De un tiempo a esta parte, parece que ha proliferado la idea de que los romanos hicieron uso de los perros de guerra, los temibles CANIS PVGNAX, perros de combate. De hecho, desde muchos siglos antes tenemos sobrados testimonios gráficos que demuestran que otras culturas anteriores sí emplearon perros con fines bélicos, por lo que no sería raro que un ejército como el romano no se dignara copiar a sus enemigos, como era habitual entre ellos. Pero, ¿qué hay de verdad en esto? Veamos qué podemos averiguar al respecto...
INTROITO
En su momento, ya dedicamos un par de articulillos dedicados a los perros de guerra, uno más bien generalista y otro dedicado a los chuchos peligrosos llevados por los españoles a conocer el Nuevo Mundo. Como ya se comentó, el uso militar de estos animales es más antiguo que la tos, y desde hace miles de años ya formaban parte de los ejércitos de las potencias de la época. En la ilustración de la derecha podemos ver al joven Tutankamón (c. 1342 a.C. - c.1325 a.C.) en plan victorioso, disparando su arco mientras tripula su carro de guerra. Si nos fijamos en la escena que tiene lugar debajo de los pencos del tiro, podemos ver como dos chuchos muy agresivos se entretienen mordisqueando sañudamente las cabezas de dos nubios. Esa imagen, aparentemente intrascendente, nos revela mucho más que todas las batallitas perrunas que nos pueda contar algún cuñado que se compró anteayer un rottweiler para acojonar al chiguagua de la vecina porque se mea en el macetón del portal de entrada al edificio.
Apostaría mi augusta pelambrera facial a que nunca han caído en un detalle, y es que la selectiva agresividad perruna no es fruto de su naturaleza, sino de la manipulación humana. Se calcula que los perros conviven con el hombre desde hace unos 30.000 años, más de lo que dura una hipoteca, que ya es decir, por lo que hemos tenido tiempo sobrado para, a base de cruces y adiestramiento, someter la psique de estos animales para que sean útiles en los cometidos más dispares, desde la caza a la guerra, pasando por la búsqueda, la guardia, la guía y protección de rebaños o incluso hacer monadas para hacernos compañía. En la foto de la izquierda tienen un ejemplo: una pintura rupestre hallada en los Montes Akakus (Libia), datada hace unos 12.000 años, que nos muestra a tres perros acosando a un antílope. Pero la cuestión es que estos perros no perseguían a la presa para zampársela, sino porque su dueño les había ordenado perseguirla ya que los antílopes corren más deprisa que los humanos y nos resultaba más fácil enviar tras ellos animales igual de veloces y con su agresividad sometida a nuestra voluntad.
Ahí es donde está la madre del cordero: hemos sido capaces de manipular los instintos agresivos de una especie en beneficio propio. Los predadores en libertad solo atacan si se sienten amenazados o para trincar algún bicho con el que aplacar su hambre. Pero si están saciados y el visitante no hace nada que les haga suponer que es un peligro, no le harán ni caso. Se limitarán a observarlo mientras pasa de largo y santas pascuas. Un león, una manada de lobos o un oso, no atacarán sin motivo. Un perro sí, en el mismo instante en que su amo se lo ordene. El nivel de manipulación ha llegado a tal extremo que pueden pasar de la fiereza más furibunda a menear la cola reclamando una caricia literalmente en un segundo. Bastará una orden para que el perro que dormita apaciblemente se convierta en un energúmeno ávido de vísceras, y en el momento en que se produzca la contraorden volverá a retomar su indolencia habitual aunque el objetivo de su ataque siga presente. En resumen, hemos sido capaces de convertir a estos animales en pseudo-autómatas que incluso llegan a dejarse matar con tal de obedecer la orden recibida. Un toro de lidia ataca porque se ve acorralado, sin posibilidad de escapar del coso, y acaba muerto porque no ha podido largarse con viento fresco. Pero ese mismo toro, en mitad de la dehesa, se irá echando leches en el instante en que note lo que duelen los puyazos y las banderillas, y que no hay forma de cornear al fulano vestido de colorines que lo chulea con un trozo de franela roja. Su agresividad es la natural, la defensiva. La del perro, además de natural, es impuesta por la voluntad del hombre.
En fin, creo que queda aclarado un aspecto que, por visto cotidianamente, lo consideramos como una faceta innata del carácter perruno cuando la realidad es muy distinta. El hombre, desde que empezó a convivir con estos animales, puso tal empeño en modificar sus instintos naturales que hasta consiguió que los contuviera, como por ejemplo ocurre en los perros de muestra o de cobro, que se limitan a señalar dónde se encuentra la presa en vez de abalanzarse sobre ella, o los buscan incluso bajo el agua para recuperar las piezas abatidas. Esto no es un acto natural, es, repetimos, una manipulación que, tras cientos y cientos de generaciones, se ha convertido en lo más normal del mundo. Y lo mismo ocurre con los perros que en su día se destinaron a la guerra ya que desencadenaban su ferocidad obedeciendo una orden, no porque vieran en los enemigos posibles presas. Y, ojo, estos animales estaban tan bien entrenados que podían distinguir en plena vorágine a quiénes tenían que soltar la dentellada en la pantorrilla, lo que indica que su adiestramiento se había llevado a cabo de forma concienzuda y eficaz.
Bien, la cosa es que no son pocos los autores clásicos que hacen referencia al uso de perros en los ejércitos, especialmente los de Oriente Próximo, los de las naciones situadas en los Balcanes y los griegos. Sus facetas más habituales como el pastoreo, la guarda de rebaños o el pisteo de piezas de caza se vieron aumentadas con las de vigilancia de campamentos o ciudades, incluyendo el ataque a posibles intrusos y a la persecución de huidos del campo de batalla. Ya en el siglo IV a.C., Eneas el Táctico recomendaba encadenar chuchos en el exterior de las ciudades y fortificaciones sitiadas para que, en caso de que los enemigos intentasen un golpe de mano con nocturnidad y alevosía, los ladridos de los perros pusieran sobre aviso a los centinelas, que desde siempre han tenido la fea costumbre de quedarse fritos durante las guardias. También recomendaba que estos centinelas hicieran sus rondas acompañados de perros que, obviamente, veían y oían mejor de noche que sus guías. Eso sí, se supone que no liarían un caos como el que narré sobre el phantasma que apareció en la pista de Tablada. También, según Eneas, se usaban perros como correos cual paloma mensajera terrestre. Se les colocaba el mensaje debajo del collar y partían hacia su destino, para a continuación volver al punto de origen. Cabe suponer que no eran tan listos como para indicarles un itinerario concreto, pero sí lo suficiente como para habituarlos a hacer un determinado recorrido de ida y vuelta, similar al de los perros mensajeros que se usaban en la Gran Guerra cuando la artillería volatilizaba las líneas telefónicas.
Cane corso. Según la opinión de muchos, es el descendiente directo del CANIS PVGNAX. Lo malo es que nadie sabe cómo era en realidad el CANIS PVGNAX |
Pero, como comentábamos al principio de este articulillo, prácticamente no hay referencias acerca del uso de perros por parte del ejército romano o, al menos, de perros de guerra tal como los conocemos. Hoy día han surgido bastantes opiniones que afirman que estos probos imperialistas emplearon grandes cantidades de chuchos peligrosos para lanzarlos contra sus enemigos a pesar de que ni un solo historiador latino haga mención a ese hecho. Más aún, conociendo como conocemos la forma de combatir de las legiones, así como su despliegue táctico en el terreno, el uso de perros de guerra se nos antoja bastante complicado, por lo que los únicos cometidos viables para ellos sería como perros de guarda en los campamentos, para perseguir fugitivos tanto enemigos como desertores y como mensajeros. Sea como fuere, creo que es más que obvio que, de haber sido usados en combate, los historiadores romanos que dejaron pelos y señales de todo lo referente a sus guerras nos habrían hecho llegar información al respecto.
Sin embargo, si hay bastantes testimonios de tropas romanas atacadas por perros, o tuvieron ocasión de ver como determinadas razas se mostraban especialmente útiles para determinados fines castrenses, empezando por los molosos. Estos chuchos, originarios de Molosia, en el Épiro, eran animales grandes, fuertes y especialmente agresivos. Por su aspecto, algunos los consideran como los antepasados del mastín napolitano o del cane corso, una raza de apariencia similar al alano español y que se usa como perro de presa. Para hacernos una idea, podemos tomar como modelo el famoso "Perro de Jennings" (foto de la derecha), una escultura de mármol copia de una original griega en bronce ya desaparecida y que estaría datada hacia el siglo II d.C. Como vemos, su aspecto es el de un perro de presa en toda regla: grande, musculoso, con una generosa papada, hocico corto y orejas cortadas. Un perro así puede convertirse en un enemigo temible, capaz de matar sin problemas a un hombre si este no sabe defenderse o se deja dominar por el miedo.
Y, al igual que los pueblos originarios de Grecia y los Balcanes usaron perros contra los invasores romanos, también lo hicieron los celtas a raíz de la primera visita a la isla llevada a cabo por Gaio Julio César a partir del 56 a.C. Parece ser que esta gente tenía especial apego a sus perros si bien no estaban concebidos exclusivamente para la guerra, sino como un animal polivalente que igual valía para cazar que para proteger la aldea o mordisquearle las canillas a un romano. De hecho, los perros eran un motivo recurrente en el monetario celta, y presentan animales que, por su aspecto, bien podrían ser los ancestros de los actuales galgos irlandeses, unos cánidos grandes, veloces, muy fuertes y perfectamente válidos para defender un rebaño del acoso de los lobos o para perseguir a un agresivo jabalí, aparte de guardar la casa o la aldea. Según Plinio, los perros celtas (grabado de la izquierda) se distinguían por una especial ferocidad y una lealtad granítica hacia sus amos, hasta el extremo de que, tras la conquista de la isla en tiempos de Clau-Clau-Claudio, se empezaron a exportar PVGNACES BRITANNIÆ (britanos de combate), creándose incluso la figura de un PROCVRATOR CINEGII encargado de la selección de los mejores ejemplares para exportarlos a Roma.
Más lógico es lo que vemos en la foto: un moloso con su guía, que se encargaba de cuidarlo y tal, y cuya misión era ante todo la vigilancia del CASTRVM, pero no la de combatir |
Pero, una vez más, insistimos en que esto no significa que el ejército adoptara perros de guerra. Los datos de los que disponemos, bastante ambiguos, solo sugieren que los romanos criaron perros molosos, pero no se concreta con qué fines. Es evidente que si hubiesen sido destinados a las legiones, habría datos sobre los encargados de adiestrarlos, mantenerlos y alimentarlos. Si las crónicas nos han legado hasta los nombres de los caballos de carreras más afamados, ¿no iba a haber un solo chucho heroico que apareciese en las historias de la época? De todo ello, podemos colegir lo más probable, que no es otra cosa que la selección de animales de determinadas razas para obtener ejemplares que se adaptaran a sus necesidades más perentorias, y entre ellas no estaba precisamente la de ir a la guerra. El despliegue en el campo de batalla de las legiones era algo muy complejo, y azuzar una jauría de perros contra enemigos bien armados no causaría ni remotamente el mismo efecto que un lanzamiento masivo de PILA tras el IMPETVS. Más aún, los perros, fuera de sí por su agresividad desaforada, serían ingobernables en la vorágine de la batalla, y por lo tanto inservibles.
Por lo tanto, los perros que acompañaban a las legiones debían ser mucho más útiles como guardianes, para pistear enemigos ocultos, atacar pequeños contingentes de merodeadores y llevar mensajes. Pero esa imagen de video-juego donde aparecen tropocientos chuchos con sus respectivos guías que se abalanzan sin dudarlo contra el enemigo, como que no. Este tipo de imágenes como la que vemos a la izquierda, donde un legionario cachas sujeta a su perro antes de azuzarlo contra el enemigo no tiene base histórica alguna, y no es mencionada en una sola crónica. Se siente, pero las cosas son a veces así de decepcionantes. Ya me dirán cuántos perros harían falta para hacer retroceder a una caterva de germanos cabreados, bien armados y a los que bastaba un tajo de espada para descabezar a su enemigo de cuatro patas.
En resumen, me temo que el pavoroso CANIS PVGNAX estaba destinado a otros menesteres menos castrenses y más domésticos y, sobre todo, circenses. Como sabemos, en las VENATIONES se efectuaban simulacros de cacerías de fieras donde se acosaba y daba muerte a tigres, leones, osos y demás animalitos especialmente fieros y fuertes. Para ayudar a los VENATORES y BESTIARII, es evidente que hacían falta algo más que perros falderos, y para ello nada mejor que recurrir a los enormes molosos que, formando una jauría, podrían sujetar a una fiera agotada para que el figura de turno lo rematase de un lanzazo. En el fragmento de la derecha vemos una escena de una VENATIO en la que dos perros que parecen lebreles acosan a un gamo y un antílope, lo que demuestra que su uso en estos espectáculos debía ser habitual. Por otro lado tenemos la opción del BESTIARIVS que se enfrentaba a uno o más perros, o los fulanos que eran condenado a morir AD BESTAS, y para ello nada mejor que un perro adiestrado para atacar. Esperar a que un león se abalance contra un hombre inmóvil e indefenso podía ser desesperante, pero uno o más perros adiestrados para atacar lo harían en cuanto su guía lo ordenase, abreviando la espera para regodeo del sádico público asistente. Finalmente, podemos también considerar las peleas de perros, igual de entretenidas para el respetable que las de leones o entre perros con cualquier otro bicho.
Y concluyamos, que ya es hora de merendar. No hemos entrado a analizar el uso bélico de otros pueblos que, en estos casos, sí hicieron uso de perros de guerra, pero estos no eran el objeto de este articulillo. Aquí hemos tratado de indagar si, verdaderamente, las legiones emplearon perros de combate, y por lo que vemos no fue así. No hay referencias al respecto, y las mínimas representaciones artísticas no conducen a nada claro. Por citar una, tenemos una escena de la Columna de Marco Aurelio en la que vemos unos perros desembarcando junto a las tropas en el contexto de la campaña del Danubio. Pero la presencia de esos dos únicos perros más bien nos indican que eran perros guardianes, no perros de guerra. No vemos en ninguna parte los cientos de animales que harían falta para ofender a un ejército formado por miles de hombres.
CAVE CANEM. CUÑADOS, VADE RETRO |
Finalmente, una consideración de tipo semántico: PVGNARE significa luchar, por lo que un CANIS PVGNAX era un perro de lucha, pero de la misma forma que nosotros clasificamos como perros de presa a determinadas razas aunque los dediquemos a acariciarles el lomo mientras nos joden los cojines del sofá. Un rottweiler, un bulldog, un dogo de cualquiera de sus variantes, un alano, un mastín, etc., son razas de presa, son CANIS PVGNAX, pero nunca harán otra cosa que dormitar, devorar sacos de pienso que valen carísimos y mearse en la rueda del coche del vecino. Y, con suerte, ladrarán y se mostrarán agresivos con los intrusos como aquellos perros romanos cuyos dueños advertían que había que tener cuidado con ellos porque tenían muy mala leche: CAVE CANEM, cuidado con el perro. Uséase, lo mismo que hoy día. Por lo tanto, la conclusión a la que podemos llegar es el que el CANIS PVGNAX era, como en el caso de los celtas, un perro grande y fuerte que valía para cualquier cosa, pero que nunca fue destinado a protagonizar una batalla.
Bueno, no creo que se me olvide nada relevante, de modo que colorín colorado, el articulillo se ha acabado.
Hale, he dicho
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