No, no va de temas boticarios ni de pastillas de veneno. Las cajas de píldoras o "pillbox" era como los británicos denominaban de forma familiar a los bunkers alemanes, esas pequeñas fortificaciones en forma de cupulillas birriosas que apenas sobresalían sobre el terreno y que contenían, en vez de pastillas para la tos, una ametralladora capaz de aliñar a una compañía de fusileros en cuando asomasen la jeta. Así pues, y siendo una temática novedosa en el blog, sirva esta entrada como introducción en la materia y obertura para entradas posteriores ya que colijo que es un tema bastante interesante para todos los obsesos, como yo, por los temas militares de todas las épocas.
Cúpula de acero en las cercanías de St. Malo, en Francia, un pelín castigada por la artillería aliada. Colijo que los defensores de la casamata acabaron con una terrible jaqueca |
Estas fortificaciones proliferaron bastante tras la suntuosa escabechina de la Gran Guerra, en la que quedó sobradamente demostrado que la época de los conflictos bélicos gallardos que se solucionaban a base de testiculina habían pasado a la historia, y que las guerras modernas se ventilaban a base de potencia de fuego, ya fuese en forma de artillería o caída desde el cielo por los cada vez más modernos y mortíferos aeroplanos. Podríamos decir que en el primer conflicto donde las fortificaciones modernas proliferaron enormemente fue en el violento cambio de impresiones que tuvimos en España entre los años 36 y 39 del pasado siglo. Los ciudadanos que habitan en Madrid habrán visto en sus garbeos por la Casa de Campo las abundantes casamatas que aún perduran y perdurarán durante siglos, porque esas moles de hormigón pueden durar más que un martillo metido en manteca. De hecho, y a modo de curiosidad, cuando dio término la Segunda Guerra Mundial el gobierno gabacho estudió la posibilidad de volar todas las fortificaciones construidas por los vencidos y abominados tedescos en la línea defensiva conocida como Muralla del Atlántico. Bien, pues cuando vieron el costo que supondría solo en explosivos decidieron dejarlas como estaban por si algún día le daba al personal por ir a verlas en plan turista, como así sucedió.
Bunker ubicado en las cercanías de Teruel |
Por cierto que en esto los gabachos son más listos que nosotros ya que en España tenemos cantidad de fortificaciones de este tipo que solo sirven de picadero para parejas fogosas, para que los yonkis se pongan hasta arriba de farlopa de forma discreta, o incluso como letrina para repentinos apretones en lugares poco apropiados para bajarse los pantalones sin más. De hecho, no solo se construyeron durante la Guerra Civil, sino con posterioridad a la misma con vistas a detener posibles ataques de alemanes, o de ingleses, o de cualquiera que le diera por ahí durante los inseguros años de la guerra mundial, y se pueden ver tanto en las costas como en la zona de los Pirineos, donde se construyeron líneas defensivas a lo bestia con cantidades masivas de fortificaciones en prevención de que al inefable Adolfo le diera el avenate y quisiera plantarse en Gibraltar cruzando España de cabo a rabo sin permiso. En fin, ¿a quien no le molaría una ruta de bunkers como Dios manda?
Bien, vamos al grano... El término bunker procede del alemán, como creo es de todos sabido. Bunker significa fortín en ese idioma tan difícil de pronunciar para un mortal que no sea germano y, quizás porque estos sujetos tan belicosos fueron unos verdaderos artífices en su diseño y desarrollo, la cosa es que ha sido el término que ha tenido más éxito y el que todo el mundo usa. En español sería más correcto usar casamata o nido, que define a la perfección este tipo de fortificaciones pero, en cualquier caso, que cada uno haga uso del que prefiera. Su diseño básico podemos verlos en la ilustración inferior:
Es, como vemos, lo mínimo que se despachaba en fortificaciones: una simple cúpula de hormigón semienterrada con una o más aberturas a fin de cubrir el mayor número de ángulos posibles y una entrada trasera protegida por una pared de hormigón. En su interior se disponía una banqueta o repisa de obra para emplazar la ametralladora o, caso de no haberla, valía cualquier recurso de circunstancias: sacos terreros, tablas o cualquier superficie medianamente uniforme. Su forma no tenía que ser necesariamente redonda, como es lógico. Podemos ver también casamatas de planta cuadrangular o incluso poligonales, así como comunicadas una serie de ellas mediante un corredor subterráneo, una trinchera, o combinaciones de casamatas de este tipo con otras de más envergadura destinadas a refugios, a albergar piezas de artillería y/o puestos de observación o de mando.
El grosor de las paredes oscilaba entre 1 y 2 metros, capaces de resistir sin problema un disparo directo de un obús de campaña. Con todo, era primordial que la calidad de los materiales fuese adecuada ya que, de lo contrario, podría verse literalmente volatilizado. Por poner un ejemplo, la composición por metro cúbico del hormigón usado en la Línea Vallespín, diseñada para bloquear un hipotético ataque alemán por la zona comprendida desde Irún hasta Navarra, era de 0,3 m3 de arena, 0,9 m3 de grava y 400 kilos de cemento. Su construcción requería ante todo fabricar una estructura de fermachines que le darían tanto la forma como la consistencia adecuada ya que, de no hacerlo así, el hormigón sin más sería muy frágil. A la derecha tenemos un ejemplo que muestra un bunker artillero en plena construcción. La parte encofrada sería la abertura para el emplazamiento del cañón.
Tras concluir la estructura metálica se procedía a realizar un encofrado previo al vertido del hormigón. Lo podemos ver perfectamente en la imagen de la izquierda, correspondiente a uno de los nidos de ametralladoras de la Línea Vallespín. Una vez seco el hormigón, lo que podía tardar semanas teniendo en cuenta el grosor de los muros, se procedía a retirar el enconfrado. En la parte inferior de la foto vemos la banqueta corrida en todo el perímetro del recinto, destinada como se ha dicho a servir de soporte a las ametralladoras.
Bunker perfectamente mimetizado |
Bien, visto esto, muchos se preguntarán para qué servían estas pequeñas fortificaciones. Bueno, la respuesta es evidente: cerrar el paso al enemigo. Obviamente, una casamata no se edificaba en cualquier sitio, y menos en una época en que la guerra dejó de ser estática para ser extremadamente móvil. Así pues, su misión era controlar los accesos por los que el enemigo no tenía más remedio que pasar si quería avanzar: carreteras, cañadas, vías férreas, cursos fluviales, etc. Dos o tres nidos de ametralladoras podían literalmente cerrar el paso impunemente a una unidad del tamaño de un batallón que avanzase por una carretera. Sus piezas de artillería no podían destruirlos, y la única forma de pasar era rodearlos y dejarlos atrás o intentar aniquilarlos por retaguardia. Pero, ¿era tan fácil?
Pues no. Eso que vemos en las pelis del héroe que avanza a galope tendido hasta alcanzar la aspillera del bunker y arroja dentro una granada de mano queda muy chulo, pero no era tan facilón. Porque las pelis olvidan un detallito, no se si queriendo o no: estas fortificaciones no estaban solas. Y no me refiero a que había más de una estableciendo una línea y cubriéndose unas a otras, que eso se da por sentado, sino que contaban con pozos de tiradores que les daban cobertura precisamente para impedir la aproximación del enemigo por los ángulos muertos. Abajo tenemos un ejemplo hipotético que nos permitirá verlo con más claridad:
Ahí lo tenemos. El nido, pintado de rojo, tiene ante sí un campo de tiro de al menos 45º. Sus aspilleras apenas sobresalen unos centímetros sobre la suave pendiente del terreno, pero un enemigo audaz puede intentar aproximarse por los flancos. ¿Cómo se impide? Pues con los hombres situados en los pozos de tirador pintados de azul, desde donde se controlan todos los ángulos posibles. Bien provistos de munición y granadas de mano, estos hombres pueden detener en seco a cualquier héroe con ganas de obtener medallas a destajo, y nadie podrá acercarse al nido mientras que los pozos estén ocupados. En caso de necesidad, siempre podrían evacuarlos a través de las trincheras o galerías subterráneas que los unen con el nido, donde se unirán a su defensa. En la ilustración de la derecha tendríamos la sección del nido que representamos arriba para hacernos una idea de su posición respecto al terreno.
Pero, además, localizar uno de estos reductos no era precisamente fácil. Su camuflaje era perfecto ya que, aparte de sobresalir muy poco sobre el terreno, se cubrían de tierra en muchos casos a fin de ser absolutamente invisibles incluso desde el aire. Un buen ejemplo lo podemos ver a la derecha, en el que se aprecian los fermachines que sobresalen del hormigón para retener la capa de tierra y forraje. En muchas ocasiones, y de esto los nipones sabían mucho, un bunker no era visible ni estando prácticamente encima. Lo esencial era sorprender al enemigo y abrir fuego de forma que, aunque se retirasen, dejasen atrás multitud de bajas.
Uno de los 700.000 bunkers de Hoxha en pleno vecindario. Actualmente creo que se usa para impedir la entrada a los pisos de cuñados gorrones |
Por lo demás, la densidad de este tipo de fortificaciones iba en consonancia con el nivel de importancia de la zona donde se encontraban, independientemente de que estuvieran complementados con otros tipos de fortificaciones que iremos viendo en sucesivas entradas. Lo que acabamos de ver era el bunker, nido o casamata, digamos, básico, o sea, el nivel más bajo de todos los elementos defensivos. Sin embargo, su importancia no era precisamente baladí ya que, gracias a su pequeño tamaño y la facilidad con que podían ser camuflados, se libraban de ser el objetivo de las preparaciones artilleras o los bombardeos aéreos que se ensañaban con otras fortificaciones de más envergadura. Por ello, cuando el enemigo avanzaba confiado en no encontrar resistencia, se quedaba con un palmo de narices cuando se desencadenaba un infierno en forma de fuego de ametralladora que les convencía rápidamente de que lo mejor para conservar la salud era dar media vuelta y salir echando leches. Se les daba tal importancia a estos pequeños fortines que Enver Hoxha, el paranoico último dictador comunista de Albania, que era tan comunista que hasta veía a los soviéticos como unos fachas, mandó construir nada menos que 700.000 de ellos para que cada hombre útil se hiciera fuerte en los mismos en caso de verse invadidos por los rusos. Como una cabra, vaya. Por cierto que, hoy día, al parecer son usados por la juventud albanesa como albergues gratis total.
Bueno, ya seguiremos.
Hale, he dicho
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