jueves, 21 de febrero de 2019

MATACANES


Castillo de Coca (Segovia) cuyas torres y murallas están circunvaladas en todo su perímetro por una línea de matacanes

Bueno, queridos lectores, seguidores y demás amantes de las piedras mohosas, con esta entrada nos ponemos al día en lo referente a los sistemas de defensa en vertical de los castillos neurobalísticos, es decir, los castillos medievales de toda la vida. Ya sé que no he seguido un orden cronológico en lo tocante a las distintas épocas en que surgieron y evolucionaron todos los ya mencionados anteriormente, pero si algún día dejo llevarme por el orden y el método será en mis puñeteras exequias, y eso porque no me dejarán organizarlas ya que serán mis deudos los que tendrán que torear a los fulanos de la Casa de la Muerte. No obstante, para entonces me darán 325 higas fúnebres lo que hagan con mi envoltura carnal, la verdad. Bueno, esto no viene al caso, así que prosigamos con lo que nos interesa. 

Curiosa foto del interior del cadalso que corona la torre del
castillo de Laval, en Francia. No hace falta insistir en que,
llegado del caso, esta estructura ardería como una tea o se
caería a cachos con sus ocupantes a causa de la carcoma. El
poste central sustenta la techumbre de la torre
Como ya pudimos ver, el cadalso se convirtió en un eficaz sustituto de las ladroneras, limitadas por su reducido campo de acción de forma que estas últimas quedaron con el tiempo relegadas a proteger puntos muy concretos de las fortificaciones, ante todo y casi exclusivamente puertas tanto exteriores como interiores. El cadalso, por el contrario, permitía controlar todo lo que pasaba en la base de un lienzo de muralla o el perímetro de una torre, y a pesar de precisar de un constante mantenimiento dieron un resultado más que aceptable. Pero los cadalsos, como toda estructura lignaria, tenía tres enemigos implacables: los parásitos, el clima y, sobre todo, el fuego al que tan aficionados eran en la Edad Media para destruir todo lo que fuera capaz de arder, y la madera reseca por el tiempo arde una cosa mala. A favor contaban con la disponibilidad de la misma en una Europa boscosa, su precio, más barato que la piedra, y el proceso de elaboración, igualmente más barato ya que un carpintero no cobraba el estipendio de un cantero. Pero si se ponía en una balanza los pros y los contras al final quedó claro que era más conveniente sustituir los cadalsos de madera por estructuras pétreas que, aunque mucho más caras, era más resistentes, no ardían y su durabilidad era de décadas y décadas con un mantenimiento prácticamente mínimo salvo las reparaciones propias tras sufrir un asedio. 

Espectacular matacán de la Rocca, una de las torres que
se construyeron en San Marino para defenderlo de los
ataques de la poderosa familia Malatesta. Está datada
hacia mediados del siglo XIII
Bien, esos serían los precedentes, pero antes de proseguir veamos el origen del palabro. La realidad es que, como suele pasar con estos temas, el término actual no es en verdad en que se usaba antiguamente. De hecho, en Francia (Dios maldiga al enano corso), que es donde aparecen los primeros matacanes de fábrica a partir de la segunda mitad del siglo XII, son denominados como mâchicoulis, pero esa palabra no aparece hasta tiempos más modernos. El término que se usaba anteriormente era machecolie, que aparece, por ejemplo, en una Orden del Capítulo General de Bresse fechada el 23 de enero de 1438: "Que le donjon soyt repparé et marchicollé", que viene a querer decir "que el donjón sea reparado y amatacanado". Así mismo, en una "Historia de Carlos VII" editada en 1661 da la descripción de este tipo de obra defensiva con el nombre de machecolie o machicolie. En todo caso, es bastante explícito ya que se trata de una palabra compuesta cuya etimología proviene de los términos del latín bajo MACCARE y COLLVM, que derivaron en francés medieval  en macher (golpear, batir) y col (cuello), por lo que podríamos traducir el palabro como "rompecuellos", aunque no alcanzo a dilucidar si los cuellos se los rompían de un peñascazo o de tanto mirar hacia arriba para ver si les tiraban alguna porquería. En inglés (Dios maldiga a Nelson) tiene una raíz similar, dando origen al término machicolation, así como en la extraña lengua de los tedescos, Maschikuli.  

Matacán que defendía el acceso al castillo de
los Este, en Ferrara. Obsérvese el largo túnel
que había que recorrer hasta llegar al interior
del recinto
Sin embargo, en español la cosa varía. Aquí no rompemos pescuezos, sino que matamos perros. Pero, ¿de dónde proviene esa palabra, que al parecer no hace acto de presencia hasta el siglo XIV? Leonardo Villena, en un artículo publicado en 1988 en la revista Castrum 3, publicada por La Casa de Velázquez, hace varias sugerencias de las que tomo las dos que me resultan menos inverosímiles. La más obvia es la de matar perros, en este caso aplicando el término perro a los malditos agarenos adoradores del falso profeta Mahoma. Los portugueses emplean la misma expresión, pero en plural: mata-cães, lo que ha hecho que algunos se inclinen a pensar que, en realidad, un matacán era el espacio que quedaba libre entre dos ménsulas, debiendo en ese caso denominar al dispositivo entero como matacanes. Francamente, esa teoría no me parece más que el enésimo intento por cuadrar el círculo semántico tanto en cuanto un castillo es atacado por muchos canes, no por uno solo como para que denominaran a nuestro protagonista de hoy mata-cão, en singular. Otra, a mi parecer bastante absurda, se basa en la supuesta semejanza entre la mano de una liebre con los matacanes unidos por arquillos. Hace alusión en este caso a las liebres que logran zafarse de los galgos que la persiguen, por lo que las llamaban matacanes en referencia a que los dejaban reventados de tanto correr y tanto fintar. Colijo que ya hay que echarle imaginación para asimilar la para de una liebre con un matacán, pero en fin... que cada cual se quede con la opción que prefiera. Y aclarado, más o menos, el posible origen del término, vamos al grano.

Ermita fortificada de Boa Nova, en Terena, Évora (Portugal), un magnífico
ejemplo de lo que era una iglesia fortificada como si de un castillo se tratase
Curiosamente, de la misma forma que las ladroneras que vimos en la entrada anterior tienen un origen nada marcial, en el caso de los matacanes parece ser que tampoco se idearon originariamente para mejorar las defensas de los castillos, sino de las iglesias. Como ya sabemos, en aquellos tiempos turbulentos en los que muchas poblaciones no tenían ni una mala empalizada para defenderse, y mucho menos el abrigo de un castillo cercano, las iglesias eran el único refugio de que disponían los sufridos vecinos de los alrededores. Además, el clero impedía o, al menos lo intentaba, que sus bienes fueran profanados y saqueados por señores feudales a los que las anatemas papales les daban varias higas excomulgadas, para no hablar de las partidas de bandidos que pululaban por doquier a la caza y captura de buenas presas en forma de objetos de culto de oro, plata y piedras de valor, libros- carísimos en aquella época-, y cotizadas reliquias (y sus relicarios, por supuesto) de los que sabían sobradamente que cualquier noble  o incluso un monarca pagaría buenos dineros por ellas. Una puñetera muela del juicio de San Sisenando del Cartílago Cotizado podía solucionarle la vida a cualquier villano de la época. 

Las iglesias románicas de aquellos tiempos se prestaban a ser fortificadas con relativa facilidad. Ya de por sí estaban construidas con gruesos muros de sillería, por lo que bastaría añadir parapetos en sus azoteas para convertirlas en pequeños castillos que serían defendidos tanto por los vecinos, que armados con sus címbaras, hoces, mayales y horcas podían ser temibles, e incluso por los frailes que, por cierto, eran los que en aquel entonces acaparaban los conocimientos más enjundiosos de todo tipo, incluyendo mixturas incendiarias para cremar a los asaltantes y encima ir al Cielo de cabeza por haber exterminado bonitamente a los enemigos de Dios nuestro Señor. En el gráfico de la derecha podemos ver un ejemplo de transformación basado en el aprovechamiento de los típicos contrafuertes que solemos ver en los templos románicos. En la figura de la izquierda tenemos un plano en sección de un muro románico con su correspondiente contrafuerte, que puede ser de forma trapezoidal como el que presentamos o rectangular. Basta nivelarlo por la parte superior, añadir un parapeto almenado y ya tenemos una iglesia fortificada con tantas buhederas como arcos hayamos construido. Porque, al cabo, estos proto-matacanes no eran sino eso, buhederas consecutivas separadas por los contrafuertes. A la derecha vemos que, para mejorar su capacidad defensiva, se podía engrosar la base del muro con un rebotadero. 

Esto no solo aumentaba la solidez del muro de cara a resistir los embates de un ariete, sino que alejaba las máquinas de aproche a una distancia prudencial y dificultaba la zapa de superficie. Además, al arrojar piedras sobre los atacantes rebotaban en el mismo, de ahí el nombre, aumentando su velocidad y haciendo su trayectoria menos previsible, por lo que un simple pedrusco que caía en vertical y que cualquier cuñado intuiría sin problema dónde iba a caer se convertía en un proyectil que podía salir despedido en cualquier dirección, llevándose por delante a varios hombres llegado el caso. Con la ilustración de la izquierda podemos hacernos una idea bastante clara del aspecto que ofrecería una iglesia provista de este tipo de sistema defensivo. Como vemos, el intradós de los arcos que unen los contrafuertes forman una batería de buhederas o, si lo preferimos, rudimentarios matacanes que complicarán enormemente a los malvados enemigos de la fe y amigos de los bienes ajenos incordiar más de lo necesario.

Esta tipología más temprana es la que actualmente se denomina como matacán sobre arcos o sobre contrafuertes, y surge hacia mediados del siglo XII. Conviene puntualizar que, por una vez, la idea no surgió en Bizancio y viajó a Europa, sino que fue más bien al contrario como veremos más adelante. Por lo demás, observemos a continuación algunos ejemplos de esta tipología primigenia. A la derecha tenemos lo que se conoce como el bâtiment des mâchicoulis, el edificio amatacanado, de la catedral de Puy-en-Velay, en la Auvernia (Francia). Este edificio, situado en la parte occidental del claustro, data de la segunda mitad del siglo XII y, como vemos, su fachada está defendida por matacanes sustentados sobre contrafuertes y modillones formando dos arcos en vez de uno. Para eliminar absolutamente todos los ángulos muertos, en cada contrafuerte se construyó además una ladronera. 


Otro ejemplo notable lo tenemos en la catedral de Saint-Etienne, en Agde, en la Occitania. Fue mandada construir y fortificar por el obispo de la diócesis Guillaume II en 1173 sobre una basílica anterior datada en el siglo V. Para su edificación se usó piedra de basalto negra que le da un aspecto intimidatorio y severo que más bien parece querer acojonar a los fieles que otra cosa. En este caso se trata de matacanes sobre contrafuertes, la que sería la tipología más básica, y tanto los muros- de 35 metros de altura y entre dos y tres metros de espesor- como la torre del campanario disponen de este sistema defensivo. No hace falta decir que esta iglesia no se diferenciaba de un castillo más que en una sola cosa: en su uso interior, porque en lo referente al exterior eran lo mismo, una fortaleza perfectamente defendida. Unos muros de semejante altura eran imposibles de tomar lanzando escalas, y cualquier trabajo de zapa en superficie sería hostigado hasta la extenuación por los defensores del templo. No se remueve así como así un paramento de buena sillería y más de dos metros de migajón mientras que te llueve encima de todo lo imaginable por muchos manteletes que te protejan el cráneo y demás partes de la anatomía sin las cuales lo mejor es pedir la baja al físico de la hueste.


Curiosamente, en una fecha ligeramente posterior a 1170 se construyó un matacán similar en la torre noroeste del perímetro interior del krak des Chevaliers, en Siria. En dicho año hubo un terremoto que provocó severos daños en la estructura del castillo, siendo a partir de ahí cuando se aprovechó para llevar a cabo esta reforma que, junto al resto de las reparaciones, consta que estaban concluidas en 1188.  Esta torre, que por su posición en el conjunto fortificado no podía ser flanqueada por las torres vecinas, fue reformada tal como vemos en la foto. Se construyeron tres arcos apuntados uniendo los contrafuertes de manera que cubrían toda la fachada. Obsérvense los seis arcos de descarga destinados a repartir el peso del parapeto que se añadió al conjunto, que fue rematado con una hilera de ménsulas para aumentar aún más la capacidad defensiva de la torre si bien, como salta a la vista, su parapeto ya no existe. No se sabe quién fue el que tuvo la idea de llevar a cabo esta obra, pero todo apunta a que tuvo que tratarse de algún noble o caballero, seguramente de origen occitano ya que fue en esta zona donde surgieron las primeras iglesias amatacanadas, el que planteó la solución para poder defender la torre que, hasta aquel momento, estaba vendida ante un ataque enemigo desde que los hospitalarios se hicieron cargo de su defensa en 1143. En cuanto al rebotadero, el hecho de que los contrafuertes surjan del mismo hace pensar que fueron construidos al mismo tiempo, dando así más resistencia a un conjunto sin trabazón con la obra original.


Por citar un ejemplo más de estos matacanes primitivos conviene señalar los que defendían el perímetro interior de la imponente torre del homenaje del château-Gaillard, en Normandía, construido por Ricardo I en apenas un par de años, concretamente entre 1196 y 1198, tras su regreso de Tierra Santa. Hay quien afirma que bien pudo haberse inspirado en el krak, pero no hay nada que lo demuestre. Sea como fuere, lo cierto es que su imponente torre fue rodeada por su parte interior de contrafuertes unidos por arcos sobre los que se añadieron el parapeto correspondiente. La decisión de no amatacanar la totalidad del perímetro de la torre obedeció sin duda a su posición respecto al terreno donde se asienta ya que la fachada exterior da a un profundo barranco en dirección al cauce del Sena. En el detalle de la foto podemos ver la distribución de los contrafuertes, así como el notable grosor de sus muros. 


Aunque a partir del siglo XIII el matacán sobre contrafuertes fue dando paso al más conocido, que es el que se sustenta sobre ménsulas, aún perduró en algún que otro ejemplar tardío para fortificar iglesias que, como la que vemos en la foto de la derecha, ya casi al finales de la Edad Media, eran necesarias para reforzar tramos más inseguros de una cerca urbana. Se trata de la iglesia de San Pedro, en Cuéllar (Segovia), que, aunque su origen data de finales del siglo XI, no fue hasta finales del siglo XV cuando se derribaron los ábsides de estilo románico de su cabecera para sustituirlos por varios contrafuertes unidos por arcos de medio punto. En vez de rematarlos con un parapeto almenado se optó por un corredor perimetral techado, costumbre que por cierto era habitual en el resto de Europa debido al clima. En los muros del corredor se abrieron troneras de cruz y orbe para la defensa cercana, lo que indica lo tardío de su ejecución ya que hablamos de una época en la que los defensores usaban más el arcabuz que la ballesta.


También se dieron casos tardíos en antiguas iglesias o beaterios que, debido al estallido de guerras donde siempre hubo paz o cualquier otro motivo que cuestionase la seguridad de la zona, obligó a los monjes a fortificarse para no verse apiolados como conejos. El caso que citamos como ejemplo es el château des Moines, el castillo de los Monjes, un singular edificio cuyo origen era una abadía benedictina fundada en la ciudad de Cruas en 804. A lo largo del tiempo fue sufriendo diversas reformas, siendo la más reseñable la capilla construida en el siglo XI que, posteriormente, vio como sus muros se elevaban para asegurar su defensa. A lo largo del siglo XIV se culminó su fortificación reconvirtiendo la iglesia en el donjón estilo románico que vemos en las fotos. Las esquinas fueron reforzadas con borjes en vez de contrafuertes, uno de ellos coronado por una ladronera, mientras que en el perímetro del edificio se construyó un matacán sobre contrafuertes y un parapeto almenado. Es evidente que estos probos frailes tenían más peligro que un cuñado sediento, y no eran los típicos meapilas timoratos deseosos de alcanzar la palma del martirio. Antes al contrario, eran sujetos decididos y resueltos que no estaban por la labor de dejarse saquear mientras que los iban degollando uno a uno como beatíficos corderos. 

Bien, esos fueron grosso modo los orígenes del matacán que, como ya se comentó en la entrada anterior y hemos podido corroborar en esta, no era lo mismo que una ladronera aunque tuviera un cometido similar. Obviamente, los castillos carecían de contrafuertes como los de las iglesias románicas, así que ese sistema de aprovechamiento de un elemento pre-existente no valía para un recinto militar ya construido o, en el caso de ser ex-novo, donde no tenía sentido levantar murallas y/o torres con dichos contrafuertes. Así pues, a partir de mediados del siglo XIII comenzó a difundirse el matacán corrido sobre modillones que, como ya hemos dicho, en muchos casos se adaptó a fortificaciones ya edificadas anteriormente. Un ejemplo lo tenemos en el Alcázar de Arriba de Carmona, cuya torre-puerta fue provista de un matacán del que solo quedan las ménsulas. El parapeto que vemos es en realidad el original árabe situado más atrás, que actuaba como un paradós ya que hablamos de una torre-puerta de acceso directo con patio interior, por lo que si los enemigos lograban franquear la puerta podrían ser hostigados desde el adarve mientras intentaban forzar la siguiente. Por cierto que en el intradós del arco de herradura disponía de un buzón matafuegos con el vertedero situado en el adarve.


A partir de este momento y hasta el ocaso del castillo medieval, el matacán se convirtió en un elemento defensivo muy difundido por sus obvias ventajas. Podemos verlos coronando murallas, torres e incluso a media altura rodeando sus muros. En los países situados al norte de España y por razones climatológicas se pueden ver matacanes techados para preservar al personal de las inclemencias del meteoro, que no era plan de amanecer y encontrarse a media guarnición tiesa como estacas en los adarves a modo de estatuas de hielo. Un buen ejemplo lo tenemos en el castillo de Combourg, situado en la Bretaña y construido en diversas etapas entre los siglos XII y XV. En el caso que nos ocupa, las dos torres que protegían la entrada principal están techadas y, a su vez, unidas por un matacán también techado. Las torres traseras, aunque las vemos con sus techumbres, tenían un paseo de ronda entre estas y el parapeto. 


Por cierto que este castillo muestra una tipología endémica de Bretaña que, caso de verla en otros lugares, son sin duda obra de canteros procedentes de esa región francesa. En la foto de la derecha podemos verlo con más claridad. Se trata la Puerta de Saint-Patern, en la cerca urbana de Vannes. Esta puerta, que junto a la muralla fue construida en el siglo XIV bajo el mandato del duque Juan IV de Bretaña, presenta en la torre y la muralla lo que se denomina como matacán bretón, cuyo parapeto se sustenta sobre ménsulas en forma de pirámide invertida unidas entre sí mediante arcos apuntados o de medio punto.

En todo caso, lo cierto es que el que se acaba imponiendo a partir de la segunda mitad del siglo XIV es el matacán con dintel recto o con pequeños arcos uniendo los modillones, que suele ser el que casi todos conocemos o, al menos, los que hemos visto con más frecuencia. Por otro lado, la proliferación de elementos de flanqueo como borjes y escaraguaitas en las torres dio lugar a diversas combinaciones además de la tipología más básica en forma de matacán perimetral tanto en paños de muralla como en torres, tanto de flanqueo como del homenaje. Veamos algunos ejemplos representativos de estas tipologías, que ya sabemos que una imagen vale mogollón de palabras y para ahorrárselas se inventaron las fotos.



FOTO 1. Torre del homenaje del castillo de Peñaranda de Duero (Burgos), datada hacia el segundo tercio del siglo XV. Se trata de la típica torre de planta cuadrangular destinada a ser el último reducto defensivo en caso de ver el recinto del castillo invadido. En este caso está provista de un matacán perimetral con dinteles formando arcos de medio punto sobre ménsulas aboceladas. La merlatura que remata el conjunto es de forma cuadrangular y provistas de aspilleras en razón de dos en cada fachada. 

FOTO 2. Torre del homenaje del castillo de Peñafiel (Valladolid). Su aspecto actual data de las obras iniciadas en 1456 por Pedro Girón. Construido enteramente con sillería de piedra caliza, presenta una tipología surgida a partir de la segunda mitad del siglo XV y consistente en la combinación de matacanes uniendo escaraguaitas sustentadas por lámparas aboceladas o ménsulas para no romper el dispositivo defensivo vertical. En este caso, la torre está rodeada por ocho escaraguaitas sobre lámparas unidas por matacanes similares a los de la foto anterior. El hecho de sumar un dispositivo flanqueante como es la escaraguaita obedecía más a una moda o estilo arquitectónico que a una necesidad ya que una torre provista de un matacán perimetral no precisaba de flanqueo.

FOTO 3. Porte des Champs (Puerta de los Campos) del castillo de Caen, en Normandía. Aunque construido en 1060 por el duque Guillermo de Normandía, casi la totalidad de lo que se conserva actualmente data del siglo XV. En este caso tenemos un matacán destinado a defender una puerta como si de una ladronera se tratase. Sin embargo, el matacán no es un elemento aislado en la muralla, sino que une las dos torres que también defienden el acceso. Esta disposición se puede ver también en castillos españoles, como por ejemplo el de Peñafiel. En este caso se trata de un matacán compuesto por modillones sobre los que reposa un parapeto almenado con dos aspilleras entre los merlones. 

FOTO 4. La emblemática torre de Belém, con su inconfundible estilo manuelino. Construida entre 1516 y 1520 por orden del rey don Manuel I para defender el estuario del Tajo, es un ejemplo tardío de matacán dionisiano, estilo este que ya estudiamos en la entrada anterior y caracterizado porque la abertura inferior consistía en orificios circulares sobre una solería de fábrica en vez de la habitual separación entre las ménsulas que sustentan el conjunto. Se trata de un matacán perimetral de dintel recto que corona el primer cuerpo de la torre. En la fachada que da al mar y al nivel de la segunda planta hay una galería cubierta también amatacanada, y ladroneras en las otras tres caras. La puerta de acceso a la torre está defendida igualmente por un matacán corrido desde el muro de la misma al garitón situado en la esquina.

FOTO 5. Torre del homenaje del castillo de Alarcón (Cuenca), posiblemente obra del infante don Juan Manuel o quizás de su hijo Fernando de principios del siglo XIV. Aunque su aspecto es el de un matacán perimetral que corona un primer cuerpo de la torre, por la estrechez del mismo sería más acertado a mi entender designarlo como un adarve volado y amatacanado. La escasa altura del segundo cuerpo sería a efectos prácticos nulo para la defensa cercana, siendo solo válido para hostigar enemigos situados a bastante distancia por carecer de ángulo de tiro cercano. 

FOTO 6. Imponente aspecto del acceso al palacio condal de Ourém, en Portugal, construido por don Afonso de Bragança, IV conde de Ourém a principios del siglo XV. En este caso, el matacán rodea solo las tres caras exteriores hasta la altura del terrado del primer cuerpo. Este peculiar matacán está formado por ménsulas triangulares de piedra unidas por arcos apuntados de ladrillo. Este estilo es bastante frecuente en las fortalezas renacentistas italianas como el castillo de los Este, la torre del Mastio y muchas otras fortificaciones que se caracterizan precisamente por esta tipología. Por lo demás, su rebotadero de generosas dimensiones, posiblemente construido después, le da al conjunto un aspecto más de castillo que de palacio. Por cierto que actualmente las aberturas del matacán están cegadas.

FOTO 7. Torre del homenaje del castillo de Villalonso (Zamora), construido por Juan de Ulloa, I señor de Villalonso, hacia el tercer cuarto del siglo XV. Se trata de una torre similar a la de Pañaranda, pero con su matacán perimetral formado por modillones con dintel recto. Su merlatura es de sección cuadrangular y, curiosamente, en ella se alternan aspilleras y troneras de orbe y palo, propio de una época en que ballestas y las primeras armas de fuego coexistían en las armerías de ejércitos y fortalezas.

FOTO 8. Rocca del castillo de Populonia, en la Toscana (Italia). Se trata de una torre aislada en el centro del recinto para, desde su altura, dominar visualmente los alrededores. Provista de un enorme rebotadero, su matacán perimetral es, como ya hemos comentado, propio de las fortificaciones renacentistas italianas. La torre y el matacán están construidos con mampuesto careado, incluyendo las largas ménsulas triangulares, y que en su época estaría enlucido con mortero. Es también peculiar su merlatura, formada por grandes prismas en los que se abren pequeñas aberturas rectangulares sin derrame, por lo que su capacidad defensiva cercana es más que cuestionable. 

FOTO 9. Torre de flanqueo y muralla con matacanes estilo bretón de Vannes, Bretaña. Esta muralla fue parte de la ampliación de la cerca urbana llevada a cabo por Juan IV que vimos anteriormente en la foto correspondiente a la Puerta de Saint-Patern. Esta imagen final nos vale para apreciar el aspecto de un lienzo de muralla enteramente amatacanado, así como en una torre de planta circular.


Bien, con estos ejemplos creo que nadie tendrá dudas al respecto si bien, como es lógico, la variedad y forma de parapetos, arcos y ménsulas es enorme, pero en todos los casos ideados para cumplir la misma misión: la defensa en vertical. La aparición de fortificaciones de traza italiana conllevó la progresiva obsolescencia de este tipo de sistemas defensivos ya que las altivas torres medievales se convirtieron en un blanco ideal para la artillería. Sin embargo, el matacán siguió formando parte de muchos palacios y edificios nobiliarios a los que se quería dar un aspecto, digamos, marcial. No obstante, ya hablamos de meros adornos sin otra función que el ornato y con unas mínimas dimensiones que ni siquiera permitirían la habitual abertura entre ménsulas, o bien como mero soporte para construir un parapeto de más diámetro que la torre donde se encuentra como el caso de las torres que contienen el arco triunfal (1470) del castillo Nuevo de Nápoles que podemos ver a la derecha.  


Con todo, y al igual que vimos en el caso de las ladroneras, los matacanes no quedaron totalmente extinguidos, habiendo casos en los que se recurrió a ellos en fortificaciones pirobalísticas de los siglos XVIII y XIX, retornando incluso a su forma más primitiva de arcos sobre contrafuertes. En estos casos cabe suponer que su única misión era prevenir labores de zapa y controlar ángulos muertos en las murallas. Las construcciones más tardías datan de nada menos que 1874 cuando, tras la derrota gabacha en la guerra Franco-Prusiana, quedó claro que las fortificaciones abaluartadas ya no valían contra la artillería moderna. Para remediarlo, se llevó a cabo un extenso plan para construir otras nuevas bajo conceptos más actualizados y basados en un diseño poligonal ideado y promovido por el general Raymond Adolphe Séré de Rivières, del que tomó el nombre. La foto de la izquierda, correspondiente a uno de los fuertes que defendían Toul, nos muestra en sus baluartes y cortinas una extensa batería de matacanes sobre los que se abren buzones artilleros y aspilleras para fusilería. También se construyeron en los fosos caponeras provistas de este añejo sistema defensivo, así que estamos ante un tipo de obra medieval que hizo su aparición en el siglo XII y duró nada menos que hasta el XIX, lo que no está nada mal.


Fragmento de un códice anónimo del siglo XIII
en el que aparece un probo defensor de un castillo
inventando la guerra bacteriológica, lo que
desmonta la teoría de que se trata de un tipo de
guerra moderna
En fin, criaturas, con esto ya podemos dar por actualizado todo lo referente a sistemas defensivos en vertical. Como hemos ido viendo a lo largo de las entradas dedicadas a este tema, los buzones matafuegos, las buhederas, las ladroneras, los cadalsos y los matacanes eran cosas distintas destinadas a un mismo uso, debiendo pues desterrar para siempre la idea de designarlas a todas por el mismo nombre. Una vez que se empollen todo lo que hemos estudiado podrán humillar bonitamente a ese cuñado que siempre se cuelga en nuestras visitas castilleras, más que nada por el convite en esa venta donde uno siempre para camino de vuelta y que sirven unas albóndigas o un menudo que quitan lah tapaera der sentío, o sea, que están de vicio. Y si se obstina en que todos son la misma cosa, no lo duden ni un instante: echen mano a la navaja campera que solemos llevar en esas ocasiones para cortar el pan y el chorizo y lo apuñalan con saña bíblica. Cuando se persone la autoridad para llevar a cabo el atestado y proceder al levantamiento del cadáver le explican los motivos que le llevaron al cuñadicidio y, con toda seguridad, lo dejarán ir libre de cargos. Incluso es posible que le llegue al cabo de unos días una carta en la que se les ofrezca ser nombrado hijo predilecto de su pueblo o incluso dedicarle una calle.

Bueno, ya'tá, que este tocho se ha llevado mogollón de horas de trabajo, no crean.

Hale, he dicho

ENTRADAS RELACIONADAS:



BUZONES MATAFUEGOS

LADRONERAS

Puerta de acceso del fuerte de Vancia, al norte de Lyon, concluido en 1878. Como se puede ver, la escarpa del
foso está defendida por una batería de matacanes sobre los que se abren parejas de buzones. Este reducto estaba además
concebido como caponera para cerrar el paso a los enemigos que lograran infiltrarse en el foso.

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