Para un arma de ese tipo un silenciador no serviría de gran cosa |
Como es de todos sabido, las armas de fuego revolucionaron el arte de la guerra tanto en cuanto mataban con más eficacia y a más distancia que las armas convencionales al uso hasta la proliferación de los añejos truenos de mano, bombardas, culebrinas y demás artefactos diabólicos. Pero estos chismes tenían un inconveniente notable: mientras que uno podía apiolar a un enemigo de forma silenciosa con la ayuda de un arma blanca, un disparo ponían sobre aviso hasta a los cuñados del occiso que estaban a un kilómetro a retaguardia, así que había que dar con alguna forma de silenciar las armas de fuego. Esto, como es lógico, no se planteó hasta la época en que los primeros francotiradores se vieron en la necesidad de que el sonido del disparo no delatase su posición, que bastante complicado lo tenían aún cuando se inventaron las pólvoras de base nitrocelulósica que mandaron al baúl de los recuerdos a la pólvora negra, cuya densa humareda blancuzca era visible a cientos de metros.
Pero antes de entrar en materia conviene aclarar una serie de conceptos que, por lo general, son desconocidos para la mayoría del público que, como anticipaba en el pie de la foto de cabecera, suele dar por sentado que los silenciadores- o supresores, como también se les denomina- permiten disparar reduciendo el estampido a poco menos que a un escupitajo inaudible a más de 8 ó 10 metros de distancia. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Dependiendo del tipo de munición y del largo del cañón, un disparo de un cartucho calibre 9 mm. Parabellum viene a producir unos 160 dB, los cuales solo se verán reducidos unos 30 ó 40 dB con un supresor normal, o sea, un sonido con una intensidad equiparable al producido por la sirena de una ambulancia o un camión de bomberos. Ojo, eso no quiere decir que todo el barrio escuche el tiro ya que el sonido que sale del silenciador es diferente al de un disparo y, por ello, es más difícil de identificar y más fácil de confundir gracias al ruido ambiental. Como vemos, es más potente que el típico escupitajo peliculero, y superior en intensidad al de una ciudad atestada de tráfico rodado o incluso el cd de "Los Chunguitos" con que el vecino nos intensifica nuestras ansias homicidas poniéndolo a todo volumen a horas intempestivas ¿Que por qué son entonces tan complicados de localizar sin no son tan silenciosos como pensaba? Ahora lo veremos.
Cuando se produce un disparo se juntan varios sonidos, o sea, que el típico "¡bang!" es en realidad la suma de varios sonidos que se producen de forma cuasi simultánea pero que, si somos capaces de separarlos unos de otros, nos permitirán, si no silenciarlo por completo, sí reducirlo. Aparte del sonido que produce el pistón cuando detona y deflagra la pólvora contenida en el cartucho (ojo, que solo en esa chorrada ya hablamos del orden de entre 90-110 dB), cuando la bala avanza por el ánima desplaza el aire que contiene y que se une a los gases producidos por la combustión de la pólvora que se cuelan por las estrías debido a las tolerancias entre el diámetro del cañón y el calibre de la bala, adelantando al proyectil. En ese caso se produce un efecto de compresión denominado onda precursora la cual produce un fuerte sonido cuando sale por la boca de fuego. Dichos gases mezclados con el aire que contenía el cañón se vuelven a inflamar al entrar en contacto con el oxígeno del aire alcanzando una velocidad supersónica que produce un fuerte estampido. Es la llamada onda de boca. Luego, cuando tiene lugar la salida de la bala por la boca del cañón seguida por los gases de la pólvora, tendrá lugar una onda de irrupción cuya intensidad será mayor cuando más rápido y más grande sea el proyectil e, inmediatamente, se produce la onda de choque al impactar la bala contra el aire, produciéndose el sonido más potente de todos los que tienen lugar durante un disparo.
Croquis que señala las diferentes áreas de localización de un tirador provisto de supresor |
Para hacernos una idea, es el mismo efecto que produce la tralla de un látigo: al viajar a velocidad supersónica golpea el aire, y ese es el chasquido característico de esos chismes tan desagradables. Y el motivo por el que es difícil localizar a un tirador equipado con un supresor es simplemente debido a que, desde la zona situada frente al mismo, no se puede situar en qué lugar el proyectil rompe la barrera del sonido porque se desplazará muchos metros hasta que su velocidad se reduzca lo suficiente, cosa que sí es posible si el que escucha está situado detrás. Para comprendernos: cuando un avión supersónico rompe la barrera del sonido produciendo un tremendo estampido miramos al cielo buscando el aparato, pero este no está porque ya pasó por encima nuestro varios segundos antes. Hemos oído el sonido, pero no somos capaces de saber de donde procede ni a qué distancia se encuentra el avión. Lo mismo le ocurre al que está frente al tirador: escucha el sonido, pero no es capaz de saber de donde viene ni a qué distancia está. Por esa razón, el tirador debe permanecer inmóvil como un pedrusco ya que si no lo delata su movimiento o algún destello es imposible localizarlo. El enemigo sabrá que ante él hay un tirador, pero no tiene ni puñetera idea de donde está y, lo más inquietante, tampoco sabe cuando sonará el siguiente disparo, el cual ni siquiera llegará a escuchar porque la bala se incrustará en su cráneo antes de que el estampido producido por la bala al romper la barrera del sonido llegue a él. Por eso los francotiradores provistos con supresores ejercen una terrible presión psicológica aún mayor en el enemigo. Saben que están, pero no pueden localizarlos y menos aún eliminarlos salvo que cometan un error y delaten su posición.
Bien, esos son grosso modo los principales sonidos que se producen durante un disparo y, como vemos, menos el producido por la velocidad del proyectil son todos consecuencia del impacto de los gases de la pólvora y el aire contenido en el interior del cañón, así que en lo primero que pensaron fue en como contener dichos gases para impedir que salieran al exterior. Así comenzaron a proyectarse los primeros silenciadores.
El primer supresor que funcionaba, al menos en teoría, fue desarrollado en 1900 por un tal Josef Hutfless, un probo ciudadano austriaco que desarrolló un diseño basado precisamente en la eliminación de los gases producidos por el disparo, algo muy similar al sistema que años más tarde usó el Dispositivo Bramit empleado por los revólveres Nagant que ya vimos en su día. El invento fue patentado en Viena el 1 de junio del año siguiente con el número de patente 5478, y la intención del inventor no era que su diseño sirviera para asesinar cuñados de forma taimada y sutil sino para, simplemente, poder practicar el tiro sin molestar al vecindario. O sea, que el uso primigenio de estos chismes no era bélico, sino deportivo. El silenciador de Hutfless consistía en un proyectil impulsado por un pistón obturador (fig. A) que, una vez alcanzada la boca del cañón, se detenía gracias al estrangulamiento situado al final de la misma (fig. B). La bala se desprendía del pistón y salía disparada produciendo, según Hutfless, apenas un leve silbido. Los gases de la pólvora eran evacuados hacia dos cilindros colocados bajo el cañón (fig. C), impidiendo de ese modo cualquier fuga de los mismos. A continuación había que extraer el pistón con la ayuda de una baqueta sacándolo por la recámara del arma, por lo que el uso de este supresor obligaba a efectuar los disparos de uno en uno. O sea, válido en plan lúdico, pero ni pensar usarlo en combate. Además, el silenciador requería el uso de una munición especial que, como hemos visto, estaba formada por el pistón obturador y la bala sub-calibrada. En definitiva, un coñazo.
En 1902 un tedesco por nombre Hugo Baudisch diseñó otro silenciador que, en este caso, no requería el uso de munición especial. El arma podía usar la suya normal, y la supresión del sonido se lograba, en teoría, mediante una válvula que obturaba la boca del silenciador en cuanto el proyectil lo abandonaba. En la figura A vemos como la bala llega al final del cañón y se dispone a entrar en el cuerpo del silenciador. Dentro del mismo se aprecian dos deflectores que ayudarán a retener los gases, y en la parte inferior tenemos el pistón y la leva que accionarán el obturador. En la figura B tenemos la bala que acaba de pasar por el primer deflector. Los gases empiezan a empujar hacia abajo el pistón que, a su vez acciona la leva haciendo subir el obturador. En la figura C la bala acaba de salir por la boca del silenciador mientras que el obturador lo ha sellado por completo. Tras el disparo, el muelle plano situado en la parte inferior del mecanismo empujará la leva y el pistón devolviéndolos a su posición inicial, abriendo el obturador y dejando que los gases salgan, pero ya sin emitir ningún ruido porque se han apagado y carecen de velocidad. Pero, como ya hemos comentado, el aire contenido en el cañón y los gases que adelantan a la bala ya son parte del estampido, y eso no lo evitaba el sistema de Baudisch a pesar de los dos deflectores. En definitiva, este sistema permitía la fuga de una parte de los gases por lo que la supresión del sonido no era tan definitiva como su inventor pretendía. Total, una birria de sistema si bien lo de la obturación no cayó en el olvido y otros inventores procuraron mejorarlo más adelante.
El más relevante de todos fue Hiram Percy Maxim, retoño del conocido inventor de las devastadoras ametralladoras que tanta guerra dieron y tantos cuñados mandaron a la fosa común a lo largo de la historia, el cual intentó perfeccionar tanto los diseños de Hutfless como Baudisch. En 1907 patentó un par de modelos que, sin embargo, no acabaron de dar el resultado deseado, que no era otro que poder usar un supresor sin mecanismos raros, que resultara fiable y que, aunque no suprimiera al 100% el estampido del disparo, permitiera reducirlo lo suficiente como para poder pegar tiros sin darle el coñazo a nadie. En el gráfico superior tenemos ambos diseños. La figura A presenta presenta el modelo con válvula obturadora inspirado en el modelo de Baudisch que, en este caso, tras la salida de la bala permitía la expulsión lenta de los gases de la deflagración, lo que no supondría ningún ruido ya que parte de los mismos empujarían la cámara de retención hacia arriba, obturando la boca de fuego, mientras que el resto quedaban en dicha cámara y en el cañón. Al bajar la cámara por la acción del muelle helicoidal que se ve en la parte superior se liberaban los dichosos gases. La figura B muestra el modelo basado en el de Hutfless que lograba la obturación mediante un pistón dilatable que impedía por completo cualquier tipo de fuga de gases que adelantasen al proyectil, quedando dichos gases retenidos en la cámara situada al final del cañón. La cámara era obturada por el pistón mientras que la bala salía por la boca del silenciador, quedando el pistón obturador almacenado en el interior de dicha cámara que, posteriormente, se abría para vaciarla de los pistones servidos. Este sistema permitía hacer fuego varias veces sin necesidad de sacar dichos pistones tras cada disparo con la ayuda de una baqueta, como ocurría con el diseño de Hutfless, pero obligaba también a usar una munición especial.
Pero estos diseños tampoco eran ni funcionales ni daban el resultado apetecido ya que su funcionamiento era poco práctico, así que el sesudo Maxim se entretuvo en estrujarse las neuronas hasta dar con el que sería el primer silenciador verdaderamente eficaz y que, a la postre, fue el padre de todos los silenciadores que en el mundo han sido. Hablamos del modelo 1909 y su inmediato sucesor, el modelo 1910, con el que dio un pelotazo de antología. Pero de eso hablaremos en la próxima entrada que en esta ya me he enrollado bastante y no quiero abusar de la musa, no sea que se me cabree y se largue otros dos meses la muy...
Hale, he dicho
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