miércoles, 13 de enero de 2021

LOS CASTILLOS DE LOS FARAONES 2ª PARTE

 

Mercaderes nubios pasando el puesto fronterizo establecido en la fortaleza de Semna Occidental. Solo los mercaderes y los mensajeros podían cruzar hacia el norte, pero no más allá de Mirgissa, donde podían vender sus cargamentos a los tratantes egipcios. Obsérvese la coracha que baja desde la muralla hasta el Nilo para asegurarse el suministro de agua en caso de asedio

Escena de un asedio representada en la tumba de Khety I. Como
vemos, la fortaleza ha sido representada de forma muy esquemática
y solo nos permite hacernos una idea de su aspecto general
Bueno, como la conjuntiva parece que tiene menos "itis" y me casi no me pican los ojos cuando fijo la vista, prosigamos. No obstante, antes de empezar debemos hacer una aclaración aclaratoria para aclarar lo referente a las medidas que iremos desgranando en este artículo ya que la totalidad de los restos que se conservan están, en el mejor de los casos, bastante mermados en sus estructuras, cuando no prácticamente en los cimientos. Esto ha permitido saber con cierta exactitud la superficie de sus recintos, la longitud de sus murallas o el grosor de las mismas, pero nada en lo tocante a la altura, que se ha deducido de forma aproximada en base a la anchura de paramentos, muros, etc. Por otro lado, las representaciones gráficas de la época no son fiables para deducir tamaños ya que están fuera de escala, así que solo han valido para tener una idea aproximada de la morfología de estas fortificaciones, así como de determinados elementos defensivos como la merlatura que coronaba las murallas. Así pues, recordemos en todo momento que cuando decimos que tal muralla o recinto tenía tal altura hablamos de cifras muy aproximadas, pero en modo alguno exactas como lo puedan ser la anchura o extensión de las diversas estructuras que se mencionarán.

Dicho esto, en la entrada anterior ya cometamos los orígenes de las fortificaciones faraónicas, así como los materiales de construcción usados en las mismas, por lo que ahora toca meternos en los entresijos de su

DISEÑO Y ELEMENTOS DEFENSIVOS

A la derecha vemos la fortaleza de Semna Occidental, y frente a ella
la de Kumma. Ambas cerraban literalmente el paso en ese sector del Nilo
Los castillos de los faraones eran recintos de tamaño más que respetable. De hecho, bastante mayores que un castillo convencional de la Edad Media. Los motivos podrían ser varios, a saber: ante todo, hablamos de fortificaciones situadas en lugares muy comprometidos, fronterizos con los nubios con los que anduvieron a la greña durante siglos. Obviamente, para defender las fronteras era necesario disponer de contingentes de tropas numerosos, así como de espacio para albergar refuerzos en caso de ser necesarios. Por otro lado, estos castillos eran también almacenes donde se guardaban, no solo las provisiones y bastimentos para la guarnición, sino también los bienes procedentes de la Nubia que debían ser puestos a buen recaudo hasta que llegase el momento de enviarlos a la metrópoli, especialmente el oro y el cobre. Finalmente, cabe suponer que, caso de intentar un asedio, los nubios no juntaban a cuatro compadres para formar un ejército, sino que debían organizar una hueste respetable a la vista de las formidables fortificaciones con que los egipcios protegieron sus fronteras.

Básicamente, hablamos de recintos que podemos dividir en dos tipos: los emplazados en las llanuras junto al Nilo y los situados en elevaciones del terreno. Los primeros eran mucho mayores y, por norma, rodeados por fosos de considerables dimensiones ya que hablamos en cavas de unos 3 a 5 metros de profundas y de hasta 7 o 9 metros de ancho. En una época en que la poliorcética aún estaba prácticamente en pañales, debemos suponer que los asedios solo se solucionaban de dos formas: o sentándose a esperar a que los defensores se empezasen a comer unos a otros, lo que no debía ser frecuente a la vista de las grandes cantidades de grano que almacenaban y muchas de ellas con el Nilo junto a sus murallas, o tomándolas por asalto, como vemos representado en muchos testimonios gráficos. Pero como algunos dibujitos valdrán más que una extensa filípica, mejor vamos explicando sobre ejemplos conocidos y así nos aclaramos antes y mejor...

A la derecha tenemos un plano de la fortaleza de Semna Occidental, situada en un promontorio en la orilla oeste del Nilo. Fue construida en el 8º año del reinado de Senusret III y se apoyaba con las fortalezas de Semna Meridional y Kumma, separadas unas de otras menos de dos kilómetros. Como vemos, se trata de un  amplio  recinto en forma de L con una superficie total de 7.856,5 m². Para darle consistencia al edificio el terreno se niveló con escombros de granito. En A y A' aparecen las puertas principales, mientras que en B se encuentra la puerta  del río. Por lo general, estas fortalezas tenían una o dos puertas mirando hacia tierra y otras tantas al Nilo, usadas como muelle de carga y como coracha de agua para asegurarse el suministro del líquido elemento. Semna estaba rodeada por un foso por los lados sur, oeste y norte, quedando el sector oriental protegido por el río. La muralla no era para tomarla a broma: fabricada con ladrillo crudo, su espesor oscilaba entre los 5 y los 8 metros y se le calcula una altura aproximada de nada menos que 14 metros, lo mismo que un edificio de cinco pisos aproximadamente. Como vemos, salvo en el lado oriental, en el resto de la muralla se reparten varias torres en cuyo extremo se ensanchan para dar cabida a más defensores. En el detalle vemos que actuaban básicamente como albarranas ya que, proyectadas varios metros por delante de la muralla, podían cubrir las zonas situadas junto a la base de la misma. Pero lo más significativo, y que es un elemento común en todas las fortalezas de la frontera nubia, son los resaltes que dan a las murallas un aspecto dentado y que son hasta la fecha motivo de enjundiosos debates ya que, al no existir la parte superior de los mismos, se dan diversas teorías sobre su utilidad.

La explicación que se dio cuando se comenzaron a estudiar estas fortalezas entre finales del siglo XIX y principios del XX era que se trataba de torres de flanqueo. Pero su pequeño tamaño, así como la escasa distancia entre unas y otras, por lo general inferior a los 5 metros, pronto hizo pensar que una serie de torres tan cercanas y que apenas dejaban sitio para, a lo sumo, dos hombres, eran inviables. De hecho, para que un defensor pudiera hostigar a un asaltante pegado a la muralla tendría literalmente que volcar medio cuerpo entre las almenas, lo que no era precisamente aconsejable cuando los arqueros enemigos estarían a la caza de cualquier tontaina que asomase la cabeza. Como vemos en el gráfico, el arquero situado en la supuesta torre lo tendría muy complicado para hostigar a los atacantes que se aproximasen a la muralla. Así pues, surgió la teoría de que, en realidad, se trataba de simples contrafuertes como el que vemos a la izquierda, que ocuparían una altura equivalente a unos ⅔ de la altura total. El hecho de que estos contrafuertes no tuvieran trabazón con la muralla y que en caso de colapsarse no afectase en nada la solidez de la misma parece una teoría más cercana a la realidad.

No obstante, algunos autores han sugerido una tercera posibilidad, y es que fuesen pilares para sustentar estructuras voladizas similares a los cadalsos medievales. Al ser el ladrillo mucho más pesado que las estructuras lignarias de dichos cadalsos, en vez de ménsulas requerirían algo más resistente, que en este caso serían precisamente los pilares de ladrillo. La opción de los voladizos la vemos plasmada en el gráfico A de la ilustración de la derecha. Los pilares permitirían darles una base sólida y en el suelo, fabricado de madera, se abrirían buheras entre pilar y pilar para arrojar sobre los enemigos cualquier porquería disponible. No obstante, hay una cuarta teoría, que es la que vemos en la figura B. Ya que el escaso espacio entre contrafuertes se convertiría en un refugio para los asaltantes, para impedirlo se colocarían pequeños balcones a modo de ladroneras sustentados por troncos y puntales con su correspondiente buhera en el suelo. De ese modo, el espacio muerto entre contrafuertes sería adecuadamente protegido ya que, obviamente, servían de protección a los enemigos que lograran alcanzarlos ya que quedarían a resguardo del fuego de flanqueo procedentes de las torres, que solían distar entre 20 y 50 metros unas de otras, o sea, dentro del campo de tiro eficaz de cualquier arco de la época.

LOS FOSOS

Aparte de sus generosas dimensiones ya mencionadas anteriormente, tenían unas características que los hacían especialmente eficaces ante unos enemigos que solo dispondrían de escalas para intentar un asalto. Veamos el gráfico de la izquierda, correspondiente a la fortaleza de Buhen que, como ya se comentó, es la que ha salido mejor parada al cabo de los siglos y ha permitido conocer mejor este tipo de fortificaciones. En primer lugar vemos un murete de escasa altura ante el cual se extiende un talud de varios metros de largo. Este primer obstáculo tenía dos funciones: una, impedir que la arena entrase en el foso. Considerando que el viento mueve cantidades masivas de la misma en aquella zona, tendrían que estar cada dos por tres paleando arena para impedir que quedase cegado en poco tiempo. Y por otro lado, el talud impedía a los atacantes ver el foso, que quedaba oculto tras el mismo. Los que se acercasen al castillo solo verían la muralla, pero al llegar al murete se quedarían con la jeta a cuadros al ver que no solo había un foso, sino unas torres que, a modo de barrefosos o caponeras, aniquilaría a todo aquel que se atreviese a bajar al mismo. Y además de las caponeras, todo el perímetro estaba provisto de un antemuro desde donde también podrían hostigar a los agresores. Como vemos en el detalle, las aspilleras eran de una tipología única: cada una de ellas se dividía en tres ramales para dar mayor ángulo de tiro a los arqueros y, además, disponían de dos niveles, o sea, seis aspilleras en total: las tres superiores cubrían el murete o el glacis dependiendo de si estaban situadas en el antemuro o la muralla, y las inferiores cubrirían la liza y el fondo del foso en el mismo caso. En resumen, pasar del foso era bastante complicado ya que, además, se tenía por norma chapar las escarpas y las contraescarpas con ladrillos para impedir a los asaltantes trepar por ellas, precisando necesariamente de escaleras que, como ya podemos imaginar, retrasaría el asalto y los dejaría a merced de los arqueros que defendían la fortaleza.

LAS PUERTAS

Sin duda, eran las estructuras más formidables. De hecho, eran talmente similares a las barbacanas medievales, por lo que podrían continuar la resistencia aún en el caso de ver la fortaleza invadida por los enemigos. La que vemos a la derecha es una reconstrucción de la puerta de tierra de Buhen, que disponía de dos más de menor tamaño en el sector del río. La ilustración procede de las primeras excavaciones, por lo que vemos los misteriosos salientes de la muralla con forma de torres. Bien, como vemos, la puerta estaba formada por un recinto con forma de U que avanzaba entre 15 y 25 metros de la muralla principal. En su extremo exterior vemos como el pasillo se estrecha, dejando apenas unos tres metros de ancho para pasar y, de ese modo, dificultar una invasión en masa. Pero la invasión lo tenía crudo porque a partir de ahí se encontraban con una empinada rampa y varias puertas consecutivas, incluyendo en algunos casos, como por ejemplo en Buhen, un foso o salto de lobo con un puente levadizo en la parte central del pasillo, tras el cual había otras dos puertas más. En el grabado se puede ver la puerta que daba acceso a la liza, lo que permitiría a los defensores tanto ocuparla en caso de ataque como evacuarla en caso de verse desbordados. Este que vemos no era un diseño único, habiendo variantes como, por ejemplo, estar proyectadas más hacia el interior que hacia el exterior y con el pasillo de acceso formando un embudo cada vez más estrecho a medida que se avanzaba.

En cuanto a las puertas del río, a la izquierda podemos ver su aspecto, en esta ocasión también las pertenecientes de Buhen. Como vemos, se trata de sendas puertas de pasillo con acceso directo como la principal, pero de menor tamaño. De cada puerta sale un muelle destinado a facilitar la carga y descarga de las naves, así como para asegurarse el suministro de agua. Para impedir que los enemigos se infiltrasen en el reducido espacio que quedaba entre la muralla y el río, en algunas fortalezas se construían corachas que cerraban literalmente el paso y que resultaban infranqueables ya que solían tener entre dos y tres metros de espesor y seis de altura. Como complemento, estas fortalezas también disponían de postigos para facilitar el paso de tropas de un punto a otro y, en el caso de grandes recintos como Buhen o Mirgissa, que eran en realidad asentamientos fortificados con una ciudadela interior, para que la población pudiera salir y entrar del mismo sin que se produjeran aglomeraciones en las puertas principales que, recordemos, eran solo una o dos a lo sumo. Hablamos de murallas que, como la de Buhen alcanzaron un perímetro de 1,6 km., lo que la convertía en una población con un tamaño más que decente para la época. Su misión no solo era dar protección a colonos, tratantes y demás probos hijos de Amón para sus trapicheos con los nubios sin que se vieran asaltados por partidas de bandidos, sino también para alojar tropas de refuerzo en caso de necesidad. En fin, ya vemos que no se diferenciaban gran cosa, por no decir nada, de cualquier estructura similar de la Edad Media.

DEPENDENCIAS INTERNAS

Una fortaleza egipcia disponía todo un complejo de dependencias en su interior incluyendo el templo de turno, que la cosa religiosa siempre la tenían muy presente y no era plan de cabrear al extenso panteón patrio por no dedicarle las preces adecuadas. Básicamente, podemos dividirlas en varias partes bien definidas: en primer lugar estarían las dependencias del comandante de la guarnición que, en una sociedad profundamente clasista como la egipcia, es evidente que dispondría de todas las comodidades imaginables, como si estuviera en su palacio de Tebas. En realidad, era la mejor forma de tenerlos contentitos y, por ende, alejados de corruptelas, alevosías o ambas cosas. En cuanto a las tropas, como ya podemos imaginar, no disponían de tantas comodidades. 

En el gráfico de la derecha podemos ver el aspecto de los cuarteles y que es similar en las fortalezas donde han aparecido este tipo de recintos. En la figura 1 vemos un plano que nos muestra su distribución: formaban un rectángulo de 8 x 5 metros dividido de la siguiente forma: En A tenemos un espacio común que serviría para esparcimiento de la tropa, para cocinar o contarse chistes verdes. B y B' eran los dormitorios con una superficie interior de 5 x 2 metros. No sabemos cuántos hombres los ocupaban, pero teniendo en cuenta la época y las condiciones de vida de esta gente igual metían a cuatro en cada habitación. Los muros estaban fabricados de ladrillo, con un grosor de 50 cm. En la figura 2 podemos ver una recreación de su apariencia. Se ha representado con una segunda planta, a la que se accedería por las escalas que vemos apoyadas en el muro. Así mismo, podrían tener una salida por el techo con la finalidad de que, caso de ser invadidos, tener una salida de emergencia para moverse por el recinto de un lado a otro a fin de prolongar la defensa. Por lo demás, estas dependencias se agrupaban en manzanas, o sea, dos filas de cuarteles adosados por los muros traseros.

Otra parte importante eran los graneros, donde no solo se almacenaba el que serviría de alimento a la tropa, sino el que sería enviado a la metrópoli. Afortunadamente, tenemos cantidad de testimonios gráficos hallados en los frescos que adornan tumbas y templos, así que en este caso no creo que podamos tener dudas al respecto. A la izquierda tenemos un par de ellas que muestran escenas similares: mientras los esclavos proceden al llenado de los silos, los capataces y contables llevan un control riguroso de las cantidades que se almacenan. Al parecer, una vez terminada la operación se sellaban las puertas para impedir robos, y cada vez que había que sacar o meter más grano el capataz rompía los sellos para acceder al interior, sellos que eran nuevamente colocados cuando se acababa la faena. Estos sellos eran simples galletas de barro fresco que unían los extremos de la soga con que se cerraban las puertas. En el sello se estampaba el cartucho con el nombre del faraón. Por lo demás, como vemos en ambas ilustraciones, podían ser abovedados o con el techo raso si bien en ambos casos las escaleras dejan claro que se accedía a ellos desde la parte superior.

Por último, quedarían por mencionar los almacenes. En ellos se guardaba todo lo que no era grano: cerveza, salazones, dátiles y provisiones de todo tipo, además de servir de armería y posiblemente de talleres. No obstante, parece ser que había un SANCTA SANCTORVM cuya custodia era de vital importancia: la dependencia donde se guardaba el oro que en lengua egipcia se denominaba "casa de plata". Su existencia está corroborada por multitud de impresiones en tablillas de barro y, concretamente en el caso de Uronarti, estaba formada por un patio rectangular con tres dependencias paralelas estrechas y largas adosadas a los cuarteles. Imagino que en el patio se contabilizaba la pasta gansa, mientras que en las dependencias se guardaba bajo siete llaves hasta que llegase la hora en embarcarlo hacia el norte.

Por último, solo nos resta mencionar las atalayas, de cuya existencia hay testimonios gráficos que nos permiten conocer su morfología e incluso su distribución interior. En el centro, arriba, vemos una tablilla procedente del cementerio real de Abidos, mientras que la figurita de marfil inferior, de solo 4,9 cm. de alta, representa un edificio prácticamente idéntico datado hacia el 3100 a.C., por lo que podemos suponer que este tipo de torre, aparte de tener un diseño más antiguo que Noé, permaneció invariable durante siglos. A la izquierda hemos recreado su aspecto original, con un cuerpo cónico rematado por la típica merlatura ondulada egipcia. El acceso, como es habitual en este tipo de torres aisladas, estaba a una considerable altura y solo se podía llegar al mismo mediante una escala de cuerda que sería retirada en caso de peligro. El interior estaría dividido en tres plantas separadas mediante entresuelos de madera. La baja sería el almacén y las otras dos los alojamientos de la guarnición. Para pasar de una a otra, así como a la azotea, se valdrían de simples trampillas y escalas de mano. Estas torres se encontrarían diseminadas por el territorio para, como es de rigor, avisar a las fortificaciones principales de posibles movimientos sospechosos de tropas enemigas.

Bueno, creo que con esto ya podemos conocer un poco más las desconocidas fortificaciones construidas por los egipcios hace miles de años, cuando en Europa aún andaban a garrotazos y metidos en chozas que, a lo sumo, rodearían con burdos muros de lajas de piedra. Otro día hablaremos de la organización de las tropas que servían en estas fortalezas, y así tenemos todo el repertorio necesario para chafarle la tarde a esos cuñados que se han visto los documentales de Canal Historia donde siempre sale un experto que no lo conocen ni en su casa revelándonos detalles tan sorprendentes que no se entiende como se le pasaron por alto a Emery, Petrie, Borchardt, Lawrence etc.

Hale, he dicho

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Recreación de Buhen obra de J.C. Golvin vista desde el lado oeste. Obsérvese la magnificencia de la puerta principal, el foso y la ciudadela interior, provista también de su correspondiente foso y un antemuro. Así mismo, merece la pena reparar en las pequeñas corachas que aparecen a ambos lados, al fondo del recinto, que impedían el paso a la zona portuaria de la fortificación. Salta a la vista que no tiene nada que envidiar a cualquier plaza fuerte medieval o incluso posterior. Su superficie alcanzó 2,7 Ha., y su muralla exterior tenía 5 metros de espesor y entre 10 y 14 metros de altura

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