miércoles, 24 de mayo de 2017

Cuchillos de trinchera. Knuckle-duster


Soldado yankee mostrando en su costado un cuchillo de
trinchera modelo 1917
Prosiguiendo con el tema cuchillero trincheril y como avanzábamos en la entrada anterior, hoy le toca a los knuckle-duster, los cuchillos de manopla que, en realidad, son por lo general más relacionados con el segundo conflicto planetario si bien, como veremos a continuación, eran más antiguos que la tos. Sin embargo, la enorme proliferación de cuchillos de este tipo a lo largo de dicha guerra hace pensar a muchos que tienen su origen en esa época, lo que es un error porque los knuckle-duster llevaban ya muuuchos años inventados. De ahí que muchos de los que me leen echen en falta determinados modelos, pero la omisión de estos no se debe más que al hecho de que no estuvieron en servicio durante la Gran Guerra, así que para hablar de ellos habrá que esperar a que se me termine el repertorio y tenga que empezar a contar historias de la Segunda Guerra Mundial. En cualquier caso, antes de entrar en materia conviene concretar algunos detalles para no liarnos y tal. Veamos pues...

En primer lugar debemos saber que las manoplas, nudilleras o llaves de pugilato, como vuecedes prefieran, ya eran usadas por los PVGILIS estruscos y posteriormente romanos que practicaban el PANKRATION en las amenas y edificantes sesiones de LUDII GLADIATORI en las que estos sufridos luchadores  se arrancaban literalmente las muelas de cuajo junto con cachos de jeta a puñetazo limpio. En este caso no hablamos de las nudilleras que todos más o menos conocemos, sino de unas bandas de cuero con las que se envolvían las manos y que, bien guarnicionadas con clavos de bronce, resultaban más demoledoras que el recibo de la contribución urbana con la subida correspondiente al año en curso. El aspecto de estos inquietantes accesorios lo podemos ver en la foto superior, perteneciente a la conocida estatua "El púgil en reposo", una pieza de bronce datada hacia el siglo IV a.C.

Yéndonos al siglo XIX, debemos saber que no había, como ocurre actualmente, leyes que restringieran este tipo de chismes para su uso como arma de defensa personal y, de hecho, incluso formaban parte de pequeños revólveres y pistolas como la que vemos en la foto de la izquierda para, caso de agotar la munición, liarse a hostias con el adversario. Había infinidad de modelos similares, generalmente armas de muy reducido calibre ideadas para ser llevadas en el bolsillo del chaleco y que, caso de verse en apuros en un callejón oscuro, salir del brete de la forma más airosa posible. Además, como se puede observar, se fabricaban nudilleras similares a las que vemos hoy día cuya misión era dejar listo de papeles a cualquiera de forma bastante eficaz. La que mostramos, fechada en 1864, era un arma de dotación de la policía metropolitana de Nueva York según reza la leyenda que vemos bajo la fecha. Así pues, además de la porra de toda la vida, los abnegados policías no dudaban en partir literalmente la jeta a los delincuentes que ofrecían la más mínima resistencia, cosa esta impensable en la actualidad. Estas nudilleras, fabricadas de bronce o hierro fundidos, solían ir acompañadas de un pequeño peto piramidal en la cima de cada anillo, lo que las hacía aún más contundentes no solo para golpear de frente, sino también de arriba abajo. En fin, algo muy desagradable, las cosas como son.

Por último antes de entrar en materia, añadir que la idea de aunar una hoja con una nudillera data de tiempos bastante anteriores a la Gran Guerra. De hecho, el ejemplar que vemos a la derecha parece ser que ya se comercializaba a finales del siglo XIX. Se trata de un diseño de una firma dedicada a la distribución al por menor de cuchillería propiedad de Charles Clements, radicada en 1890 en Southampton Row, Londres, y fabricada por la Sutherland & Rhodes de Sheffield. Se trata de un arma provista de una nudillera de aluminio y una hoja tipo Bowie de 119 mm. de largo y 16 de ancho. Las cachas son de madera cuadrillada, y están unidas a la empuñadura mediante tres pequeños remaches de hierro. Este cuchillo se comercializó, como los Robbins de la entrada anterior, entre las tropas del frente si bien, como decimos, ya estaba en el mercado desde antes de que nadie pensara que el Apocalipsis se desencadenaría en 1914.

Está de más decir que los british siguieron optando por lo cómodo, o sea, dejar que las tropas se proveyesen de cuchillería idónea para la guerra de trincheras, bien a título personal, bien recurriendo a auto-producción a nivel de unidades tipo regimiento o división. En este caso, el mandamás de turno recurría al material obsoleto que criaba moho en los almacenes de intendencia para, con cuatro arreglos, obtener un cuchillo adecuado con el que dotar a las tropas. En la foto podemos ver un ejemplo. Se trata de una modificación basada en la bayoneta Lee-Metford modelo 1888- foto inferior- a la que se le ha acortado la hoja y se le ha rebajado el grosor de la misma. En la empuñadura se ha soldado un arco dentado de acero para permitir golpear con el mismo. En el detalle vemos la burda soldadura que sólo pretendía unir sólidamente el accesorio a la cruceta y el pomo sin más historias.

Pero esta era la excepción en vez de la regla ya que, como hemos comentado varias veces, la War Office pasaba de complicarse la vida buscando un modelo idóneo y, encima, pagándolo, así que fue el mercado civil el que siguió copando la totalidad de la demanda del ejército británico (Dios maldiga a Nelson). La Clements siguió pues ofreciendo sus diseños que, todo hay que decirlo, estaban bastante bien concebidos. En este caso se trata de un arma bastante básica formada por una nudillera convencional a la que se le unía una hoja tipo Bowie mediante tres remaches. Como vemos en el detalle, donde aparece el reverso de la empuñadura, la espiga de la hoja se ajustaba a la acanaladura de una de las caras de la nudillera, lo que permitía un proceso de fabricación muy rápido y sencillo pero no por ello menos resistente. Las nudilleras podían estar fabricadas de bronce o de aluminio, y la hoja tenía una longitud de 157 mm. La manufactura de estos cuchillos estuvo encomendada a la firma George Ibberson & Co. de, como no, Sheffield, cuya industria cuchillera se forró a base de fabricar cientos de miles de bayonetas y demás objetos punzantes y cortantes para el ejército.

Otro modelo de la prolífica Clements podemos verlo a la derecha. En este caso se trata de un arma provista de una aguzada hoja prismática triangular de 152 mm. de largo montada sobre una empuñadura de aluminio. Al parecer, este cuchillo estaba especialmente destinado a ciudadanos de manos grandes y dedos gordos que no encontraban acomodo en las nudilleras al uso y, al igual que en el modelo anterior, la espiga se acoplaba en una acanaladura abierta en la empuñadura, donde quedaba unida mediante tres remaches de hierro.

Otras empresas también optaron a cubrir la demanda de cuchillos de este tipo, entre ellas la firma John Watts, dedicada sobre todo a la manufactura de navajas. Este sujeto tan emprendedor se hizo cargo de la fábrica, que ya estaba funcionando desde 1765, en la década de 1850 para, unos años más tarde, en 1880, adquirirla a su propietario, Frederick Ward. Básicamente podríamos decir que es una copia del modelo de Clements que hemos visto anteriormente ya que su morfología es similar aunque su manufactura es más básica. Consta de una empuñadura formada por una nudillera de bronce provista de unas cachas cuadrilladas de asta y una hoja tipo Bowie. Esta empresa fabricó otra versión muy parecida con la hoja un poco más larga, así como un modelo cuya nudillera se reducía a un solo anillo para el dedo índice.

Soldado melanino (antes negro a secas)
del tío Sam paseándose por el frente
occidental con su cuchillo modelo
1917 al costado
Por cierto que si alguien se pregunta como es que hasta ahora no se han mencionado modelos alemanes o gabachos (Dios maldiga al enano corso) es porque, simplemente, no fabricaron cuchillos de este tipo. Solo los british y los yankees optaron por esta morfología, así que nadie crea que se me ha ido el santo al cielo. Bien, aclarado esto debemos decir que los modelos presentados fueron, como se ha dicho, fabricados y comercializados por firmas civiles, las cuales estuvieron suministrando a las tropas del gracioso de su majestad hasta el término del conflicto. Sin embargo, la entrada en guerra de los yankees supuso un pequeño revulsivo para la normalización de este tipo de armas ya que, a pesar de que a aquellas alturas de guerra los alemanes estaban un poco cansados, se dieron cuenta rápidamente de que sus tropas necesitaban con urgencia un cuchillo de trinchera como Dios manda. Y estos sujetos no se andaban con chorradas porque, entre otras cosas, su descomunal poder industrial les permitía poner en marcha toda la maquinaria necesaria para fabricar un cuchillo reglamentario sin que esto les supusiera ningún quebranto. De hecho, el ejército norteamericano adolecía de muchas carencias ya que, hasta aquel momento, no se habían visto metidos en una guerra de aquellas dimensiones y, además de cuchillos, necesitaban con urgencia armas automáticas de todo tipo, si bien esto toca contarlo otro día.

Cuchillo de trinchera modelo 1917
En lo referente al tema que nos ocupa hoy, de todo el modelaje al uso entre las tropas británicas les llamaron la atención precisamente los knuckle-duster por aquello de que, además de apuñalar, venía de perlas para neutralizar enemigos pegajosos durante los combates cuerpo a cuerpo a base de golpes en el cráneo, así que rápidamente se pusieron en movimiento para crear un cuchillo de trinchera reglamentario con el que suministrar a sus tropas. Estos no eran tan cicateros como sus antiguos compadres, de modo que se creó la comisión de turno en busca de un modelo adecuado. La decisión final recayó sobre un prototipo diseñado por la firma Henry Disston & Sons, de Filadelfia, si bien su empuñadura no era una nudillera propiamente dicho. La Disston optó por algo muy similar al modelo de auto-construcción que vimos al principio basado en la bayoneta modelo 1888, o sea, una empuñadura de madera provista de un arco de acero armado con seis petos en forma de pirámide cuadrangular. En cuanto a la hoja, en vez de la quizás más adecuada tipología de doble filo prefirieron un aguzado estilete de sección triangular de 228 mm. de longitud en cuyas caras había una finísima acanaladura destinada a proporcionar aún más rigidez de la misma. La adopción de este tipo de hoja se basaba en su capacidad para penetrar en los gruesos capotes del ejército alemán o incluso sobretodos de cuero. Este modelo fue denominado como 1917, y su producción fue encargada a la Oneida, de Nueva York (10.000 unidades) y a la Landers, Frary & Clark (113.000 unidades).

Su construcción era muy simple: los petos del arco se obtenían mediante estampación según podemos ver en la foto superior derecha, lo que lógicamente aceleraba y, sobre todo, abarataba el proceso. La hoja era unida a esta pieza y a la empuñadura mediante una sólida espiga de sección cilíndrica que era atornillada con una tuerca que hacía de pomo ofensivo, o sea, para estamparlo en el cráneo del personal. En cuanto a la vaina, era una pieza muy cuidada fabricada de cuero con la contera y el brocal de acero. Como vemos en la foto inferior, dicho brocal tenía la forma de la hoja con unos pequeños orificios en cada vértice, destinados a permitir la entrada de aire para que, en un momento dado, impedir que la hoja hiciera el vacío a la hora de introducirla y luego no hubiera quien la sacase. La fijación al cinturón era con la típica y versátil presilla de alambre que permitía colocarla en una determinada posición sin que se corriera adelante o atrás, sistema este que aún sigue totalmente vigente por cierto, lo que demuestra su acertado diseño.

En 1918 surgió una variante de este modelo cuya diferencia consistía simplemente en los petos del arco, que en vez de adoptar su forma prismática inicial se optó por troquelar la pieza con una fila de dientes a cada lado para, a continuación, doblarlos hacia fuera tal como vemos en la foto de la izquierda. En la parte superior tenemos el modelo inicial, y en la inferior el modificado con dos hileras de cinco dientes a cada lado. El proceso para obtener esta pieza conllevaba menos pasos que el anterior ya que una estampación en un espacio tan reducido y con un material de tan poco grosor requería hacerlo en varios prensados para no agrietar ni debilitar dicha pieza. Esta variante fue fabricada por la American Cutlery Co., y ambas versiones estuvieron operativas hasta la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, la hoja prismática no era del agrado de todo el mundo. Por un lado, su carencia de filo limitaba su uso ya que no valía ni para cortar el salchichón del bocata. Por otro lado, hubo casos de rotura por la unión de la hoja con la espiga, lo que hizo que el Ordnance Departament ordenara la creación de otro prototipo de cuchillo que pudiera tener un uso polivalente pero sin perder la capacidad de penetración del modelo anterior. Se testaron tanto el modelo 1917, al que obviamente había que efectuarle diversas mejoras, un modelo francés, otro británico con una empuñadura de nudillera y un modelo fabricado por la firma Hughes que era muy similar al modelo 1917 pero con una hoja de doble filo extraída de las bayonetas Springfield 1873 y con un enorme pomo ofensivo de forma cilíndrico-cónica. El resultado final fue la adopción de un modelo diseñado por la Engineering Division of Ordnance que fue denominado inicialmente como Mark I y, posteriormente, como modelo 1918.

Como vemos, era totalmente distinto al modelo anterior y sospechosamente similar al fabricado por Clements, lo cual no debe extrañarnos ya que en el diseño del Mark I intervino personal de la Fuerza Expedicionaria yankee, que seguramente se hizo con algún ejemplar. Como vemos en a la izquierda, constaba de una empuñadura de bronce provista de pequeños petos en cada anillo, una hoja de doble filo de 171 mm. de largo cuya espiga pasaba por dentro de la nudillera. Era fijada en el extremo mediante un tornillo prismático que actuaba como pomo ofensivo. En la figura superior podemos ver el proceso de montaje de las piezas. Una vez dado por bueno el prototipo se ordenó la construcción inmediata de nada menos que 1.232.780 unidades, para lo que hubo que contratar a varias empresas: la A.A. Simons & Son, la Disston, la Landers, Frary & Clark y la Oneida. Sin embargo, el chollo se terminó antes de que la producción alcanzara siquiera una quinta parte ya que la guerra acabó en noviembre de 1918, cuando apenas se habían terminado 119.424 unidades. 

No obstante, este modelo también siguió operativo y fue suministrado a las tropas que combatieron en todos los frentes durante el siguiente conflicto. Añadir que de este modelo se hicieron infinidad de variantes tras la guerra por las diversas firmas que lo copiaron para su venta tanto a nivel particular como al ejército. Por cierto que, en este modelo, la vaina era enteramente metálica, y se fijaba al cinturón mediante dos pestañas tal como vemos en las figuras de la derecha. Según podemos apreciar, se llevaba por dentro del cinturón en una posición muy elevada para facilitar su extracción, que por la posición de la empuñadura sería mediante un agarre de picahielos muy idóneo para desenvainar y, aprovechando la energía del tirón, descargarlo en el pecho o el cuello de un enemigo. Con todo, cada cual lo colocaba donde le resultase más cómodo, incluyendo el costado izquierdo para efectuar un desenfunde cruzado que permitía lanzar un tajo en el mismo movimiento de la extracción.

Curiosamente, la enorme cantidad de excedentes que quedaron al término de la contienda hizo que se intentaran saldar miles de unidades (solo unos cuantos cientos según el anuncio) que se quedaron sin vender. El que vemos a la izquierda es uno de tantos en los que se ofrecen ejemplares del modelo 1917 por la irrisoria cifra de 1 dólar gastos de manipulación y envío incluidos. Ya quisiera yo gastarme 5 ó 6 eurillos en el puñetero anuncio, ¿que no?... Con todo, la paz no supuso ni remotamente echar al baúl de los recuerdos esta emblemática tipología. Antes al contrario siguió estando muy presente en los magines de los mandamases de forma que, cuando comenzó la siguiente fiesta, se produjeron decenas de miles de cuchillos tanto por los yankees como por los países de la órbita británica. De hecho, hoy día se pueden seguir adquiriendo knuckle-dusters por cualquier probo ciudadano guerrero que quiera largarse a esos sitios donde hace tanto calor y hay tantos moros deseosos de segar cuellos de cruzados. Al cabo, su inquietante diseño ya ejerce de por sí un desagradable impacto psicológico entre los candidatos a probar sus devastadores efectos.

Bueno, ya'tá. Ya seguiremos con más historias cuchilleras.

Hale, he dicho



No hay comentarios: