sábado, 21 de noviembre de 2020

TORMENTARIA: FUNDÍBULOS DE TRACCIÓN, 1ª parte

 

Recreación del fundíbulo con el que las bravas hembras tolosanas mandaron al puñetero infierno al desmedido Simón de Montfort, cuando le acertaron de lleno con un bolaño que le reventó la cabeza como un huevo durante el férreo asedio mediante el que pretendía apoderarse de la ciudad

Como ya saben, de vez en cuando doy un repasillo en busca de artículos que deban ser actualizados, y el referente a los fundíbulos, trabucos o trabuquetes (de los nombres ya hablaremos más despacio en su momento) es uno de ellos. Estudiamos estos chismes hace ya nada menos que casi un... decenio...😭(carajo, el enemigo inexorable y tal...). Sí, criaturillas, casi un decenio. Concretamente, nueve años y medio. De verdad, estas cosas me dejan el ánimo más mustio que un político obligado a dimitir tras descubrírsele diez casos de acoso sessuá, cuarenta y ocho untadas de mano, dieciséis maletines de arcano contenido y 813 mariscadas que le han puesto el ácido úrico a niveles estratosféricos. En fin, así son las cosas, queramos o no. Bueno, a lo que vamos...

Mozi (c. 468 a.C. - c. 391 a.C.) ilustrando a sus discípulos

Mientras que en el mundo antiguo la tormentaria dedicada al lanzamiento de proyectiles, ya fueran dardos o piedras, se basaba en máquinas de torsión, los plobos guelelos del Celeste Impelio optaron por algo mucho más simple, sin mecanismos de ningún tipo y muy fácil de construir basado en el brazo de palanca. Como vimos en su momento, las BALLISTAS y sus derivadas eran unos artefactos increíblemente complejos, que requerían de meticulosos cálculos en las dimensiones de sus piezas para obtener, no ya un rendimiento adecuado, sino simplemente que funcionasen. Sin embargo, los ingenios diseñados en la remotísima China eran de una simplicidad tan pasmosa que cualquier cuñado podría fabricar uno sin apenas desgastar su sesera mononeuronal. La primera referencia de estos artefactos aparecen en el Mozi, un texto datado hacia el siglo V a.C. que contiene un compendio de temas bastante variopintos, desde cuestiones meramente filosóficas o didácticas a estrategia, fortificación y maquinaria de guerra. El Mozi, cuyo autor era un filósofo del mismo nombre, no indica que fuese él mismo quién inventó el ingenio que nos ocupa, sino simplemente se limita a detallarlo por lo que la paternidad del chisme en cuestión es un misterio misterioso.

La descripción que Mozi nos legó detalla un armazón cuadrangular de unos 4 metros de alto, de los cuales alrededor de 1,2 metros eran enterrados en el suelo para afianzar la máquina e impedir que se moviera cada vez que era disparada. El brazo o viga estaba formado por un haz de cañas de bambú de unos 10 metros unidos por cuerdas, y giraba con la ayuda de dos ruedas de carro y un eje sustentado por el armazón. De la longitud total de la viga, ¾ de la misma estaban por delante del eje mientras que el cuarto restante estaba por detrás y era donde se encontraban las sogas de las que la dotación de la máquina tiraba. En el otro extremo se colocaba una honda de unos 80 cm. de largo que acogería el proyectil, un bolaño o una vasija con alguna porquería incendiaria de las que los chinos tanto sabían. Veamos una recreación de la misma de mi autoría en base a la descripción del ingenio en cuestión.

Como podemos ver, se trata de una estructura bastante básica, formada por maderos o troncos que servían de soporte al corazón del invento: la viga. Suponemos que las ruedas eran usadas para servir de sostén al haz de cañas, donde estarían sólidamente unidas con cuerdas ya que, como sabemos, estas no podían ser perforadas so pena de perder su resistencia. Usando dos ruedas, una a cada lado, la robustez del conjunto permitiría darle un uso constante sin tener que andar con reparaciones o desajustes continuos. En el extremo vemos la honda, cuyo lazo sería enganchado en la muesca que se aprecia al final del haz, mientras que en el lado opuesto se colocarían tantas sogas como hombres dotaban la máquina que, por cierto, recibía el nombre genérico de pào, que viene a querer decir "arma". Este modelo sería, por decirlo de algún modo, la base sobre el que se crearon posteriormente diversas variantes según el uso que se les quería dar.

El tipo más básico era el llamado torbellino o xuànfēng pào, una máquina ligera que constaba de un poste clavado en el suelo y que tenía en su parte superior un soporte en forma de H que podía girar 360º sobre dicho poste, por lo que no estaba obligado a cambiar de posición cada vez que era necesario apuntar a un objetivo distinto. Como podemos ver en la ilustración de la derecha, procedente de un tratado militar titulado Wŭ jīng zŏng yào (c. 1040), su viga consistía en una única caña de bambú que, en vez de recurrir a las ruedas para sujetarla al armazón como hemos visto en el descrito por Mozi, atravesaba un cilindro de madera que a su vez actuaba como eje. Una viga formada por una sola caña nos hace suponer que estaba destinada a batir blancos pequeños, o sea, al personal que correteaba por los adarves de las fortificaciones o, gracias a su trayectoria parabólica, a introducir en el interior pequeñas vasijas incendiarias para ir ablandando la moral de los defensores. El torbellino debía alcanzar una cadencia de tiro bastante alta. Sus proyectiles, de poco peso, solo requerían que el jefe de la pieza lo colocase en la bolsa de la honda, girase la máquina hacia el banco seleccionado y dar la orden de tirar. Para obtener un rendimiento adecuado, los hombres que componían las dotaciones de estos chismes, fueran del tamaño que fueran, debían tener ante todo una coordinación perfecta para que la tracción fuese uniforme, ergo se aprovechase el cien por cien de su fuerza para obtener el alcance deseado.

Una variante más compleja del torbellino era el dú jiăo xuànfēng pào que, como se puede ver,  no se clavaba en el suelo, sino que se sustentaba sobre un pequeño armazón aunque manteniendo su capacidad para girar en cualquier dirección. Por su viga, similar a la del tipo anterior, podemos deducir que no estaba concebido para arrojar proyectiles más pesados sino que, posiblemente, su armazón estuviese ideado para emplazar la máquina en lugares donde no se podía clavar el poste debido a la consistencia del suelo, o quizás para poder cambiarlo de posición con más rapidez, sin tener que estar cavando un nuevo hoyo cada vez que había que moverlo. Por el uso que los chinos daban a estas máquinas, que por cierto usaban por decenas durante sus asedios, parece ser que basaban su uso táctico en una buena movilidad para batir diferentes objetivos según la necesidad de cada momento. Al ser armas anti-personal, obviamente la posición de sus blancos no era estática como las murallas de castillos y ciudades que batirían siglos más tarde los grandes fundíbulos de contrapeso, así que basaban su arsenal en una elevada cantidad de artefactos ligeros con gran capacidad de movimiento.


Hay evidencias sobradas para afirmar que la movilidad era una necesidad en el uso táctico de los fundíbulos de tracción. En las ilustraciones superiores tenemos tres ejemplos que lo demuestran con creces. De izquierda a derecha tenemos un pào chē, un torbellino sobre ruedas que aparece en el Wŭ jīng zŏng yào. A continuación vemos otro modelo, en este caso un senpū shahō provisto de un pequeño parapeto para defender a la dotación de la máquina y, finalmente, un wo chē pào. Estos dos últimos aparecen en el Wŭbèi zhì, un tratado de tecnología militar consistente en una recopilación de otras obras llevada a cabo en 1621 por un militar de la dinastía Ming llamado Máo Yuányí. En puridad, las tres máquinas eran torbellinos, variando únicamente el modelo de carro. En todo caso, es evidente que estos chismes gozaban de bastante popularidad por su facilidad para transportarlos y moverlos de un sitio a otro una vez iniciado el asedio. Lo único que había que hacer una vez emplazados era calzar las ruedas para bloquearlos e impedir que se movieran tras cada lanzamiento. Al mantener la capacidad de giro del torbellino, solo cuando era preciso desplazarlos se quitarían los calzos.

Otra prueba de que los 
torbellinos eran ante todo armas anti-personal es que se construyeron baterías de hasta cinco unidades llamadas xuànfēng wŭ pào, y que estarían destinadas a concentrar los disparos en lugares concretos o bien contra grupos de tropas. Una andanada de vasijas incendiarias bien colocada en el interior de una fortaleza cuyas dependencias estaban fabricadas todas de madera tendría unos efectos sumamente persuasivos. Por el lado opuesto, podrían resultar muy útiles para intentar incendiar las máquinas de los sitiadores. Debido a su trayectoria parabólica, se desaconsejaba emplazar cualquier máquina de este tipo en las torres, debiendo situarse en el suelo para obtener la precisión deseada. Para dirigir el tiro se colocaba un observador en el adarve que, tras un primer disparo de prueba, indicaba las correcciones que había que hacer en cuando a alcance y trayectoria. Para lo segundo bastaba girar la máquina, pero lo curioso era como calculaban el alcance. Obviamente, es imposible coordinar a un grupo de hombres para que tirasen con una determinada fuerza. O sea, no valía decir "¡killo, tirá una mijilla má flojo!" si había que acortar la distancia porque el concepto de "mijilla" varía según la persona, por lo que toda la dotación jalaba de la cuerda empleando el máximo de su fuerza. ¿Cómo pues variar el alcance? Pues quitando o añadiendo hombres. Fácil, ¿qué no? Por otro lado, parece ser que el arma anti-personal más popular eran bodoques que, caso de no acertar y partirle la jeta a un enemigo, se hacían añicos contra el suelo, por lo que no podían ser reaprovechados por el adversario.

Una versión de potencia media era el "tigre agazapado", un fundíbulo instalado sobre un armazón triangular que, según el Wŭ jīng zŏng yào, apareció durante la dinastía Song (960-1279). Básicamente, podríamos decir que es una versión aligerada del fundíbulo de cuatro patas que tendría más estabilidad que los torbellinos pero, al mismo tiempo, requeriría poco esfuerzo a la hora de cambiarlo de posición y, por su forma, la distribución de la energía ejercida durante el momento de la tracción no haría necesario anclarlo al suelo, lo que lógicamente repercutiría en su movilidad. Bien, grosso modo, estos ingenios constituían el arsenal de los plobos guelelos del Celeste Impelio que, como hemo visto, estaban bastante bien pertrechados en lo que a tormentaria se refiere si bien la tecnología de la época no les permitía lanzar grandes pesos, por lo que estas armas se veían limitadas a, como se ha dicho, un uso ante todo anti-personal, así como para hostigar y destruir objetivos a pequeña escala: máquinas enemigas, manteletes o incluso parapetos para despejar murallas de defensores, pero en modo alguno tenían la potencia necesaria para abrir una brecha en una muralla.

En cuanto al número de hombres que servían cada máquina, así como la forma de efectuar la tracción, hay dos teorías que pueden ser válidas en ambos casos. En lo tocante a las dotaciones, en la guerra que la dinastía Tang (608-907) mantuvo contra el reino vecino de Goguryeo, que abarcaba aproximadamente el sur de Manchuria y la península de Corea, se menciona que los chinos usaron fundíbulos sobre ruedas servidos por 200 hombres, que aunque bajitos y canijos son muchos hombres para tirar de las cuerdas a pesar de que, como hemos visto en las ilustraciones anteriores, siempre aparecen un gran número de ellas en los extremos de las vigas. De hecho, resultarían excesivas en máquinas ligeras como los torbellinos por la sencilla razón de que no cabe tanta gente debajo de un fundíbulo tan pequeño. Si nos basamos en la representación gráfica más antigua que se conoce, procedente de un fresco datado hacia el siglo VIII del palacio de Panjakent, en la Sogdiana (actual Tayikistán), vemos un fundíbulo de cuatro patas cuya dotación es de seis hombres que, indudablemente, ejercen una tracción vertical. Con esta media docena de tiradores y usando un proyectil de entre unos 5 y 10 kilos podían alcanzar una distancia de incluso 300 metros. Así pues, ¿para qué servirían los 184 plobos guelelos del Celeste Impelio restantes?

Ante todo, hay que tener en cuenta que no se especifica qué cometido tenía cada uno de ellos. Es posible pues que formaran cuadrillas con una misión concreta: unos hacían acopio de bolaños, otros podrían encargarse de preparar las vasijas incendiarias, otros tirarían del carro y, finalmente, otros serían los destinados a jalar como energúmenos, pudiendo incluso haber más de un grupo destinado a ello para poder relevarse. Ya vemos que el uso táctico que daban a estos chismes se basaba ante todo en lo que hoy se conoce como fuego de saturación, o sea, emplazar muchas máquinas y hacerlas funcionar a tope para causar el mayor número posible de bajas, por lo que tras un largo rato pegando tirones el personal empezaría a acusar cansancio. En pruebas efectuadas con el fundíbulo de tracción que se expone en el castillo de Caerphilly, en la brumosa Albión (Dios maldiga a Nelson), una máquina de unas proporciones notablemente superiores a las que tratamos, se ha alcanzado una cadencia de seis lanzamientos por minuto, o sea, uno cada diez segundos. Por lo tanto, no sería extraño que un fundíbulo chino, salvo el tipo descrito por Mozi que era de mayores proporciones, pudiera doblar dicha cadencia. Pegar doce tirones al minuto durante una hora debía dejar al personal con los brazos echando humo y los trapecios y el cuello con unas agujetas fastuosas, por lo que no es ninguna insensatez dar por sentado que, al menos, habría un par de grupos para irse relevando. 
De hecho, en representaciones gráficas más modernas como las que aparecen en la Biblia Maciejowski (c.1240) o en el LIBER AD HONOREM AVGVSTI (1196) de Petrus de Ebulo (ilustración de la izquierda) se ve un número similar de tiradores por lo que es evidente que, en ese sentido, las cosas permanecieron igual durante siglos, y los fundíbulos ligeros requerían una dotación poco numerosa.

En lo tocante a la tracción, aunque se suele dar por sentado que era por norma en sentido vertical, no se debe desechar la teoría de que también podría hacerse en sentido horizontal, al menos en las máquinas más grandes que, por razones obvias, precisaban de un mayor número de servidores. Si observamos el "tigre agazapado" que mostramos anteriormente, veremos que el haz de cuerdas pasa por detrás del armazón, lo que obligaría a tirar horizontalmente y hacia adelante. En representaciones gráficas posteriores, como la que vemos a la derecha, nos encontramos con que en la Edad Media también se tenía en cuenta esa opción. El bajorrelieve que mostramos es posiblemente el fragmento del lateral de un sarcófago que se conserva en la iglesia de Saint Nazaire, en Carcassonne, y muestra la escena de un asedio donde hemos enmarcado un fundíbulo de tracción.  Se considera que dicha escena representa el cerco de Tolosa donde Simón de Monfort fue aliñado de una certera pedrada, por lo que es muy posible que el fragmento fuese de su sarcófago, y el fundíbulo el mismo que se usó para acabar con su existencia terrenal. Como vemos, los operarios de la máquina tiran también en sentido horizontal y hacia atrás en este caso. ¿Qué motivos habría para ello?

Es bastante básico. Los hombres que tiran en vertical deben dejarse caer para obtener una energía mucho mayor que la que imprimirían sólo con sus brazos. Sería una forma, digamos, de actuar como contrapesos. Si pones a diez ciudadanos de 70 kilos jalando de sus respectivas sogas, pues tenemos un contrapeso de 700 kilos que permitiría lanzar un proyectil ligero a bastante distancia. Pero el movimiento del cuerpo al tirar los obligaría a agacharse, como se ve claramente en el fresco del 
palacio de Panjakent, por lo que necesitarían mucho espacio para ello. Y si los hombres se separan, los situados más lejos de la vertical del extremo de la viga desperdiciarían parte de la energía que producen por tirar en ángulo como vemos en la figura A. Pero si pasamos el haz de cuerdas por debajo de un travesaño del armazón y los hombres se distribuyen formando un abanico como en la figura B, la energía no se desperdiciará porque la tracción de la viga seguirá siendo en sentido vertical, pero impulsada por otra que a su vez es horizontal y dando igual el sentido de la misma, o sea, hacia adelante o hacia atrás. Por otro lado, al tirar horizontalmente no solo se requiere menos espacio ya que los operarios, a lo sumo, tendrían que dar solo un paso atrás, sino que las cuerdas podrían ser más largas y cada una podría ocuparse con más de un hombre sin que se estorbasen, lo que sí ocurriría si a una cuerda vertical se le añaden dos ramales: los tiradores estarían tan juntos que apenas podrían moverse con comodidad. 

Pero la tracción horizontal no solo permitiría hacer uso de más personal y, por ende, obtener más energía, sino que el recorrido de la viga sería mayor, cosa que repercutiría positivamente en el alcance ya que el aprovechamiento de dicha energía sería también mayor al estar más tiempo bajo la acción de la misma. Y como más de uno igual no se aclara con esto, pues veamos el gráfico de la derecha. La viga de la que tira la cuerda roja en sentido vertical tiene un recorrido de aproximadamente 62º o poco más hasta que la honda suelte el proyectil. Los tiradores, aunque se agachen hasta dar con el culo en el suelo, no podrán hacer que la viga gire mucho más porque ni las cuerdas dan más de sí ni les queda recorrido para aumentar el radio de giro. Sin embargo, la viga de la que tira la cuerda verde, aunque la tracción sigue siendo en sentido vertical, los que tiran de ella lo hacen horizontalmente (insisto, da igual que sea hacia adelante o hacia atrás) y, al poder aprovechar al máximo el espacio disponible debajo y dentro del armazón, logran un recorrido de unos 94º o más hasta que se produzca la suelta del proyectil, o sea, un tercio superior al giro conseguido con la tracción vertical. ¿Se entiende ahora mejor? Espero que sí, porque no sé cómo explicarlo más claramente. 
En resumen: tracción vertical = menos alcance, tracción horizontal = más alcance, incluso si el fundíbulo es servido por el mismo número de hombres y cargado con proyectiles del mismo peso.

Bien, con esto creo que queda aclarado el origen de este tipo de máquinas, así como su desarrollo en su país de origen. Por mera cuestión de vecindad, los mongoles no tardaron mucho en copiar la tecnología de los plobos guelelos del Celeste Impelio, que rápidamente se pusieron al mismo nivel de estos y, en menor grado, los japoneses si bien el uso del fundíbulo parece que no fue muy popular entre ellos. Posteriormente y a raíz de la expansión de los musulmanes, estos también bebieron largo y tendido de los conocimientos procedentes de China, que a su vez pasaron a Occidente tanto por la invasión a la Península Ibérica en 711 como por la visita de los cruzados a Tierra Santa a finales del siglo XI, donde tuvieron ocasión de llevar a cabo intensos cambios de impresiones a golpe de bolaño entre unos y otros. Pero eso lo dejamos para la próxima, que por hoy ya he tecleado bastante.

En fin, ahí queda eso.

Hale, he dicho

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Ashigaru japoneses durante un asedio en el contexto de la Guerra de Ōnin (1467-1477). Como vemos, los sitiadores están batiendo el interior de una ciudad arrojando bombas de trueno con dos fundíbulos de tracción cuyos servidores tiran de las cuerdas en sentido horizontal y hacia atrás. Obsérvese como la máquina que aparece en segundo término acaba de soltar el proyectil, y el elevado ángulo de giro que se logra cuando se tira de las cuerdas horizontalmente. Por cierto que los japoneses, a pesar de que no fueron especialmente entusiastas con los fundíbulos, fueron los que más tiempo los mantuvieron en uso. Pero de eso ya hablamos en la próxima entrada

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