Conocida acuarela de Durero que nos muestra a un jinete de caballería ligera portando una celada negra. |
Siguiendo con estas cuestiones de yelmos raritos, hoy estudiaremos una de las tipologías más peculiares y que seguramente muchos de los que me leen habrán visto alguna vez, pero sin conocer el origen de los mismos. Hablamos de las celadas negras, unos curiosos cascos bastante escasos actualmente y cuya característica más relevante es que estaban pintados de diversas formas pero que, en su época, eran muchísimo más populares de lo que podamos imaginar. Veamos pues...
Celada del emperador Maximiliano I datada hacia el último cuarto del siglo XV. |
Las celadas en general surgieron a principios del siglo XV y empezaron a gozar de gran popularidad debido a su excelente diseño, muy idóneo para desviar golpes y proyectiles, y por permitir bastante movilidad en la cabeza ya que, como todos sabemos, la parte que debía cubrir la parte inferior del rostro era una pieza aparte, la babera. Eso dejaba total libertad de movimientos en el cuello, lo que no era cosa baladí cuando uno se veía metido en una vorágine de enemigos que había que controlar al máximo para no verse apiolado con dos cuartas de acero metidas por un sobaco o la ingle. Pero estas celadas eran, como casi siempre en lo referente al armamento defensivo, muy caras, y no estaban al alcance de cualquiera, por lo que se creó una gran demanda de celadas más económicas que permitiesen a los hombres de armas de pocos recursos económicos llevar sus cráneos razonablemente protegidos.
Así pues, los talleres de los armeros de Alemania optaron por fabricar unas celadas con unos acabados muy burdos, lejos de las piezas bruñidas a espejo y con primorosos cincelados aptas solo para faltriqueras bien llenas de monedas de oro. A la derecha podemos ver un ejemplar que, como salta a la vista, no tiene nada que ver con la pieza mostrada en el párrafo anterior. Su acabado se caracteriza precisamente en que no está acabada, o sea, se ven perfectamente las señales de martillazos sin haberse preocupado de afinar la superficie del yelmo. El único refinamiento que tenían estas celadas era el sistema de bloqueo del visor, el cual podemos ver en la foto. Se trataba de una pletina que actuaba como resorte, la cual iba remachada en el lado interior derecho justo donde señala la flecha. Apretando el botón, que era añadido a posteriori, se ocultaba el tetón de bloqueo, permitiendo así subir o bajar el visor. Obviamente, el temple de la pletina en cuestión era similar al que se daba a los muelles para obtener la flexibilidad necesaria.
Ante de proseguir, conviene abrir un pequeño paréntesis para comentar el término con que conocemos a esta tipología y que no tiene nada que ver con su color. Como puede que muchos ya hayan supuesto correctamente, eso de celada negra es una denominación moderna, y la realidad es que no se sabe como las llamaban en su época, si es que las llamaban de alguna forma. El término actual procede del inglés blacksmith, o sea, herrero, y hace referencia a las señales de los martillazos que estos propinaban al metal al batirlo para darle forma. De ese modo, podemos diferenciar entre una celada con su acabado habitual bruñido o uno de estos ejemplares que, aunque fabricados del mismo modo y obtenidos también de una sola pieza, requerían muchísimas menos horas de trabajo. Debemos tener en cuenta que en una época en que todo se hacía manualmente, limar, pulir y bruñir la superficie de un yelmo no era cosa que se solventase en un rato.
Así pues, tal como anticipamos anteriormente, a lo largo del siglo XV se impusieron estas celadas entre las tropas poco pudientes, sobre todo entre los hombres de armas que combatían en unidades de caballería ligera como el jinete de la ilustración de cabecera. Conviene señalar además que, al parecer, estos yelmos no se combinaban con las baberas propias de ese estilo de armaduras, por lo que sus usuarios deberían portar una gola de obispo o un almófar para mantener el cuello bien protegido. En cuanto a sus guarniciones, eran las habituales en estos yelmos. En la foto superior tenemos un ejemplo original, concretamente de una celada que se conserva en la armería de los Trapp, ubicada en el castillo tirolés de Churburg. Como podemos ver, es el típico relleno elaborado con fustán relleno de crin y pespunteado, obteniendo así un perfecto acolchado muy idóneo para amortiguar golpes.
Así pues, tenemos que esta tipología tuvo una enorme difusión si bien, por desgracia, solo han llegado a nuestros días apenas poco más de media docena de ellas. Cabe suponer que, al ser piezas que se adquirían sueltas y no formando parte de arneses completos, su acero sería reciclado. Recordemos que, en aquellos tiempos, el metal era bastante caro y todas las armas que quedaban obsoletas eran reconvertidas. Las que vemos en la foto de la derecha son las únicas que se conservan con su peculiar decoración a base de pintura al aceite y que, gracias a los dioses, no cayeron en manos de algún experto que le diese en su día por eliminarla para "dejarla más bonita". Y ahora, alguno se preguntará por qué las pintaban, cosa que por otro lado era habitual desde al menos uno o dos siglos antes. Bien, la teoría más aceptada es que esa decoración no tenía otra finalidad que ocultar el burdo acabado de la pieza si bien cabe suponer que dicha decoración la llevaría a cabo el propietario una vez adquirido el yelmo conforme a sus deseos.
No obstante, tanto en los ejemplares mostrados arriba como en las dos celadas que se conservan sin pintura y que seguramente fueron en algún momento "restauradas" por algún cuñado especialmente experto, se observan una serie de perforaciones tanto en el cuerpo del yelmo como en el visor. Este detalle no se ve en las celadas convencionales, ¿por qué? Pues para facilitar recubrirlas con tela, también con la finalidad de ocultar su basta apariencia. Si observamos la celada del jinete de Durero, vemos que el visor de la misma conserva su apariencia metálica pero, sin embargo, el resto del cuerpo tiene un color anaranjado que bien podría ser un revestimiento textil al que se le han añadido, quizás bordándolas, las letras W y A (¿las iniciales del dueño tal vez?).
En todo caso, estas teorías nos conducen a otra más: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? O sea, ¿qué fue primero, el pintado o el entelado? Creo que la respuesta podría ser una mera cuestión de fechas si bien es imposible tener certeza absoluta tanto en cuanto los escasos ejemplares supervivientes como la nula información sobre su historia no nos permiten afinar más. Sea como fuere, la cuestión es que la acuarela de Durero data de principios del siglo XVI, mientras que las celadas pintadas son anteriores. Por todo ello, podemos pensar que los orificios que permitían revestir de tela el yelmo bien podrían haberse hecho a posteriori con la finalidad de ocultar aún mejor la escasa calidad de la pieza. Tengamos en cuenta que, en aquellos tiempos, no era plato de buen gusto verse señalado como un hombre de armas o un hidalgo pobretón. De hecho, en Inglaterra estaba prohibido poner a la venta yelmos ya entelados que podrían ocultar su escasa calidad, por lo que no es un disparate pensar que ese acabado se realizaría, como ya dijimos, una vez adquirida la pieza. En fin, que cada cual piense lo que prefiera porque, como digo, no se puede saber con exactitud y, puestos a especular, incluso el pintado podría ser posterior una vez que el revestimiento de tela se echase a perder por el uso y, a fin de no gastar en una buena tela, salía más barato pintarla sin más. O, por apurar las opciones, no sería raro que muchos hombres de armas viesen que el revestimiento de tela favorecía la oxidación del yelmo. Si se mojaba, no se podía saber si el orín había hecho acto de presencia para eliminarlo, así que un buen pintado quedaría bonito y, además, protegería mucho mejor su yelmo de las inclemencias del tiempo.
Dos de las piezas que se conservan sin ningún tipo de decoración nos permiten ver claramente las hileras de perforaciones que, por parejas, están distribuidas tanto por el yelmo como por el visor. La que vemos a la derecha fue sometida, al parecer en el siglo XIX, a una "restauración" a base de lima y lija que eliminó su acabado original. Pero si pinchamos en la imagen, veremos los orificios repartidos por su superficie. Ello nos permite llevar a cabo la reconstrucción que vemos junto al original: un revestimiento de tela azul unida al yelmo mediante un grueso hilo rojo.
A la izquierda tenemos otro ejemplar superviviente, más afortunado tanto en cuanto se conserva tal cual. En este caso se ha "forrado" con tela roja adaptada a la forma de la celada a base de cascos de tejido cosidos entre sí. Esta pieza, provista de muchos menos orificios, debía precisar que la tela se adaptase perfectamente a su morfología para que quedase tirante y estéticamente bonita. Por ese motivo también precisaba, tal como podemos ver, de menos orificios.
Bien, así eran las peculiares celadas negras, cuya vida operativa transcurrió durante la segunda mitad del siglo XV y los primeros años del XVI. Por cierto que esta tipología nos brinda una reflexión a la vista de la escasa media docena que ha sobrevivido: ¿cuántas armas y/o armaduras han desaparecido para siempre sin que hayamos tenido ocasión de conocerlas? Es una pena, ¿verdad? En fin, de estas al menos se han salvado las suficientes para poder tener constancia de ellas. Como colofón, no quiero dejar de mencionar otra curiosa tipología contemporánea a estos yelmos que, aunque son designados también como celadas, más bien parecen una especie de bacinetes provistos de visores conforme a la moda del momento y que, con seguridad, dieron lugar a esta variante económica para guerreros menesterosos.
Réplica de la celada de cara de búho que nos permite apreciar su peculiar decoración. Obsérvese el cubrenucas formado por launas articuladas para facilitar la movilidad vertical de la cabeza. |
Helos ahí. Como vemos, son yelmos con un acabado igual de cutre que los anteriores, e igualmente decorados para disimular su mala calidad. El primero de la izquierda va provisto de un visor similar a los de hocico de perro propio de las armaduras maximilianas. El del centro es un ejemplar de los denominados de cara de búho, el cual que se conserva en la Colección Wallace y que lleva una curiosa decoración que muestra un monstruo con grandes colmillos. Era habitual al parecer pintar bichos feos similares a este para acojonar más al enemigo. Por último, tenemos otro que en origen iba pintado la mitad de rojo y la otra mitad de blanco, seguramente los colores del escudo de armas de su dueño.
Bueno, ya vale para ser sábado.
Hale, he dicho
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