Desde tiempos de Caín, que ya ha llovido, las autocracias se han regido por una serie de cánones que, curiosamente, han permanecido prácticamente inalterables a lo largo de los siglos. El principal es, sin duda, el culto al líder. Al líder hay que adorarlo y, al mismo tiempo, temerle como a un cuñado hambriento. Es dueño y señor de las vidas de sus vasallos, y reparte su generosidad o su ira conforme a su arbitrio que, generalmente, no suele coincidir con el del resto del personal. Y, quizás lo más importante, hay que identificarlo con las esencias patrias de forma que el pueblo acabe convencido de que si el líder palma, lo que viene a continuación es el apocalipsis. Eso se consigue fomentando un nacionalismo exacerbado hasta límites rayanos en la histeria colectiva, logrando incluso que el pueblo abducido por su líder llegue a la auto-inmolación sin importarle un rábano ser destruidos porque, al cabo, la existencia sin él ya no tiene sentido. Para fomentar ese sentimiento hay que buscar un enemigo al que combatir, y si no existe pues se le inventa y santas pascuas. Al mismo tiempo hay que rebuscar en las añejas glorias y la mitología para darle al pueblo un sentido a su existencia, que no sería otro que resurgir de sus cenizas para recuperar un pasado glorioso que, si tampoco existe, pues también se inventa y no pasa nada. De hecho, estas cosas aún ocurren hoy día en Europa aunque parezca increíble a estas alturas. Por último, y como complemento a lo anterior, hay que crear una simbología que refuerce el sentimiento de unidad alrededor del líder en forma de emblemas, banderas, gritos de guerra y lemas que conviertan la sociedad en una colmena en la que todos a una protegen y, al mismo tiempo, reverencian a su abeja reina en forma de dictador/autócrata/padre de la patria.
Hitler fue sin duda un maestro consumado en el desarrollo de estas prácticas, y lo más curioso es que si a cualquier persona se le pregunta por los principios económicos o los proyectos sanitarios o urbanísticos del nacionalsocialismo, la mayoría se quedarán con la jeta bloqueada porque no tendrán ni puñetera idea de los mismos salvo que alguno, por no quedar como un ignorante, mencione la eutanasia de las personas improductivas como deficientes mentales y físicos, y los faraónicos proyectos con que el talentoso Albert Speer embobaba al ciudadano Adolf. Pero lo cierto es que lo único que ha trascendido de verdad es la esencia de la autocracia en sí: el culto al líder, el ciudadano Adolf en este caso, y la búsqueda de la supremacía germana en la figura del hombre ario que debía derrotar al enemigo mortal, los judíos, que no tenían culpa de nada pero estaban allí en el momento menos adecuado. Esa es, dilectos lectores, la realidad aunque nos pueda chinchar reconocerlo. Prácticamente no sabemos una papa del nazismo salvo lo dicho, y ni siquiera hemos leído el "Mein Kampf" porque es infumable (yo no pude pasar en su día de las 4 o 5 primeras páginas), así que imaginemos lo que debieron pasar los probos ciudadanos tedescos cuando su lectura era prácticamente una obligación tácita.
Así pues y dicho esto, dedicaremos esta entrada a conocer los orígenes de algunos de los ritos y símbolos del nazismo. Ya en su día publicamos una donde se recogían algunos de los más conocidos símbolos que, en realidad, no fueron inventados por ellos, sino tomados en préstamo o simplemente siguiendo una costumbre ya existente pero que, al cabo del tiempo, la gente ha acabado identificando como hitlerianas. Ya saben, "el casco nazi" al referirse al modelo 1935 derivado del empleado en la Gran Guerra, el uso de la calavera por parte de las SS o la misma cruz gamada y cosas así. En fin, el que la quiera consultar puede hacerlo pinchando aquí. Por cierto, una curiosidad bastante curiosa que muchos ignoran. ¿Cómo denominaban los tedescos a la cruz gamada? ¿Lo saben? ¿No? Bueno, pues era Hakenkreuz, que podemos traducir como "cruz con ganchos". Es más que probable que no haya muchos cuñados que conozcan este detallito, así que aprovéchenlo para humillarlos un poco. Bien, vale de preámbulos y procedamos pues...
Como tantas otras cosas, el saludo nazi no surgió a raíz de un deseo expreso o un reglamento. De hecho, en los albores del nazismo nadie saludaba de esa forma ni existía ningún tipo de salutación ritual salvo el "cómostáusté" o los "güenoh díah" de siempre. Es más, ni siquiera se sabe con exactitud como o cuándo surgió si bien la opinión más extendida es que fue como sus conmilitones recibieron al ciudadano Adolf cuando salió de la prisión de Landsberg en diciembre de 1924 tras cumplir menos de nueve meses de los siete años que le cayeron encima por su intento de golpe de estado. O sea, que podríamos decir que su periplo carcelario, aparte de servirle para escribir el peñazo de "Mein Kampf", fue como la gestación del líder que salió por el portón de la trena como si fuera el útero materno para convertirse en el mandamás supremo. Pero vayamos por partes, que una cosa era el saludo verbal y otra el gesto.
Como ya explicamos en una entrada anterior, el saludo en forma de brazo extendido con la mano abierta es, desde los tiempos más remotos, una indicación de que se llega en son de paz sin armas en la mano. Es un gesto tan universal que hasta los apaches, que nunca conocieron a Adolf, saludaban así a sus cuñados cuando llegaban a su tipi para darles un sablazo. Los nazis lo copiaron sin más de los fascistas italianos cuyo líder, el gran Benito, ya sabía camelarse al personal con su peculiar expresión corporal y sus discursos echando de menos las apolilladas glorias de Roma. Sin embargo, los nazis lo convirtieron en un saludo más marcial y agresivo, muy propio del carácter tedesco. Así, al gesto de levantar el brazo derecho añadieron colocar la mano izquierda sobre la hebilla del cinturón, una actitud muy propia de la milicia, acompañado de un sonoro taconazo por si a alguien le quedaba alguna duda acerca del belicoso ademán. Además, el brazo no se levantaba sin más, sino haciendo un gesto enérgico, estirando el brazo previamente doblado a la altura del hombro. Obviamente, no era un gesto amigable, sino una mezcla de agresividad contenida y acatamiento hacia el líder. Observemos sin embargo que cuando Hitler saludaba al pueblo o a sus huestes lo hacía levantando la mano con el codo doblado, en una actitud más paternal y condescendiente, mientras que solo cuando presidía alguna parada militar o eventos del partido era cuando saludaba conforme a los cánones establecidos. En las dos fotos de arriba podemos ver sendos ejemplos. En la de la izquierda, Hitler pasa revista a un nutrido contingente de miembros de las SA en una de sus movidas, mientras que en la derecha lo vemos en una tribuna acompañado de varios gerifaltes del ejército durante un desfile de la Wehrmacht, por lo que adopta una posición más rígida.
Pequeños tedescos saludando a la maestra al entrar en el cole |
Este gesto, denominado desde entonces como Hitlergruß, el saludo a Hitler, no se hizo obligatorio en el partido hasta 1925, mientras que tras su llegada al poder en 1933 se extendió a todo tipo de manifestaciones y reuniones públicas, eventos civiles, deportivos, e incluso en las escuelas, fábricas, juzgados o entre la misma gente cuando se saludaban por la calle si alguno de ellos llevaba en la solapa el pin del partido o se cruzaban con un miembro de las SS o las SA de uniforme. Finalmente, tras el atentado del 20 julio de 1944 se hizo obligatorio también para el ejército, siendo suprimido el saludo militar de siempre. Hasta aquel momento, solo las unidades de las SS hacían uso del Hitlergruß. Con esto se lograba que la presencia del líder fuese constante, y convertía a cada ciudadano en un celoso vigilante de su prójimo para que nadie osase omitir el saludo, se manifestara de forma poco respetuosa o sin la decisión y la convicción propias de un buen y leal seguidor del Führer.
Nenas de la BDM saludando al líder en 1933. Estas criaturas, futuras propaladoras de la simiente aria, sufrieron un lavado cerebral intenso desde su más tierna infancia |
Bien, ya tenemos el gesto. Ahora veamos el saludo propiamente dicho. En alemán, Heil tiene varias acepciones como intacto, entero o ileso, pero también es una forma de saludar que tendría su equivalente español en salve, heredado directamente del latín SALVE que significa salud, hola o, en resumen, cualquier forma de saludo tal como los que usamos actualmente. Si nos fijamos, los términos saludo o saludar no significa más que desear salud. Recordemos como la oración virginal "Salve" empieza precisamente así, SALVE REGINA, MATER MISERICORDIÆ... etc. o sea, "Salud reina, madre misericordiosa...". Podríamos identificar también el Heil con nuestro "¡Larga vida!" como forma de saludo respetuoso y buenos deseos hacia alguien notoriamente superior, como un rey.
Así pues, solo tuvieron que añadir el apellido de Adolf para completar el saludo: Heil Hitler!, que podemos traducir como "¡Salve, Hitler!". Este saludo tenía una variante para ser empleado por personas de su círculo más íntimo, que sería Heil, mein Führer!, que significaría "¡Salve, mi líder/caudillo/guía!". Por cierto que, al parecer, el único que podía tutear al ciudadano Adolf y llamarlo por su nombre de pila era Röhm, privilegio que, como sabemos, quedó cercenado de una forma un tanto repentina y desagradable. El resto, incluso sus más allegados como Hess, Göring, Goebbels o Bormann, de usted y mein Führer sí o sí. Ah, y un detalle más: lógicamente, el saludo no solo se realizaba de viva voz sino también por escrito. La correspondencia oficial y, con el tiempo, incluso la no tan oficial, incluía por norma el saludo de marras, la frase "mit deutschen Grußen, Heil Hitler!", "con saludos alemanes, ¡Salve, Hitler!", o deseos de que el líder dure más que un martillo en manteca con frases como "Es lebe der Führer", "larga vida al Führer". Obviamente, en una época en que la censura postal era un hecho no era nada conveniente omitir cualquier dedicatoria de recuerdo al amado líder en vez del "suyo afectísimo" o, como hacíamos en España, poner aquellas interminables retahílas de abreviaturas para ahorrarnos un renglón entero de cortesías como "s.s.s.q.e.s.m." o con el típico "Dios guarde a Vd./VS./VE. (usted, usía, vuecencia) muchos años" que se usaba en el ejército hasta hace poco tiempo.
Deportistas alemanes durante las Olimpiadas de Berlín de 1936. Las chicas de las medallas también levantan el brazo, faltaría más |
Pero al Hitlergruß había que añadir exclamaciones o frases que exaltasen los ánimos al personal, gritos de guerra con los que dejar claro al resto de los mortales que los tedescos con pedigree sabían muy bien cuáles eran sus objetivos. Y para indicar que la raza germana bajo el caudillaje del ciudadano Adolf se comería el mundo nada mejor que invocar a la victoria, o sea, Sieg. Al término de todos los discursos, los brindis y puede que incluso cuando uno lograba dar de vientre tras una semana estreñido se gritaba Sieg!, a lo que los asistentes respondían Heil!. En la foto superior vemos al ciudadano Hess que, tras un apasionado discurso del jefe, se desgañita gritando Sieg!, no sin antes añadir a modo de peloteo indisimulado de cosecha propia que "¡Hitler es el partido! ¡Hitler es Alemania como Alemania es Hitler! ¡Hitler, Sieg Heil!" a lo que los presentes responden Heil! una vez tras otra, berreando totalmente enloquecidos hasta que a alguno le reventase una arteria del pescuezo o le sangrase la tráquea.
En cualquier caso, el mensaje era claro: Hitler era primo hermano de Dios, y dueño y señor de Alemania y los alemanes, y a partir de su llegada al poder hasta se juraba lealtad a Hitler en vez de a la Patria, incluyendo los juramentos militares. A la derecha vemos a cuatro guripas jurando lealtad al líder sobre la bandera del NSDAP, que se convirtió en la enseña nacional a partir de 1935, con la siguiente fórmula:
"Por Dios hago este sagrado juramento: que prestaré obediencia incondicional a Adolf Hitler, Führer del Reich y del pueblo alemán y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y que en todo momento estaré preparado, como un bravo soldado, a dar mi vida por este juramento". Como vemos, ni siquiera la mismísima Patria estaba ya por encima del ciudadano Adolf. En cuanto a los miembros del partido, la fórmula difería ya que incluía una "cláusula" destinada a proteger al "heredero", diciendo así: "Juro lealtad a mi líder Adolf Hitler. Le prometo a él y a los líderes que él me dará, servir siempre con respeto y obediencia". Afortunadamente, no dejó a nadie tras de sí.
Bueno, así surgió el archifamoso saludo, de forma totalmente espontánea y como una mera muestra de adhesión a Hitler tras su estancia en la trena. A pesar de la difusión que alcanzó y que, aún hoy día, se mantiene en determinados grupos de ideología fascista o neo-nazi, nunca sabremos probablemente quién fue el primero que tuvo la ocurrencia de levantar el brazo gritando Heil, Hitler!. Si alguien lo averigua, que nos informe rápidamente. Un secreto así no debe ser jamás desvelado antes de que pueda ser usado para restregárselo por sus abominables jetas a los cuñados más perniciosos.
¡Heil, he dicho! Estooo... un momento, que me he liado...
Hale, he dicho. Ahora sí
Hale, he dicho. Ahora sí
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