Barreminas Scorpion instalado en un Matilda. Perversas ideas se apelotonan en mi sesera contemplando esa foto tan... sugerente... |
Bien, ya hemos visto cómo los british (Dios maldiga a Nelson) se devanaban sus seseras reblandecidas por la ingesta excesiva de pasteles de riñones para dar con una solución adecuada para abrirse camino a través de los densos campos de minas de los tedescos. Como pudimos comprobar, los sistemas de arados y rodillos tenían una eficacia relativa pero el inconveniente más grave era su escasa maniobrabilidad, especialmente en el caso de los barreminas de rodillos. En todo caso, los mayales giratorios no surgieron como una posibilidad viable tras el escaso éxito de los arados y rodillos, sino que fueron una opción más que se fue desarrollando de forma simultánea en el tiempo junto a los demás sistemas y que pasó del mismo modo por infinidad de pegas, inconvenientes, fracasos y variantes antes de dar con un modelo razonablemente eficaz. Más aún, los mayales giratorios databan en realidad de antes de la guerra si bien el hecho de que en aquel momento no era un artilugio necesario se dejó de lado sin pararse a pensar que, al menos, siempre hay que tener algo a punto por si se presenta la ocasión. No es lo mismo partir de cero cuando tienes delante cientos de hectáreas infestadas de minas que tener un proyecto listo para entrar en la cadena de producción para que, pocas semanas más tarde, se pueda disponer de las primeras unidades.
Buena prueba de ello fue la embarazosa situación en que se encontraban los british en Egipto, como ya anticipamos en el artículo anterior, cuando Rommel había hecho crecer el superávit de campos minados a límites bastante enojosos sin tener más medios para abrirse paso que un apaño de circunstancias diseñado por el mayor Norman Berry, subdirector del Almacén de Artillería del XIII Cuerpo de Ejército, y construido por la 21ª Compañía de Construcción de Sudáfrica. El invento consistía en un camión Ford canadiense al que le colocaban delante otro vehículo similar pero con diversas modificaciones, en concreto el chasis acortado, el eje delantero eliminado y las ruedas traseras sustituidas por dos tambores o rodillos de los que pendían gruesas cadenas. Ambos camiones quedaban posicionados morro contra morro, de forma que el trasero actuaba de planta motriz y el segundo de rudimentario barreminas. La transmisión que debía hacer girar las ruedas traseras, que en la posición que adoptaba al entrar en acción quedaban mirando hacia adelante, movía los tambores con cadenas en vez de las ruedas y estas, al golpear el suelo, detonaban las puñeteras minas. El inconveniente era que solo batía el angosto terreno que abarcaban los dos rudimentarios mayales pero, al menos, permitía pasar por las rodaduras las orugas de un carro de combate sin que una repentina explosión mandase al garete una de sus cadenas.
Varios Matilda avanzando por el desierto en 1941. Bastaría una repentina explosión para que todos se detuvieran en seco y dieran media vuelta. El campo de minas era una muralla invisible |
Sin embargo, hacía ya años que se había empezado a trabajar en la idea de un barreminas basado en un rotor con cadenas al que los mandamases, como siempre pasa, no hicieron puñetero caso porque el ciudadano Adolf aún no había tensado la cuerda lo suficiente como para hacer sonar las alarmas aún más fuerte de lo que llevaban sonando desde que decidió que los Sudetes pertenecían a Alemania, y que ésta y Austria debían unirse en un Reich milenario. De hecho, apenas un mes antes de que los tedescos se hicieran la foto doblando la barrera fronteriza con Polonia, un tal capitán O'Shaughnessy presentó a su superior, el mayor Galpin de la Escuela de Vehículos Acorazados de Combate de Bovington, un par de proyectos de barreminas de mayales rotativos: uno giraba acoplándole un motor de gasofa normal y corriente, y el otro era un dispositivo mecánico que, empujado por un carro de combate, giraba mediante la acción de una serie de resortes cuando se ponía en movimiento. Y al parecer la cosa venía de atrás, porque Galpin anotó que el primer diseño de O'Shaughnessy "es similar a otros presentados en el pasado" y, de hecho, desde aquel momento hasta la fecha en que se tuvieron que ver las caras con los tedescos en el desierto, otros oficiales, incluyendo a Galpin, se tomaron la molestia de plantear diseños más o menos similares similares sin que nadie se preocupara de desarrollarlos.
El Scorpion consistía en dos vigas reticuladas que se extendían en la parte delantera del carro, quedando unidas en el extremo por un cilindro del que pendían 24 mayales formados por unos cables de acero rematados por un tramo corto de cadena con una pesada bola de acero en el extremo. Los extremos traseros estaban unidos a los costados del vehículo. En el lado derecho llevaba un compartimento blindado que contenía el motor Ford V8 de 82 hp. que accionaba el mayal mediante un eje de transmisión, y justo detrás había un habitáculo no apto para ciudadanos con claustrofobia donde se metía a duras penas el zapador encargado del manejo del barreminas. El resto de la tripulación, compuesta por cuatro hombres- comandante, tirador, cargador y piloto- permanecía en sus puestos ya que, aunque su misión era como barreminas, su capacidad ofensiva permanecía totalmente operativa. A Berry le bastó un mes para terminar el chisme aquel e instalarlo en el Matilda, por lo que se convocó a los mandamases para que presenciaran las pruebas oportunas antes de darle el visto bueno final. Para dar más convicción al producto, dichas pruebas se realizaron junto con un ejemplar provisto del barreminas de rodillos AMRA que vimos en el artículo anterior. Las pruebas, concluidas el 13 de septiembre, resultaron tan convincentes que el mismo Montgomery, comandante del 8º Ejército, ordenó que en un mes tenía que disponer sí o sí de 24 unidades del Scorpion porque estaba ya de Rommel y sus campos de minas hasta la boina.
La misión de fabricar las dos docenas de Scorpions requeridas por Montgomery fue encomendada al Taller de Artillería de Base Nº 7 acantonado en Alejandría, y mientras los fabricaban se buscó por todas partes personal para tripularlos. La solución fue echar mano de dos unidades diezmadas, los Royal Tanks Regiments 42º y 44º, que ya tenían experiencia suficiente con los Matilda. Para los operadores de los mayales tuvieron que recurrir a los Ingenieros Reales. Una vez que los barreminas fueron entrando en acción quedó claro que aún tenían mucho camino por delante para obtener una máquina verdaderamente eficaz. El motor Ford V8 andaba escasito de potencia, por lo que Berry buscó motores Lincoln Zephyr de 12 cilindros, pero sin resultado. Por lo tanto, tuvieron que aviarse con los Ford, que producía más problemas que otra cosa debido ante todo a que la densa polvareda que levantaban los mayales atascaba los filtros de aire, provocando un aumento de la temperatura del motor. A ello, añadir que su escasa potencia les obligaba a funcionar siempre a tope de su capacidad, por lo que llegaba un punto en el que la misma gasofa se evaporaba antes de llegar al carburador, deteniendo el barreminas hasta que la temperatura bajase.
Por otro lado, el zapador tenía que usar su máscara antigás para poder respirar el poco aire que pasaba a través del filtro, lo que unido a la elevada temperatura del motor que tenía literalmente pegado a sus piernas, a la estrechez de su habitáculo y a que encima se recalentaba por la acción de sol, pues las pasaban literalmente putas. Resumiendo: a pesar del entusiasmo del arrogante y siempre pagado de sí mismo de Montgomery, lo cierto es que la primera tanda de Scorpions no dio un rendimiento precisamente brillante. Era pues el momento de empezar con las reformas que toda máquina militar requiere en cuando ha rodado medio metro y empieza a dar problemas. En primer lugar, se reforzaron las vigas reticuladas que sujetaban el rodillo con los mayales, se colocaron unos filtros de aire más eficaces y, lo más importante, libraron al zapador de fenecer vaporizado en su zulo trasladándolo a la torreta. No tardaron mucho en darse cuenta de que los barreminas no precisaban en realidad hacer uso de su armamento principal, por lo que eliminaron el cañón y al tirador para colocar en su lugar los mandos del Scorpion, quedando en la torreta el comandante del carro y el cargador, que se haría cargo de la ametralladora por si veía a uno o varios tedescos aproximarse al carro para endosarles una Haftholladung en el casco. Ese chisme podía fundir 14 cm. de blindaje, por lo que traspasar los 75 mm. de acero de la torreta sería como hundir un cuchillo caliente en manteca colorá. Esta nueva versión supuso una mejora en lo tocante al rendimiento del motor y en la esperanza de vida del pringao del zapador, que al menos ya no corría el riesgo de derretirse. No obstante, las unidades operativas estaban a tope porque eran pocas y los campos minados eran muchos, y el desgaste se hacía notar con más frecuencia de la deseada.
Plano original del segundo prototipo del Baron que muestra el radio de giro del mayal, así como la capacidad de elevación y depresión del mismo |
Y mientras en el puñetero desierto los Scorpions daban de sí todo lo que podían y más, el capitán Du Toit, que había sido enviado a la húmeda Inglaterra a seguir puliendo sus diseños en los talleres de la firma Associated Equipment Company Ltd. (AEC) que, aparte de fabricar vehículos, remolques y demás chismes para el ejército, eran los que construían los famosos autobuses de dos pisos londinenses. Du Toit, que podía trabajar al menos sin la presión de los mandamases protestando porque los Scorpions de Berry se recalentaban y porque, obviamente, los medios de que disponía en la AEC no eran los del Taller de Artillería de Base Nº 7, desarrolló un proyecto que, aunque bastante símil al Scorpion africano, era más refinado. En tono de sorna británica lo llamaban "Du Toit winch", el cabrestante de Du Toit. El carro elegido como soporte era el mismo A12 Matilda que habían entregado a Berry, pero el dispositivo contenía una serie de diferencias. El prototipo inicial, apodado Baron, tenía una distribución similar al Scorpion, con el compartimento blindado del motor a la derecha si bien en este caso era un Chrysler. La transmisión estaba dividida en dos partes: una que iba desde el motor a una caja de engranajes, y desde esta al rotor se transmitía el movimiento mediante una cadena de rodillos. Pero la principal y más importante diferencia radicaba en que el Baron disponía de un sistema para elevar el rotor cuando no se usaba, el cual funcionaba combinado con el sistema hidráulico de giro de la torreta.
Las pruebas se llevaron a cabo incluso antes que las de Berry en África, concretamente el 6 de junio de 1942, y el resultado fue que el motor del mayal estaba bastante escaso de potencia y la transmisión no transmitía como debía transmitir. Du Toit tardó medio nanosegundo en eliminar el motor Chrysler e instalar un Bedford MW de 6 cilindros con una potencia de 73 hp. Sí, menos que el Scorpion de Berry, pero cabe suponer que el rendimiento de un motor no es igual en un clima como el de esa isla siniestra que en un desierto a 60º al sol y levantando cientos de kilos de arena que atoraban los filtros de aire, ahogando literalmente el motor. En cuanto a la transmisión, suprimió la cadena de rodillos y la sustituyó por un eje que, como la cadena, ocupaba el tramo entre la caja de engranajes y el rodillo. Lo que no solucionó de momento fue la pieza clave del Baron: el rotor de cadenas. Mientras que el del Scorpion era un cilindro metálico, en del Baron consistía en un grueso eje central de 6 pulgadas de diámetro (15'2 cm.) del que emergían dos largas barras. De estas barras colgaba una hilera de cinco cables que, a su vez, sujetaban sendas barras de las que pendían doce cadenas. Esto se traducía en que, por cada vuelta que daba el rotor, el mayal solo golpeaba dos veces el suelo, por lo que no aprovechaba todo su potencial. Esta variante, conocida como Mark II, no pasó de ser un mero prototipo.
Baron Mk. II, aún equipado con la torreta del carro y un único motor para accionar el mayal que, en este caso, estaba equipado solo con dos ramales, lo que disminuía su eficacia |
De hecho, las pruebas que se llevaron a cabo a finales de 1942 con el Mark II no levantaron apasionadas ovaciones, por lo que Du Toit optó por remodelar totalmente el vehículo. De entrada, suprimió la torreta, considerada como totalmente prescindible. En su lugar se coloco una superestructura fija donde viajaban dos tripulantes: el comandante del carro y el zapador que manejaba el rotor. Ambos se situaban en fila, con el comandante en la posición más atrasada y a un nivel superior. Para poder ver algo entre la polvareda, se había provisto a esta nueva versión, la Mark III, de un periscopio para el conductor orientado hacia el frente, mientras que el comandante tenía dos, uno mirando hacia cada lado. Los tres visores podían girarse a voluntad y desmontarse para quitarle de vez en cuando la mugre acumulada. La pseudo-torreta quedaba cerrada por la parte superior, y se accedía al interior mediante una escotilla de dos trampillas. La modificación más relevante fue la instalación de dos motores Bedford, uno en cada costado dentro de sendos compartimentos blindados a los que, sin embargo, se habían dejado la parte inferior descubierta para mejorar la refrigeración. Por otro lado, para facilitar su manejo, estaban conectados a un único pedal de embrague y un único acelerador, por lo que ambos motores funcionaban al unísono. La caja de cambios estaba debidamente manipulada para que el mayal solo funcionara con las dos primeras velocidades y la marcha atrás. En cuanto al mayal, se le añadió una barra más, formando tres hileras de cadenas que debían girar a una velocidad de 80 rpm para obtener su mejor rendimiento. El operador lo calculaba mediante el contador de revoluciones de los motores ya que equivalían a 1.200 rpm. La altura más idónea para el mayal- recordemos que se podía regular con el sistema hidráulico de la torreta aunque esta hubiera sido eliminada-, era de 140 cm. A esa altura y con las revoluciones indicadas anteriormente, las cadenas giraban a unos 96 km/h, golpeando un tramo mucho mayor en el suelo y generando la energía suficiente para detonar una mina enterrada a 4 pulgadas (10'2 cm.) de profundidad.
Con todo, está de más decir que el Mark III tampoco satisfizo al personal. Los dos motores, que eran más bien grandotes, ensanchaban el vehículo hasta los 4 metros, lo que suponía una interminable retahíla de problemas de tipo logístico, como ya se comentó en artículos anteriores. Los famosos puentes desmontables Bailey eran demasiado estrechos para permitir su paso ya que su anchura era de 3'7 metros, al igual que las pasarelas de los vehículos anfibios y las lanchas de desembarco. Las plataformas ferroviarias eran demasiado pequeñas, por lo que un simple traslado desde la fábrica al puerto de embarque provocaba severas crisis de ansiedad entre el personal de ingenieros, que tenían que desmontar los motores y, por otro lado, las vigas que sustentaban el mayal, que a su vez debían ser divididas en dos partes. Por lo tanto, plantear el traslado de estas máquinas a cualquier lugar fuera de la isla era todo un reto. A toda esta serie de problemas aún habría que añadir el hecho de que se habían dado casos en los que los mayales, al golpear de adelante hacia atrás, había lanzado contra el carro minas que, aunque estaban armadas, por la forma en que había sido golpeadas no habían estallado, pero los atribulados tripulantes vieron como más de una vez y más de dos lo hacían al golpear contra el vehículo, o pasar por encima del mismo para aterrizar por detrás sin haber llegado a explotar, lo que obligaba a eliminarlas a mano. No obstante, y a falta de algo más factible, antes de que acabara el año se encargaron 60 unidades a la firma Curran Brothers, de Cardiff, más otras 60 que quedaron apalabradas. Obviamente, la intención era enviar fuera de la isla solo los dispositivos, que serían instalados sobre carros Matilda en destino en los primeros meses de 1943. Con todo, nunca llegaron a entrar en servicio activo, sino que se emplearon en las distintas unidades donde los recibieron como vehículos de adiestramiento.
Bien, a partir de este momento se podría decir que el
desarrollo de los mayales giratorios siguió caminos paralelos: por un lado, los
diseños iniciados por Du Toit en Inglaterra que, de momento, iban a un ritmo
más pausado porque no tenían la presión que sufrían las tropas destinadas en el
norte de África. Y por otro, los de Berry, que desde su llegada al desierto
supo aprovechar al máximo los medios de que disponía.
Valentine Mk. III |
En todo caso, no tardaron mucho en darse cuenta de que el problema del Baron, a pesar de las tres versiones desarrolladas, no estaba tanto en el dispositivo como en el vehículo donde era instalado, el Matilda. En 1943, este carro estaba ya totalmente obsoleto, y con el inconveniente añadido de que prepararlo para entrar en acción era un proceso demasiado lento. Berry había seguido en contacto con Du Toit, cada uno contándose sus experiencias con sus respectivas máquinas, el Scorpion y el Baron, y estaba claro que ante una hipotética invasión al continente era impensable usar los Matilda, que no cabían en los vehículos anfibios y que habría que trasladar con los barreminas desmontados para, una vez en tierra, montarlos mientras los tedescos les arrojaban bombas de todos los calibres imaginables. Por lo tanto, Du Toit puso al corriente de sus cuitas a los de la AEC para buscar un nuevo carro de combate al que adaptar el barreminas y mandar a paseo los Matilda, cuyo diseño se remontaba a 1937. Sí, apenas habían pasado cinco años, pero en una guerra moderna cinco años es una eternidad, y lo que hoy es un chisme novedoso al cabo de un lustro es una pieza de museo. En esta ocasión, el carro elegido fue el Valentine Mk. III, una máquina más moderna estrenada en 1941 en el norte de África, donde dio unos resultados bastante buenos. Era 9 Tm. más ligero que el Matilda y la relación potencia peso del motor mucho más ventajosa: 12’4 CV por tonelada para el Valentine contra los 7’5 CV del Matilda. Además, el Royal Armored Corps tenía 120 unidades del Mk. II, prácticamente igual al Mk. III, que podían ser puestos de inmediato a disposición de la AEC para instalarles sus respectivos barreminas.
El
talón de Aquiles tanto del Baron como del Scorpion estaba en la posición de los
motores del mayal, que era lo que les hacía ganar metro y medio de anchura, por
lo que fueron reubicados adosándolos a una pseudo-torreta fija colocada en
sustitución de la original. Este compartimento, fabricado con chapa de 14 mm.
de espesor y cuya extraña morfología de seis lados se puede apreciar en la foto
de la derecha, era ocupado por el comandante del carro y el operador del mayal, el
primero en el lado izquierdo y el segundo en el derecho con los motores
adosados a ambos lados del mismo. Su peso era de 1.320 kg., y en el interior,
además del depósito de gasofa para los motores, estaba provisto de un equipo de
radio y unos visores para el comandante del carro. Al igual que el Baron, los
dos motores Ford V8 estaban configurados para funcionar como uno solo, con un
acelerador, un solo embrague y una única palanca de cambio. Lo único que tenían
por separado era el botón de la puesta en marcha. Su rendimiento óptimo lo
obtenía a 3.100 rpm, momento en que proporcionaban 80 hp y hacían que el mayal
girase entre 165 y 170 rpm.
La velocidad para remover minas era de 2’4 km/h, mientras que si se deseaba cortar alambradas había que reducirla a apenas 1’2 km/h para impedir que los alambres se acumularan en el rotor, llegando a inmovilizarlo. Con todo, sus efectos contra las alambradas acabaron siempre fracasando, y más cuando se veían ante las densas sirgas tridimensionales trazadas por los tedescos. Encima de cada motor había un capó para poder acceder a los mismos, y los tripulantes disponían de una escotilla doble para poder salir echando leches en caso de peligro. Obviamente, el hecho de cambiar los motores de los laterales y colocarlos adosados a la pseudo-torreta redujo de forma notable la anchura del vehículo. En la foto de la izquierda podemos apreciar con más detalle la morfología de la casamata superior, así como las cajas de engranajes situadas en los extremos del mismo que se conectaban mediante un cardán con los ejes de transmisión. Al final del casco se aprecia la bandeja de contrapeso.
Valentine Scorpion III haciendo prácticas de embarque en un LST en alguna plata de la maldita Albión |
Zapadores desactivando varias minas S. En el detalle podemos apreciar su aspecto |
Las primeras 24 unidades fueron encargadas a la firma T.C. Jones & Co., de Shepherds Bush, en Middlesex, entrando en servicio en el verano de 1943. Se estuvieron suministrando kits del Scorpion hasta febrero de 1944, alcanzando aproximadamente 188 unidades (en realidad la cifra exacta se desconoce) que, en la práctica, se usaron básicamente como vehículos de entrenamiento hasta que estuvieran listos los Sherman Crab que se convertirían en la joya de la corona en cuestiones de barreminas. Con todo, en África los tedescos no paraban de idear maldades, y de la misma forma que los honolables guelelos del mikado intercalaban bombas gordas entre las minas anticarro, los fieros nibelungos del ciudadano Adolf hicieron lo propio, pero con minas antipersonal, concretamente con las Springmien o mina S, un invento diabólico de cojones.
Esos chismes quedaban enterrados de forma que asomaran solo esas tres puntas que, al pisarlas, activaban una pequeña carga propulsora que las hacía saltar hasta una altura aproximada de 90-120 cm., momento en que explotaba la carga principal y lanzaba un haz circular de metralla y bolas de acero más mortífero que un maratón televisivo de balompié de 48 horas ininterrumpidas. Pero lo peor era que los mayales, nunca se supo el motivo, no detonaban las Springminen, por lo que hubo que inventar a toda prisa un dispositivo que impidiera que las tropas que avanzaban tras los carros quedaran convertidas en comidas para gatos. Así surgió el dispositivo Centipede (Ciempiés, foto de la derecha), un simple remolque formado por dos hileras de 13 y 16 rodillos pequeños de acero macizo que se solapaban unos a otros en toda la anchura del carro. Al activar las minas, su peso impedía que salieran disparadas hacia arriba, detonando en el mismo suelo.
TLC británica desembarcando un carro Crusader. Como vemos, el portón tiene una anchura justita para un vehículo normal |
En el verano de 1943 la situación empezaba a resultar apremiante. Había dos dispositivos disponibles, el Baron y el Scorpion, si bien solo el segundo había llegado a entrar en combate, pero cada vez estaba más claro que un desembarco en Europa requeriría una remodelación total del barreminas porque lo que había disponible no servía. Era posible seguir enviando kits a África para instalarlos en los talleres de campaña, pero el material destinado a un desembarco tenía que salir de las TLC (Tank Landing Craft = Naves de desembarco de carros. Los yankees las denominaban LCT) listos para entrar en acción porque en las mismas playas había minas por millares y los barreminas tenían que entrar en acción los primeros para abrir paso a sus colegas, y la mayoría los Matilda y los Valentine no cabían en las TLC y tampoco en los Bailey con los que tendrían que cruzar cursos fluviales ya que, como es lógico, los tedescos no dudarían en volar los puentes si se veían obligados a retirarse.
El general Percy Hobart (1885-1957) |
Así pues, se celebró una reunión de todo el personal implicado en el desarrollo de estas máquinas para decidir de una puñetera vez qué camino tomar y, como no podía ser menos, había división de opiniones. Mientras que algunos miembros de los Ingenieros Reales aseguraban que los barreminas de mayales no servían para nada a pesar de haber demostrado su eficacia en África, otros, como George Rackham, jefe del departamento de ingeniería de la AEC y uno de los más brillantes ingenieros de su época, juraba por sus muelas de que los barreminas de mayales era la solución al problema, pero mandando a paseo los ya más que superados conceptos del Baron y el Scorpion de Du Toit y Berry. El barreminas que necesitaban debía funcionar con el motor del carro, no con motores externos. Ya podrán imaginar que los militares pasaron mayoritariamente de la sugerencia de Rackham a pesar de su incuestionable prestigio, salvo el general Percy Hobart, de la 79ª División Acrorazada y encargado del desarrollo de los “Hobart’s Funnies”, los “divertidos de Hobart”, o sea, los estrambóticos chismes diseñados para apoyar el futuro desembarco en el continente. Hobart no solo coincidía con la opinión de Rackham, sino que afirmaba que el futuro barreminas debía estar equipado con el rotor de mayales y el corta-alambradas, y que el carro ideal para ello era el Sherman obtenido de los yankees mediante la Ley de Préstamo y Arriendo para, de ese modo, disponer de un dispositivo que, además de despejar los campos de minas, tuviera capacidad para defenderse por sí mismo. Europa no era África, y los primeros carros que bajasen de las TLC tendría que enfrentarse con el enemigo por sí solos.
Vista lateral del Pram. Obsérvese el complejo sistema de transmisión a base de ruedas dentadas y cadenas de rodillos, así como los rodillos de apoyo bajo el bastidor |
Con todo, Rackham debía ser vidente además de ingeniero, porque unos meses antes, en marzo, ya había empezado por su cuenta el desarrollo de un barreminas basado en el Sherman: el Pram, fabricado por la firma Samuel Butler Ltd. de Leeds, que eran una de las subcontratistas para la fabricación de mayales. El Pram prescindía obviamente de motores auxiliares para el rotor, realizando la transmisión de forma similar al T1E3 que vimos en el artículo de barreminas de rodillos yankees. En este caso, se colocó una cadena desde unas extensiones instaladas en las ruedas tractoras, y a través de un juego de cadenas y ruedas dentadas transmitir el movimiento hasta el rotor. Para ayudar a soportar las 4 Tm. del dispositivo se instalaron en la parte trasera del mismo dos parejas de pequeños rodillos a cada lado, justo delante de las orugas, pero ese fue su punto flaco porque mientras caminase sobre terreno duro funcionaba estupendamente, pero en el momento en que se topaba con terreno blando se hundían sin remisión, inmovilizando totalmente el vehículo.
En esta otra foto se pueden ver la pareja de rodillos y el denso mayal de cadenas, que literalmente cavaban un surco en el suelo |
Pero los problemas no terminaban ahí. Para activar el rotor había que detener el carro, y entonces uno de los tripulantes descendía del mismo para conectar mediante unos pasadores las ruedas de tracción del vehículo a las del mecanismo del rotor. Y para redondear los inconvenientes, al estar cada rueda de tracción conectada a un extremo del rotor, el carro debía avanzar en línea recta. De lo contrario, chungo. ¿Por qué? Fácil. Todos sabemos cómo gira un carro. Se frena una de las orugas y el vehículo gira en el sentido de la cadena que va más despacio. La cadena va más despacio porque la rueda tractora disminuye de velocidad. Por lo tanto, ¿cómo un tambor que gira en teoría al unísono sigue girando con las ruedas que lo mueven haciendo lo propio a distintas velocidades? La única forma que encontró Rackham para solventarlo fue dividir el rotor en dos mitades, por lo que si una rueda frenaba, la mitad de su lado giraba más despacio. En teoría viable, pero en la práctica parece ser que resultó un fiasco majestuoso. El Pram no era la solución. No obstante, fue el mismo Rackham el que buscó un sustituto adecuado al Pram mientras que el prototipo de Crab seguía su curso.
Hacía tiempo que había quedado claro que los mayales fijos, aunque no presentaban problemas con el sistema de elevación porque, simplemente, carecían del mismo, no ofrecían la suficiente fiabilidad a la hora de batir el terreno. Bastaba una simple depresión de escasos centímetros en el suelo para que esa zona quedase sin remover, pero ese desnivel birrioso sí sería pisado por un carro de combate que podía ser destruido por una mina que un malvado tedesco, astutamente, había sembrado allí precisamente porque se había dado cuenta de las carencias de los rotores fijos. Y aparte de eso, como vimos en el caso de los Matilda provistos de dispositivos móviles, permitía elevar el rotor durante los traslados, facilitando la visibilidad al conductor. Y a todo ello habría que añadir un detalle que anteriormente no había sido tenido en consideración porque aún no se había planteado la posibilidad de un desembarco en Europa: un Scorpion o un Pram ocupaba mucho más espacio en la bodega de un barco o de un LST que un Marquis al que el barreminas se podía plegar, lo que facilitaba enormemente su transporte. Este sistema permitía mantener el barreminas elevado durante 15 minutos, pero transcurrido ese tiempo había que bloquearlo porque al detener el motor la energía hidráulica que mantenía el dispositivo en alto perdía su potencia.
Sin embargo, el Marquis no pasó de ser un mero proyecto porque lo que se buscaba a toda costa y lo que el general Hobart tenía muy claro era que el vehículo barreminas que debía desembarcar en el continente tenía que olvidarse del concepto de los motores auxiliares para accionar el rotor, y que este tenía que funcionar con la misma fuente de potencia que el carro.
Planta y sección de un Grant Scorpion III |
Mientras tanto, en África los Scorpions seguían currando a destajo porque las puñeteras minas parecían haber germinado y se reproducían solas. Entre vehículos destruidos y averiado, el parque de barreminas había mermado de forma considerable en poco tiempo, y los Valentine con que había sido reforzado el 8º Ejército ya escaseaban de forma inquietante. Una vez más, el problema no estaba en los barreminas, sino en los carros que los transportaban; por lo tanto, recurrieron también al espléndido material yankee y se olvidaron de una vez de los Matilda y los Valentine, que eran más lentos y vulnerables. En este caso echaron mano a la versión británica del M3 Lee, el Grant, que habían empezado a recibir en 1941. Modificar los Scopions existentes para adaptarlos al Grant no suponía problema alguno para el eficiente personal del Taller de Artillería de Base Nº 7, que debía contar con los manitas más cualificados de su siniestra y brumosa isla. Así pues, y para renovar por completo las depauperadas existencias de barreminas, se destinaron 70 Grant para instalarles los Scorpions que los convertirían en los nuevos barreminas del 8º Ejército, dando de baja los modelos obsoletos a medida que las nuevas unidades fueran saliendo del taller. El chisme en cuestión sería bautizado como Scorpion III.
Grant Scorpion en una calle de Sicilia en 1943. El vehículo pertenece al 3er. Rgto. County of London Yeomanry |
Sin embargo, en esta ocasión las modificaciones que se llevaron a cabo no fueron lo exitosas que se esperaba. El cañón de 75 mm. que este carro llevaba en una barbeta en el lado derecho tenía que ser eliminado porque el mayal lo hacía inservible, destinando el puesto de sus servidores al operador del mismo. Pero, siguiendo la misma pauta que con el Valentine, también eliminaron la torreta armada con un cañón anticarro de 37 mm. y una ametralladora coaxial, dejando el vehículo totalmente desarmado y el hueco libre, un hueco por el que, aparte de entrar kilos de arena, podía colarse una mina que saliera despedida hacia atrás, como ya hemos visto que podía pasar. Vamos, que se cubrieron de gloria y los tripulantes de estos chismes mostraron de inmediato su disconformidad con el invento, por lo que se pusieron a buscar las torretas y volverlas a poner en su sitio.
Scorpion IV desembarcando de un LTC. Como puede verse, el espacio disponible para pasar era bastante escaso |
En todo caso, este invento nació con los días contados por el mismo problema que arrastraban sus antecesores: su excesiva anchura, 4’2 metros en este caso, de cara a un posible desembarco para abrir un frente en Italia, concretamente en Sicilia. Por lo tanto, era evidente que hacía falta renovar el barreminas para permitir su embarque, así que se modificó por enésima vez el dispositivo, que fue bautizado como Scorpion IV. Las primeras unidades salieron del taller en mayo de 1943, cuando quedaba poco más de medio año para el desembarco de Anzio. Básicamente, la modificación consistió en un estrechamiento del bastidor, haciendo las vigas reticulares más estrechas, pero mucho más resistentes. Solo con este detalle chorra la anchura se redujo considerablemente, permitiendo el embarque en un LST aunque con un margen de apenas 12 cm. por cada lado. Vamos, algo así como sacar un paso en Semana Santa. Pero, al menos, ya disponían de un barreminas capaz de participar en el desembarco inicial mientras que el desarrollo del puñetero Crab seguía adelante. Su primera acción anfibia no tardaría mucho en tener lugar: en la madrugada del 9 al 10 de julio de 1943 comenzó la Operación Husky con el objetivo de ocupar Sicilia y usarla posteriormente como cabeza de puente contra la Península Itálica. El ciudadano Benito estaba el primero de la lista porque sus paisanos ya daban muestras de estar hartos de pegar tiros, mientras que por aquella época el ciudadano Adolf estaba aún convencido de la victoria final.
Esta operación sirvió, aparte de para darle un serio disgusto al ciudadano Benito, para tomar buena nota de los fallos del Scorpion IV. Aún era demasiado ancho para cruzar un puente Bailey y, según pudieron comprobar, el motor que accionaba el mayal carecía de potencia para golpear el suelo y detonar los nuevos modelos de minas de los tedescos, así que nueva modificación al canto, bautizada como Grant II. Como vemos en la foto de la derecha, el soporte del barreminas estaba formado por un bastidor de vigas reticulares que se había reforzado con un travesaño situado en el centro. Por el interior de dicho bastidor, más estrecho que el del Scorpion convencional, transcurrían los largos ejes de transmisión, llevando la parte delantera una chapa de blindaje para proteger dichos ejes de las explosiones. El rodillo, de un diámetro bastante mayor, tenía cuatro hileras de enganches de siete mayales cada una, los cuales estaban formados por un primer tramo de cable, a continuación una pequeña porción de cadena y una bola de acero al final. Pero lo más significativo fue la nueva disposición de los nuevos motores Dodge- más estrechos que los Ford V8-, colocados en la parte posterior del casco en sentido un poco oblicuo para dejar espacio donde conectar los ejes de transmisión y el depósito de gasofa situado entre ambos motores, fuera del alcance del fuego enemigo o de fragmentos de las minas que detonaban. Las pruebas que se llevaron a cabo fueron satisfactorias, por lo que se ordenó al Taller de Artillería de Base Nº 7 la instalación de este nuevo dispositivo sobre 24 carros Sherman, que en esta ocasión fueron denominados como Sherman Scorpion Mark V Twin (Twin por los dos motores) o, simplemente, Scorpion V.
Vista lateral del Scorpion V |
En este caso, la anchura ya no representaba ningún problema, el carro funcionaba de forma bastante eficiente y hasta se les había provisto de un sistema de demolición parecido a los torpedos Bangalore para poder transportar, colocar y detonar un largo tubo cuadrangular petado de explosivos debajo de las densas alambradas tedescas, porque lo que no tenían nada claro es que los mayales pudieran con ellas. En un alarde de refinamiento, hasta se diseñó el Scorpion V con la posibilidad de desmontar sus componentes y trasladarlos sobre el carro, todo ello con el objetivo de facilitar su embarque y ocupar el menor espacio posible. Se envió a Inglaterra una unidad de esta versión para compararla con el Crab que aún seguía en fase de desarrollo, pero de lo que se coció con la postrera y definitiva versión de los barreminas de mayales británicos lo dejamos para una entrada exclusiva dedicada al Crab porque esta se ha alargado como un purgatorio y porque, además, este modelo fue la culminación de una larga y penosa travesía en la que cada solución se convertía luego en un problema, y cada problema que se solucionaba servía para sacar a relucir otro más. En honor a la verdad, que hombres como Rackham, Du Toit, Berry, los ingenieros de la AEC y los sufridos y anónimos mecánicos del omnipresente Taller de Artillería de Base Nº 7 no se cortaran las venas al tresbolillo fue todo un acto de tesón y de fe, porque se lo curraron a tope.
Bueno, criaturas, con esto casi terminamos la historia casi interminable de los barreminas de mayales de los british. Los yankees también intentaron desarrollar un diseño propio, pero ese lo trataremos con detalle en un artículo que dedicaremos al resto de carros antiminas de los sobrinos del tío Sam. En breve, espero, daremos término a esta monografía con los entresijos del Crab que, al cabo, se acabó convirtiendo en el barreminas estandarizado de los aliados.
Hale, he dicho
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