Fotograma de la briosa carga protagonizada por los british (Dios maldiga a Nelson) que será el tema de esta entrada porque, la verdad, fue lo único que medio me llamó la atención de esta película |
Como todos los años, el jodido infierno ha subido a la tierra. Sales reptando de la piltra con las sábanas pegadas, te metes bajo el grifo y el agua sale caliente por mucho que le des a la fría, y antes de proseguir voy un momento al patio a regarme un poco, no sea que la sesera se me cueza en su propio jugo y deje inconcluso este articulillo. Ahora vuelvo...
Ya'tá. He conseguido bajar mi temperatura corporal 0,7 grados, lo que es todo un logro para no ser aún mediodía. Bueno, a lo que vamos.
Esta cinta, cuyo título original es "War horse" (por una vez no han traducido el título con otro que no tiene nada que ver) fue dirigida en 2011 por Steven Spielberg y, para qué mentir, me pareció una chorrada propia de críos. Sí, ya saben de esas para tenerlos callados toda la tarde con un maratón peliculero que incluya E.T. y la saga completa de la Guerra de las Galaxias en la que, por cierto, nunca hubo galaxias enfrentadas, sino los buenos bondadosos contra los malos malosos. El guion es más previsible que las perversas ideas de un cuñado, y el final es tan feliz que, cuando por fin aparecen los créditos, tienes que salir echando leches a dar de vientre de lo estomagante que es; observen el subtítulo: "separados por la guerra, probado en batalla, unidos por la amistad". No deja lugar a cualquier tipo de duda, ¿verdad? Pero bueno, ya saben que nunca hago críticas cinematográficas porque para gustos, colores, por lo que nos limitaremos a vapulear la que, a mi entender, podría haber sido la única escena aprovechable de la película sino se la hubieran cagado de forma inmisericorde, lo que tampoco es nada nuevo en la industria del cine.
Un escuadrón del 20º Deccan Horse en las cercanías de Bazentin-le-Petit. Este regimiento estaba armado con lanzas |
Bien, la carga en cuestión es totalmente ficticia, lo que no es óbice para realizarla conforme a los cánones. El que no haya sido un hecho histórico no debería ser motivo para tomarse las "licencias artísticas" habituales, si bien eso ya sabemos que es la norma. Según la trama, esta acción se desarrolla nada más empezar el conflicto en las cercanías de un lugar llamado Quiévrechain, un pueblecito pegado a la frontera de Bélgica en el que lo único que encontramos relacionado con la Gran Guerra son las tumbas de seis canadienses que palmaron entre los día 5 y 7 de noviembre de 1918, cuando quedaba menos de una semana para que terminase el conflicto, y uno de ellos, según reza su lápida, entregó la cuchara el día 14, cuando hacía 72 horas que la paz reinaba en el mundo. Con todo, por su ambientación creo que podrían haberse inspirado en la batalla de Bazentin, librada el 14 de julio de 1916 en el contexto de la ofensiva del Somme. Hablamos de parte de un conjunto de operaciones dentro de las cuales el 20º Rgto. Deccan Horse de Ejército Indio realizaron una carga contra las tropas alemanas que ocupaban el bosque de Foureaux, conocido por los british como High Wood. Y digo que se quizás se inspiraron en esta movida más que nada porque la ambientación es similar a la de la batalla en cuestión: zona despejada dedicada al cultivo de grano y malvados tedescos agazapados en un bosque tenebroso con mogollón de ametralladoras.
Bien, la parte que nos interesa comienza en un sembrado donde el escuadrón al mando del mayor Jamie Stewart, interpretado por un Benedict Cumberbatch que es tan inglés que tiene una pinta de oficial inglés acojonante, ordena a sus muchachos auparse en sus pencos. Para no llamar la atención del enemigo, se han aproximado desmontados. Así pues, montan y, tras desparramar la mirada para ver que nadie ha decidido colocar el caballo al revés y largarse del campo del honor, da la orden de desenvainar. A continuación, ordena al escuadrón ponerse en marcha. Hasta aquí, todo muy bien y muy reglamentario.
El mayor Stewart da la orden de avanzar. Empieza la fiesta. |
Uniformes, arreos y armas son correctos. En este caso, el fulano encargado de alquilar el atrezzo no la ha cagado. De hecho, incluso ha tenido la gentileza de ofrecernos un detallito: la espada de los oficiales presenta un acabado distinto al de la tropa. Abramos un paréntesis para hablar de las espadas, aunque sea de forma somera, porque siempre es un tema gratificante y, además, así matamos dos pájaros de un escopetazo: contamos la carga cutre y aprovechamos para dar un repasillo espadero, que hace meses que no hablamos de nada similar.
Desde finales del siglo XVIII, la caballería british ya seguía la pauta habitual que se desarrolló durante los años siguientes: la caballería ligera estaría armada con sable y la pesada con espada. En el primer caso, el modelo adoptado fue obra del mayor general John Le Marchant, un sesudo militar que, contrariamente a la mayoría de los mandamases de la época, se preocupaba de pensar y analizar las cosas, y no dejarse llevar por tradiciones y prejuicios.
Le Marchant, junto con la colaboración de un maestro espadero de Birmingham llamado Henry Osborn, diseñó el sable modelo 1796, un arma con un poder devastador ya que, aparte de su acusaba curvatura, la hoja se ensanchaba hacia el tercio débil de forma que su contundencia aumentaba al descargar el golpe. Para entendernos, al estar el centro de gravedad desplazado hacia la punta, la energía cinética que acumulaba ese chisme era tremebunda. Podemos asimilarla al efecto de los machetes cañeros, mucho más anchos por la punta que por la base. De hecho, Le Marchant estaba tan ilusionado con su creación que propuso que fuese el modelo adoptado por toda la caballería, pero los mandamases lo tenían claro: la caballería pesada debía estar armada con espadas.
El diseño elegido estaba al parecer inspirado en la pallasch modelo 1769 reglamentaria de la caballería austriaca. Solo se diferenciaban en las guarniciones, pero la hoja, que es la madre del cordero, era la misma. Como vemos en la foto superior, no tenía nada que ver con las espadas usadas por la caballería de línea gabacha, considerada como la más poderosa de la época. Su hoja, de 89 cm. de larga y recorrida por una ancha acanaladura, terminaba en una punta inclinada y con un desarrollo un poco más ancho en el extremo final de la misma. Tiene pues una curiosa similitud con el sable de Le Marchant, que parece talmente esta espada tras haber sido recurvada. La cosa es que esta arma permitía a sus usuarios herir tanto de filo como de punta, y al parecer no era raro que cada cual diese su toque personal a la hoja para adaptarla a sus preferencias. Era pues frecuente que esa punta parecida a la de un machete fuera eliminada y sustituida a golpe de piedra de amolar por una simétrica, más adecuada para los aficionados a pinchar en vez de a cortar.
Cuando pudieron enviar al enano a reventar en cámara lenta a Santa Elena, los british empezaron a rumiar si no sería más práctico diseñar un arma con capacidad para herir de corte y de filo, lo que obviamente simplificaría enormemente la fabricación y distribución de armamento a todas las unidades de caballería independientemente de que fueran regimientos de caballería pesada o ligera.
La criatura resultante de esta nueva doctrina pueden verla en la foto superior. Se trata del modelo 1821, un sable cuya mínima curvatura pretendía cumplir las dos funciones: herir de filo y de corte. Para lo primero, la hoja casi recta con el tercio débil vaciado a dos mesas y afilado por ambas caras facilitaría asestar estocadas rotundas, y para lo segundo bastaría, al menos en teoría, la curvatura de la hoja, provista de dos acanaladuras en los dos primeros tercios. Sus dimensiones eran similares a las de sus antecesoras, hoja de 81 cm. y un total de 96'5 cm. Las guarniciones, formadas por tres gavilanes, estaban concebidas para proporcionar una mayor protección a la mano del jinete pero, sin embargo, su masa no podría igualar la contundencia del modelo 1796. En todo caso, se acabó imponiendo esta nueva doctrina.
En 1853 se introdujo un nuevo modelo que, básicamente, era un sable modelo 1821 sobredimensionado y con una empuñadura más sencilla formada por dos cachas de cuero cuadrilladas y sujetas mediante cinco remaches en la espiga enteriza, o sea, tenía el mismo ancho que la hoja, lo que aumentaba notablemente la solidez del arma.
La guarnición era similar, con tres gavilanes, y la hoja tenía el mismo diseño que su antecesora, con un contrafilo romo en el tercio débil y el resto del lomo cuadrado. Como ya podemos suponer, este sable era más pesado que el modelo 1821, alcanzando los 1.100 gramos. La hoja tenía una longitud de 91 cm., una anchura de 35 mm. y una longitud total de 107 cm. Cuando los british se largaron a Crimea a contemplar la majestuosa aniquilación de la Brigada Ligera en Balaklava, la distribución de este modelo aún no se había completado, y un número indeterminado de jinetes aún portaban el modelo 1821, lo que tampoco supuso ningún problema cuando los cañones rusos les dieron estopa en cantidad mientras avanzaban por el valle de la muerte por obra y gracia del controvertido mensaje del capitán Louis Nolan.
Bien, esta sería grosso modo la evolución de las armas de caballería durante el siglo XIX, llegando a las postrimerías del mismo sin que, en realidad, el concepto de sable "todo uso" hubiese llegado a mostrarse verdaderamente eficaz, cuando no francamente desalentador. En 1903 se formó una comisión formada por altos mandos de la caballería british que, tras mucho discutir, debatir y trasegar güisqui en cantidad, llegaron a la conclusión de que lo más idóneo era diseñar un nuevo prototipo universal destinado a herir exclusivamente de punta, uséase, una espada. Como no podía ser menos, los archiconservadores protestaron vehementemente, afirmando que el concepto de espada-sable era el más adecuado si bien los mandaron a paseo, que para eso los principales defensores del nuevo diseño eran los generales Haig y French.
El prototipo resultante podemos verlo en la foto superior. Era una espada provista de una generosa cazoleta y una empuñadura muy ergonómica que facilitaba enfilar el arma hacia el enemigo con más comodidad. La hoja, larga, gruesa y angosta, tenía una sección en T, por lo que era muy rígida. De ese modo se limitaba el típico combado que sufrían estas armas cuando se clavaban en los miserables cuerpos de los miserables enemigos. Tras dar la comisión el visto bueno, en 1904 se ordenó la fabricación de 200 unidades que fueron distribuidas a varios regimientos para que la probasen a fondo e informaran acerca de sus opiniones cuanto antes, que la siguiente guerra ya estaba en camino. Aunque salieron a relucir los protestones de siempre que nunca están conformes con las novedades, lo cierto es que el prototipo causó una impresión bastante buena, y más si lo comparaban con los sables al uso hasta aquel momento.
Como podemos apreciar, aparte del detallito del filo se modificó la empuñadura haciéndola menos inclinada y dotándola de un abultamiento en el pomo para equilibrarla mejor. Se encargaron cuatro prototipos a las firmas Wilkinson Sword y Robert Mole & Sons para hacer más pruebas y, de paso, dirimir quién sería el que ganaba el concurso. El diseño final fue el de Mole, que debió ponerse muy contentito por haberle echado la pata a la omnipresente Wilkinson.
Y arriba vemos el diseño definitivo que fue bautizado como modelo 1908. Como vemos, la hoja, con una longitud de 89 cm., era literalmente una aguja con un tercio débil vaciado a dos mesas para favorecer la estocada. En teoría, y cabe suponer que para contentar a los irredentos del sable, la mitad de la hoja, concretamente 18 pulgadas (46 cm.), deberían estar afilados. Pero no hay que ser un experto en la materia para deducir que una hoja con esa morfología no podría cortar ni un pepino por mucho que la afilaran. De hecho, incluso la ergonomía de la empuñadura era la menos adecuada para descargar tajos con ella, e incluso la habían provisto de un rebaje para apoyar el pulgar, precisamente para facilitar el empuje. De hecho, la nueva doctrina especificaba que "...cada hombre debe cabalgar hacia su oponente a toda velocidad con la determinación de atravesarlo y matarlo". Uséase, que de rebanarle el pescuezo nada. Pincharlo como una aceituna de martini y dejarlo en el sitio.
En la foto de la derecha podemos ver con detalle la empuñadura. Era un bloque de una sola pieza de madera (también se fabricó de caucho) por cuyo interior transcurría la espiga, que estaba remachada en el casquillo del pomo. Como se puede apreciar, ambas caras y el apoyo para el pulgar estaban finamente cuadrillados. Si observamos la parte inferior, un saliente permitía apoyar también el dedo índice, lo que hace más que evidente que esta espada estaba concebida para empujar y no para golpear por mucho que los conservadores se empeñasen en que eso de filetear al enemigo era lo más guay. En cuanto a las guarniciones, estaban formadas por una amplia cazoleta de acero que cubría totalmente la mano. La cara anterior estaba rebordeada para reforzarla contra golpes del adversario, y en la unión con el casquillo podemos ver el ojal para el fiador. Por lo demás, carecían de grabados o distintivos regimentales. Lisa, monda y lironda. Añadir solo que delante de la cazoleta llevaba un guardapolvo en forma de disco de piel de vacuno, como era habitual en muchas armas de la época.
La vaina, que podemos ver en la foto superior, era bastante simple. Fabricada de acero, carecía de batiente y bajo el brocal vemos dos anillas soldadas sobre una base. Estas anillas servían para fijarla a un tahalí cuando el soldado no cabalgaba. Cuando se portaba en la silla, se sujetaba a la bolsa de herrajes como vemos en el detalle de la derecha. Por cierto, tanto la cazoleta como la vaina se pavonaron para evitar reflejos.
Sin embargo, el modelo de oficiales aún no existía. Ya sabemos que los mandamases deben portar un arma más chula que la tropa, y mientras se aclaraban qué pijaditas añadirle siguieron usando mayoritariamente el modelo 1853 que usaron sus padres en Crimea. Finalmente, en 1912 se procedió a la fabricación de la espada para la oficialidad que solo se diferenciaba de la de tropa en las guarniciones y los acabados de la hoja.
Ahí la tenemos. Como se puede ver, la empuñadura era más lujosa, forrada de piel de lija y rodeada de un torzal de alpaca. El pomo y la cazoleta estaban decorados con motivos florales, así como el recazo de la hoja. Obviamente, había muchas variaciones tanto en cuando los oficiales tenían que pagarse su propia espada, por lo que se admitían pequeños cambios en la decoración, lo mismo que en el fiador. Así mismo, se diseñaron dos vainas: una enteramente fabricada de acero niquelado y provista con brocal, batiente y dos abrazaderas con sus respectivas anillas para usarla en movidas de gala ya que en esos eventos se llevaba colgando del ceñidor. Abajo tenemos la vaina de campaña, fabricada de madera y forrada de cuero color avellana. La única pieza metálica que llevaba era el brocal para no dañar la vaina al enfundar o desenvainar la espada. En este caso se llevaba suspendida de la silla, unida a la bolsa de herrajes.
Ahí vemos al valeroso capitán Nicholls aprestando a Joey, al penco protagonista- en realidad se usaron 8 para representar el animal adulto, 4 para su época de potro y 2 como potrillo-, poco antes de empezar la fiesta. En primer término podemos apreciar la empuñadura de su espada suspendida de la silla. Obsérvese el lujoso fiador que lleva prendido a la cazoleta, rematado con una bellota de hilo de oro. También podemos ver, aunque la foto es bastante birriosa, la decoración de la misma y el torzal que envolvía la empuñadura de piel de lija. Espóiler: en ese momento, al capitán Nicholls le queda menos vida que a un pavo un 25 de diciembre a las 8 de la mañana. Cerramos el paréntesis espatario.
Bien, ya creo que hemos aprendido todo lo necesario para conocer de forma básica la historia de la espada que veremos en la peli la cual, como no podía ser menos, fue considerada por los british como "la espada de caballería mejor concebida del mundo", y eso que no tienen abuela. En fin, no merece discutir memeces de isleños que supuran arrogancia por cada poro de sus cuerpos ahítos de pasteles de riñones. Procedamos pues a narrar la dichosa carga, que llevo dos horas dándole a la tecla y aún no hemos empezado en serio.
1ª chorrada: La acción se lleva a cabo contra un campamento tedesco asentado en un prado verde inglés. Los tedescos, que deben pensar que la paz reina en el mundo, no se han preocupado de poner centinelas o de formar algún tipo de obstáculo en prevención de un ataque enemigo. Simplemente dormitan en sus tiendas de campaña o aprovechan para rasurarse sus jetas germánicas. En la foto 1 vemos como el escuadrón del mayor Stewart emerge de un campo de mies madura. Sin embargo, en la foto 2, donde dos atribulados tedescos se asoman alarmados por el fragor de la caballería, se ve como los caballos chapotean en un prado totalmente anegado. Algo no cuadra. Estamos en el mes de agosto y ha caído agua a mares. Qué suerte, carajo. Aquí no cae una gota hace meses...
2ª chorrada: Observen la foto 3, que nos muestra una vista aérea del escuadrón avanzando contra el campamento. Los tedescos, que por norma son además de los malos los tontos de las pelis de guerra, no se han preocupado ni de tender un mísero alambre de púas ni de poner un solo centinela. La foto 4 muestra la desbandada general cuando se percatan de que mogollón de british a caballo se abalanzan sobre ellos. Primer plano con mensaje vegano: menú superguay con patatas, zanahorias y demás cositas sanas. De carnaca y grasas saturadas, nada de nada. Dos detalles a recordar: uno, observen la distancia entre el regimiento que avanza a galope tendido y el campamento. Dos, la distancia entre los tedescos y el bosque del fondo, hacia donde correrán en busca de refugio. Y una cosa más: las tiendas de campaña. Por aquel entonces, hacía ya bastante tiempo que usaban el Zeltbahn modelo 1893. Para los que desconozcan qué es eso, pues básicamente cachos de tela abotonada que cada guripa llevaba consigo. Se unían los de varios guripas y ya tenían tienda de campaña. Ya hablaremos de ellos un año de estos.
3ª chorrada: Vean la foto 5, en la que el mayor Stewart se dispone a filetear a un tedesco, y encima a contramano. Si repasan unas 366 veces la escena de la carga, no verán una sola estocada, y eso que, como hemos repetido antes, la puñetera espada modelo 1908 se diseñó para pinchar. Para más inri, si estoquear a un objetivo situado a una cota inferior y a trasmano ya es complicadillo, observen la postura forzada del mayor, que lo más que hará será provocar un corte de escasa profundidad porque para que un tajo sea resolutivo hay que asestarlo de arriba abajo o de izquierda a derecha, y no de atrás hacia adelante y, encima, galopando aupando en un penco. En resumen, todos los primeros planos en los que se abaten tedescos son similares: tajo de atrás hacia adelante. ¿El motivo? Vean la foto 6. Esa escena se rodó con una cámara instalada sobre el techo de un Mercedes que rodó paralelamente a los jinetes por su izquierda. Si lo hubieran colocado al revés, se podrían haber captado las mismas escenas pero bien planteadas, es decir, con los jinetes enfilando a los enemigos y pasándolos de lado. ¿Por qué lo hicieron así? Vete a saber... Quizás a los especialistas les resultaba más fácil disimular un tajo visto desde delante, de forma que así no llegaban siquiera a tocar al que tenía que hacer de tedesco-víctima porque su cuerpo tapaba el tajo ficticio y no se veía que, en realidad, la hoja de la espada pasaba lejos de su persona. Sea como fuere, acabamos con la historia de siempre: las licencias priman sobre la realidad y la fidelidad, lo cual se me antoja aún más absurdo tanto en cuanto los procesos de edición permiten realizar virguerías visuales de todo tipo.
4ª chorrada: ¿Se acuerdan de lo de la distancia entre jinetes y campamento y entre tedescos y bosque, no? Pues en la foto 7, esta distancia incluso ha aumentado, y eso que los caballos suelen correr a una velocidad bastante superior a la de un homínido por mucho canguelo que sienta. Y no solo eso sino que, en un alarde de adiestramiento, un escuadrón totalmente desorganizado al tener que esquivar las tiendas de campaña y tal se ha reagrupado y vuelven a atacar en masa en dirección al bosque que les oculta la muy desagradable sorpresa que vemos en la foto 8: mogollón de ametralladoras Maxim flamantes pero solitarias, esperando a sus servidores que son precisamente los fulanos que huyen de los caballos. Pero como los tedescos son ciudadanos bien entrenados, en un periquete se colocan tras sus máquinas, que ya tienen cargadas y listas para abrir fuego y se disponen a detener en seco a los british, que no esperaban nada semejante. Por cierto, ¿no habría sido más lógico poner aunque fuera un par de máquinas defendiendo el campamento, y no mogollón de ellas detrás del campamento? El que diseñó la escena debía ser un estratega de primera clase pero, lógicamente, si la diseña correctamente las Maxim habrían parado en seco la carga nada más ver aparecer a los british en el prado y la película se habría fastidiado.
5ª chorrada: Observen las jetas de asombro de Stewart y Nicholls. Las Maxim han abierto fuego y se les nota un tanto perplejos. Tan perplejos que a ninguno de los dos se les ocurre ordenar retirada y desperdigarse para evitar ser barridos del mapa. Pero en Sandhurst debieron lavarles la sesera a base de bien y los convencieron de que palmarla inútilmente por el Rey y la Patria era lo que se esperaba de un caballero inglés, y que con toda seguridad las señoritas de Londres comentarían su hazaña, echarían alguna lágrima leyendo la narración en la prensa y hasta escribirían alguna carta anónima a la familia transmitiendo su pesadumbre por la pérdida de tamaños héroes. Naturalmente, cartas escritas en elegante papel de lino color hueso perfumado con lavanda y con tinta púrpura con leves matices en magenta. Pero lo peor no es que estos dos pasmarotes se quedaran bloqueados, es que el resto del escuadrón siguió avanzando como si no ocurriera nada en plan autómatas suicidas. Por cierto, observen un curioso detalle de la foto 10. El escuadrón acaba de dejar atrás el campamento tedesco, pero, ¿dónde está? Más aún, tras la apenada jeta de Nicholls ni siquiera se divisa el frondoso campo de mies de donde salieron un minuto antes, sino un bosque. Qué gazapo más tonto, ¿no?
6ª chorrada: En la foto 11 vemos como mogollón de caballos sin jinete se adentran en el bosque. Es una cascada de pencos vacíos que saltan sobre los sacos terreros esquivando a las máquinas y sus servidores porque, como sabemos, el instinto natural del caballo le impulsa a esquivar obstáculos. Sin embargo, y a pesar de la escabechina que se está produciendo, el resto del escuadrón continua avanzando aunque se supone que están viendo como los compañeros que les preceden caen como bolos. En la foto 12 los vemos a galope tendido y, curiosamente, aunque en fotogramas anteriores aparecían muy agrupados y cercanos al bosque, no sabemos cómo ahora tardan dos horas en llegar al mismo, y tan separados que, mientras los primeros ya han sido aniquilados, los que les siguen aún tienen un trecho de camino por delante para alcanzar la arboleda. Si recreamos la escena con un cronómetro veremos tal descoordinación que induce a darle de collejas al director de continuidad.
Chorrada final: Vean la foto inferior. Corresponde a una de las tomas en las que se ven cantidad de caballos adentrándose en el bosque con las sillas vacías porque, obviamente, sus jinetes han palmado. Pero ahora viene la pregunta definitiva que cualquier ciudadano sensato se haría en este momento: ¿cómo es posible que los jinetes sean alcanzados por las balas de las Maxim, pero los caballos no?
Cuando se enfrenta a un fuego frontal, un jinete está protegido casi por completo por el caballo. Le basta agazaparse tras su cuello y su cabeza para que solo los brazos y las piernas queden al descubierto. Por lo tanto, lo lógico ante un fuego intenso como el que aniquila el escuadrón del mayor Stewart sería que los caballos murieran antes que los jinetes. O sea, los pencos caerían fulminados y algún jinete torpe se quedaría atrapado bajo su cuerpo, aunque la mayoría lograrían sacar el pie del estribo y esquivar la caída. Sí, alguno de ellos también podría ser alcanzado, pero lo que es surrealista es que todos los caballos hayan permanecido ilesos mientras que los fulanos que los montan hayan sido aniquilados a pesar de que avanzaban protegidos por sus monturas. Obviamente, en este caso se buscaba dar a la escena un efecto dramático al máximo. Los caballos sin jinete informaban al público que todos, incluyendo sus mandos, estaban cayendo como moscas. Una forma aséptica de dar a entender una matanza sin que se vea caer un solo british, que para eso son los buenos de la peli y, naturalmente, que tampoco se vean caballos acribillados a balazos intentando mantenerse en pie chorreando sangre hasta que son finalmente abatidos por el implacable fuego tedesco.
En fin, con estas siete chorradas creo que ha quedado demostrado que la escena de la carga es un churro. Sí, ya, que quedan muy emocionantes y tal, y que la inmensa mayoría del público se lo traga porque no saben un carajo de nada, pero tergiversar la realidad sabiendo que se hace con impunidad es una bellaquería propia de cuñados y políticos. Que sí, que las licencias artísticas, que se pretende representar algo de forma figurada y blablabla pero, ¿no se puede hacer lo mismo recreando cada cosa como es, y no como al director le gustaría que fuese?
Bueno, para llevar tanto tiempo de capa caída me he pasado tres pueblos y tengo agujetas en los hombros, así que acabo ya. Me piro a regarme de nuevo, que jase una caló que te caga, hohtia.
Hale, he dicho
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