Si nos paramos a pensarlo detenidamente, en realidad hay pocas cosas verdaderamente novedosas en lo tocante al armamento convencional. De una forma u otra, en muchos casos lo que vemos hoy son inventos de hace siglos que han sido adecuadamente refinados, o bien puestos en funcionamiento hoy porque cuando a algún monje medio loco se le ocurrió alguno no había medios para que rindiera al 100% y funcionara de pena o acabara mandando a hacer puñetas al inventor mediante una postrera y fastuosa explosión que volaría medio convento.
De hecho, si recordamos las entradas dedicadas al armamento medieval usado en la Primera Guerra Mundial, las condiciones de combate hacían aconsejable en muchas ocasiones recurrir a una buena maza antes que a un fusil, y se fabricaron enormes cantidades de armaduras que daban a las tropas un extraño aspecto de híbridos entre el pasado y el futuro.
Así pues, esta entrada estará dedicada precisamente a esos inventos de hace siglos que, por el motivo que fuere, no llegaron a ser utilizados de forma masiva o simplemente no pasaron de mero proyecto pero que, ya en el siglo XX, sí tuvieron una aplicación más o menos exitosa. Veamos pues...
En la foto de la derecha tenemos una imagen que nos recuerda a las que vimos en la entrada dedicada a los perros de guerra: un chucho cargado con dos alforjas llenas de explosivos se dispone a inmolarse (sin saberlo, naturalmente) introduciéndose bajo la panza de un T-34/85 ruso durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy día, los de las protectoras de bichos pondrían el grito en el cielo y dirían que mejor se inmole un guripa con ganas de ser un auténtico héroe en vez del inocente chucho. En todo caso, en la entrada de los perros de guerra ya vimos que estos animalitos eran usados desde los tiempos más remotos con fines bélicos, pero generalmente eran destinados a combatir contra la infantería o a deshacer cargas de caballería. Por cierto que los chuchos antitanque no dieron el resultado esperado, ya que los pobres animales no alcanzaban a diferenciar entre los carros de combate enemigos y los propios, así que más de uno se metió bajo el que no era con gran descontento de los mandos y suma irritación por parte de los tripulantes del carro equivocado.
Sin embargo, y aunque nos parezca increíble, ya en el siglo XVI se tenía en cuenta que eso de sujetar un explosivo a los lomos de un animalito podía resultar bastante beneficioso, ya que la vida del bicho no valía ni la meada de un asno viejo mientras que la de un soldado valeroso valía al menos la de una boñiga de buey joven. Ahí tenemos una ilustración del "Feuer Buech" (Libro del Fuego), un manuscrito alemán datado en 1578 en el que se trata de la preparación y uso de explosivos de diversos tipos. Como vemos, se asemeja enormemente al chucho anticarro si bien en este caso se trata de un gato. Ello es debido a que la idea se basaba en realidad no en un gato antitanque, sino en un gato antifortificación. Gracias a la proverbial agilidad de esos animalitos que se cuelan por todas partes, un ejército de felinos cargados con bombas y lanzados contra una fortaleza o cualquier fortificación podría, si no destruirla, sembrar el desconcierto y el terror por doquier. En honor a la verdad, se ignora el resultado del invento ya que, como todos sabemos, los gatos son muy suyos e igual tomaron las de Villadiego para explotar en otro sitio que no era el indicado. Pero la cuestión es que usar animales explosivos ya viene de bastante lejos. Bueno, prosigamos...
¿Qué se imaginan vuecedes que es ese chisme de la foto? Parece una bomba de aviación y, en cierto modo lo es. Pero no estaba ideada para ir llena de alto explosivo, sino de murciélagos. Sí, no es coña ni he esnifado líquido de frenos. Fue un proyecto de un tal Lytle Adams, un dentista norteamericano que, pensando que si la inmensa mayoría de los edificios del Japón eran de papel y madera, nada más destructivo que el fuego. Y en vez de tirar una simple bomba incendiaria, se le ocurrió meter en un contenedor 180 murciélagos de cola de ratón equipados cada uno con una minúscula carga de napalm que detonaría mediante un retardo a los 30 minutos de ser lanzados desde un bombardero B-25. Si uno de esos murciélagos no alcanza los 15 gramos de peso, ya podemos imaginar el trabajo de chinos para preparar las bombitas. Para probar el invento se fabricó una maqueta a gran escala de un hipotético objetivo, pero lo que nadie imaginó es que hubo mogollón de murciélagos que desobedecieron las órdenes y se largaron a otro sitio, explotando sus minibombas muy lejos del punto Cero.
Está de más decir que algo similar ya estaba inventado siglos antes, como podemos ver en la imagen de la izquierda que, como la del gato antitanque, corresponde al "Feuer Buech". Se trata de una paloma bomba ideada, igual que el gato, para destruir fortalezas. Si nos fijamos, en realidad esto tiene bastante más sentido que la chorrada del murciélago ya que una paloma es más inteligente, más fácil de adiestrar y, lo más importante, puede portar una carga explosiva de más entidad que 28 gramos de napalm. Una bandada de palomas bomba como la de la ilustración podía ser bastante dañina, las cosas como son. Sin embargo no se tiene constancia tampoco de una prueba exitosa. Igual el enemigo se percató del perverso invento y lanzaron contra sus adversarios varias arrobas de cañamones, las palomas dieron media vuelta a darse el atracón y acabaron matando a sus propias tropas. Prosigamos...
Esa especie de rueda de carreta rociera a lo bestia era El Gran Panjandrum, un invento desarrollado para abrir brechas en las fortificaciones alemanas en el desembarco de Normandía. Los tubos que se ven en las "llantas" de la rueda son cohetes cuya misión era impulsarla una vez lanzada desde un barco y alcanzar una velocidad cercana a los 100 km/h. Tras avanzar fulgurantemente por la playa, llegaría a las fortificaciones de la Muralla del Atlántico y detonaría el tambor central, cargado con poco más de una tonelada de explosivos. Pero el invento resultó un fiasco porque, tras varias pruebas, el chisme tomaba el camino que le daba la real gana, llegando incluso a dar media vuelta y volver al mar que, en pleno desembarco, estaría lleno de barcazas y tropas. Ya podemos imaginar el resultado que producirían varios tratos de esos tomando camino de vuelta. Para ver lo patético del resultado, un breve vistazo a este vídeo de 37 segundos bastará...
Bien, pero la cosa es que el Panjandrum ya estaba inventado desde mucho antes, como podemos ver en las ilustraciones del "Feuer Buech". A la izquierda tenemos una rueda también impulsada por una carga explosiva que al girar se supone haría bastante daño al personal con esos pinchos que tiene distribuidos en su diámetro. Tampoco se tiene constancia de su uso, así que igual le pasó como al Panjandrum y se llevó por delante al inventor y su mecenas el día de la prueba. Pero la cosa es que no pudo imaginar nadie que alguien retomó la idea casi cuatrocientos años más tarde. Qué cosas, ¿no?
Una de los obsesiones de los combatiente de ambos bandos durante la Primera Guerra Mundial consistía en lanzarse granadas a todas horas. Así se impedía al enemigo descansar, dormir, comer o incluso ir a mear apaciblemente. Pero como es lógico, en muchas ocasiones las trincheras del adversario quedaban fuera del alcance de la distancia que era capaz de cubrir un brazo, así que rápidamente idearon máquinas para lanzar más lejos. Ahí tenemos una, que no es más que una catapulta usada por tropas austro-húngaras. También se usaron ballestas y una especie de tirachinas gigantes.
Pero esta catapulta en particular, ¿no se asemeja bastante a la que en su día ideó y plasmó en unos planos el prolífico Leonardo da Vinci y que vemos a la izquierda? Y en este caso, ninguna de las dos falló como en los casos vistos más arriba. Ambas dieron un servicio de lo más eficaz a sus usuarios: en el Renacimiento, lanzando piedras a grandes distancias y, en el siglo XX, lanzando granadas al enemigo con una devastadora precisión.
Pero también se usaron y se usan medios aún más primitivos para lanzar granadas. Me refiero a las hondas, usadas en cantidad durante la Gran Guerra y la guerra civil española en la que los diestros pastores hispanos daban sopas o, mejor dicho, granadas con hondas al enemigo. E incluso hoy día los rebeldes sirios se apuntan a tan eficaz combinación de granada + honda, tal como vemos en la foto. Pero hace cuatro siglos ya pensaron en eso y incluso con más detenimiento, ya que en vez de usar la típica honda de cuerda las usaron de mango, que permitían lanzamientos muchísimo más precisos y lejanos.
En fin, dilectos lectores, como hemos visto no han nada nuevo bajo el sol. Ya seguiremos con este tema, porque hay aún varios inventos por descubrir.
Hale, he dicho...
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