Típica imagen de cualquiera de los infinitos corredores del interior de los fuertes de la Maginot. En este caso se trata del fuerte de Schoenenbourg, situado a unos 30 metros de profundidad. |
Todos los aficionados a los temas bélicos conocemos de sobra la Línea Maginot, ese descomunal dinosaurio de hormigón y acero que no sirvió más que para enterrar una fortuna tan bestial que si por arte de birlibirloque los gabachos (Dios maldiga al enano corso) pudieran recuperar los 5.000 millones de francos que les costó, pero actualizados al valor del dinero actual, es posible que se convirtieran en el país más rico de la Europa toda. Pero, a pesar de ser un tema bastante manido, la realidad es que la mayoría solo suelen conocer las típicas imágenes de las cúpulas convertidas en un queso de Gruyère por la artillería alemana, los interminables pasillos recorridos por la línea ferroviaria que permitía transportar municiones, personal y bastimentos de un lado a otro y, por supuesto, esos croquis tan molones que nos permiten ver el interior de una montaña con una vista en sección de los distintos niveles de cualquiera de los muchos bloques de que se componía esta controvertida línea defensiva.
Sin embargo, los intrincados complejos fortificados que formaban parte de la Maginot contenían una tecnología de lo más sofisticada, con multitud de detalles que, por lo general, son totalmente desconocidos para la mayoría y que, una vez que se tiene noticia de ellos, cuesta trabajo imaginar como los tedescos les pasaron por encima como si tal cosa. Con todo, lo cierto es que las defensas estáticas estaban obsoletas desde hacía mucho tiempo, y que si los gabachos se hubiesen gastado ese dinero en carros de combate y artillería es más que probable que la Wehrmacht no habría podido adentrarse en Francia con la facilidad con que lo hizo, e incluso no habría pasado de la frontera. Otrosí, debemos tener en cuenta que el armamento y las instalaciones fueron evolucionando a medida que se avanzaba en su construcción, por lo que a finales de los años 30 cualquiera daría por sentado que ni un ratón anoréxico habría sido capaz de atravesar aquella maraña de fortificaciones, obstáculos, cúpulas de observación, etc. En fin, y para no dilatar más este preámbulo, a continuación expondremos varias curiosidades bastante curiosas acerca de lo que se podía encontrar en el interior de estas fortificaciones, y apostaría mis augustas barbas que ni los cuñados más enganchados al Canal Discovery y al Canal Historia saben un carajo de ellas, así que tomen buena nota para humillarlos bonitamente cuando esté toda la familia delante en una de esas barbacoas domingueras en las que aprovechan para cebar a toda su prole y, de paso, dejarnos la bodega llena de aire.
Seguramente muchos conocerán esa imagen en la que un pionier alemán se dispone a arrojar una granada por la tronera de una cúpula. Bien, pues esa emblemática foto, que tiene además toda la pinta de haber sido hecha para la propaganda, no explica que por las troneras de las cúpulas y casamatas de la Maginot no se podía introducir ni un puñetero alfiler. De hecho, incluso se mantenía en el interior una presión de aire un poco superior a la del exterior para que, en caso de un ataque con gas, no se filtrase por las ínfimas rendijas que quedaban libres. No obstante, si eso ocurría se ponían en marcha unos potentes extractores que pasaban el aire por unos filtros y, caso de no ser suficientes, el personal disponía de máscaras antigás. Pero, volviendo a de la foto, vemos que la tronera muestra un fondo oscuro, lo que no permite ver que, en realidad, lo que hay es una pieza escalonada de acero que termina en una rótula donde se emplazaba el arma, que a la vista del tamaño de la cúpula debía ser de las que alojaban en su interior un fusil ametrallador modelo 1924/29, una ametralladora ligera de calibre 7,5 x 54 de apariencia similar a nuestro FAO que se alimentaba mediante un cargador de 20 disparos cuya tolva estaba en la parte superior del cajón de mecanismos.
En la foto de la izquierda podemos ver una cúpula similar en la que se aprecia perfectamente la rótula donde se montaba la ametralladora, así como el notable grosor de la misma, de 25 cm. Pero la cuestión es que, como salta a la vista, era materialmente imposible introducir nada por esa tronera salvo que se desmontase la rótula desde dentro, cosa que el tedesco de la foto superior obviamente no ha hecho. Estas cúpulas estaban concebidas precisamente para impedir que un enemigo que lograra acercarse a la misma pudiera aniquilar a sus ocupantes, tanto arrojando en su interior explosivos como usando un lanzallamas, artefactos que, como ya se explicó en la entrada que les dedicamos, no solo eran muy desagradables, sino que le personal se ponía extremadamente inquieto en cuanto se detectaba la presencia de uno de ellos.
Ya sabemos que este tipo de fortificaciones tienen más ángulos muertos que un Pegaso sin retrovisores, y cuando más cerca estuviese el enemigo más difícil era neutralizarlo. Para impedirlo, las cúpulas disponían del curioso accesorio que vemos a la derecha. Se trata de un lanzagranadas o, mejor dicho, un "suelta-granadas" que permitía arrojar bombas de mano al exterior para, de ese modo, mandar a hacer gárgaras al alevoso que pretendiese hacer alguna puñetería a los ocupantes de la cúpula. En la foto izquierda vemos el lanzador abierto y la posición en que se debe introducir la granada tras quitar la anilla, pero manteniendo la palanca. Una vez introducida en el tubo se cierra y se expulsa presionando el empujador. Cuando salga al exterior, la palanca saltará gracias al resorte que lleva para tal fin y se encenderá el frictor, detonando a los 4 segundos. Así pues, el pionier de la foto podría quedar seriamente perjudicado en plena pose ya que todas las cúpulas estaban provistas de este accesorio.
Pero además, cada bloque disponía de cúpulas de observación para controlar el entorno. Las más básicas consistían en un mínimo champiñón provisto de unas estrechas rendijas, pero había diversos tipos más complejos equipados con periscopios como la que vemos a la izquierda. Tanto la cúpula como el periscopio eran retráctiles, por lo que podían quedar totalmente ocultos salvo que se estuviera literalmente encima. Cuando el periscopio se retraía se tapaba el orificio con la tapa que vemos en la foto, la cual se manipulaba desde el interior. La óptica de estos aparatos iba desde los 8 a los 25 aumentos en función de la amplitud de la zona a cubrir. Para hacernos una idea de lo que supone, unos prismáticos normales suelen tener entre 8 y 12 aumentos.
Y en un alarde de refinamiento, las cúpulas armadas con ametralladoras o artillería anticarro de pequeño calibre, 25 y 47 mm., disponían incluso de un pequeño reflector como el de la foto de la derecha, equipado con una lámpara de 250 W. que le daba un alcance de 100 metros. De esa forma, si los enemigos intentaban una infiltración con nocturnidad y alevosía podrían ser rápidamente localizados. El reflector podía ser manejado con un mando eléctrico desde el interior tanto en la orientación vertical como horizontal, además de abrir o cerrar la gruesa tapa protectora de acero. Por otro lado, las cúpulas armadas con armas ligeras solían ser giratorias para abarcar el máximo posible de terreno circundante ya que su misión consistía en cubrir los ángulos muertos entre las grandes casamatas, para lo cual el tirador disponía de un pedal que accionaba un mecanismo eléctrico similar a los usados en los carros de combate. En caso de irse la luz por no haber pagado el recibo a tiempo se podía girar con una manivela, como está mandado.
Y en esta foto podemos ver un fusil ametrallador instalado en su rótula. Como vemos, la tronera de acero no era precisamente endeble. Por cierto, si alguien se pregunta como apuntaban, la respuesta es que en la rótula tenía un pequeño orificio donde se instalaba un visor. Pero abrir fuego en un sitio tan pequeño suponía llenar el interior de gases bastante nocivos, e inundar el suelo de vainas vacías que dificultarían el movimiento de los dos servidores de la máquina. Para evitar ambas cosas disponían de un tubo de extracción que comunicaba directamente con el exterior, de forma que la evacuación de gases era inmediata. En cuanto a las vainas, eran expulsadas a través del tubo corrugado que aparece en la foto, dejando caer los casquillos servidos en un foso bajo el suelo de la cúpula, de donde serían recogidos en su momento. La cosa que se ve bajo la culata del fusil ametrallador es precisamente un lanzagranadas como el que vimos arriba.
Naturalmente, las cúpulas armadas con artillería también disponían de un sistema de evacuación de vainas, que consistía en un tobogán hueco como el de la foto, en este caso para un obús de 75 mm. Dependiendo de la pieza variaba la forma del mismo, pero todos tenían la misma finalidad: atrapar la vaina, que salía bastante calentita de la recámara, y dejarla caer al foso inferior, donde eran recogidas. Estas casamatas estaban todas provistas de teléfono que comunicaba con la sala de órdenes donde los observadores informaban de la posición del enemigo, así como de los datos de tiro que, una vez calculados, se transmitían a la casamata correspondiente.
La munición se almacenaba en pañoles situados en las entrañas de los bloques, orientados longitudinalmente a los mismos de forma que los trenes de suministros podían ir parándose en cada una para reponer la munición. Estos pañoles tenían una puerta de acero para contener una hipotética explosión si bien, para mayor seguridad, las espoletas se guardaban aparte. La que vemos almacena munición de 75 mm. en contenedores para 180 proyectiles. En total, esta caserna contenía alrededor de 9.000, de modo que si explotaban no sé yo si la puerta aguantaría el taponazo...
Además de artillería de campaña, las casamatas de la Maginot también contenían morteros de 50 y 81 mm. para la defensa cercana. En la foto vemos un emplazamiento de dos piezas de 81 mm. cuyas troneras daban a un foso para una mejor ocultación de las mismas. Todas estaban orientadas con una elevación de 45º, y solo se podía regular la deriva. Para modificar el alcance se recurría a reducir o aumentar la carga y, al mismo tiempo, a regular la salida de gases de la deflagración del propelente, los cuales iban a parar a los dos cilindros que se ven sobre los morteros. En este caso, como no quedaban vainas tras el disparo, estas casamatas no precisaban del tobogán de evacuación. El armario que se ve entre las dos piezas es para los proyectiles de uso inmediato.
Y aunque la idea que tenemos de la Maginot es que solo se componía de casamatas, cúpulas y demás fortificaciones convencionales, también incluían blocaos con la apariencia de viviendas normales para despistar. Estos búnkeres se situaban en zonas fronterizas cercanas a carreteras y, en definitiva, en lugares que era necesario proteger pero, al mismo tiempo, convenía pasar desapercibidos a la escrutadora mirada de los exploradores que iban por delante inspeccionando el terreno. De ese modo, lo que en apariencia era una inofensiva casa en realidad albergaba una fortificación bien armada que abriría fuego en cuanto las tropas enemigas se pusieran a tiro. La que vemos en la foto es una de tantas, en este caso en las Ardenas, cerca del bosque de Saint-Menge. En la planta superior, de materiales normales como cualquier casa, había una cocina, letrinas, duchas, comedor y un dormitorio con capacidad para los 6 hombres que componían la guarnición del blocao. La planta inferior, casi un semi-sótano, era el verdadero búnker, armado con un cañón anti-carro de 25 mm., dos ametralladoras Hotchkiss y dos fusiles ametralladores.
Y tan empeñados estaban en pasar lo más desapercibidos posibles que, para no poner postes ni estructuras metálicas que delatasen la situación de los fuertes, las antenas de radio se colocaban en las fachadas o en el interior de los fosos tal como vemos en la casamata de la foto o en la imagen de cabecera, donde también se puede apreciar una de ellas. Esto, además de permitir una mejor mimetización, hacía más difícil destruir la antena, dejando con ello incomunicada la fortificación con los centros de mando ya que los teléfonos hacía tiempo habían quedado relegados solo a las comunicaciones internas de cada bloque, dejando la exterior en manos de los radio telegrafistas. Este sistema permitía una mayor flujo en dichas comunicaciones que, al contrario que en la Gran Guerra, se veían interrumpidas cada vez que un bombardeo rompía el cable telefónico por varios sitios y había que salir a toda prisa a repararlo con el consiguiente riesgo para el personal de Transmisiones, que caían como moscas precisamente por ser unos de los principales objetivos de los francotiradores de ambos bandos.
Bueno, vale de momento. Ya seguiremos con más curiosidades bastante curiosas.
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