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Defensores chinos lanzando un proyectil incendiario mediante un pào chē. Por la distribución de los lanzadores podemos hacernos una idea de que las cifras de los mismos narradas en las crónicas eran bastante exageradas |
Bien, prosigamos con la cosa fundibularia...
Como ya sabemos, los plobos guelelos del Celeste Impelio fueron los primeros en estrenar estas máquinas a las que dieron diseños de diversos tipos, desde el ligero torbellino a modelos más pesados como el tigre agazapado o las variantes móviles emplazadas sobre armazones rodantes. La difusión del fundíbulo comenzó por obra y gracia de los mongoles, unos sujetos sumamente aguerridos que, aunque habituados a combatir en campo abierto, cuando llegó la hora de asediar ciudades no tuvieron problemas para adaptarse y emplear la tormentaria usada por sus enemigos. De hecho, alcanzaron tal pericia en su manejo que no tardaron mucho en convertirse en consumados maestros, hasta el extremo de que los habitantes de las poblaciones que tenían noticia de la proximidad de un ejército mongol o, simplemente, sospechaban que podían ser objeto de un asedio, salían en tromba a talar todos los árboles en un radio de 6 u 8 km., así como retirar cualquier piedra susceptible de convertirse en un proyectil para sus máquinas. Y al parecer esta táctica tuvo sus resultados ya que hay constancia de que los mongoles se vieron en la necesidad de usar bolas fabricadas con madera de morera empapada en agua para endurecerlas ante la falta de cualquier pedrusco decente. También empleaban bolas de barro cocido para que, en caso de fallar, impactaran contra el suelo y se rompieran en pedazos, impidiendo así que el enemigo las usara contra ellos. Astutos, ¿que no?
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La situación inversa: los mongoles atacan la ciudad de Kiev con un artefacto similar al de la ilustración anterior. Mientras los defensores procuraban neutralizar las máquinas enemigas, los atacantes intentaban minar las defensas del castillo matando a la guarnición y destruyendo sus dependencias interiores |
¿Que por qué motivo se dedicaban a talar cualquier árbol medianamente decente? Porque el fundíbulo tenía una notable ventaja sobre la compleja maquinaria de torsión usada por griegos y, posteriormente, romanos, y consistía en algo tan simple como el hecho de no precisar de madera con determinados niveles de secado para fabricarla. Como ya vimos en los artículos dedicados a la tormentaria de torsión, estas máquinas eran sumamente complejas de fabricar, teniendo que considerar de forma muy meticulosa las dimensiones de cada pieza y, sobre todo, el secado de las mismas para impedir que la enorme tensión que debían soportar no las doblase o las partiese. Más aún, como vimos en la entrada anterior, en caso de usarse bambú era preferible que estuviera verde, y el hecho de no requerir un secado previo facilitaba tanto su fabricación como su transporte, que en el caso del fundíbulo de tracción podía obviarse si se construían in situ. Así, del mismo modo que las balistas, cheirobalistras, escorpiones y onagros se llevaban de un sitio a otro desmontados y necesitaban una serie de manipulaciones previas a su emplazamiento y puesta en marcha, para fabricar un fundíbulo bastaban unos cuantos troncos de bambú o, caso de usar madera normal, cortarla, desbastarla y formar el armazón uniendo las piezas con clavos o cuerdas ya que en este caso no había que soportar tensiones ni nada semejante, solo su propio peso. Lo único que debían llevar previsto era la honda y el gancho de hierro que se colocaba en el extremo de la viga. Por eso eliminaban la arboleda susceptible de ser usada para fabricar máquinas de este tipo, y en caso de no llevar en el tren de bagajes varias de ellas previstas los sitiadores lo tenían chungo.
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Tropas mongolas asediando una ciudad china. A la izquierda vemos un fundíbulo |
Por lo demás, los mongoles no se devanaron los sesos creando nuevos modelos, ni siquiera perfeccionando los creados por los chinos. Se limitaron a copiarlos de cabo a rabo ya que, para el uso que les daban, eran perfectamente válidos. Básicamente, su empleo táctico consistía en emplazar ante una muralla una batería compuesta por varios fundíbulos- hay constancia de haber usado hasta 30 de ellos-, e iniciar un bombardeo de saturación contra los defensores que se movían por los adarves y las dependencias interiores. Como respuesta, la guarnición hacía lo propio, llegando a construir plataformas en las murallas para hostigar las máquinas de los enemigos de forma que se podría hablar de un "fuego de contrabatería" en toda regla, lanzándose mutuamente tanto bolaños como vasijas incendiarias. Al parecer, la precisión que tanto unos como otros alcanzaban con sus máquinas llegaba al extremo de apuntar y destruir objetivos concretos. O sea, que no se trataba de enterrar en piedras al enemigo, sino en acertar en blancos previamente seleccionados que podían ser incluso mandamases que eran identificados por su indumentaria o lo engalanados que se presentaban en el combate.
Un ejemplo conocido de este nivel de precisión es el del asedio a la ciudad coreana de Pak So, cuando un bolaño pasó muy cerca del general Kim Kyong-son chafando a varios de sus acompañantes. El general, que presenciaba el bombardeo en plan asiático, o sea, sentado en un catrecillo de campaña totalmente impávido e hierático, vio como el proyectil enemigo casi lo deja en el sitio, acertando en los guardias que lo escoltaban. Cuando le sugirieron que mejor se quitaba de en medio, Kyong-son replicó que "eso sería lo correcto pero, si me muevo, los corazones de todos los soldados también se moverán". Le echó valor, las cosas como son. En cualquier caso, ya vemos que los torbellinos eran pequeñajos pero sumamente matones, y el sereno valor de Kyong-son no valió para impedir que los mongoles se apoderasen finalmente de toda la península de Corea en 1273, que fue usada como trampolín para su siguiente conquista: Japón.
Pero los honolables guelelos del mikado ya conocían estas máquinas, precisamente de las visitas que llevaron a cabo a la sufrida Corea allá por el siglo VII, posiblemente las que vimos en la entrada anterior descrita por Mozi (ilustración de la izquierda). Sin embargo, parece ser que en aquella ocasión no le dieron importancia a los fundíbulos por la sencilla razón de que sus tácticas de asedio se basaban ante todo en el bloqueo y el asalto, cortando posibles fuentes de suministro de agua o lanzando proyectiles incendiarios con grandes ballestas. Obviamente, tanto en Corea como entre los conflictos entre daimyo en el Japón las tropas niponas no tuvieron ocasión de comprobar la efectividad de los fundíbulos porque eran los atacantes, ergo se ceñían a sus tácticas habituales. Pero los intentos de invasión por parte de los mongoles durante el último cuarto del siglo XIII mostraron a los honolables guelelos del mikado que aquellas máquinas eran dignas de ser tenidas en cuenta ya que, antes incluso de desembarcar, los bombardearon con proyectiles explosivos a base de pólvora lanzados desde las mismas naves.
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Nave de la dinastía Song armada con un fundíbulo. Con barcos muy semejantes llevarían a cabo los mongoles la invasión a Japón, donde usaron las máquinas para atacar a los defensores desde los mismos barcos |
Con todo, las crónicas de la época no manifiestan de forma incuestionable cómo y de qué forma hicieron uso los japoneses de estas máquinas ya que, aunque en muchas de ellas se cita la muerte de enemigos mediante piedras, no se especifica qué tipo de artefacto las lanzó, pudiendo referirse incluso a pedruscos arrojados a mano desde lo alto de una muralla que acertaron a algunos de los atacantes y les reventaron la cabeza como un huevo. La primera noticia donde no caben dudas al respecto nos llega de una época bastante tardía ya que data de la Guerra de Onin, concretamente del año 1468, cuando en otras partes del mundo la artillería pirobalística casi se había adueñado de los arsenales militares. Al parecer, el fundíbulo no fue tomado de los mongoles, sino que procedía del comercio entre Japón y China, es decir fue en realidad introducido por artesanos que los habían visto en el continente durante sus viajes de trabajo para la venta de armas a los plobos guelelos del Celeste Impelio.
La citada referencia aparece en el Hezikan Nichiroku, una especie de diario que llevaba un monje zen llamado Unzen Taigyoku que igual te hablaba de armamento que de formas de componer ramos de flores chulos o de preparar el té como Buda manda. En uno de sus apuntes del año arriba mencionado cita a un artesano natural de la provincia de Yamato que construyó una máquina para lanzar piedras denominada hassekiboku. El artefacto en cuestión podía lanzar piedras de 12 kin de peso (7,2 kg.) a una distancia de 300 pasos, lo que demostraría que, como en el caso de los fundíbulos chinos, su uso era ante todo antipersonal. Por desgracia, el monje solo dejó constancia de la máquina y su nombre, pero no nos legó un dibujito para poder conocer su aspecto, así como alguna descripción de la misma. De hecho, no hay ningún testimonio gráfico de los fundíbulos de tracción usados por los japoneses, si bien lo más lógico es que fuesen copias más o menos exactas de los usados por los chinos. Eso de copiarse unos a otros creo que lo inventaron los orientales.
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Esquema de una bomba de trueno que nos muestra su composición. Este modelo en concreto era de mayor tamaño, por lo que a la caña de bambú se le añadían un asa y una rueda para facilitar su transporte |
Y a igual que chinos y mongoles, los honolables guelelos del mikado hicieron uso en cantidad de proyectiles explosivos denominados pi-li-pao, que viene a querer decir bomba de trueno. Estos proyectiles ya se empleaban en el siglo XI lanzados por grandes ballestas si bien se pudo comprobar que funcionaban estupendamente con los fundíbulos. Como podemos ver en la ilustración, constaban de una caña de bambú con una longitud que comprendiese dos o tres nudos y unos 4 cm. de diámetro en cuyo interior se colocaba una mecha que asomaba por un orificio en el centro de la caña para transmitir el fuego a la substancia explosiva. Esta consistía en una mezcla de fragmentos de porcelana y entre 1,3 y 1,8 kilos de pólvora que eran empaquetados alrededor de la caña a base de capas de papel hasta formar una bola. Finalmente, se aplicaba al envoltorio una capa de pólvora mezclada con alguna substancia adherente para que al explotar creara una bola de fuego que provocase el pánico entre los enemigos mientras que sembraban alrededor su peculiar metralla. Sus efectos eran básicamente los de un metrallero, y los fragmentos de porcelana, afilados como cuchillas de afeitar, debían producir unas heridas bastante chungas. Cualquiera que se haya cortado con el borde de una taza rota sabrá en seguida de qué va la cosa porque los cortes tan limpios sangran una cosa mala y, además, es muy complicado cortar la hemorragia como no sea suturando de inmediato.
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Aguerridas ciudadanas niponas ayudando a sus maromos a repeler el asalto enemigo. Como vemos, las bravas hembras tolosanas que escabecharon al fiero Montfort tuvieron su contrapartida oriental |
Así pues, este tipo de proyectil era especialmente útil si era usado por los defensores de un castillo ya que, lanzados contra formaciones de atacantes, sus efectos serían contundentes, y provocarían un número de bajas nada despreciable. Por lo demás, hay constancia de que se recurría a mujeres y jovencitos para manejar los fundíbulos en caso de asedio, colaborando así en la defensa y permitiendo que los hombres de las dotaciones se sumaran a sus compañeros para rechazar a los asaltantes o para mantenerlos a raya con arcos o arcabuces. Obviamente, el impulso que lograban era inferior al obtenido por los hombres, logrando alcances de solo un tercio sobre los 300 pasos mencionados anteriormente, pero considerando las distancias a las que se situaban los atacantes eran suficientes para liquidarlos de una pedrada o llevarse a varios de ellos por delante con una de sus eficaces bombas de trueno. Por lo demás, a pesar de que inicialmente los japoneses no mostraron especial interés por los fundíbulos de tracción, fue el país dónde más tiempo estuvieron en uso debido ante todo a la escasez de artillería. La última noticia acerca de estas máquinas aparece en el asedio al castillo de Osaka en 1614.
Sin embargo, en la expansión de estas máquinas hacia Occidente no estuvieron involucrados ni los mongoles, a pesar de sus intentos por extenderse hacia Europa, ni mucho menos los japoneses, que preferían quedarse encerrados en sus islas degollándose mutuamente sin que nadie les molestase. Pero de eso hablaremos en la tercera parte, así que toca esperar un poco para saber el final de la historia.
Hale, he dicho
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TORMENTARIA: FUNDÍBULOS DE TRACCIÓN, 1ª parte
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Una muy optimista recreación de una batería de fundíbulos ya que limitan el número de tiradores a apenas dos hombres, y según vemos los pedruscos que aparecen a la derecha de la imagen no creo que los pudieran lanzar a más de medio metro. No obstante, la apariencia de las máquinas está muy lograda y nos permite ver de forma muy realista su manejo. Como vemos, y según comentamos en la entrada anterior, la tracción vertical limitaba en gran forma las prestaciones de la máquina ya que había un tope que no se podía traspasar: el puñetero suelo |
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