jueves, 7 de mayo de 2020

CATAFRACTA. Origen


Famoso grafiti aparecido en Dura Europos y datado hacia el siglo II d.C. que muestra un catafracto parto. Como se
puede ver, su montura está enteramente recubierta por una barda que protege su cuerpo, una capizana que envuelve
el cuello y una testera. El jinete, armado con una lanza pesada, está enteramente armado con un arnés formado por
piezas de malla y láminas de hierro


No es justo que cada vez que cambia la estación- considerando que aquí solo tenemos dos, invierno y verano- me ponga al borde del coma permanente por un ataque de molicie galopante. No es justo que en tres días solo haya sido capaz de leer solo la primera página de mis notas, que ni siquiera he conseguido memorizar. Tampoco es justo que no me toque la Primitiva, pero eso es otra historia. Bueno, llevado a cabo el desahogo y la pataleta de rigor por mi pertinaz atocinamiento, comienzo.

Dilectos lectores, haciendo un sobrehumano esfuerzo y con mis dedos reptando sobre el teclado como una boa anoréxica tras cinco lustros sin probar bocado, hoy hablaremos de la catafracta, la poderosa caballería acorazada romana que no inventaron ellos y que se convirtió en la postrera herramienta para mantener su otrora poderoso imperio, prevaleciendo ante la ancestral infantería que, a partir del siglo III más o menos, comenzó un declive que más bien parecía un abismo similar a los que aparecen en los dibujos animados donde el desdichado coyote siempre acaba cayendo en su implacable e inacabable persecución al correcaminos. 

Catafracto sasánida c. siglo III d.C. Como vemos, la protección del cuerpo
se limita al pecho en este caso, lo que también fue adoptado por los
romanos ante la perspectiva de que era la parte más expuesta del caballo
y se ahorraba una cantidad notable de peso respecto a una barda completa
Como ya hemos comentado qué se yo la de veces, los romanos eran unos plagiadores de primera clase y, salvo su organización y despliegue táctico de las tropas, casi todo lo concerniente a su armamento fue simple y llanamente copiado de sus enemigos. En realidad, esta postura era bastante sensata porque si veían que un arma era mejor que la que ellos usaban, de necios sería empeñarse en seguir empleando la misma y desechar otra más eficiente. Con la catafracta ocurrió exactamente lo mismo ya que, como sabemos, la caballería romana estaba concebida ante todo para misiones de merodeo, enlace y persecución del enemigo, pero ni por sus efectivos ni por su armamento era adecuada para cargar contra la infantería enemiga y pretender romper sus filas, y más si esa infantería formaba parte de un ejército razonablemente disciplinado que no saliera huyendo a las primeras de cambio. De hecho, los mismos romanos podían dar fe de que, sabiendo mantener el orden en las filas y sin dejarse llevar por el miedo, ni siquiera una carga de elefantes podía contra una formación de infantería bien entrenada, y los costosos animalitos de los cartagineses no lograron acabar con su odiada Roma. Y como en Europa occidental los jinetes pertenecían por lo general a las élites sociales de las tribus con las que se enfrentaban, por la misma razón- su escaso número de efectivos y su despliegue táctico en el campo de batalla- tampoco hacían necesario modificar en nada su "manual para derrotar enemigos", y menos aún su caballería nutrida por jinetes que procedían de naciones aliadas, vasallas o mercenarias sumamente diestras en el manejo de los caballos. Sin embargo, en Oriente las cosas eran distintas. Ya en las postrimerías de la República, estos probos imperialistas tuvieron ocasión de tener violentos cambios de impresiones con naciones cuyos ejércitos disponían de un tipo de caballería pesada que podía resultar arrolladora, especialmente los partos y sasánidas persas y los sármatas, una tribu cuyos territorios eran fronterizos con la Tracia y la Dacia, límites orientales del Imperio. 

Catafracto sasánida a punto de ser laceado por un escita.
Estos guerreros, especialmente hábiles en el manejo del
lazo, se convirtieron en unos temibles enemigos para los
catafractos porque, ya que no podían ofenderlos, los
laceaban y descabalgaban para rematarlos en el suelo 
El origen de la caballería acorazada de partos y sasánidas se remontaba al siglo VIII a.C., concretamente en tiempos en que los masagetas, un pueblo nómada de raza irania que habitaba en las estepas de Asia central, se desplazaron hacia el oeste hasta llegar a territorios de los escitas y los cimerios. Fueron los masagetas los que tuvieron la idea de formar una caballería pesada, seleccionando para ello a caballos de raza nisea, que aunque actualmente extintos eran al parecer unos animales muy cotizados en aquella época por su fuerza, su velocidad y su alzada, más bien grande para la época, de entre 150 y 160 cm. Para protegerlos se fabricaron testeras y petrales de donde pendían faldones de grueso fieltro que, para reforzarlos, los bordaban y les añadían piezas de bronce. Posteriormente, estos faldones que solo protegían el pecho de los animales se convirtieron en bardas fabricadas con un soporte de lino sobre el que se cosían escamas de bronce o hierro que, además de proteger todo el cuerpo del caballo, también cubría el cuello con una capizana.

Catafracto parto c. siglo I a.C. Obsérvense las protecciones de
brazos y piernas hechas con láminas, así como la testera del
caballo, provista de protecciones oculares
Los jinetes también disponían de una panoplia que no envidiaría en nada a la de un caballero del siglo XV, porque además del yelmo protegían su cuello y cara con un camal de malla, mientras que el cuerpo lo cubrían con una loriga de escamas o malla, y las piernas y los brazos con unas piezas a base de láminas superpuestas que nos recuerdan a las MANICÆ usadas por la infantería romana. Como armamento ofensivo usaban una lanza de alrededor de 3,5 metros rematada por una contera puntiaguda, y como armas secundarias una espada larga, una maza, un hacha y un puñal. O sea, que debía ser bastante enojoso verse enfrentado con estos probos ciudadanos tan bien equipados que, en un alarde de refinamiento para la época, hasta usaban guantes con protecciones de malla o escamas. Y a todo esto, añadir que la caballería pesada de partos y sármatas se complementaba a partes iguales con arqueros a caballo, que eran tanto o más peligrosos que sus colegas pesados porque llevaban a cabo verdaderas escabechinas gracias a su movilidad y a su infalible puntería, eficaz hasta los 50-60 metros. De hecho, los romanos tuvieron ocasión de probar en sus propias carnes la letal eficacia de la caballería parta en la batalla de Carras, librada en el 53 a.C., cuando el enorme ejército formado por siete legiones, 4.000 hombres de infantería auxiliar y 3.000 auxiliares de caballería al mando de Marco Licinio Craso fue literalmente exterminado por un ejército nutrido exclusivamente por caballería: 1.000 catafractos y 10.000 arqueros a caballo. No dejaron títere con cabeza, vaya...

Catafracto sármata, prácticamente igual equipado
que sus colegas persas
En cuanto a la caballería sármata, su origen es posterior si bien obviamente influenciado por sus vecinos. No obstante, los sármatas eran un conglomerado de tribus confederadas, cada cual con su correspondiente rey, que ya tenían tras de sí una larga tradición de jinetes como la mayoría de los pueblos de Asia, en este caso de arqueros a caballo. Los primeros indicios de la aparición de caballería pesada entre los sármatas están datados entre los siglos III y II a.C. El uso de la lanza pesada en este caso procede, según algunos autores, de la xyston usada por la caballería macedonia, con quien tuvieron el placer de masacrarse cuando el contumaz megalómano Alejandro le dio por conquistar el mundo entero. La primera referencia al uso de la caballería sármata procede de Diodoro cuando narra la batalla del río Thatis, librada entre el 319-310 a.C. si bien no especifica cuál era su armamento, sino solo que fue desplegada en el centro del ejército del ejército del reino del Bósforo al mando de Satyros II. Se ordenó cargar contra el ejército de los siraces, que pretendían apoderarse del Bósforo, concretamente contra los 20.000 jinetes al mando de Arifarnes que, a la vista de lo que se les venía encima, muy sensatamente decidieron de forma unánime largarse de allí a toda velocidad, cediendo el campo del honor ante el, imagino, suntuario cabreo del tal Arifarnes por haberlo dejado en la estacada. En resumen, la batalla no duró ni un telediario.

Arquero a caballo sármata
La primera descripción de estos probos jinetes es posterior, concretamente del siglo I a.C., cuando Tácito narra una batalla librada en Armenia en el 35 a.C. entre mercenarios sármatas al servicio del rey Farasmenes de Iberia (ojo, esta Iberia no tiene nada que ver con nosotros, sino con un antiguo reino situado en la actual Georgia) contra los partos. Los arqueros a caballo de estos últimos amenazaban seriamente a la infantería de Farasmenes ya que eran expertos en atacar, disparar y retirarse a toda velocidad una y otra vez, provocando continuas bajas al enemigo de forma casi impune ya que los arcos sármatas tenían menos alcance. Ante semejante peligro Farasmenes ordenó "...cargar [a la caballería sármata] con lanzas y espadas. En aquel momento era como una batalla ortodoxa de caballería, con sucesivos avances y retiradas. A continuación, los jinetes se entrelazaron, se empujaron y trituraron entre ellos". La batalla se solventó en el momento en que Farasmenes ordenó a su infantería acudir en ayuda de sus jinetes, terminando con los arqueros a caballo partos. En todo caso, la carga se efectuó al parecer de forma ordenada, y no en plan masa desaforada que al final no sirve de gran cosa. En un encuentro posterior con los romanos, Tácito especifica que los nobles y demás ricachones acudieron al combate con un armamento tan pesado que los que eran derribados de sus pencos prácticamente no podían ponerse de pie, por lo que eran bonitamente apiolados en el suelo puñetero. En cualquier caso, la cuestión es que los catafractos asiáticos iban prácticamente armados de la misma forma salvo detalles específicos propios de la moda o los símbolos de cada cual, pero en conjunto eran prácticamente iguales.

Recreación del catafracto mostrado en el grafiti de la imagen de cabecera.
La pesada porra reforzada con aros de bronce eran, como veremos en la
próxima entrada, una de las armas más eficaces para enfrentarse a tropas
armadas como ellos. Por otro lado, ese tipo de camal de malla que cubría la
cara perduró hasta bien avanzada la Edad Media en los pueblos del este
Bien, estos son, de forma muy resumida porque sino este artículo se extendería hasta el infinito y más allá, los orígenes de la catafracta. Pero, ¿de dónde procede el término? Porque la cuestión es que no se sabe cómo llamaban estos orientales a sus jinetes pesados, por lo que la información que tenemos de ellos proviene exclusivamente de los historiadores griegos y romanos- que bebían de fuentes griegas y que a lo sumo se limitaban a latinizar las palabras- que los bautizaron como quisieron conforme a su aspecto. Por este motivo, los historiadores nos han legado su denominación en griego: katáphraktos (κατάφρακτος), que viene a significar "acorazado" o "cubierto por una armadura". Los autores latinos lo transliteraron como  CATAFRACTVS, CATAFRACTI, CATAFRACTARII, y en ocasiones sustituyendo la C por la K y la F por PH ya que la letra φ (phi en griego) se escribía como PH aunque se pronunciase como F, o sea, KATAPHRACTI. Curiosamente, los autores romanos solían emplear CATAFRACTI para referirse a la caballería acorazada de otros países, mientras que cuando hablaban de la suya propia escribían CATAFRACTARII, pijada gramatical que supongo usarían para diferenciarlos sin tener que dar más explicaciones. En cuanto al armamento principal de este tipo de tropas, la lanza pesada que usaban la asimilaron al κοητός (contós) griego, latinizado como CONTVS, y sirvió para que algunos autores denominaran a los catafractos como CONTARIVS (pl. CONTARII), o sea, portadores de CONTVS. Y para que el personal se líe aún más sin problema, entre finales del siglo III y mediados del siglo IV d.C. aparece un nuevo término: CLIBANARII, que en este caso era exclusivo de la caballería romana. 

EQVES de la caballería auxiliar romana. Como vemos, su montura carece
de cualquier tipo de protección, y el jinete solo dispone del casco, la camisa
de malla y el escudo para defenderse. Nada que ver con un CATAFRACTVS
Como no podía ser menos, la etimología de CLIBANARII es el enésimo enigma sin resolver. Algunos apuntan a que era un término en jerga militar que, en plan de coña, comparaba a estos jinetes con los CLIBANVS, los pequeños hornos portátiles que, como recordarán, llevaba cada CONTVBERNIVM para cocer el pan, en referencia a la alta temperatura que alcanzarían cuando iban dentro de sus poderosas armaduras. CLIBANVS procede del griego κλίβανος (klíbanos), que significa lo mismo, horno u hornillo. Otra teoría, que se me antoja más floja, es que proviene del persa antiguo grivpan (guerrero), cuya fonética no se asemeja ni de lejos, al menos pronunciado conforme a nuestra manera. Esa misma palabra, pero en idioma pahlavi, hace referencia a los camales que iban unidos a los yelmos, dejando descubierta la cara o solo los ojos. Ahora viene la pregunta que cualquier ciudadano sensato se hace ante un caso así: ¿y qué diferencia había entre un CATAFRACTVS y un CLIBANARIVS? Bueno, pues si alguien piensa que es una simpleza va listo.

SCVTARII CLIBANARII romanos hacia mediados del
siglo IV. Salvo por el escudo, su aspecto es básicamente
igual que el de los catafractos partos o sármatas
Según John Coulstone, la diferencia radicaba en la equipación y el armamento. Su teoría sostiene que el CATAFRACTVS, cuyas unidades combatían en la zona occidental del imperio, no estaba tan pesadamente armado como el CLIBANARIVS, que tenía que batirse el cobre con los mismos inventores de la caballería pesada: partos, sasánidas y sármatas. Por lo tanto, los CLIBANARII usaban, además de la espada y la lanza, el arco. Es decir, seguían el mismo patrón que sus enemigos. De hecho, Diocleciano mandó construir al parecer dos FABRICÆ CLIBANIRIÆ en sendas ciudades del este, Dafne y Nicomedia, lo que induce a pensar que si había fábricas específicas para un determinado tipo de tropas era porque su armamento era diferente. Sin embargo, Michael Speidel plantea otra teoría según la cual el término CATAFRACTARII servía para designar a cualquier tropa de caballería pesada del ejército romano, pero CLIBINARII se usaba para especificar las que servían en el este y que emulaban al modelo sasánida. Mariusz Mielczarek refuta las teorías de que la diferencia radicaba exclusivamente en el equipo y las armas, y añade que también contemplaba la forma de combatir. Según este autor, los CATAFRACTARII cargaban adoptando una formación en cuña contra la infantería, empuñando el CONTVS con ambas manos por el costado derecho del caballo, una forma de combatir ideada para ser empleada exclusivamente contra la infantería. Además, para proteger sus monturas las armaban con bardas que no solo cubrían el cuello y los costados del animal, sino incluso parte de las patas. Sin embargo, los CLIBANARII, aunque armados tanto hombres como caballos de forma similar, llevaban a cabo un despliegue táctico diferente, atacando con apoyo de arqueros a caballo y con una forma de combatir destinada a ofender a la caballería enemiga, no a la infantería. De ese modo, en vez de colocar la lanza por el costado derecho del caballo, lo hacían por el izquierdo, quedando alineada de forma oblicua. En resumen, la teoría de Mielczarek simplemente sugiere que CATAFRACTARII y CLIBANARII eran básicamente el mismo tipo de caballería, pero entrenadas para combatir de distinta forma. Como en Occidente eran más provechosos contra la infantería, pues era donde abundaban las unidades de CATAFRACTARII, y en Oriente, donde se tenían que enfrentar a tropas similares, especialmente a los mortíferos arqueros a caballo partos y sasánidas, pues hacían uso de CLIBANARII, que eran más adecuados para ello.

Catafracto parto con el yelmo provisto de máscara facial.
Este accesorio, que hasta la introducción de la catafracta
en el ejército romano solo lo usaban en sus alardes de
la HYPPICA GYMNASIA, acabó formando parte de la
panoplia de la caballería pesada
Sea como fuere, la cuestión es que a lo largo del siglo IV d.C. el término CLIBANARII fue ganando popularidad en detrimento de CATAFRACTARII, de forma que en las crónicas del siglo V este último desaparece, quedando el de CLIBANARII como el único para denominar a la caballería pesada fuese cual fuese su forma de combatir o el destino de su unidad dentro del territorio del imperio. De hecho, incluso surgieron dos modalidades que no se habían mencionado en las crónicas anteriores: los SCVTARI CLIBANARII, o sea, que estaban provistos de una pequeña rodela, y los SAGITTARI CLIBANARII, armados con arcos que, y esto es una opinión mía, fue la forma de unir en un solo hombre los antiguos CLIBANARII que combatían en el este con apoyo de arqueros a caballo. De esa forma se evitaban problemas organizativos o de despliegue en batalla, siendo el mismo hombre el que adoptaba el rol de lancero o arquero según las circunstancias. 

Bueno, criaturas, mis odiosas cervicales se han unido a las maltrechas neuronas y me están organizando un escrache de esos en el cerebelo, así que de momento vale por hoy. En todo caso, ya hemos visto cuál fue el origen de estos peculiares jinetes que, en realidad, fueron los verdaderos precursores de los caballos coraza medievales, por lo que podemos colegir que en Europa Occidental se experimentó una recesión notable en lo referente a la caballería, que tuvo que reinventarse en todos los sentidos hasta que, allá por el siglo XIII, volvió a emerger en forma de jinete y montura poderosamente armados, aunque sin llegar aún al extremo de sus tatarabuelos iranios y sus bisabuelos romanos. 

En la próxima entrada ya entraremos a fondo en los CATAFRACTARII y CLIBANARII del ejército romano. Vayan cavando las fosas para sus cuñados, porque cuando les suelten la filípica de rigor sobre este tema se meten en la bañera con el secador en marcha sí o sí.

Hale, he dicho

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