sábado, 16 de febrero de 2019

LADRONERAS


Vista lateral de la ladronera que defendía la
puerta del castillo de Fregenal de la Sierra
Aunque el término ladronera se suele considerar como sinónimo de matacán y, de hecho, así aparece en muchos diccionarios, la realidad es que no eran la misma cosa. Su única similitud radicaba en que ambos eran dispositivos de defensa vertical como el cadalso que vimos en la entrada anterior, pero nada más. En realidad, el matacán fue una evolución del cadalso y no de la ladronera, ideada inicialmente para la defensa de puntos muy concretos y no como el cadalso, que podía cubrir desde lienzos enteros de muralla o perímetros de torres como hemos visto en su momento. Así pues y hecha esta aclaración previa, procedamos.

Ante todo, debo reconocer que no he sido capaz de dar con la etimología del término que nos ocupa. Podría pensarse que su misión se asimilaba a impedir la entrada de ladrones o algo por el estilo pero colijo que la cosa va por otro lado, en concreto por su semejanza con un tipo de obra que no tenía nada que ver con el ámbito castrense. En el "Tesoro de la Lengua Castellana" de Covarrubias, la descripción de ladronera es "presas de los molinos por donde se puede sangrar el agua". ¿Cómo se traduciría esto? Pues como una pequeña construcción fabricada en las azudas que permitían aliviar la fuerza del caudal que estas desviaban al canal que, a su vez, conducía el agua al rodezno del molino. Debían ser de una forma similar a las ladroneras que conocemos y que removiendo alguna compuerta inferior se abrirían, dejando pasar el agua acumulada en la azuda. Ojo, esto es una conjetura mía, pero ciertamente no la veo muy desencaminada. En cualquier caso, si alguien es capaz de averiguarlo pues que sea bondadoso y nos informe.


En cuanto al origen de las ladroneras, o, al menos, donde se inspiraron para crear este sistema defensivo, según Mora Figueroa fue algo tan alejado de la técnicas de castramentación como una puñetera letrina. Basa esta afirmación en las letrinas voladas que, aunque por su uso no estaban destinadas obviamente a defender nada, habrían servido de base por su semejanza con las ladroneras más primitivas. Estas letrinas estaban formadas por dos ménsulas de piedra que sustentaban paredes de OPVS LATERICIVS, o sea, de ladrillo de adobe de toda la vida y, además del evidente orificio de evacuación, tenían una aspillera que igual servía para disparar una flecha que para dar un poco de luz al ínfimo tabuco. Según este autor fueron construidas en las murallas de Roma a raíz de las reformas efectuadas por Majencio entre 306 y 312, y destinadas como es de suponer para que los guardias que deambulaban por la galería interior de la muralla tuvieran donde aliviarse llegado el caso. Sin embargo, la cosa es que esta teoría no me terminaba de cuadrar ya que las reformas de Majencio consistieron en recrecer las murallas anteriores, las cuales fueron a su vez consecuencia de una reforma llevada a cabo por el emperador Aureliano entre los años 271 y 275. En el gráfico superior podemos verlo mejor. La vista en sección de la izquierda corresponde a la muralla aureliana que, como vemos, era recorrida por una galería interior provista de aspilleras y de alguna que otra letrina por si a un centinela le daba un feroz apretón en acto de servicio. En la vista de la derecha aparece una sección de la muralla reformada por Majencio, consistente en el recrecimiento de la misma, además de una galería abierta hacia el interior y un adarve coronando el conjunto. Veámoslo con más detalle en las fotos inferiores.



En la foto 1 vemos un grabado decimonónico que representa la extinta PORTA SALARIA, demolida en 1921. La flecha señala un saliente en la muralla que es donde precisamente se encuentra la letrina que se conserva. La foto 2 nos muestra una vista de la plaza Fiume, que ocupa parte del lugar donde estaba la puerta. Podemos ver la galería que transcurría por el interior de la muralla, así como la letrina. La foto 3 es una vista frontal que nos permite apreciar las aspilleras que había a lo largo de la galería además de la dichosa letrina. Por último, la foto 4 muestra un primer plano de la misma y, como salta a la vista, nadie dudaría de que se trata de una ladronera ya que tiene todos los componentes propios de ese sistema defensivo.


Y curiosamente, este uso, digamos, mixto, lo conservó en la Edad Media. A la izquierda podemos ver un ejemplo bastante revelador. Se trata de la letrina del castillo de Santa María da Feira, en Portugal. La tenemos a la derecha de la torre y, por su aspecto, nadie diría que se trata de un mero retrete, biplaza por cierto. De hecho, tiene sus aspilleras y un parapeto almenado. En el detalle vemos en interior, y sus orificios servían lógicamente tanto para dejar caer estiércol humano como pedruscos y demás porquerías anti-enemigos. En sí, esta letrina-ladronera no defendía ningún punto importante de la muralla, pero al menos podría impedir que algún enemigo intentara alcanzar la rampa adosada a la torre gracias al afloramiento rocoso en el que se asienta el tramo de muralla donde se encuentra la letrina. Y constatado el casi seguro origen de las ladroneras, veamos a continuación su aparición en escena y su desarrollo castramental.

Las ladroneras, aunque no aparecieron en Europa hasta finales del siglo XIII, en realidad ya podemos imaginar que eran unos sistemas defensivos mucho más antiguos, casi con seguridad de origen bizantino y luego copiados por los sirios de los que, a su vez, lo tomaron los árabes. El que quizás sea el ejemplo más lejano en el tiempo es una atalaya que se encuentra en Dâr Kîtä, una de las 40 poblaciones conocidas como "ciudades muertas", asentamientos situados al noroeste de Siria entre Alepo e Idlib que tuvieron cierta prosperidad entre los siglos I y VII d.C. bajo el dominio bizantino pero que acabaron despoblados a raíz de la ocupación llevada a cabo por los malditos agarenos adoradores del falso profeta Mahoma. Se trata de ciudades surgidas en su mayor marte de fortificaciones romanas que, posteriormente, pasaron a manos del Imperio de Oriente y que alcanzaron cierta prosperidad con el comercio y la exportación de aceite de oliva. La que nos ocupa y que podemos ver a la derecha es una atalaya datada en el año 551. Protegiendo la puerta, que aparece semi-enterrada, vemos dos ménsulas prismáticas, una de las cuales aún sustenta parte del parapeto que la conformaba. 

Otro ejemplo en un estado de conservación bastante mejor se encuentra en Umm al-Jimal, frase que viene a significar "madre de camellos", supongo que en referencia a los que tienen joroba, no de los que mercadean con farlopa. Esta ciudad, situada a 50 Km. al noroeste de Amán, en Jordania, y a menos de 10 de la frontera norte con Siria tuvo su origen en una fortificación romana asentada en el lugar hacia el 200 a.C. En época posterior, hacia el 412, se construyó un nuevo fuerte situado al sur de la ciudad. Este fuerte consistía en un mero rectángulo en cuyos muros estaban adosadas todas las dependencias cuarteleras. Hacia el 600 y ya bajo el dominio bizantino se le añadieron dos torres, una de ellas derruida en sus dos terceras partes y otra, que podemos ver en la foto de la izquierda, en la que se aprecian dos de las cuatro ladroneras que la defendían, una en cada fachada. Umm al-Jimal, al igual que otras poblaciones, fue también abandonada tras ser conquistada por los musulmanes en el siglo VII. En el caso que nos ocupa, las ladroneras se conservan en perfecto estado y se componen de dos ménsulas cuadrangulares que sustentan los sillares de piedra que forman los parapetos frontal y laterales. No disponen de aspilleras, sino de un pequeño rebaje en el parapeto para aumentar un poco el ángulo de tiro vertical.

Para completar esta relación de ejemplares más antiguos tenemos el q’sar al-Hayr al-Sharqi (foto de la derecha), un castillo en pleno desierto de Siria construido por el califa omeya Hisham ibn Abd al-Malik entre 728 y 729 sobre un monasterio bizantino datado en 559. Esta fortaleza formaba parte de los que actualmente se conocen como “castillos del desierto”, una serie de fortificaciones fronterizas que no solo servían para proteger el territorio, sino como lugar de reposo y solaz de los califas en los que se dedicaban a la caza y demás placeres regios. No imagino como se puede encontrar placentero largarse a un puñetero desierto pero, al cabo, como no tenían conocimiento de la existencia de Torremolinos pues se conformaban con lo que tenían.

A la izquierda podemos ver una reconstrucción del castillo anterior cuya ladronera estaba formada por tres modillones cuyo parapeto estaba al mismo nivel que el adarve del recinto. Dicho parapeto estaría construido de ladrillo formando figuras geométricas similares a los frisos que decoraban las torres. No sabemos si disponía de aspilleras o algún tipo de abertura para hostigar al enemigo pero, en todo caso, lo verdaderamente importante es constatar que las ladroneras eran ya en aquella época un elemento defensivo de uso común y destinado ante todo a defender puertas desde la vertical ya que, tal como hemos explicado en entradas anteriores, la base de una muralla es el principal punto muerto de cualquier fortificación, y la única forma de repeler a los enemigos que logran llegar ahí es desde las torres de flanqueo y, sobre todo, desde las construcciones defensivas en vertical.

Reconstrucción del qusair mushatta realizada en 1903 por el arqueólogo
prusiano Bruno Schultz
No obstante, el ejemplo que mencionamos no era un caso excepcional. Otra estructura similar defendía la entrada principal del palacio Mschatta, datado entre 743 y 745 y mandado construir por el califa Walid ibn Yazid como palacio de invierno ya que, de hecho, eso significa su nombre en árabe, qusair mushattaEste palacio fortificado, del que podemos ver una reconstrucción a la derecha, no llegó a terminarse a causa del asesinato de su promotor en abril de 744. Era un recinto de 144 metros de lado defendido por veinticinco torres y con una única entrada la cual también estaba defendida por una ladronera. La proliferación de este tipo de estructuras fue ampliándose cada vez más en la zona de Oriente Medio, donde a todas luces los cruzados tuvieron ocasión de sobra para tomar buena nota tanto de su eficacia como del gran daño que podía causar a todos aquellos que osaran acercarse a las murallas de las impresionantes fortificaciones que ya en aquellos tiempos había construidas en la zona. 

Quizás la más representativa de todas sea la de Alepo cuyas defensas, ampliadas y mejoradas a lo largo de su historia, convirtieron la ciudadela en una fortaleza inexpugnable contra la que se estrellaban irremisiblemente todos los que intentaban hacerse con ella. En la imagen de la izquierda tenemos una vista frontal de la formidable puerta-torre de la ciudadela de Alepo tomada hacia 1870 por el fotógrafo francés Félix Bonfils. Este inexpugnable acceso fue construido entre 1204 y 1215 por Malik az-Zāhir Gazhi, tercer hijo de Salāh ad-Dīn y gobernador de la plaza entre 1186 y 1216. La impresionante batería de ladroneras no solo se limita al frontal de la torre, sino también en a parte interior del arco, donde hay otros tres invisibles en la imagen por estar en la sombra, más una buhedera en el intradós de la bóveda. Por otro lado, la escalinata está defendida por una barbacana anterior, también provista de una ladronera, tal como vemos en la foto. Este conjunto de fortificaciones convertían el asalto a la ciudadela por sector de la misma en una mera utopía.


Intimidante aspecto de la fachada de la torre-puerta de Alepo. A la izquierda vemos su batería de ladroneras, y a la derecha
el zaguán en recodo a la derecha que permitía el acceso a una sucesión de puertas que convertían la torre literalmente en
una ratonera. La foto de la derecha muestra una vista superior del zaguán, defendido por la aspillera que aparece en la parte
inferior, tres ladroneras y una buhedera. Pasar de ahí ya sería, no un acto heroico, sino un verdadero milagro


Pero este sistema defensivo no solo se limitaba a la famosa ciudadela. De hecho, toda la zona en conflicto durante la época de las cruzadas contaba con fortificaciones provistas de ladroneras. Otro ejemplo lo tenemos en la imagen de la derecha, correspondiente a la Puerta de San Esteban, situada en el sector oriental de la cerca urbana de Jerusalén. Tal como hemos podido ver en las imágenes mostradas, las ladroneras ya eran una estructura totalmente implantada en la arquitectura castral de Oriente Medio a lo largo del siglo XIII, siendo preferentemente destinadas a la defensa de accesos o cubriendo flancos de torres de cierta importancia en las cercas urbanas y los castillos de la zona, con lo cual cumplían una función similar a la de los cadalsos pero con las limitaciones que ya conocemos en lo tocante al radio de acción de unas y otros. En este caso se trata de una ladronera sustentada por cuatro modillones con el parapeto cubierto por una techumbre a tres aguas para defender a sus ocupantes de los proyectiles con trayectoria parabólica. En el frontal del parapeto vemos una aspillera, y en el intradós del arco ojival disponían de un buzón matafuegos comunicado con la ladronera. A modo de curiosidad, esta puerta fue bautizada como de San Esteban porque, según la tradición, este probo mártir proto-cristiano fue lapidado por los malvados judíos que lo acusaban de blasfemo. Su nombre anterior era Puerta de los Leones en referencia a los que podemos ver en los bajorrelieves que aparecen en los costados de la misma, colocados ahí por orden de Solimán el Magnífico tras vencer a los mamelucos en 1517.

Bien, una vez aclarado el origen y evolución de estas estructuras defensivas, veamos su desarrollo en las fortificaciones peninsulares. Las más antiguas están datadas durante el primer cuarto del siglo XIV, consistiendo básicamente en un mero saliente apoyado sobre dos ménsulas y protegidas por un parapeto de la misma fábrica que el resto del edificio o bien de ladrillo, material cuyo uso gozó de bastante difusión por ser más ligero que la piedra, es decir, básicamente una copia de la letrina muraria de la muralla aureliana de Roma. Como añadido, solían tener una aspillera en la parte frontal a fin de aumentar el ángulo de tiro desde la ladronera, limitado de por sí a la parte situada inmediatamente bajo la misma. En el gráfico de la izquierda vemos una ladronera conforme a la tipología más primitiva. Se trata de una estructura voladiza sustentada por dos ménsulas unidas por un arco de ladrillo o piedra. Como todos estos dispositivos de tiro vertical, inicialmente se ubicaban a nivel de los adarves o los terrados de la fortaleza. De ahí que la veamos nivelada respecto al merlonado del parapeto. El acceso se realizaba, según vemos en el plano de planta superior, directamente desde el adarve, desde donde podían lanzarse proyectiles hacia abajo o bien a través de la aspillera frontal cuyo derrame inferior permitía a los ballesteros enfilar a los enemigos que se aproximasen a la muralla. 

Este tipo de ladronera más primitiva podemos verlo por lo general sobre puertas de acceso a fortificaciones, cercas urbanas, torres del homenaje y, en algunos casos, cubriendo los flancos de las mismas. Del mismo modo, sus diseños se fueron ampliando, yendo más allá de las proto-ladroneras más básicas como la que hemos visto en el gráfico anterior. Así, a lo largo del tiempo, dependiendo del alarife o del gusto personal del que dirigía las obras se fueron adoptando diversas morfologías: con o sin almenado, sustentadas por varias ménsulas, y estas con más o menos boceles, techadas, descubiertas, etc. En el gráfico de la derecha tenemos varios ejemplos. En la figura 1 vemos una tipología más avanzada, sustentada por tres o más ménsulas boceladas y provista de merlones que siguen la línea de la merlatura de la muralla. En la figura 2 tenemos una tipología que no se encuentra coronando una muralla o torre, como era habitual, sino en el costado de una de ellas como si de un balcón se tratase, accediendo a la misma a través del terrado de la planta a cuyo nivel se encuentre. Este tipo solemos verlo en torres cuyas esquinas están provistas de escaraguaitas o ladroneras esquineras. De ese modo, entre estas y las ladroneras de los flancos podían cubrir todo el perímetro de la torre. La figura 3 muestra otra tipología cuya apariencia se asemeja más a la de un buzón matafuegos que a una ladronera. Sin embargo, y a pesar de ser poco frecuente, no debemos confundirlas con estos últimos. En este caso, el pequeño tamaño y el acusado ángulo de su cobertura no tenían otra finalidad que repeler más fácilmente los proyectiles que la alcanzaran, dificultando de ese modo su inutilización. O sea, todo lo contrario a lo que ocurriría en una ladronera convencional.


Una tipología aparte la encontramos en Portugal, donde se desarrolló lo que conocemos actualmente como balcón dionisiano en referencia al rey don Dinis (1261-1325) que, como sabemos, llevó a cabo intensas campañas de fortificación en el reino vecino coincidiendo con la aparición en la Península de este sistema defensivo. Su peculiaridad radica en que las aberturas no la constituyen la separación entre las ménsulas que sostienen la ladronera, sino en que están cubiertas por una solería en la que se abren orificios circulares. Su ubicación y uso eran los mismos que en el caso de las ladroneras convencionales, pero se diferenciaban en esa peculiaridad digamos, endémica, que se puede contemplar en multitud de fortificaciones portuguesas. Los balcones dionisianos perduraron hasta el siglo XV, y se pueden encontrar desde ejemplares sumamente básicos, como los del castillo de Linhares (foto 1), o bien construcciones complejas e incluso lujosas como los balcones esquineros de la torre del homenaje del castillo de Estremoz. 

Pronto quedó claro que las ladroneras dejaban demasiados ángulos desprotegidos, especialmente en las esquinas. Obviamente, se le dio solución situando ladroneras esquineras las cuales se complementaban con sus hermanas de los flancos, cubriendo de ese modo el mayor número de ángulos posibles. Otra opción era emplazar en las esquinas borjes que, aunque carecían de capacidad para tiro vertical, sí la tenían de flanqueo, cubriendo cada uno las partes inferiores de los que tenía a cada lado o en cada esquina. No obstante esta solución la solemos ver en las torres del homenaje ya que las torres de flanqueo convencionales no tenían necesidad de este tipo de dispositivos defensivos tanto en cuanto se cubrían unas a otras. Un buen ejemplo lo tenemos en el castillo de Almodóvar, en Córdoba (foto de la derecha). Aunque la exactitud de la morfología de las ladroneras que defendían esta torre es cuestionable, ya que debido a su ruinoso estado sufrió una profunda restauración entre 1901 y 1936 a cargo del XII marqués de Torralva, no deja de ser un perfecto ejemplo del estadio más avanzado de este tipo de estructuras: cuatro ladroneras emplazadas a la altura de la azotea defienden las esquinas mientras otras tres hacen lo propio desde la tercera planta de la torre, ya que en el flanco que mira hacia el castillo está el adarve volado que unía la torre al mismo.

Bien, con esto ya tenemos datos sobrados para conocer tanto el origen como la función y la difusión de estas estructuras defensivas. Redundar en la enorme cantidad de diseños es absurdo tanto en cuanto no aportan nada que no se haya dicho y la enorme cantidad de variantes harían de este artículo un tocho interminable. Sea como fuere, ya sabemos dónde se ubicaban y cuál era su cometido, ya fuera una proto-ladronera birriosa sustentada por dos simples ménsulas o bien una obra de categoría como la que vemos defendiendo la puerta del castillo de Montelagre (Valladolid), datada hacia mediados del siglo XIV. Como se puede apreciar, esta sustentada por siete grandes modillones sobre los que se yergue un parapeto de sillarejo y almenado siguiendo la línea de merlatura del parapeto de la muralla. Al igual es este, dos de sus merlones están aspillerados de forma alternativa. Así pues, como ya podemos imaginar, se podría afirmar poco menos que cada castillo tenía su propio diseño basado en las razones más dispares, desde necesidades meramente defensivas al puro capricho ornamental pasando por la disponibilidad de materiales, etc. 

Concluimos con un curioso ejemplar de ladronera ambivalante similar al de la letrina de Santa María da Feira. A la derecha tenemos la peculiar chimenea que defiende la puerta de acceso a la parte sur del recinto del castillo de Belvís de Monroy (Cáceres) desde su patio de armas. Esta chimenea, cuyo tiro podemos ver en la foto, tiene el hogar en la tercera planta del edificio, pero en el suelo del mismo se abre una abertura en la parte central que la convierte en una ladronera. ¿Que cómo encendían el fuego? Bueno, supongo que cuando no era necesario su uso bélico la taparían con una losa de piedra, pero la cuestión es que era además un ingenioso trampantojo como la letrina anterior, de la que nadie pensaría que en realidad era usada como aliviadero de los intestinos de la guarnición si bien la acumulación de excrementos en la base no dejaría tampoco muchas dudas al respecto.  En este caso sería al revés, nadie pensaría que el tiro de una chimenea ocultaba una alevosa ladronera.

Bueno, con esto terminamos. Aunque la aparición de los matacanes fue acabando poco a poco con las ladroneras por las limitaciones de estas, ambas estructuras convivieron durante bastante tiempo y, curiosamente, llegaron a ser más longevas ya que, si bien quedaron relegadas casi exclusivamente a la defensa de accesos, se mantuvieron operativas hasta el siglo XVIII en algunas fortificaciones pirobalísticas donde, supongo, ya no arrojarían sobre los enemigos piedras o brea, sino granadas de mano, que eran más dañinas y acojonaban mucho más. En la foto de la izquierda tenemos un buen ejemplo, en este caso perteneciente al fuerte de Nossa Senhora de Graça, en Elvas (Portugal) que defiende uno de los accesos al reducto principal. Todas las puertas, tanto de la planta baja como de la superior, estaban defendidas por ladroneras como la que vemos en la foto y desde las que se podía hostigar a posibles invasores si bien en este caso la defensa estaba además complementada con las troneras fusileras que rodeaban el edificio más las cañoneras que apuntaban tanto al exterior como al interior. En este caso es lo que parece una ventana ovalada situada bajo la ladronera y que apunta en concreto al camino cubierto que une los baluartes del fuerte.

Bueno, hijos míos, esto eran las ladroneras. 

Hale, he dicho

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