jueves, 7 de julio de 2016

Mitos y leyendas: el pecho amputado de las amazonas



Pentesilea, reina de las amazonas, es muerta por el peleida
Aquiles ante los muros de Troya. Pentesilea había acudido
en ayuda de Príamo por el mero placer de combatir
Seguro que todos hemos oído mentar cienes de miles de veces a estas belicosas señoritas de las que, por cierto, tomó el nombre ese río tan larguísimo y caudaloso que hay en Sudamérica. Porque las amazonas, mito originado en el mundo griego, se extendieron por todas partes y no hubo conquista en la que no hiciera acto de presencia una tribu formada exclusivamente por mujeres que, incomprensiblemente, le tenían muchas ganas a los hombres. Quizás por el morbillo erótico que les daba a nuestros ancestros eso de enfrentarse con hembras especialmente fieras, la cosa es que tanto en la añeja Europa como en el Nuevo Mundo se propaló esta leyenda que, no obstante, tenía su base histórica ya que, como todos sabemos, cuando el río suena, agua lleva. Pero hoy no toca hablar a fondo sobre el origen del mito, sino de algo menos enjundioso pero no por ello menos interesante.

Amazona manejando
una honda
Nos referimos a la común creencia, sumamente extendida por cierto, de que estas guerreras tan misándricas eran privadas desde su nacimiento del seno derecho para que no les estorbase a la hora de disparar con sus arcos o lanzar sus jabalinas. Es más, juraría por mis augustas barbas que si le preguntamos a nuestro cuñado más sabihondo por algo que caracterice a las amazonas nos dará la siguiente respuesta:

-Cusha, cuñao, tú que sabe tanto, dime argo sobre la tribu esa ande no había na má que muhere y tenían mu mala leshe.
-Lah amasona, ¿no? Po que leh cortaban a toa una teta, cuñao. Sin la teta podían lushá mejón. Lo ví er otro día en un documentá der Caná Hihtoria mientra jasía la digehtión de loh cuatro litro gahpasho que me jinqué con la caló. 
-¿Cuatro litro? ¡Qué barbariá, cohone! ¿Y no te queahte cuajao na má empesá er documentá?
-¡Qué va! La japuta de tu hermana se tiró dó hora y media rajando con su amiga Yenifé y no me dejó dormí la siehta, me cagüen suh muertoh tó...

¿Ven? Cualquier cuñado lo sabe, incluso viendo documentales con el cerebro medio vaporizado por la ingesta abusiva de gazpacho combinada con una conferencia telefónica interminable en el mismo sofá. Sin embargo, no hay nada, ninguna prueba ni testimonio verdaderamente rotundo que demuestre semejante práctica que, además, sería completamente inútil ya que ningún pecho, por majestuoso que sea, dificulta o impide a una fémina hundirnos el cráneo con una maza, pasarnos de lado a lado con una lanza o convertirnos en un acerico a flechazos. 

Guerrera escita combatiendo con un hacha.
Sea como fuere, la cosa es que más de uno se dirá que si las amazonas son un mito, ¿qué sentido tiene intentar conocer la verdad acerca de una característica de ese mismo pueblo legendario? La pregunta es totalmente lógica ya que sería una chorrada corroborar o refutar algo sobre una tribu o cultura cuya existencia se pone en tela de juicio o incluso se niega de forma categórica. Sin embargo, como ya comentaba más arriba, toda leyenda parte de un hecho verdadero, por lo que convendría saber que los griegos sí dejaron constancia de la existencia de un pueblo, concretamente escita, que, aunque compuesto por miembros de ambos sexos, al parecer disfrutaban de forma indistinta de los mismos derechos y participaban de cualquier circunstancia en total igualdad de condiciones. De hecho, en las excavaciones llevadas a cabo en diversas zonas de lo que antaño fue la tierra de los escitas, alrededor de un 20 por ciento de las tumbas de mujeres contenían armas en sus ajuares funerarios, lo que indica que en vida habían combatido como si de hombres se tratase. Obviamente, para los griegos esto era algo que se salía totalmente de sus esquemas patriarcales, por lo que bien podría ser ese el motivo por el que surgió el mito de mujeres guerreras. Por otro lado, los escitas no tenían costumbre de dejar constancia de sus hechos, por lo que las crónicas de su propia existencia quedó en manos de los historiadores griegos que, como está mandado, las adobaron a su conveniencia o bien las plasmaron de oídas a través de terceras personas con las tergiversaciones y errores que ya podemos imaginar. 

Junto al cráneo podemos ver el tipo de hacha escita, propia
de los arqueros de este pueblo, que produjo los orificios en
el cráneo. La dejaron lista de papeles, pobrecita...
Buena prueba de que las mujeres escitas iban a la guerra y palmaban heroicamente en sus violentos cambios de impresiones con las tribus vecinas o con invasores procedentes de lejanas tierras, es el cráneo que podemos ver en la foto de la derecha, datado hacia el siglo V a.C. Perteneció a una mujer de una tribu Pazyryk de entre 25 y 30 años que, además de mostrar los orificios en la cabeza, presentaba en las costillas marcas de haber sido apuñalada con una daga, o sea, que le endiñaron a base de bien. Eso solo significa una cosa, y no es otra que esta proba guerrera se zambulló en la vorágine de la batalla como una leona junto a siete compañeros que aparecieron en otras tumbas junto a ella, todos con señales evidentes de haber sido apiolados de forma inmisericorde por sus enemigos. Y no solo disponemos de testimonios como este, sino que hay gran cantidad de enterramientos donde se pueden ver como estas mujeres habían palmado en combate y que, además, a la vista de sus ajuares eran personas de un elevado estatus dentro de su tribu. Un ejemplo lo tendríamos en la tumba 5 del yacimiento denominado como Arzhan 2, en la República de Tuvá, en el que aparecieron una pareja, hombre y mujer de 50 y 30 años respectivamente, en el que además de las armas de ambos se encontraron más de cinco mil objetos de oro. O sea, que ambos eran guerreros y a ambos debió tocarles la Primitiva antes de pasar a mejor vida, digo yo...

Restos de dos guerreros Pazyryk,
hombre y mujer, hallados con sus
armas en sus respectivas tumbas.
Junto a ellos aparecieron los
esqueletos de nueve caballos
Bien, con lo dicho colijo que podemos aceptar que las amazonas legendarias surgieron de las mujeres escitas que, por el motivo que fuere, disfrutaban de plena igualdad con los hombres, y eso fue lo que dio lugar a la creencia de que eran unas aguerridas hembras, lo que sí era cierto a la vista de los enterramientos mencionados, y que podían alcanzar el mismo rango o estatus que cualquier hombre, lo que también hemos podido corroborar. Pero, ¿de dónde surgió la leyenda dentro de la leyenda? ¿Como fue que un bulo chorra se extendiese con tanta fuerza como para que después de más de 2.400 años aún se siga creyendo a pies juntillas? Pues a eso vamos...

Al parecer, más que un bulo en sí mismo podríamos decir que todo proviene de una mala traducción o, mejor dicho, de una mala costumbre por parte de los griegos a la hora de helenizar los términos extranjeros. Recordemos como, por ejemplo, en la entrada que se dedicó a los prisioneros de guerra de los faraones, se explicaba que dicho término, faraón, era como Herodoto adaptó la verdadera palabra egipcia per-aa al griego. Para entendernos: los griegos optaban por tomar el término original y adaptarlo a su lengua con una palabra que fonéticamente se asimilara a la misma. Otros ejemplos sobradamente conocidos serían Micerinos, que es como denominó al faraón Men-kau-rá, o Kefrén, que en realidad se llamaba Kaf-rá. Así pues, el equívoco surgió a raíz de la adaptación del nombre de un pueblo escita denominado amazon el cual fue helenizado por Helánico de Lesbos como amazonas, y juraba por sus barbas que las mujeres de dicho pueblo carecían de un pecho en base a que el prefijo privativo "a" denotaba carencia, mientras que "mazon" era fonéticamente muy parecido al término griego mastos (mastos), o sea, pecho o mama. El tal Helánico, que vivió allá por el siglo V a.C., al parecer no era especialmente apreciado por sus colegas, que lo consideraban como poco fiable a la hora de escribir sus crónicas. De hecho, hizo caso omiso de otra posible etimología quizás mejor encaminada en la que se aseguraba que amazon provenía de la expresión "sin grano"- en griego, maza (maza) significa cebada- en alusión a que los escitas mantenían una dieta casi exclusivamente a base de carne. Pero como lo de la teta cortada les daba más morbo y contribuía a aumentar el mito de esas feroces mujeres, pues todo el mundo acabó por creérselo como si tal cosa.


Amazona en posición para efectuar un tiro parto
Y tanto caló la idea en los magines del personal que incluso tipos inteligentes como Hipócrates no dudaron en tomar por cierto el camelo de Helánico ya que en el Volumen II de sus "Textos Hipocráticos", concretamente en el apartado que trataba "Sobres los aires, aguas y lugares" daba cuenta de como las mujeres sármatas (pueblo vecino a los escitas) quemaban a las crías nada más nacer su pecho derecho con un útil de bronce puesto al rojo. Pensaba que semejante burrada servía para que, ausente la mama durante el crecimiento de la niña, se le desarrollase el brazo y el hombro de ese lado del cuerpo, lo que les permitiría luchar en igualdad de condiciones con los hombres. No obstante, el mismo Herodoto, contemporáneo de Helánico e Hipócrates, jamás hizo mención a tan cruel costumbre a pesar de que no se cortó un pelo a la hora de dar cuenta de los usos de escitas y sármatas, que no eran precisamente agradables por cierto. En fin, el error o la mala adaptación de un término extranjero llevado a cabo por un historiador mediocre acabó convirtiéndose en una verdad impepinable hasta el extremo de que historiadores muy posteriores en el tiempo como Apolodoro de Damasco o Quinto Curcio Rufo aseguraban que las amazonas se punzaban el pecho derecho para que no les creciera, dejándose el izquierdo para amamantar a sus retoños. 


Dos amazonas dándole estopa a un griego. La pintura procede
de una sarcófago etrusco datado hacia el 400-340 a.C.
Siglos más tarde, algunos historiadores bizantinos intentaron corregir el error, si bien con escaso o nulo éxito a pesar de que sus teorías eran más creíbles. Juan Tzetzes (siglo XII) sugería que el término amazon significaba en realidad "no amamantado", en base a la costumbre de estas mujeres de no dar el pecho a sus hijos para impedir que se les descolgaran, lo que iría contra los cánones de belleza de la época (y de cualquier época, supongo) y, por otro lado, sería algo impropio de mujeres guerreras. De ahí la creencia de que alimentaban a los nenes con leche de yegua mezclada con miel y cosas así. Total, aun no existían los potitos esos. Con todo, aún hoy día no se sabe con certeza de dónde proviene lo de amazon, y los lingüistas se siguen devanando la sesera para dar con una teoría sólida. Dichas teorías van desde la posibilidad de un origen iraní antiguo, que usarían el término "ha-mazon" (guerreras) al indo-europeo, lengua en la que significaría "solteras", pasando por el circasiano "a-mez-a-ne", Bosque o Luna Madre o incluso "ama-zonais", "las que usan cinturones", en referencia posiblemente al ceñidor de la espada. En fin, quién sabe donde se esconde la verdad. Igual era el nombre de una cuñada especialmente agresiva y de ahí surgió todo, vete a saber...

En fin, dicho esto, en las fotos inferiores podemos ver a tres señoritas practicando diversas modalidades de tiro con arco. La de la izquierda, que ciertamente está de buen año, se dispone a efectuar un tiro parto sin que sus generosos atributos le estorben lo más mínimo. De hecho, la cuerda del arco ni siquiera le roza el cuerpo. La del centro, más enjuta, muestra como era la arquería a caballo en la época en que nos ocupa. En ese caso se efectuaba lo que hoy se llama un anclaje flotante, lo que permitía hacer puntería sin tener que mantener la cuerda apoyada en la jeta, adaptándose así al movimiento que imprimía al cuerpo el galope del caballo. Por último, a la derecha tenemos a una arquera a pie que, también generosamente dotada, no tiene problemas para tensar su arma. Ojo, el protector que lleva sobre el pecho izquierdo no es para que la cuerda no se lo chafe, sino para impedir que algún pliegue de la ropa estropee el disparo. Los hombres también los usan. 



Como vemos, la teta derecha no estorba absolutamente para nada a la hora de tirar con arco, y menos aún para cualquier ejercicio marcial. Al cabo, los pechos son parte de la anatomía femenina y cualquier movimiento que nosotros hagamos ellas pueden hacerlo igual adaptando, si fuese preciso, dichos movimientos a su fisonomía de forma totalmente inconsciente. Así pues, la leyenda de la teta extirpada en pro de una mayor soltura para luchar fue un simple error de traducción que, unido al morbo y la fama que adquirieron estas mujeres, mitad reales, mitad leyenda, tuvo un éxito tremendo entre los griegos y, por ende, los que los sucedieron en el tiempo adoptando su cultura.

Bueno, ahí queda eso.

Hale, he dicho

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