sábado, 2 de mayo de 2020

ARMATURA, el entrenamiento militar romano


Sesión diaria de entrenamiento. Una masa de hombres inactivos tardan menos de un mes en convertirse en una masa de
vagos entregados a la molicie, los vicios y la indisciplina. El ejercicio constante impide pensar, y pensar es la mejor
manera de convertir a todo un ejército en una panda de inútiles  porque no piensan en cuestiones metafísicas, sino en
lo bien que estarían en casa, lo hartos que están de darse caminatas interminables, lo cabrito que es el tribuno, lo
despiadado que es el centurión, la de tiempo que hace que no se da un restregón con una hembra frondosa, etc.

Por norma, cuando sale a relucir el tema de las legiones de Roma, si hay algo en lo que todo el mundo está de acuerdo es en que su férrea disciplina fue la que permitió que mantuvieran la supremacía militar durante siglos. Hasta un cuñado con severas carencias intelectuales sabe que un ejército descomunal pero indisciplinado será vencido sin problemas por otro inferior en número pero cuyo entrenamiento y disciplina sean de primera clase. El mismo Cicerón ya lo aseguraba cuando decía que el entrenamiento "...produce el espíritu preparado para enfrentar heridas en la batalla. Presente a un soldado de igual coraje, pero sin entrenamiento, parecerá una mera mujer". Y no hablamos de la gilipollez esa de las pelis en las que el energúmeno del sargento yankee de turno se desgañita con lo de "...cuando camine por el valle de las sombras no temeré mal alguno porque soy el mayor hijo puta del valle", que no es más que una bravata de tropas que para reducir a un francotirador con un Kalashnikov mohoso solicitan un ataque aéreo, por lo que acabar con el moro les cuesta una millonada en vez de ir en su busca y sacarle la piel a tiras, sino de auténtica y verdadera disciplina. Disciplina como la que permitió a los falangitas macedonios darle las del tigre al inmenso ejército de Darío, de esa en la que el oficial al mando dice "de aquí no se mueve nadie" y, en efecto, nadie cede ni un palmo de terreno aunque no quede uno vivo. Por algo así, un racista contumaz como el ciudadano Adolf- del que precisamente anteayer se cumplió el septuagésimo quinto aniversario de su benéfico deceso por autolisis- respetaba a los divisionarios españoles en Rusia, o cuando Felipe de Hohenlohe-Neuenstein llegó en Empel al convencimiento de que Dios era español.

FVSTVARIVM SVPPLICIVM, pena capital impuesta por quedarse dormido
durante una guardia. Al poner en peligro la vida de sus compañeros, eran
estos los que aplicaban el castigo apaleando al condenado hasta la muerte
Por lo general, los profanos en estos temas y los pacifistas de salón, esos que van de guays y creen fervorosamente en la hermandad entre civilizaciones hasta que los "civilizados" se presentan en su casa armados hasta los dientes, le violan a la parienta y a sus hijas ante sus narices, degüellan a sus hijos y, finalmente, le vuelan la tapa de los sesos tras sodomizarlo con el mango de la escoba, dan por sentado que eso de la instrucción en orden cerrado marcando el paso es una ridícula pantomima cuartelera, que cantar canciones guerreras durante las marchas es una chorrada o que ponerte a caminar 20 km. con todo el equipo a cuestas es una refinada forma de sadismo. Pues va a ser que nones. Eso no se hace para perder el tiempo ni para putear al personal, sino para que aprendan lo que es la disciplina, porque un ejército sin disciplina no es más que una masa de borregos humanos que saldrán echando leches en cuanto un solo lobo-enemigo haga acto de presencia. En la Gran Guerra, los famosos motines entre las tropas gabachas ante la sangría interminable tuvieron lugar porque le tenían más miedo a los tedescos que a sus jefes, pero los tedescos, como les tenían más miedo a sus jefes que a los gabachos ni piaron, y se pasaron sus cuatro años de guerra cayendo como moscas pero sin rechistar, como debe ser, qué carajo.

HASTATVS y TRIARIVS de la República, las tropas romanas
antes de ser profesionalizadas. Eran equiparables
a las milicias concejiles de la Edad Media,o sea,
ciudadanos llamados a filas en caso de guerra
Bien, con esta arenga ya creo que es evidente que la disciplina y el entrenamiento son la clave para que un ejército funcione como una máquina bien engrasada, y los probos imperialistas latinos lo tuvieron muy claro desde el momento en que su cada vez más extenso territorio les obligó a tener un ejército permanente y olvidarse de llamar a la guerra a los ciudadanos de higos a brevas. El naciente imperio necesitaba soldados profesionales dedicados a tiempo completo a la milicia, y pasar del panadero, el alfarero, el herrero, el bodeguero, etc. que sacaba las armas del baúl y se marchaba a la guerra renegando por tener que dejar su negocio en manos del incompetente de su cuñado. Así pues, cuando se formaron legiones de miles de hombres que debían obedecer ciegamente cualquier orden, cuando debían tenerle más miedo a su centurión que a una caterva de germanos echando espumarajos por la boca, solo había una forma de conseguirlo: imponiendo una disciplina más rígida que un espinazo artrítico y una preparación militar capaz de convertirlos en auténticas máquinas nasía pa matá. Y dicho esto, comencemos.


Tribunos militares llevando a cabo la DILECTIVS, la selección de
ciudadanos para nutrir las cuatro legiones consulares que se formaban
para la guerra antes de la reforma de Gaio Mario
Como casi todo el mundo sabe, el que introdujo el ejército profesional en Roma fue Gaio Mario durante su etapa consular en plena guerra contra el númida Yugurta. Para los ciudadanos romanos, que ni sabían dónde leches estaba Numidia, eso de tener que dejar a la familia y el negocio para cruzar el mar en busca de aquellos sujetos tan belicosos no era un panorama nada atractivo, y si había algo que Mario tenía claro era que con campesinos, granjeros o zapateros reciclados en BELLATORES de circunstancias aquello no terminaría nunca. La solución fue ofrecer la ciudadanía romana a todo aquel que por su origen o su condición social no la ostentaba, acompañando la oferta con un STIPENDIVM más los pluses habituales cuando algún mandamás permitía saquear una ciudad o hacía entrega de suculentas sumas de dinero a las tropas como premio a su dedicación. A todo ello, sumarle alojamiento, tres comidas al día, indumentaria y, con suerte y echándole valor, ascender y poder licenciarse con una prima que le permitiría montar algún negocio o una parcela de tierra donde establecer una explotación agrícola o ganadera. En resumen, algo impensable para cualquiera que no fuese romano, por lo que las colas para alistarse daban siete vueltas a la manzana en las oficinas de reclutamiento nada más saberse la noticia.


Un CONTVBERNIVM durante una marcha. Al
frente marcha el DECANVS
En fin, no vamos a entrar a fondo en las reformas llevadas a cabo por Mario porque no vienen al caso, pero lo que sí era más que evidente es que aquella masa de reclutas que en su vida habían manejado un arma debían recibir un adiestramiento adecuado para no ser aniquilados en el primer envite. Así, se les instruyó en el manejo de la espada, la lanza y el escudo. Se les enseñó a nadar a los que no sabían ya que si había que cruzar un río lo tenían chungo porque aún no se habían inventado los flotadores de patito, y se les quemaron las lorzas en cuestión de pocas semanas a base de marchas agotadoras cargados con toda su impedimenta personal. Lo de las famosas mulas de Mario fue simplemente consecuencia de la constatación de que los trenes de pertrechos no solo retrasaban enormemente el avance del ejército, sino que eran un aliciente para enemigos ávidos de botín, así que la mejor forma de quitarles las ganas era obligando a cada cual a llevar su equipo, reservando una mula o un asno por CONTVBERNIVM- la unidad básica del ejército, formada por ocho combatientes, uno de los cuales era el DECANVS (líder del grupo), y dos servidores- para lo más pesado: el CONTVBERNIVM en sí, una pesada tienda de campaña de cuero con capacidad para el personal, las PILA MVRARIA- las estacas con que se formaban las empalizadas de los campamentos- las herramientas y las raciones extra si se preveía que el viaje iba para largo.


Uno de los gratificantes paseos campestres gozando de la gentil compañía
del centurión, que maneja su VITIS con singular pericia y te quita el cansancio
antes que una bebida isotónica
Los reclutas que se iban sumando al ejército debían llevar a cabo un draconiano proceso de instrucción de cuatro meses en los que no se paraba en todo el día, literalmente. Se empezaba con lo básico: aprender a marchar marcando el paso, obedecer las órdenes todos a una y, por supuesto, fortalecerse y quemar las escasas mantecas que sobrasen. Recordemos que en el ejército no se aceptaban ni gordos ni tipos en plan Chuarchenegger. Solo querían ciudadanos fibrosos, con las carnes justas y de una estatura que varió con el tiempo pero que nunca fue inferior a 1,70 metros, o sea, hombres esbeltos y espigados y, además, que supiesen leer y escribir. De toda la amplia gama de ejercicios e instrucciones a cumplir a rajatabla, las marchas eran quizás lo peor. Inicialmente se obligaba a efectuar una de 20 millas (29,6 km.) en cinco horas a MODICO GRADV (paso regular), que para cualquiera de nosotros sería un paso más bien ligerito porque equivale a unos 6 km/h de media, cuando lo habitual en cualquier persona que no va de paseo, sino dirigiéndose a alguna parte es de 4 km/h. Posteriormente, estas marchas podían alargarse hasta los 35 km. Además, según Vegecio, no eran unas marchas por caminos en buen estado, sino por cualquier tipo de terreno, aumentando a tramos la velocidad a marchas forzadas, subir por acusadas pendientes o descenderlas, y todo ello cargados con la impedimenta, las armas, coraza y casco, que en total podían sumar unos 25-30 kilos. En estas alegres excursiones eran acompañados por la caballería para que se habituaran a manejar sus pencos por terrenos difíciles, cuando no tenían incluso que apearse y marchar a pie. Para que no les faltase el estímulo y en ningún momento se rompiese la formación, los centuriones y los OPTIONE jaleaban al personal dándoles algunos palos en el lomo. Con todo, siempre había algunos que quedaban rezagados porque ya no podían más, y de esos se hacía cargo personal destinado para que no se quedaran tirados en mitad del campo. Estas marchas debían realizarse tres veces al mes como mínimo. Una delicia, ¿qué no? Ojo, y se tiene constancia de marchas en las que se llegaron a cubrir hasta 50 km. en una sola etapa, e incluso algo más.


Y para completar la excursión, si el legado decidía que era más oportuno pernoctar fuera de su acantonamiento pues había que elegir un lugar donde detenerse a pasar la noche. Pero no valía desplomarse y quedarse dormido donde cayese, sino que había que montar un campamento en toda regla. Así pues, se descargaban las acémilas, se montaban las tiendas de campaña mientras otros cavaban la FOSSA, una zanja que si no estaban en territorio hostil tenía un metro de profundidad arrojando la tierra hacia dentro para formar un talud, y otros completaban una empalizada con las PILA MVRARIA que, por lo general, tocaban a dos por hombre, o sea, 12.000 unidades en una legión de finales de la República en adelante. Y, por supuesto, se establecían turnos de vigilancia aunque no hubiese un enemigo en 500 km. a la redonda. Cabe suponer que cuando los que no tenían el primer turno de guardia se metían en la tienda, no es que se quedasen dormidos de inmediato, es que entrarían en coma. Esta peculiar faceta del entrenamiento romano siempre me ha resultado especialmente aterradora, porque patearse 30 km. cargado como un mulo a paso vivo y que luego te pongan a cavar un foso o a plantar estacas y, encima, que te despierten en plena noche para tu turno de guardia, solo lo hacían estos probos imperialistas y Superman. En fin, por la mañana, al toque de trompeta, el personal desmontaba las tiendas. Al segundo toque cargaban la impedimenta en las mulas, deshacían la empalizada y cegaban el foso, y al tercer toque se armaban y preparaban para la marcha. Según Flavio Josefo, antes de dar el tercer toque se preguntaba por tres veces si estaban listos para iniciar la marcha, a lo que todos a una respondían "¡Estamos preparados!". Y vuelta a empezar. 


Maniobras entre dos unidades en presencia del emperador Adriano, que
contempla el desarrollo del simulacro desde la tribuna. Como
vemos, están arrojando sus PILA e iniciando el CONCVRSVM
Otra faceta de la instrucción consistía en adoptar la formación que se ordenara en el campo de maniobras, bien dadas a viva voz o con toques de trompeta. Así, se aprendía a desdoblar filas, a desplegarse o reducir el frente, a formar en cuña, en cuadro, en círculo o a formar el TESTVDO y, posteriormente, el FVLCVM, una formación similar pero en la que solo se cubrían las cabezas. Del mismo modo se aprendía a efectuar el CONCVRSVM (la carrera previa al lanzamiento de los PILA) sin romper la formación y, una vez arrojadas las jabalinas, desenvainar los GLADII e iniciar el IMPETVS para llegar al contacto con el enemigo. Para habituarse al manejo de la espada, recordemos que ya se explicó en el artículo dedicado a los GLADII como durante dos veces al día se pasaban horas aporreando un poste de metro ochenta (6 pies romanos) con una espada de madera que, al igual que el PILVM  y el SCVTVM de instrucción, pesaba el doble de la espada real. A partir del siglo III se añadieron los PLVMBATÆ, unos dardos lastrados con plomo que cada legionario llevaba en la cara interna del escudo. Portaba cinco unidades que, al tener más alcance que una jabalina, se arrojaban antes del IMPETVS y, ciertamente, causaban bastantes bajas entre los enemigos.

Pero a los legionarios no solo se les adiestraba en el manejo de las armas propias de su unidad, sino que también recibían una instrucción básica en el manejo del arco, la honda e incluso montar a caballo si bien lo habitual era que los hombres destinados a la caballería o como arqueros fueran aquellos que, bien reclutados como auxiliares, bien porque tenían experiencia anterior en la vida civil, o bien porque mostraban destreza natural para ello, se les destinase como EQVITES o SAGITTARII. Antes de las reformas de Mario, la caballería se nutría de los miembros de familias adineradas con medios para poseer y mantener un caballo- los EQVITES- pero a los nuevos reclutas profesionales se les proporcionaba montura, silla y arreos. Los novatos eran aceptados como PROBATVS (aprendices), y tras un período de prueba se les consideraba como DISCENS EQVITVM (reclutas de caballería) No obstante, su entrenamiento no era precisamente apacible. Inicialmente se les hacía pasar horas aprendiendo a montar de un salto por ambos lados- recordemos que aún no existían los estribos-, lo cual puede parece fácil cuando se le cogía el tranquillo, pero mientras tanto las costaladas eran antológicas porque era habitual tomar más impulso de la cuenta y salir despedido por el lado opuesto. Obviamente, estas prácticas se llevaban a cabo sin el penco reglamentario sino, como vemos en la ilustración, con la silla colocada en un pseudo-caballo.


Recreación según Connolly del campamento y el campo de maniobras de la
LEGIO VII CLAVDIA, acantonada en Viminacium, en la actual Serbia.
La flecha señala la situación de la tribuna
Una vez que dejaban de caerse nueve veces de cada diez y lograban montar y desmontar con propiedad era cuando empezaba lo más complicado: hacer lo mismo, pero armado, con el escudo en una mano y la espada o la lanza en la otra. Para desmontar, al carecer de estribos, debían levantar una pierna, pasarla por encima del cuello del caballo y deslizarse hasta el suelo. Arriano insistía en que era imprescindible que un jinete fuese capaz de montar y desmontar con toda su impedimenta con el caballo a medio galope, lo que resultaría vital en batalla ya que, por razones obvias, estos animalitos se mostraban generalmente remisos a quedarse quietos mientras el EQVES intentaba auparse en la silla que, por cierto, tenía el inconveniente de que podía enganchar la camisa de malla en alguno de sus cuernos, motivo por el que verán que las tropas de caballería la usaban más corta que sus colegas de infantería, no pasando apenas de la cintura. 


Forma de lancear enemigos. Sin estribos era más seguro
para el jinete asestar en lanzazo enarbolando el arma o
descargando el golpe desde abajo. 
Una vez que los reclutas habían alcanzado un nivel de destreza adecuado, debían hacer una demostración de sus habilidades ante la tribuna en la que el legado, tribunos y demás gerifaltes contemplaban la exhibición. La tribuna estaba situada en un extenso campo cercado anejo al CASTRVM como los actuales patios de armas cuarteleros, donde las tropas llevaban a cabo sus ejercicios cotidianos. Aparte de las evoluciones propias de la HIPPIKA GYMNASIA, de la que ya hablaremos otro día porque eso era para las tropas veteranas, el EQVES debía pasar al galope ante una diana colocada ante la tribuna armado con cuatro jabalinas. Antes de llegar a su altura debía lanzar una primera, otra al pasar ante ella, otra cuando la había sobrepasado, y algunos hombres especialmente diestros aún eran capaces de lanzar la cuarta arrojándola por encima de su hombro izquierdo. Obviamente, también eran entrenados en el manejo de la SPATHA a caballo cuando había que rebanar gaznates enemigos, entrenamiento que complementaban realizando maniobras entre grupos simulando combates a caballo.


Arquero a caballo hacia el siglo VI. Su técnica fue copiada,
como casi todo en el ejército romano, de ejércitos extranjeros,
en este caso los partos y los sármatas
Y a sus destreza con las armas debían mejorar en la monta aprendiendo a saltar obstáculos, saltar sobre zanjas y subir o bajar acusadas pendientes sin caerse y sin que el animal se desequilibrase. En resumen, un entrenamiento bastante complejo, largo y peligroso porque más de uno se desnucaría de una caída. A partir del siglo I d.C., los entrenamientos eran dirigidos por el EXERCITATOR EQVITVM, seleccionado entre los centuriones más veteranos y cualificados. Este era a su vez asistido por el MAGISTER CAMPI. No obstante, el que marcó la pauta para establecer un método mucho más completo fue el mismo emperador Adriano, que como soldado veterano que era sabía sobradamente el papel que debía llevar a cabo la caballería. Por ello, insistió en que los jinetes debían entrenar no solo entre ellos, sino también en combinación con la infantería para saber cómo apoyarse mutuamente, e incluso debía aprender a tirar con arco a caballo para contrarrestar a sus enemigos partos y sármatas, especialmente diestros en esta disciplina. Según Vegecio, el método implantado por Adriano seguía vigente en el siglo V, y las prácticas ante la tribuna eran obligatorias tres veces al mes. 

Crueles, corruptos e implacables, se
bastaban para meter en cintura al
personal más rebelde
Bien, este era, grosso modo, la ARMATVRA o, al menos, gran parte del proceso de adiestramiento de las tropas que en modo alguno se daba por concluido tras los cuatro meses iniciales. O sea, que si lo que pretendían era darse a la molicie y vivir apaciblemente en una guarnición durante los 12 años del enganche a la espera de trincar la prima por la licencia estaban listos. El entrenamiento no cesaba jamás, las marchas se seguían realizando todos los meses hiciera frío, calor, lloviese o nevase, las horas de entrenamiento con el poste ídem, así como correr, saltar, nadar o lo que se terciara porque el ejército no permitía que el personal se tornara perezoso y se pasaran el día jugando a los dados, escapándose del campamento para irse de putas o agarrando cogorzas de campeonato a base de vinagre. Los centuriones velaban constantemente por el orden y la limpieza de las dependencias de la tropa y los animales, por el mantenimiento del equipo en perfecto estado de revista, y ya hemos explicado varias veces que los castigos ante los rebeldes o los vagos eran temibles, desde las famosas palizas del desmedido "CEDO ALTERAM", (¡Dame otro!) el famoso centurión que partía el VITIS en los lomos del personal, a tandas de latigazos con el FLAGELLVM o, peor aún, con el FLAGRVM, con el que se podía incluso matar a un hombre.

No obstante, la realidad es que se sabe muy poco de quienes eran los que dirigían estas sesiones de "fitness" tan estimulantes. Como ya comentamos en su momento, el ejército llegó a recurrir a los DOCTORES de las escuelas de gladiadores para que instruyesen a las tropas en el manejo de las armas. La primera y más temprana mención a la ARMATVRA procede de Tito Livio en el 169 a.C., pero no como parte del adiestramiento militar sino como un tipo de ejercicio propio de gladiadores que se realizaba en los anfiteatros. Posteriormente también era denominado como ARMATVRA PEDESTRIS o PYRRHICHA MILITARIS, lo que podría indicar que su origen podría estar en la pyrrhiche, el entrenamiento al son de flautas que practicaban los espartanos. No se concreta en qué consistía ya que el término en sí, ARMATVRA, que podría traducirse como ejercicio con armas, es un tanto ambiguo, pero en lo que a mí respecta deduzco que originariamente podría tratarse de algún tipo de espectáculo en el que los gladiadores mostraban al respetable su destreza con las armas.  Vegecio lo menciona como "el ejercicio de la ARMATVRA", que "...hoy solo se exhibe en los circos los días de fiesta", pero aseguraba que los que lo dominasen podrían vencer sin problemas a cualquier enemigo. Así pues, se sabe que era un tipo de entrenamiento que fue adoptado por el ejército como un método reglamentario, al parecer a partir del siglo I d.C.

El entrenamiento con armas simuladas de más peso que las reales no solo
desarrollaba la musculatura, sino que hacía que a la hora de la
verdad el escudo y la espada parecieran una pluma
En su EPITOME REI MILITARIS, Vegecio insistía afanosamente en la conveniencia de que el ejército retomase esa práctica ya que, cuando hizo su compilación de temas militares en el siglo V, el ejército romano empezaba a ser una sombra de lo que había sido, con los LIMITANEI que debían custodiar las fronteras del imperio dedicados más tiempo a atender sus negocios y sus tierras que a la cosa militar, y tomándose solo un rato por las tardes a hacer el ganso en el CAMPVS de su CASTRVM para cubrir el expediente. Solo las unidades de élite seguían manteniendo un nivel de entrenamiento aceptable, pero estas fueron disminuyendo de forma progresiva. Debido a la evidente molicie que reinaba entre las tropas, Vegecio recordaba cómo "... la disciplina de este ejercicio [ la ARMATVRA ] fue observada tan estrictamente por nuestros mayores que a los maestros de armas se les recompensaba con doble ración, y a los soldados que habían aprovechado poco en aquel entrenamiento, se les obligaba a tomar en lugar de trigo cebada, y no se les volvía a dar su ración de trigo antes de haber demostrado con pruebas en presencia del prefecto de la legión, de los tribunos y de otros oficiales, que cumplían todo lo que requería el arte militar”. No olvidemos que para un legionario no había mayor ofensa que privarles del pan, que consideraban el alimento más digno y propio de guerreros, y que lo preferían antes que la carne o cualquier otra delicia gastronómica.


SAGITTARII haciendo sus prácticas que, a la vista de la expresión de los
asistentes, deben estar resultando un verdadero churro
Los hombres que dirigían la ARMATVRA acabaron tomando el nombre del ejercicio en sí, si bien no sabemos quiénes eran los designados para ello. Podrían tratarse, al menos en sus comienzos, de centuriones veteranos que se las sabían todas y, además, tenían autoridad sobrada para imponerla y hacer que un tullido saltase a la comba si hacía falta, pero también es posible que, a medida que pasó el tiempo, fueran también legionarios veteranos que alcanzaban un rango denominado CAMPIDOCTOR, lo que de por sí ya les daba potestad para imponer su autoridad. El término CAMPIDOCTOR surgió hacia finales del siglo II d.C. y tiene una etimología más que obvia: hace referencia al CAMPVS donde se desarrollaban las maniobras, y a DOCTOR, maestro, por lo que un CAMPIDOCTOR era un maestro de campo. Ciertamente, debían gozar de un estatus muy elevado dentro de su legión aunque no se sepa cuántos de ellos había en cada unidad si bien hay constancia de que, por ejemplo, en el siglo III d.C. la LEGIO II ADIVTRIX contaba con los suficientes CAMPIDOCTORES como para formar una SCHOLA, aunque desconocemos si cada centuria tenía el suyo o bien cada cohorte. Lo que sí sabemos es que no se alcanzaba el rango de CAMPIDOCTOR en dos días. Tenemos por ejemplo a un tal Staberio Felix, perteneciente a la LEGIO VII GEMINA, que tardó 12 años en alcanzar el grado de DISCENS ARMATURÆ, o sea, instructor en prácticas. Recordemos que 12 años era el tiempo de duración del primer enganche, y en ese tiempo podía uno hasta aprender a hacer punto de cruz con el PILVM. Pues nuestro hombre solo llegó a aspirante, así que podemos dar por sentado que un CAMPIDOCTOR era un maestro consumado en el manejo de cualquier tipo de arma que se usase en el ejército. 

Arrojando las PLUMBATÆ. Una lluvia de cientos de esos dardos podía
diezmar las primeras filas del ejército enemigo de una tacada gracias a
su gran poder de penetración. Además, sus puntas barbadas imposibilitaban
su extracción tanto de los escudos como del cuerpo
Otras unidades también tenían sus maestros de armas específicos, como el EXERCITATOR EQVITVM de la caballería o el DOCTOR SAGITTARVM de los arqueros. Al parecer, también se creó el rango de ARMIDOCTOR, un instructor de alto rango que, en este caso, podría ser exclusivo de los pretorianos, y que tras cumplir los 16 años del enganche en la guardia podían pedir el traslado como CAMPIDOCTOR a una legión donde se reengancharían por 12 años más. Hubo probos instructores de estos que dedicaron literalmente su vida al ejército, como Lucio Pellartio Celer que, tras su periplo como pretoriano y pasar a ser un EVOCATVS (licenciado), se le ofreció reengancharse como CAMPIDOCTOR en la LEGIO XV APOLLINARIS, de la que se licenció finalmente tras la friolera de 43 años de servicio. Por cierto que la ARMATVRA debía ser un ejercicio tan completo que incluso se tiene constancia de emperadores que la practicaban, como el mismo Adriano, Constancio II o Juliano el Apóstata.

Tropas formando el FVLCVM. Tras ellos se colocaban los arqueros para
ir aclarando las filas enemigas que, cuando llegasen dentro del alcance
de los PILA, recibirían una lluvia de jabalinas
Bien, dilectos lectores, en esto consistía la ARMATVRA, un eficaz método para convertir a las tropas en verdaderos atletas con una resistencia física que ya quisieran muchos de los que actualmente van de deportistas por la vida. Eran ágiles, fuertes, incansables, soportaban todo lo soportable e incluso lo insoportable bajo cualquier condición meteorológica, la falta de sueño, de alimento, saltaban, corrían y caminaban horas y horas y, a todo ello, sumarle una destreza mortífera en el manejo de las armas. El dominio y la constante práctica de la ARMATVRA fue lo que les permitió dominar a naciones enteras durante siglos, y su decadencia fue precisamente lo que supuso en principio del fin del mayor imperio que había conocido el mundo hasta aquella época. El mantenimiento de las tropas que debían guardar sus dominios era muy caro y nutrido cada vez más por tropas mercenarias, mientras que su rendimiento era cada vez peor hasta el extremo de que, a partir del emperador Constancio III a mediados del siglo V, hasta evitaban enfrentarse con ningún ejército en batalla campal porque el nivel del ejército era una birria, y cualquier horda de energúmenos podría arrollarlos en un periquete porque, por perder, habían perdido hasta las dos principales cualidades de las legiones: el espíritu de cuerpo y la VIRTVS.

En fin, criaturas, imagino que con esta extensa perorata no habrá un solo cuñado capaz de rebatirles nada sobre el eficaz método de adiestramiento de las legiones romanas. No duden en humillarlos sin misericordia en cuanto puedan con esto de la ARMATVRA, que no creo que el calvo del Canal Historia lo haya sacado a relucir alguna vez.

Que el bicho coronario os sea leve y se mantenga alejado de vuecedes ahora que empieza el desconfinamiento, amén de los amenes.

Hale, he dicho

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GLADIVS, ADIESTRAMIENTO Y USO EN COMBATE



6.000 ciudadanos correosos, atléticos, diestros en el manejo de las armas y, encima, con un elevado sentido del deber y
seguidores de una disciplina férrea eran muy muy difíciles de derrotar

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