El broquel fue uno de los escudos más extendidos durante la época que nos ocupa. Era un escudo pequeño, a veces de un diámetro ridículo en comparación con las rodelas usadas por la caballería. Por lo general, su diámetro oscilaba entre los 20 y los 40 cms., si bien los más comunes eran los más pequeños. Pero el broquel no estaba concebido para proteger el cuerpo contra los disparos de flechas o detener el filo de un hacha, sino para desviar los tajos de espada del adversario. Su pequeño tamaño los hacía muy manejables y ligeros, lo que permitía que, siguiendo el movimiento instintivo de la mano que lo empuñaba, permitiese a su usuario, más que detener, desviar los golpes o estocadas dirigidas contra él. Pero su uso no solo se limitó a los campos de batalla, sino que los maestros de esgrima de la época lo incluyeron en sus tratados como parte de sus técnicas y, por su reducido tamaño, solía ser llevado por los sicarios y matasietes de turno en sus correrías nocturnas por si se veían envueltos en una reyerta.
Ya en una época tan temprana como el siglo XII se tiene constancia del uso de este pequeño y versátil escudo. De hecho, la iconografía comprendida entre los siglos XII y XVI en las que aparece el broquel es extensísima. Como ya se puede suponer, era un escudo destinado exclusivamente para combatir a pie. Y no solo empuñado por peones, sino también por hombres de armas y caballeros. En el primer manual de esgrima conocido, el “Eskirmye de bokyler” (Esgrima de broquel) ya nos hace saber que su uso estaba bastante difundido en el siglo XII, y en sus ilustraciones aparecen diferentes lances entre caballeros armados de espada y desviando los golpes de su contrincante con un pequeño broquel. La morfología de estos escudos permaneció prácticamente inalterable durante todo el tiempo en que estuvieron operativos, y cuando a raíz del uso masivo de armas de fuego en los campos de batalla los escudos fueron relegados a la obsolescencia y dejaron de formar parte del armamento defensivo de las tropas, aún se siguió usando en las salas de esgrima hasta incluso el siglo XIX.
En España fueron usados con profusión, tanto por infantería como por caballeros y hombres de armas, e incluso en algunos casos debía formar parte obligatoriamente de la panoplia de los guerreros. En unas ordenanzas promulgadas en 1363 en Aragón, se indicaba que las tropas a caballo que guarnecían las fronteras del reino debían ir dotadas de peto, camisa de malla, yelmo, lanza y broquel. Ya en el siglo XV, la nueva disposición táctica desarrollada por Gonzalo Fernández de Córdoba, las coronelías o tercios, dieron un papel muy importante a las unidades de espaderos que, junto a piqueros y arcabuceros, se adueñaron de los campos de batalla de Europa durante más de cien años. En su “Arte de la guerra”, Maquiavelo cuenta como en la batalla de Rávena (1512) entre tropas españolas y francesas apoyadas por los afamados piqueros mercenarios suizos, los primeros se introdujeron entre el bosque de picas armados de espada y broquel, apuñalando a mansalva a los piqueros. Estos, una vez superadas su línea de moharras, quedaban indefensos ante tropas decididas que, armados ligeramente, se colaban por entre las astas o por debajo de ellas, desviando los puntazos de las picas con sus broqueles y, llegando al cuerpo a cuerpo, acuchillarlos a su sabor. Su morfología, como ya se ha dicho, permaneció prácticamente inalterable durante los siglos en que estuvo operativo. Aunque su diseño original era circular, también se fabricaron ovalados, trapezoidales y romboidales, estos con estrías en su contorno que le daban un aire más decorativo que verdaderamente práctico. Los materiales podían ser madera, cuero, metal, capas de lana encoladas o incluso el corcho, estos últimos mencionados por Cervantes y Vélez de Guevara en sus obras. Veamos los tipos más extendidos y significativos:
En la lámina de la izquierda tenemos un broquel convencional. Como se ve, está fabricado con madera. En su contorno lleva un aro de hierro o bronce tanto para reforzar su estructura como para protegerlo del filo de las espadas. En el centro sobresale un pronunciado umbo de hierro, pieza característica de los broqueles, que daba alojamiento y protección a la mano que lo empuñaba. En su reverso vemos el asa para empuñarlo, llamada manija, en este caso una pieza rígida de madera. El umbo que aparece debajo es una variante de estas piezas denominadas blocas, que no eran otra cosa que un umbo terminado en punta para golpear al contrario. Esto podía causar severas heridas, especialmente en la cara.
En la lámina de la derecha vemos un broquel de cuero. Este se trataba para endurecerlo, de forma que alcanzaba una solidez nada desdeñable si bien, por razones obvias, era un material más susceptible de deteriorarse con el uso o las condiciones meteorológicas. Al igual que el anterior, el asa o manija es una pieza de madera.
El que aparece en la lámina de la izquierda es un broquel enteramente metálico. Como se puede apreciar, se trata de una pieza totalmente lisa, sin adornos de ningún tipo, muy adecuada para desviar tajos lanzados por el adversario. En este caso, la empuñadura es una tira de grueso cuero remachada en el borde del escudo mediante dos chapas metálicas. Su contorno es un cordón más grueso que la chapa con que está fabricado a fin de reforzarlo contra los golpes de filo.
Las dimensiones de los broqueles, como ya se comentó, eran bastante variables, oscilando entre los 20 y los 40 cms. aproximadamente. Su peso, en el caso de los metálicos, rondaba los 2 Kg. Los de madera y cuero, por razones obvias, eran más livianos. Bueno, con esto terminamos esta primera entrada dedicada a los escudos. Serán varias más porque hubo diferentes tipos a lo largo del período que nos ocupa. El fin del escudo fue debido, como la mayoría de las armas de defensa pasiva, consecuencia de la aparición y posterior proliferación de las armas de fuego, que los convirtieron en inservibles y en un estorbo más que en una defensa. Ya no había nada capaz de detener una bala disparada por un arcabuz, y los añejos escudos que tanta guerra dieron quedaron relegados a lucir en ellos los blasones de sus dueños encima de la chimenea de casa, pero de la heráldica ya hablaremos en mejor ocasión.
Una variante de este modelo sería el que aparece en la lámina de la derecha. Como se ve, de su umbo emerge una afilada punta con sección de punta de diamante de unos 15 centímetros de largo que, llegado el caso, actuaba como una daga con la que se podía matar sin problemas al enemigo de un puntazo en el cuello o la cara, o incluso en el abdomen si no lo llevaba adecuadamente protegido. En este caso, la manija es también una pieza de madera sólidamente unida al broquel mediante dos láminas de hierro.
Hale, he dicho
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