Bueno, proseguimos con una entrada más acerca de la Gran Guerra que viene de perlas para mejor compresión de la que se publicó ayer. Así, al espanto de verse formando parte de una carga de bayonetas, podremos añadir como eran las máquinas que segaban las vidas de los desgraciados que caían acribillados nada más salir de las trincheras. Hablamos, naturalmente, de las ametralladoras.
Estos artefactos sufrieron bastantes cambios desde su invención a mediados del siglo XIX tanto en su diseño como en su apariencia y en su uso táctico. Picando aquí podrán ponerse al tanto del tema antes de proseguir la lectura.
Servidores de una ametralladora alemana MG-08/15 |
¿Ya? Bien, proseguimos...
Caballo provisto de arnés para transportar una Vickers con su afuste, respetos y munición |
Cuando estalló el conflicto en 1914, la dotación de ametralladoras en los ejércitos en liza era bastante escasa. En el ejército de Gran Bretaña y los de la órbita de su vasto imperio tenían asignadas dos máquinas por batallón, y en Alemania la proporción era similar, ya que disponían de seis máquinas más una de reserva para un regimiento formado por tres batallones, si bien los batallones de cazadores contaban con una compañía de seis ametralladoras asignada a cada uno. En aquella época, el concepto táctico de estas armas era el de meras acompañantes de la infantería durante su avance lo que, debido al elevado peso de las mismas junto a su afuste, munición y respetos, obligaba a transportarlas en mulos o en pequeños carros tirados por los mismos servidores o incluso perros. Sin embargo, en el momento en que la infantería se vio obligada a enterrarse en las trincheras, lo cual ocurrió bastante pronto, las ametralladoras iniciaron su "reinado del terror" que duró hasta el final de la contienda.
Esquema de una trinchera con tres nidos de ametralladoras. Los conos en rojo representan el fuego cruzado |
Así pues, una vez que las trincheras se convierten en la nueva forma de guerra, lo esencial es disponer de una potencia de fuego que impida al enemigo avanzar y apoderarse de las posiciones propias. Y aquí es donde la ametralladora cumple su misión de forma implacable, ya que su cadencia de tiro equivale a la de 30 o 40 fusileros. En términos prácticos, podríamos decir que cuatro ametralladoras superaban sin problema la potencia de fuego que era capaz de desplegar una compañía de infantería. Fueron los alemanes (como no) los que desarrollaron la más devastadora táctica para aniquilar literalmente batallones enteros cuando estos se aventuraban a avanzar por la tierra de nadie: el fuego cruzado. Era algo bastante simple, pero de una eficacia terrorífica. Las máquinas emplazadas en la zona afectada por el ataque enemigo disparaban formando un cono de fuego de forma que se cruzasen unos con otros, lo que convertía la tierra de nadie en infranqueable. Emplazadas en posiciones muy bien protegidas, solo vulnerables ante la acción de la artillería, nadie podía pasar cuando varias ametralladoras realizaban fuego cruzado.
MG-08 alemana en posición de tiro. La máquina con el afuste y el depósito de refrigeración lleno pesaba 62 kg. y además había que contar con la munición |
Sin embargo, y a pesar del abrumador número de bajas producidas por las ametralladoras, estas mostraron al cabo de no mucho tiempo su principal limitación: eran pesadas y engorrosas de emplazar, por lo que no podían acompañar a la infantería en las ofensivas. Esto era de una importancia vital ya que, en caso de que la ofensiva tuviera éxito, los asaltantes victoriosos se veían desprovistos de la potencia de fuego que les proporcionaban las ametralladoras, así que los cerebros pensantes de turno se pusieron a trabajar para poner remedio a este problema mientras el número de máquinas aumentaba notablemente. En el ejército alemán, por ejemplo, de las seis ametralladoras por regimiento asignadas en 1914 se pasó a 18 en agosto de 1916. En esa época había ya 11.000 máquinas en servicio contra las casi 2.200 de inicios de la guerra solo en el ejército imperial germano.
La solución fue una ametralladora desprovista del pesado afuste, el cual era sustituido por un bípode que, aunque le daba menos estabilidad, era más ligero y cumplía su cometido. La alimentación de las máquinas se realizaba de diversas formas a fin de facilitar el transporte de la munición. A la izquierda tenemos las dos ametralladoras más difundidas entre ambos bandos: la alemana MG-08/15 era una versión aligerada de su antecesora, la MG-08. Al no disponer de afuste pesado se la dotó de una culata para poder controlar el arma mientras se hacía fuego, y el disparador trasero fue movido de sitio en forma de pistolete. La refrigeración seguía siendo por agua, mientras que la alimentación podía ser por las cintas convencionales o bien por un tambor adosado en su costado derecho con capacidad para 100 o 200 cartuchos. El conjunto pesaba 30,8 kilos, menos de la mitad que su hermana mayor y, lo más importante, solo necesitaba dos hombres para su manejo, el tirador y el servidor. La que vemos abajo es una Lewis británica. La Lewis fue una solución bastante buena porque la refrigeración era por aire, con lo cual ya se ahorraban los 3 ó 4 kg. de peso del agua, y la alimentación era mediante platos con capacidad para 47 o 97 cartuchos. Lo mejor, su peso: apenas 13 kg. que podían ser transportados sin problemas por el tirador mientras el servidor cargaba con las cajas de los platos. De hecho, la Lewis era un codiciado botín por parte de los alemanes, que así disponían de una ametralladora ligera eficaz y fiable para armar sus stürmtruppen (tropas de asalto).
Los franceses adoptaron el Fusil Ametrallador mod. 1915, más conocido como Chauchat en honor a su inventor, el coronel del mismo nombre, y del que se fabricaron nada menos que 262.000 ejemplares a pesar de ser la peor arma automática de las usadas en el conflicto, aparte de ser feo de cojones. Padecía constantes interrupciones debido al sobrecalentamiento, así como por el pésimo diseño de su cargador semicircular para 20 cartuchos o la suciedad, que abundaba en el campo de batalla como ya podemos suponer. El ejército americano lo adoptó cuando entró en guerra en 1918 para llevarse una desagradable sorpresa ante lo mal que funcionaba el chisme aquel, por lo que apremiaron al personal en USA para disponer del primer fusil ametrallador verdaderamente eficaz, ligero, con buena potencia de fuego y, sobre todo, extremadamente fiable: el FN BAR, que usaba cargadores de 2o cartuchos y solo precisaba de un hombre tanto para su manejo como para transportar la munición.
Bien... estas eran las máquinas que, junto con la artillería, convirtieron la guerra en algo que iba más allá del infierno. A su tremenda potencia de fuego habría que añadir que su munición era barata, fácil de producir y de hacer llegar al frente, por lo que su poder destructivo era inagotable. Un buen ejemplo lo tenemos a la izquierda, donde vemos una posición perfectamente protegida incluso contra fuego de mortero. Obsérvense las cintas usadas así como las cajas de munición vacías apiladas a ambos lados de la rudimentaria casamata. No se conoce, ni se podrá conocer, cuanta munición fueron capaces de consumir estas máquinas, pero puede servir de orientación que una Vickers podía disparar 10.000 cartuchos a la hora precisando solo un cambio de cañón, lo que requería apenas un par de minutos. En términos reales, en agosto de 1916 la 100ª Compañía de Ametralladoras del ejército británico dispararon durante un ataque alemán sus diez máquinas durante doce horas seguidas un millón de cartuchos. Los germanos tampoco se quedaban atrás a la hora de trinchar carne, ya que sus MG-08 fueron las que liquidaron a la inmensa mayoría de los 60.000 ingleses que murieron en el primer día de la batalla del Somme.
En la próxima entrada hablaremos de los detalles de las ametralladoras más significativas, así como de alguna que otra curiosidad curiosa acerca de ellas.
De momento, vale por hoy.
Ametralladoras Maxim tiradas por mastines. La imagen pertenece al ejército belga a comienzos del conflicto |
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