jueves, 7 de enero de 2021

LOS CASTILLOS DE LOS FARAONES 1ª parte

 

Reconstrucción de la fortaleza de Uronarti, en la región de la Segunda Catarata. Este castillo, salvado por su posición de verse sumergido en las aguas del lago Nasser tras la construcción de la presa de Asuán, fue construido posiblemente por el faraón Senusret III (Sesostris según la denominación griega), de la XII Dinastía. Como se puede ver, por su aspecto no tenía nada que envidiar a las más complejas fortalezas medievales

Sí, sí, castillos faraónicos. Pero castillos de verdad, no empalizadas o pequeños reductos a base de pedruscos apilados. Castillos que, como vemos en la imagen de cabecera, tenían unas dimensiones y unos elementos defensivos dignos del más sofisticado castillo medieval. Con todo, lo cierto es que tenemos tan inculcado el binomio castillo-Edad Media que, por lo general, la mayoría asimila ese tipo de fortificación con un período concreto de la historia cuando, en realidad, son más antiguos que la tos. De hecho, la representación más antigua que se reconoce es la que vemos a la derecha, una pequeña pieza de arcilla de apenas 10 cm. de alto hallada en una tumba en Abadiyeh, a pocos kilómetros al este de Beirut. En la misma se ven las jetas de dos guardias que más bien parecen alienígenas por sus rasgos- cabe suponer que la erosión y los siglos han hecho sus efectos- asomándose por las almenas de lo que sería una muralla. Esa pieza está datada entre los años 3500-3200 a.C., por lo que hablamos de una fortificación con nada menos que 5.500 años de nada, o sea, mil años anterior a la pirámide de Keops o, más correctamente dicho, Jufu. Y, obviamente, la supuesta fortificación de la muestra no sería la primera que se construyó, por lo que podemos tener claro que el origen de las fortalezas en esa zona del planeta era muy anterior, cuando ni siquiera existía Egipto ni sus hieráticos faraones endogámicos.

Valga pues esta breve introducción para ponernos en contexto y desechar los estereotipos que, seguramente, más de uno tiene incrustados en el cerebro porque, ante todo, debemos tener claros dos conceptos, a saber: uno, que los pueblos expansionistas se han dedicado a ocupar territorios vecinos. Y dos, que para mantener el dominio sobre dichos territorios hace falta una constante presencia militar la cual solo se asegura con la construcción de fortificaciones que les permitan mantenerse a salvo de sus enojados nuevos vasallos, deseosos de tener la primera ocasión para rebanarles el pescuezo de oreja a oreja. Siendo pues los egipcios unos imperialistas de primera clase, es evidente que desde que se alejaron unos kilómetros de su benéfico Nilo ya tuvieron que devanarse la sesera para planificar una red de fortalezas y atalayas que controlasen tanto los territorios conquistados como los intentos de sus pobladores por echarlos a patadas en buena hora.

Reproducción de una inscripción hallada en una roca en Gebel
Sheik  que da noticia de una invasión llevada a cabo por Dyer, 3er. faraón
de la I Dinastía, contra la segunda catarata en territorio nubio. A la derecha
aparecen varios enemigos ahogados bajo el barco del faraón, y a la izquierda
un caudillo nubio maniatado. Es evidente que los ojos de los faraones miraban
hacia el sur desde siempre


Aunque el tiempo y la abrasiva acción de la arena impulsada por el viento, así como el expolio de siglos han reducido a la mínima expresión los restos de los castillos faraónicos, aparte de los que quedaron sepultados en el lago Nasser tras la construcción de la presa de Asuán entre 1959 y 1970, estos probos imperialistas tuvieron la gentileza de legarnos infinidad de testimonios gráficos y escritos donde nos dan con bastante lujo de detalles muchos aspectos referentes a sus cuestiones militares, por lo que la recreación de sus fortalezas es a veces más fácil que la de una de hace apenas seis o siete siglos. Más aún, no solo nos han llegado sus nombres, sino su situación geográfica e incluso los nombres y desempeños de sus comandantes. Los egipcios, obsesionados con demostrar al resto del planeta los logros de sus gobernantes, plasmaron en piedra, arcilla, pergamino y papiro todo lo habido y por haber, y gracias a su climatología más reseca que el ojo de un tuerto han llegado a nuestros días escritos que en Europa se habrían desintegrado hace siglos y siglos. Así pues, y con los datos de que disponemos y gracias a las concienzudas campañas arqueológicas llevadas a cabo desde finales del siglo XIX, veremos los detalles más relevantes de las impresionantes fortificaciones con que los egipcios defendieron su imperio de los enemigos del divino faraón.

Amanemhat I, fundador de la XII Dinastía

Bien, por meras razones de espacio y porque esto no es una enciclopedia, vamos a ceñirnos al momento en que comienza de verdad el expansionismo egipcio. Los interesados en la evolución de esta civilización desde tiempos predinásticos tienen mogollón de información en la red, así que nos ocuparemos de la parte que nos interesa, que comenzó durante el Imperio Medio, concretamente con el advenimiento de la XII Dinastía fundada por el faraón Amanemhat I hacia el año 1991 a.C. Hasta aquel momento, Egipto tenía tres fronteras, a saber: al nordeste, en la Península del Sinaí, estaban los asirios y los hicsos, que eran tenidos a raya desde tiempos anteriores por una línea fortificada que recibía el nombre de "Caminos de Horus". El advenimiento de Amanemhat I supuso un importante refuerzo con la construcción de una serie de nuevas fortalezas que comprendían las "Murallas del Príncipe" (según otras fuentes, "del Gobernante"). Al oeste las fronteras era un tanto difusas. El desierto occidental que se extendía entre Egipto y Libia era una zona muerta donde los súbditos del faraón se adentraban y creaban sus asentamientos en los oasis, dónde el único peligro que corrían eran las incursiones de pequeñas partidas de bandidos libios que se limitaban a rapiñar lo que podían y se largaban. Para proteger a los colonos se crearon ciudades fortificadas donde pudieran mantenerse a salvo de las depredaciones que los libios llevaban a cabo pero, en cualquier caso, no eran unos enemigos tan temibles como los asirios, un pueblo mucho más organizado y complejo en todos los sentidos.

Senusret I, 2º faraón de la XII Dinastía y principal
instigador del expansionismo egipcio hacia Nubia

Finalmente tenemos la frontera sur, que era la verdaderamente jugosa y donde, de hecho, se edificó la primera fortaleza allá por la I Dinastía, concretamente en la isla de Elefantina. En el sur estaba Nubia, y en Nubia había oro, cobre, madera- de la que Egipto era muy pobre y de mala calidad- y, en resumen, recursos naturales en cantidad incluyendo esclavos para aumentar la población currante de los faraones. No obstante, a lo largo del tiempo no siempre mantuvieron un continuo estado de guerra, sino que hubo períodos de, digamos, tensa calma en los que el comercio entre los nubios del sur y los egipcios del norte era bastante fecundo aprovechando la magnífica red de comunicación que suponía el Nilo. La ocupación de los invasores egipcios llegó en la época que nos ocupa hasta la segunda catarata, pero eso no supuso ningún problema ya que se construyeron muelles fluviales en los que se comerciaba entre ambos bandos, siendo transportadas las mercancías por tierra catarata arriba o catarata abajo y, a continuación, cada mochuelo a su olivo. Obviamente, este territorio, así cómo las vías comerciales, había que defenderlos, y para ello se construyeron una serie de fortalezas en las que, además de disponer de tropas, servían como depósitos para el control de los metales, grano, vino y demás mercaderías. El impulsor de esta expansión fue Senusret I, que tuvo clarísimo que si quería seguir recibiendo oro y cobre tenía que rascarse el bolsillo y edificar las fortificaciones necesarias para tener a los nubios a raya.

Senusret III

El primer punto a fortificar fue la zona situada en el extremo norte de la segunda catarata, siendo la principal fortaleza Buhen, seguida por las de Aniba, Kubban e Ikkur, todas ellas construidas bajo un patrón similar. A estas hay que añadir la base de Mirgissa, construida por Senusret II y que disponía de un complejo de edificios destinados al trasiego de mercancías en una amplia plataforma de carga destinada a evitar la segunda catarata. Posteriormente, bajo el reinado de Senusret III, se mejoraron las defensas de las anteriores y se construyeron otras nuevas más al sur, poco antes de la tercera catarata. Hablamos de una densa línea fortificada que agrupaba en un espacio relativamente reducido al menos seis fortificaciones: Kumma, Uronarti, Shalfak, Askut y dos denominadas como Semna al sur y al oeste. En la ilustración inferior podrán ver un mapa con la máxima extensión del imperio en tiempos de Ramsés II- o sea, el Imperio Nuevo- y en el detalle la zona que nos ocupa entre la segunda y la tercera catarata.



Funcionario controlando el almacenamiento de grano, misión que
también llevaban a cabo en los silos dispuestos en los castillos para
evitar robos
Bien, con esta breve reseña creo que bastará para ponernos en contexto y tener una aproximación de la época que nos ocupa y, lo más importante, comprobar que, en efecto, los faraones fueron unos grandes constructores de fortificaciones con la finalidad de mantener los territorios ocupados, así como la defensa de los mercaderes e incluso como puestos de tránsito para las mercancías que eran transportadas a la metrópoli, especialmente los metales que eran minuciosamente contabilizados por funcionarios del estado a los que no se les escapaba ni medio grano de polvo de oro oculto tras la muela del juicio del defraudador de turno, porque si algo infalible tenían los egipcios eran sus sistemas de contabilidad, precisos y fieles como ningún funcionario moderno podría igualar con muchísimos más medios. Estos probos funcionarios se plantaban delante de una caravana de trigo y tomaban nota hasta del grano que se caía de los puñeteros sacos, y tenían la autoridad necesaria para poner las peras a cuarto a los trincones de turno.

Y dicho esto, pasemos pues a la enjundia de esta entrada: ¿cómo eran los castillos de los faraones? ¿Cómo los construían? ¿Qué tenían de especiales? Veamos...

LOS MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN

Aunque la piedra abundaba en Egipto, parece ser que la reservaban para obras de otro tipo, léase templos, palacios y, sobre todo, las enigmáticas pirámides. Para el resto de construcciones usaban ladrillos de adobe, que eran capaces de producir por miles y miles como si tal cosa. De hecho, salvo la fortaleza de Buhen, hecha con una piedra basta, el resto de ellas fueron construidas con ladrillos. 

Para su elaboración solo eran necesarios tres ingredientes: arcilla, paja y agua. La paja era imprescindible ya que no cocían los adobes en hornos, sino al sol, por lo que era imprescindible añadirle la paja en la masa para impedir que se resquebrajasen. Por otro lado, compensaba la tensión capaz de soportar cada ladrillo ya que un tallo de paja es muy frágil si se dobla, pero extraordinariamente resistente ante la tracción, por lo que se puede decir que actuaba de forma similar a los redondos corrugados que se usan actualmente en las estructuras de hormigón armado. De este modo, los adobes eran resistentes tanto a la presión, ya que debían soportar moles de decenas de miles de ellos, y a la tensión, impidiendo así que los bordes se desmoronasen fácilmente. En el grabado de la derecha, procedente de una pintura mural la tumba de Rejmira, un influyente noble que ejerció diversos cargos durante la XVIII Dinastía, siendo gobernador de Tebas, donde fue enterrado, y visir de Thutmosis III y Amenhotep II, vemos en la parte superior izquierda como dos operarios, seguramente esclavos o prisioneros de guerra, recogen agua de un depósito y la llevan hasta la parte central de la escena, donde sus compañeros preparan un pocillo para hacer la mezcla pisándola. Otro operario los va alineando una vez que extrae las piezas del molde, y el resto se dedican a acarrearlos a su destino. 

Por otro lado, el ladrillo tenía una innegable ventaja, y es que se fabricaba a pie de obra. No era como la piedra, que había que acarrearla desde muy lejos con el costo y el trabajo que podemos imaginar, por lo que ésta solo se usaba como pavimento y/o para construir la base de las murallas- colocada a hueso, o sea, sin argamasa- con dos posibles finalidades: una, prevenir el minado en caso de asedio, y la otra proteger los paramentos de la arena que, impulsada por el viento, era como un chorro abrasivo capaz de devorar cualquier material. Para impedirlo, parece ser que también se solían revocar los paramentos con gruesas capas de yeso. En un territorio donde la lluvia era escasita no requeriría mucho mantenimiento a causa de la humedad. A la izquierda vemos un molde para fabricar ladrillos, así como uno ya terminado. En el centro del mismo aparece un cartucho con el nombre del faraón, que para eso era el dueño y señor de todo y debía quedar claro en el reinado de cuál de ellos se fabricó el ladrillo. Esta sana costumbre nos ha permitido datar con precisión obras que, de otro modo, habría sido imposible situar en el tiempo.

Los ladrillos egipcios eran de generosas dimensiones. Los que se han encontrado en Buhen son de 37 x 18 x 12 cm., y para aliviar la presión que ejercían sobre las capas inferiores se intercalaban esteras de juncos cada seis o siete hiladas, a las que se añadían vigas de madera colocadas en sentido perpendicular al de las hileras de ladrillos, todo ello para repartir el enorme peso que semejante masa de adobes podía ejercer sobre la estructura ya que hablamos de murallas de varios metros de espesor y aún más metros de altura. En todo caso, estos probos imperialistas no tenían problemas si había que fabricar cientos de miles de ladrillos para edificar una de sus fortalezas. Para eso disponían de mano de obra esclava en cantidad que, animada por los estimulantes latigazos de los capataces, trabajaban de sol a sol como máquinas y, encima, sin darse nunca de baja. En la foto de la derecha podemos ver una escena en la que un operario está precisamente a punto de sacar un ladrillo del molde para ponerlo a secar, lo que en el ardiente clima de la zona no se llevaba más que un par de días a lo sumo.

Bueno, me temo que con esto acabamos por hoy. Llevo ya varios días con una fastuosa conjuntivitis que me han traído por anticipado los Reyes Magos a pesar de que les dije que sé que son los padres, pero lo han preferido al carbón habitual. En cuanto me alivie un poco proseguimos con las técnicas constructivas y los sistemas defensivos, que como dije al comienzo eran dignos de castillo de Viollet-le-Duc.

Hale, he dicho

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