que cualquier rey usaría en circunstancias normales.
Por citar a otro preso político de postín veamos el lugar de encierro del desmedido César Borgia en el castillo de Chinchilla, donde no fue metido en un hoyo, sino en la planta superior de la torre del homenaje, una sala que, aunque no era un resort de lujo, al menos permitía la entrada de luz natural y disfrutaba de un espacio interior razonablemente amplio. La torre, de 40 metros de altura al nivel de la azotea y unos muros de 4'2 metros de grosor, tenía solo dos cámaras con una superficie de 6 metros de lado. La superior se cerraba con una bóveda de nada menos que 12 metros de altura, el equivalente a una casa de cuatro pisos que no la haría precisamente acogedora (posiblemente estaría partida con uno o dos entresuelos de madera), pero mejor eso que un pozo. Si buscamos a un preso foráneo podemos señalar a Ranulf Flambard, obispo de Durham, que fue el primer huésped de la Torre Blanca, germen de la Torre de Londres. Este personaje, que por lo visto era profundamente detestado por todo el mundo incluyendo a sus cuñados por su arrogancia y despotismo, fue acusado de malversación por Enrique I y enviado a la Torre para quitarlo de en medio si bien su encierro no fue precisamente penoso ya que tenía una asignación diaria para su sustento de dos chelines, que era mucho más de lo que ganaba de jornal un currante en aquella época.
IN ALBIS al respecto.
los desdichados hijos de Eduardo IV de Inglaterra, recluidos y posteriormente asesinados en la Torre de Londres supuestamente por su archimalvado tío Ricardo de Gloucester. Nos referimos a Perkin Warbeck, un listo que, gracias a su parecido físico con el ya extinto Eduardo, se hizo pasar por Ricardo de Shrewsbury, el segundón de la desdichada pareja de hermanos víctimas de su taimado tío. Este pseudo-príncipe, apoyado por nobles deseosos de trocar su ayuda por favores, incordió lo suyo durante varios años hasta que, finalmente, pudieron echarle el guante y mandarlo a la Torre. Eso sí, en este caso no se preocuparon de crear un mártir ya que el mismo Warbeck acabó reconociendo públicamente, de buen o mal grado, que era un falsario de tomo y lomo, por lo que no hizo falta meterlo en conserva en una mazmorra y lo colgaron en Tyburn para que no incordiara más y, de paso, advertir a posibles pseudo-herederos que era más saludable dedicarse a la cría de champiñones.
Preso a la espera de juicio. Metido en una dependencia del castillo y aherrojado al muro ni podía escapar ni nadie podía liberarlo |
Con demasiada frecuencia se dan colores atroces a la Edad Media, y la imaginación acepta con demasiada facilidad las escenas de terror que los novelistas sitúan en tales lugares. ¡Cuántos sótanos y almacenes no se han tomado por horribles mazmorras! ¡Cuántos huesos y restos de cocinas no han sido considerados como restos de las víctimas de la tiranía feudal!". Como vemos, ya por aquel entonces se tenía bastante claro que eso de los terribles tugurios infernales eran un camelo.
La afirmación de mesié Mérimée (¿cómo carajo se pueden poner dos acentos en la misma palabra?) era tan acertada que en la misma capital gabacha (Dios maldiga al enano corso) tenían ejemplos como el que vemos a la derecha. Se trata de una cámara situada en el subsuelo de una torre de la Bastilla, habiendo varias de ellas en el recinto. Como vemos, la cámara, a la que se accedía por una angosta escalera de caracol, consta de una bóveda con una aspillera que daba al foso y estaba circunvalada por una acera de apenas un metro de ancho. En el centro, un cono invertido con un desagüe. Si esto había sido concebido como calabozo habría sido sin duda un engendro del más refinado sadismo, porque vivir en un metro de suelo y pensar que si te duermes y caes en el hoyo ya no sales de ahí volvería loco al más pintado en pocas semanas. ¿Qué sentido tendría semejante ocurrencia digna de película de psicópatas de esos que un mal día se levantan oyendo voces? Ninguno. Para acabar con la psique de un preso basta meterlo en un pozo en la más absoluta oscuridad sin necesidad de tanto refinamiento y, por otro lado, ¿qué se ganaba haciendo perder la chaveta a alguien? La explicación nos la dio Viollet-le-Duc: eran neveros, y precisamente el hecho de que hubiera más de uno confirmaría que, de ese modo, se dispondría de hielo para enfriar bebidas, sorbetes o cualquier otra cosa durante todo el año. Obviamente, todo el mundo había pensado que, una vez más, se trataba de la enésima muestra de perversidad medieval.
AB INITIO como cárcel o, simplemente, se trataba de una habitación más. Fijó un criterio bastante básico de tres puntos que, al menos, eran una base de partida: debía tener poca o ninguna iluminación, un solo acceso y carecer de chimenea, que podría ser un medio para proporcionar ayuda al recluso en forma de armas o herramientas que le facilitaran la huida. A estos tres puntos se podría añadir un cuarto: la existencia de huecos para uno o más alamudes en la parte exterior de la puerta. Como se explicó en su momento, todas las puertas de un castillo estaban concebidas para ser cerradas desde dentro menos, naturalmente, las destinadas a contener algo o alguien que no debía salir del interior. Pero esto tampoco es determinante por una razón bastante simple: podía ser la cámara de caudales del castillo que, como centro administrativo de un territorio, podría acumular importantes cantidades de dinero procedentes de las alcabalas y tributos que había que mantener a buen recaudo hasta que llegase la hora de enviarlas a las chancillerías. Una combinación bastante viable sería una dependencia superior que sería donde curraban los contables y escribanos y otra al mismo nivel o, mejor aún, subterránea, donde era imposible que entrara cualquier persona ajena al castillo.
De hecho, incluso las dependencias situadas bajo o sobre las puertas de acceso a las fortificaciones, en muchos casos identificadas como calabozos, también han sido desmentidas. Las primeras eran los pozos de los mecanismos de determinados tipos de puentes levadizos que reunían las tres condiciones señaladas por Mathieu: sin luz, con un solo acceso y obviamente sin chimenea (en esta entrada podrán verlo claramente). Las segundas, pues lo mismo: cámaras para mecanismos de puentes y, en este caso, también de rastrillos. Al final, solo habría un elemento que indicaría que una determinada dependencia estaba concebida para un uso carcelario independientemente de que, si no era preciso recurrir a ella como cárcel, se pudiera emplear para cualquier otra cosa como guardar el brandy del bueno durante las visitas de la familia política: las letrinas. Obviamente, en una cámara subterránea más bien de pequeñas dimensiones no pintaba nada una letrina, por lo que estos inodoros medievales eran una prueba que garantizaba de forma más fehaciente un uso carcelario, más que la ausencia de chimeneas o que el cierre quedase por fuera. En el plano de la derecha tenemos un buen ejemplo: la mazmorra de pozo del castillo de Dirleton, en Escocia. Se trata de un tipo de prisión de dos niveles, uno superior para hombres libres o de cierto estatus y otro inferior al que se accedía por una simple abertura en el suelo de la cámara superior, la cual se cerraba mediante una reja o una losa asegurada con una barra de hierro o similar. Este pozo, que como se ve estaba en parte excavado en la roca, disponía de una letrina en el nicho que aparece al fondo y que desaguaría en una fosa séptica, por lo que sus emanaciones llenarían la celda de un hedor muy irritante.
analicemos por qué se relacionan las lúgubres mazmorras con los castillos como si estos edificios fueran los únicos donde se encerraba al personal. El castillo no solo era un recinto militar, sino también el centro administrativo y judicial de una determinada porción de territorio. Además de alojar una guarnición, en el mismo se llevaba a cabo la recaudación de impuestos y la administración de justicia que era llevada a cabo por jueces designados por la corona. Podía tener potestad para juzgar el noble que ostentase la tenencia o el feudo, el alcaide en quien delegaba el noble o corregidores o adelantados nombrados por el rey. Cada país tenía sus normas al respecto. En las ciudades había audiencias con sus jueces, escribanos, guardias y demás personal, aparte de las dependencias donde custodiar a los presuntos. Por ejemplo, en la Sevilla renacentista había una Real Audiencia por donde pasó el mismísimo Cervantes que tenía los calabozos en un recinto separado que, al parecer, comunicaba con las dependencias judiciales mediante un pasadizo subterráneo para impedir que, en un momento dado, los compadres del reo pudieran liberarlo cuando era conducido desde la prisión ante el juez. Sin embargo, en los villorrios y poblados que en aquellos tiempos estaban en mitad de la nada, era el castillo el que debía cumplir ese cometido.
Un juicio en la Edad Media. Los dos compadres de la derecha tienen pinta de perdedores innatos, no sé por qué... |
En resumen, con esto ya creo que quedan despejadas las dudas respecto al mito mitológico de las lóbregas mazmorras donde la gente eran simplemente abandonada hasta palmarla debido a la pésima alimentación y las enfermedades derivadas de vivir en un ambiente totalmente insalubre, aparte de los efectos psicológicos producidos por el aislamiento y la oscuridad. Hemos visto cómo las dependencias de un castillo podían ser usadas como calabozos de circunstancias, que eran la inmensa mayoría, por lo que solo nos resta mostrar algunos casos, pocos en comparación con el resto, de prisiones construidas ex-profeso, lo que, insistimos, no significa que las penas de privación de libertad fueran la norma sino, simplemente, se tenían en cuenta para disponer de un lugar seguro para impedir fugas o bien donde alojar a esos presos políticos que, en este caso, sí se veían relegados a largos períodos de internamiento que a veces eran de por vida. Pero, no lo olvidemos, estos eran la excepción, no la regla y, como hemos visto, lo habitual por su rango era alojarlos en cámaras o dependencias medianamente confortables. Por lo tanto, las opciones se reducen a simples ergástulos para la custodia de delincuentes en espera de juicio, y hubo nobles o reyes que prefirieron en algunos casos disponer de dependencias idóneas para ello en vez de conformarse, como hacía la mayoría, con meter al presunto en cualquier parte.
En primer lugar veamos un tribunal capitalino, o sea, una audiencia como podría haberla en cualquier población europea en la que, como hemos dicho, los calabozos tenían exactamente el mismo fin que los actuales en los juzgados: custodiar al preso hasta que sea juzgado. Para ilustrarnos veamos la distribución del tribunal eclesiástico de Sens, donde se juzgaba al clero bajo la jurisdicción del arzobispo de la archidiócesis. Las flechas negras indican la entrada al edificio y, girando a la derecha, el paso a un amplio salón donde se encontraban los calabozos. La flecha roja marca la escalera que conducía a la primera planta, donde estaba la sala del tribunal. En azul tenemos los cuatro calabozos distribuidos de la siguiente forma: el 1 era independiente del resto. Tenía su propia entrada y junto a él vemos una pequeña cámara marcada de verde en la que un guardia podía escuchar lo que hablaba el preso a través de una pequeña abertura fuera de la vista del mismo. Esta estancia tendría posiblemente la misión de servir de apostadero en caso de que el preso recibiera una visita y poder estar al tanto si tramaba algo. Luego están los calabozos 2, 3 y 4, situados sucesivamente. El 2 podría ser más bien una habitación de paso porque en el suelo, pintado de gris, vemos una trampilla que daba a una mazmorra subterránea que disponía de entrada de luz y letrina. No sería raro que estuviese reservada para sujetos especialmente inquietos o que no conviniera mezclar con otros presos que seguramente compartirían los calabozos superiores, lo bastante amplios como para albergar a varios de ellos. Por cierto que las paredes de los calabozos superiores están llenas de las típicas inscripciones carcelarias que se han datado entre los siglos XIII y XV. Sin embargo, en el subterráneo no hay apenas rastros de presencia humana, por lo que es posible que se usara solo en contadas ocasiones. En fin, como vemos, no difieren mucho de cualquier juzgado moderno.
En cuanto a mazmorras que puedan ser identificadas sin ningún género de dudas, me temo que nos tenemos que salir de España, donde ni se tiene noticia de ninguna ni tampoco que hayan existido si bien, por desgracia, hay demasiados castillos en ruinas como para comprobarlo de forma fehaciente. Así pues, toca migrar y mirar a los vecinos del norte, donde podemos encontrar uno de los mejores ejemplos de este tipo de prisión. Se trata del castillo de Pierrefonds, comenzado a construir en 1396 por orden del duque de Orleans, hermano de Carlos VI. Como vemos en el plano, constaba de dos cámaras superpuestas en la planta baja de una torre. La superior disponía de letrina y dos angostas entradas de luz que, como se puede observar, estaban al final de una empinada rampa. La inferior era lo que algunos autores denominan una mazmorra de botella por su evidente similitud con esos recipientes. Tenía un único acceso por el "tapón de la botella" que, una vez cerrado con una losa asegurada con una barra de hierro y un candado, dejaba el antro sumido en la oscuridad más absoluta. Con todo, dejarlo abierto no facilitaría mucho la fuga ya que, como vemos en la escala, tenía unos seis metros de altura imposibles de salvar. Para estancias más prolongadas se había previsto una letrina. Hay más de una prisión de este tipo en el citado castillo, una de ellas con un profundo pozo en el centro lo que hace pensar que, en ese caso, la mazmorra inferior no era usada como cárcel ya que dicho pozo suministraba agua al castillo, agua que podía ser fácilmente contaminada por el preso vaciando vejiga e intestinos a mansalva en el pozo. Por cierto que en la letrina de una de estas torres apareció el esqueleto de una mujer sin que se sepa si acabó ahí motu proprio o se cayó mientras daba de vientre. Chungo, ¿que no? Por cierto, en España podemos encontrar alguna que otra "prisión de botella", como la del castillo de los Sarmiento, en Fuentes de Valpero (Palencia) y, si no recuerdo mal, en el de Montemolín (Badajoz). Pero volvemos al eterno dilema: ¿mazmorras o silos usados eventualmente como mazmorra? Más bien lo segundo. O, en puridad, auténticas y verdaderas mazmorras ya que casi con seguridad su uso original fue el de despensa ya que no solo carecen de luz, sino de letrinas o entradas de aire. Son compartimentos totalmente estancos, ideales para la conservación de alimentos.
Este tipo de prisión doble también se ve en la brumosa Albión, donde las denominan "pit prisons", prisiones de pozo, y la existencia de una planta superior más confortable o, mejor dicho, menos inmunda que la inferior hace suponer que esta estaba destinada a hombres libres, mientras que la inferior, absolutamente desagradable, era para los siervos. Un ejemplo sería el que mostramos en el plano de la derecha que se encuentra en el castillo de Comlongol, en Escocia. La estancia se halla en el interior del grueso muro del salón principal y, como vemos, lo forma una cámara superior sin más entrada de aire o luz que la puerta en recodo y una estrecha dependencia inferior a la que se accede por una trampilla. Como está mandado, las dudas sobre su uso surgen de inmediato porque, ¿no había otro sitio para poner una mazmorra que junto al salón principal? Aparte de su uso eventual como cárcel, ¿no sería más lógico que se tratara de una despensa con su bodega o almacén para salazones y encurtidos? En resumen: cómo no se trate de casos tan evidentes como los de los castillos de Pierrefonds o Dirleton siempre habrá decenas de explicaciones sobre la existencia de estos antros antes que su uso carcelario que, insistimos, en caso de serlos debían habitarse durante períodos bastante breves porque nadie resiste mucho metido en un agujero negro como la pez.
Aunque podamos detallar algún que otro ejemplo más, con lo mostrado ya tenemos una idea bastante clara de cómo eran los escasos ejemplares que perduran de mazmorras indudablemente construidas con la finalidad de encerrar probos criminales. Lo que desconocemos es la duración de su encierro si bien no debemos olvidar que, caso de ser un enemigo del estado, su permanencia podía alargarse más de lo necesario. Por lo tanto, ha llegado el momento de las
CONCLUSIONES
Prisión de Eduardo II de Inglaterra en el castillo de Berkeley, donde fue asesinado en 1327. Con todo, el alojamiento no tiene nada que ver con calabozos saturados de humedad y miasmas |
Por otro lado, el binomio castillo-mazmorra siniestra no aparece hasta mucho más tarde, cuando las penas de prisión aparecen en los códigos penales y se hace necesario construir cárceles para una población reclusa cada vez mayor. ¿Y qué mejor sitio para encerrar al personal que un castillo sin uso desde hacía cien o doscientos años y que con poco dinero podía adaptarse para ello? Ya tenemos el primer eslabón que une los castillos con las mazmorras sin que nadie se percate al parecer de que dichas mazmorras fueron construidas o procedían de reformas posteriores a la Edad Media. A la derecha tenemos una mazmorra de la abadía de Mont Saint Michel, concretamente donde estuvo preso durante varios años en el más absoluto aislamiento Armand Barbès, un revolucionario socialista acusado de rebelión y asesinato. ¿Que cómo una abadía sirvió de cárcel al enésimo "salvador del mundo"? Porque Luis XIV la recicló en prisión política y, tras la Revolución francesa, se convirtió en una Bastilla marítima que por su situación era un emplazamiento perfecto para tener al personal non grato bien lejos. En su momento de mayor auge durante las movidas revolucionarias del siglo XIX llegó a albergar a 14.000 reos en condiciones peores que en la Edad Media, y tras ser visitada por personajes como Victor Hugo, tiempo faltó para rematar la formación del citado binomio de castillo = cárcel horrenda.
Acceso y plano de planta de la mazmorra de la Torre de César en el castillo de Warwick |
En fin, con esto terminamos. No creo que queden ya dudas al respecto y que desde ahora sepamos distinguir entre el mito y la realidad, así que ya tienen material para irritar sobremanera al cuñado sabihondo que se ha visto tropocientos documentales de Canal Historia donde cuentan lo terribles que eran los calabozos y mazmorras medievales.
Bueno, ahí queda eso.
Hale, he dicho
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