viernes, 8 de febrero de 2019

BUHEDERAS


Puerta de poniente del castillo de Almansa (Albacete). Como puede verse,
está defendida por una buhedera más los dos pequeños cubos que la
flanquean. Estas obras datan de la reconstrucción que llevó a cabo el infante
don Juan Manuel en el siglo XIV sobre la antigua fortaleza andalusí
Bien, proseguimos con temas castilleros que hay que ponerse al día. Últimamente hemos dedicado un par de entradas a dos tipologías de torres, las pentagonales en proa y las bestorres, con las que los defensores de una fortaleza podían batir de flanco a los asaltantes y convertirlos bonitamente en un acerico a base de cuadrillos, pasadores y demás cosas dañinas. Pero como también era viable e incluso recomendable hacerles la puñeta desde las alturas, pues se proveyó a los castillos de elementos defensivos desde los cuales se podía machacar impunemente al personal dejándoles caer encima todo lo imaginable, desde piedras a arena caliente pasando por brea, vinagre, mixturas a base de azufre y/o cal y, ya puestos, incluso hacerse pipí y caquita sobre sus indignas cabezas de cuñados invasores del sacrosanto hogar. En su día ya hablamos de los matacanes y los cadalsos- entrada esta que, por cierto, he eliminado porque necesita una actualización al ser de las primeras que se publicaron sobre estos temas hace ya ocho años (carajo, como pasa el tiempo, etc.)-, pero aún no hemos analizado a fondo uno de los dispositivos de defensa cenital que podemos ver con relativa frecuencia tanto en las fortificaciones ubicadas en suelo patrio como en las foráneas: las buhederas o buheras.

Buhedera interior junto a las acanaladuras del rastrillo de la
fortaleza de Fregenal de la Sierra (Badajoz). Además de su
función defensiva podía actuar como buzón matafuegos
Sin embargo, en este caso nos encontramos con que el término buhedera se aplicaba a dos dispositivos que, aunque eran de defensa vertical, no tenían nada que ver el uno con el otro y, curiosamente, solo se relacionan en un aspecto aparte de tener el mismo nombre: se emplazaban en los zaguanes, pasillos o ante las puertas, nada más. Mientras que un matacán o un cadalso podía cubrir no solo un acceso, sino un paño de muralla entero o el perímetro de una torre, las buhederas estaban concebidas exclusivamente para defender desde las alturas las puertas, generalmente exteriores aunque hay casos en los que se dispusieron en vanos ubicados en el interior del recinto, y los pasillos, zaguanes o los adarves volados que unían las albarranas con las murallas, que al cabo vienen a ser la misma cosa. En todo caso, lo cierto es que, según para qué, tenían ciertas limitaciones si las comparamos con los matacanes, pero de eso iremos hablando conforme avancemos en su estudio. Bueno, vale ya de introducciones que para luego es tarde, qué carajo...


Castillo de Anavarza, en la actual Turquía. Situado en una zona de gran valor
estratégico, fue pasando por manos de Roma, Bizancio, el califato Abasí,
de los cruzados y de los armenios, a los que debe la mayor parte de su aspecto
actual, datado hacia principios del siglo XII salvo la torre del homenaje,
edificada por los cruzados pocos años más tarde. En el intradós de la
puerta de acceso se puede ver la buhedera que la defendía
No se sabe con certeza cuándo ni quién ideo este sistema defensivo si bien hay autores que lo atribuyen a la castramentación armenia hacia el siglo VII, teniendo en el Reino Cilicio armenio sus más destacados ejemplos datados hacia finales del siglo XII y principios del XIII. Este reino fue un fervoroso aliado de Bizancio y, especialmente, de los cruzados por su odio furibundo hacia los otomanos. Ciertamente, desde tiempos inmemoriales se debían llevar peor que dos cuñados porque la cosa aún perdura con temas tan espinosos como del tristemente célebre genocidio armenio a manos de los turcos y cosas por el estilo. El reino de la Cilicia armenia, situado al sur de la península de Anatolia y que en puridad era una especie de satélite de Bizancio, duró apenas 300 años, desde 1078 a 1375, para acabar invadido por los mamelucos no sin antes legarnos una serie de fortificaciones que son muestra del buen hacer en temas de castramentación de estos probos anti-otomanos. De hecho, el rey armenio Tiridates III fue el primer monarca que hizo del cristianismo la religión oficial de su estado en 301 si bien desde los comienzos del mismo ya gozaba de bastante difusión, por lo que es evidente que debían caerles fatal los malditos agarenos adoradores del falso profeta Mahoma.


Otro ejemplo lo tenemos en el castillo de Gülek, cerca del anterior y próximo a la población de Kale. Se trata de una fortaleza de origen bizantino que adoptó su actual fisonomía- de los pocos restos que quedan- estando bajo dominio de la monarquía armenia. Se encuentra en una meseta ovalada en los Montes Tauro, a 1.600 metros sobre el nivel del mar y rodeado de profundos abismos salvo por el lado sur, el menos abrupto y la única zona por donde puede accederse al recinto. En la foto 1 podemos ver su acceso principal, formado por un arco de medio punto y al que le falta el paramento superior de la muralla . En la foto 2 se aprecia que tras el mismo se encuentra la puerta cuyo vano, de dintel recto, está formado por dos grandes bloques de piedra sustentados por una dovela central del mismo material. Sobre este dintel habría un parapeto tras el que los defensores podrían hostigar a todo aquel que se acercara a la puerta con peores intenciones que un cartero que trae un certificado con acuse de recibo de Hacienda. Además de la buhedera y para dificultar el acceso hasta la puerta, un lienzo de muralla se extendía hacia el exterior, como vemos a la derecha en la foto 1, de modo que los enemigos que avanzasen en esa dirección serían hostigados de flanco a lo largo de todo el recorrido de dicha muralla.


Contrariamente a otros sistemas defensivos que hemos visto hasta ahora, las buhederas no debieron llegar a Europa de la mano de los cruzados ya que en la Península tenemos ejemplos anteriores a la Primera Cruzada, concretamente en el famoso castillo de Gormaz, en Soria. Nos referimos, como ya podrán imaginar, a su puerta califal datada entre 956 y 966, o sea, unos 150 años antes de que el papa Urbano II dijera que había que liberar Tierra Santa de los malditos agarenos. Esta puerta, que imagino será conocida por cualquier aficionado a estos temas, guarda una similitud cuasi idéntica respecto a las que se conservan en las fortificaciones armenias, así que solo cabe la posibilidad de que, en esta ocasión, fueran los árabes los que la hicieron llegar a estas tierras. La foto muestra una vista desde el interior de la fortaleza. La flecha blanca señala la plataforma del adarve; la roja, el arranque del parapeto, que llegaría aproximadamente a la altura de la línea discontinua. En esta ocasión vemos una de las ventajas del matacán sobre la buhedera: en muchos casos, estas no permitían hostigar a los enemigos cercanos al carecer de aspilleras, siendo solo operativas contra los que estaban directamente bajo ellas.


El plano en sección de este tipo de buhedera lo podemos ver a la izquierda. Según se aprecia, en realidad ambas puertas formaban parte del mismo conjunto, abriéndose en el grosor de la muralla. El vano delantero, más alto, está separado poca distancia del siguiente, de menor altura para ofrecer, dentro de lo posible, un mayor ángulo de tiro hacia el frente. El intradós de la puerta está enteramente abierto para permitir arrojar cualquier cosa disponible sobre los atacantes, incluyendo, ya se ha dicho, la posibilidad de hacer las veces de buzón matafuegos. En muchos casos se podía acceder desde la plataforma de la buhedera al adarve, pudiendo así compensar su incapacidad para ofender a los enemigos próximos a través de aspilleras o el almenado. Lógicamente, la posibilidad por parte de los atacantes de hacer frente a los defensores situados en la plataforma era nula, y si no tenían aspiraciones a palmar como auténticos y verdaderos héroes lo tenían complicado como no se acercasen a la puerta provistos de manteletes o formando una tortuga con sus propios escudos. Con todo, recordemos que bastaba una rociada con brea seguida de unas cuantas teas ardiendo para quitar las ganas de quedarse allí hasta verse convertido en una momia carbonizada. 

Veamos otro ejemplo similar, en este caso la puerta del Alcázar de la Puerta de Sevilla de la cerca urbana de Carmona. Ojo, aunque pueda parecer una fortificación exenta en realidad era una barbacana a lo bestia para defender el acceso más fácil al perímetro amurallado de la población y que, con el tiempo, se convirtió en un castillo unido a la muralla. Al este, en la zona más elevada, se encuentra el Alcázar de Arriba, de mayores dimensiones y posterior en el tiempo. De hecho, el que nos ocupa está basado en una fortificación cartaginesa. En cualquier caso, su intimidante puerta, flanqueada por una enorme torre, también cuenta para su defensa con una buhedera de generosas dimensiones más un pequeño matacán añadido tras su conquista a manos de la mesnada de Rodrigo González Girón en 1248. Se trata de una puerta con pasillo de acceso directo con un patio interior, y para asegurarla disponía de dos puertas con un rastrillo entre ambas. El ensanchamiento que se observa en la parte inferior del vano interior es consecuencia de una adaptación al tráfico moderno ya que, aunque desde hace pocos años es una vía peatonal, anteriormente circulaban por ahí incluso pequeños camiones para acceder al casco antiguo de la ciudad.

En esa foto podemos ver la parte superior de la buhedera junto al acceso al matacán. Los cuatro travesaños de piedra que vemos en la imagen servían como apoyo a los ballesteros que se situaban tras las aspilleras o disparaban a través de las almenas. Un pequeño pretil rodeaba la buhedera para impedir que el tontaina de turno se partiera la crisma y para anular por completo el ángulo de tiro de cualquier enemigo que lograra aproximarse a la puerta. Podrían igualmente, y esto es una conjetura de cosecha propia, haber tenido algún tipo de soporte para un recipiente de grandes dimensiones destinado a volcar agua a través de las aberturas. En este caso, la disponibilidad de la misma era abundante gracias al enorme aljibe que se encuentra en el patio interior del recinto, situado a escasa distancia de la puerta.


Como ya anticipamos, no solo se construían buhederas en las puertas de acceso a los recintos, sino también en el interior para cortar el paso a diversas zonas de las fortalezas. La que vemos a la derecha es la que el visitante se encuentra tras cruzar la puerta oeste del castillo de Almansa con que abrimos este artículo. La de la imagen da acceso al patio de armas y, como las anteriores, tiene el intradós totalmente abierto. En este caso, la defensa de proximidad no ofrecía ningún problema ya que el adarve tenía espacio sobrado para el emplazamiento de ballesteros, e incluso vemos alguna aspillera para el mismo fin. Obsérvese que, como en las anteriores, el vano de la primera puerta es mucho más alto que el de la segunda, en este caso diría que más del doble. No he podido encontrar en ninguna de mis fuentes el motivo de esta peculiaridad pero, sabiendo que esta gente no daba puntada sin hilo y saltando a la vista que a pesar de su altura no se ve aumentado el ángulo de tiro frontal, colijo que no debía tener otro sentido que facilitar la dispersión de los proyectiles o líquidos que se vertían desde la buhedera. O sea, que buscarían precisamente el efecto inverso al de un buzón matafuegos, en los que interesaba que la cortina de agua se concentrase en un punto concreto, mientras que en este caso era preferible que al verter líquidos hirviendo o inflamables salpicase al mayor número posible de enemigos. Por cierto que esta fortaleza disponía de otra buhedera más, en este caso situada en la puerta norte, mucho más amplia y destinada al acceso de carros.

Otro ejemplo de buhedera situada en zonas interiores de un recinto lo tenemos a la izquierda. Se trata del acceso a la torre del homenaje del castillo de Paracuellos de la Vega, en Cuenca, casualmente uno de los que tratamos en la entrada que se dedicó a las torres pentagonales en proa. Bien, pues la puerta de la misma, además de estar separada varios metros del suelo y siendo su acceso posible únicamente mediante una escalera adosada al muro, para su defensa disponía de dos pequeños matacanes y, por si algún enemigo lograba traspasar era primera línea defensiva, aún quedaba la buhedera que defendía la misma puerta y que podemos ver en la foto superior. En la inferior tenemos una vista de la cámara de acceso a la buhedera, situada en la primera planta de la torre y, como en el caso de la de Carmona, con un travesaño de piedra partiendo en dos la abertura. Como vemos, había alarifes capaces de crear recintos literalmente inexpugnables, imposibles de tomar mediante un asalto. Solo demoliéndolos a golpe de bolaño o sometiéndolos a férreos cercos el tiempo que hiciera falta sería posible hacerse con ellos. 


Bien, todo lo visto hasta ahora podemos encuadrarlo en lo que serían buhederas convencionales. Su localización en el recinto variaba en base a sus necesidades pero, básicamente, estaban construidas siguiendo un patrón que permaneció prácticamente inalterable y que perduró hasta el siglo XV, cuando comenzó el ocaso de los castillos medievales. Sin embargo, se pueden ver otros diseños creados para su ubicación en lugares distintos, como las puertas en recodo habituales en la castramentación andalusí. El plano en sección de la derecha muestra una buhedera de alberca, denominación que se basa en su similitud con estas construcciones por el pretil que las rodeaba enteramente. Podemos verlas sobre torres-puerta, como la del detalle de la foto, la Puerta de la Justicia de la Alhambra, y tenían por objeto facilitar el vertido en los zaguanes de este tipo de accesos, mucho más amplios que en una puerta convencional. La defensa en proximidad se podía llevar a cabo desde la azotea de la torre aprovechando el parapeto de la misma, mientras que el pretil permitía a los defensores arrojar todo lo arrojable sobre los que entrasen en el zaguán.


No obstante, podemos encontrar este tipo de buhederas como resultado de la unión de dos torres de flanqueo mediante un adarve volado, como por ejemplo las de las Puertas de San Vicente y del Alcázar de la muralla de Ávila, o la que mostramos en la foto, del castillo de Cumbres Mayores, en Huelva, una fortaleza mandada construir en 1293 por don Sancho IV junto a la de Santa Olalla. Estos castillos fueron creados principalmente para hacer frente a la gran cantidad de bandidos que pululaban por la Vía de la Plata por aquel entonces y como retaguardia de la Banda Gallega, línea defensiva destinada a contener posibles agresiones de los portugueses a través de la frontera de lo que por aquel entonces era el noroeste del alfoz de Sevilla, hoy la Sierra Norte de la provincia de Huelva. Como vemos en la foto, dos potentes torres daban protección a una pequeña puerta ojival, literalmente embutida entre ambas. En algún momento posterior a la construcción del castillo se decidió unir las torres con un adarve para formar una buhedera cuyo aspecto podemos ver en la foto siguiente.


Ahí tenemos la azotea con el pretil que daba forma a una buhedera de alberca, disponiendo además de espacio sobrado para el movimiento de los defensores en el parapeto. El acceso a la azotea desde la muralla se efectuaba por una escalera situada al fondo de la imagen, para lo cual hubo que eliminar una cámara que tenía esa torre. La barandilla que aparece en primer término da a la cámara de la otra torre, que permaneció inalterable y que también permitía el acceso a la muralla mediante una puerta.


Con esta tipología concluimos lo que son las buhederas de gran tamaño destinadas a proteger puertas, tanto exteriores como interiores, así como torres-puerta. Pero aún quedan varios tipos más que, aunque menos visibles, eran verdaderos escorpiones que podían resultar enormemente peligrosos por hallarse en lugares poco o nada visibles. Uno de ellos era en los puentes que unían las albarranas con las murallas, zonas en las que lo enemigos podían situarse y que, si no había una torre de flanqueo que las cubriese, intentar una zapa. Para impedirlo se abría un pequeña buhedera en el puente, controlando así todo lo que ocurría bajo el mismo y, naturalmente, haciendo lo necesario para invitar a los invasores a largarse de allí a toda leche. Esta que vemos pertenece al castillo de Almodovar, en Córdoba, y no son raras de ver en albarranas similares salvo las que usaban pasarelas de madera, fijas o móviles, en vez de fábrica.



En caso de que el puente fuese de mayor longitud no había problema para añadir tantas buhederas como fuese necesario para cubrir el mayor espacio posible y eliminar la posibilidad de que algún punto muerto permitiese al enemigo hacer de las suyas. Las que vemos en la imagen pertenecen al castillo de Mourão, en Portugal. Se trata del pasillo que quedaba entre una torre y la muralla, el cual fue tapiado en algún momento de su historia. La piedra marcada con la flecha es una de las tres buhederas de que disponía que fue condenada. En el detalle vemos su aspecto desde la cámara de la torre, y una pequeña vista del panorama que se veía desde ella.


También eran muy usadas en los zaguanes interiores de las torres-puerta en recodo y doble recodo de los andalusíes de forma que, en caso de que el enemigo lograse franquear la primera puerta, mientras se daban de narices con la segunda y decidían en democrática asamblea como puñetas echarla abajo en un espacio tan ínfimo donde no cabía un mal ariete, desde la azotea o la cámara superior de la torre los defensores les metían prisa vertiendo cosas chungas sobre ellos. Si les echaban brea calentita seguida de trapos empapados en aceite ardiendo, el interior de la puerta se convertiría en una versión terrenal del infierno. La que vemos en la foto está en una de las puertas de la cerca urbana de Niebla (Huelva) y, como queda patente, en este caso no se trataba de un buzón matafuegos de circunstancias porque, en base a su ubicación, ahí no tenía nada que apagar llegado el caso, sino más bien lo contrario. Por cierto, lo que vemos a la izquierda del encuadre es el arco de la segunda puerta. Y a modo de comentario sobre lo que podía ser verse metido en semejante ratonera, si a la brea ardiendo le añadían a continuación unas paletadas de azufre no solo se achicharraban, sino que palmaban con los pulmones como los de un fulano que se haya estado fumando seis paquetes de tabaco diarios durante 50 años, pero todo de golpe. En fin, muy desagradable como podrán imaginar.


Y como a la hora de defender a ultranza hasta el último reducto, que en el caso de las fortificaciones europeas era la torre del homenaje, hasta se tenía la prevención de abrir buhederas en las bóvedas de las cámaras superiores para que, en caso de que el enemigo lograse llegar hasta allí, vender caros sus pellejos. Se cerraba la puerta de la escalera que permitía subir a la primera cámara y desde la buhedera que ocupa el centro de la bóveda se intentaba rechazar a los asaltantes con los medios disponibles. En este caso se trata del castillo de Las Aguzaderas, en El Coronil (Sevilla) cuyo aspecto actual data del siglo XIV. Otras fortificaciones cercanas disponían de un dispositivo similar, concretamente el castillo de Utrera y, posiblemente, las torres de Lopera y del Águila, aunque en estas las bóvedas está totalmente derruidas por desgracia. Con todo, siendo todas estas fortalezas de la misma época y de traza similar, lo más probable es que laa tuvieran. Puede que más de uno piense que pretender conseguir algo con esa defensa a ultranza era una chorrada, pero supongo que entre eso y acabar colgado de la muralla era preferible intentar el plan A. Además, estos castillos, integrados en la Banda Morisca, estaban lo suficientemente cercanos unos a otros como para intentar resistir ya que en pocas horas podía llegar ayuda.

En fin, criaturas, las buhederas, a pesar de ser algo tan aparentemente irrelevante, tuvieron su importancia y, de hecho, ya vemos que es un tema que ha dado bastante de sí. Al cabo, la defensa cenital era de lo más persuasivo ante una tropa asaltante porque no disponían de medios para protegerse con eficacia, y más si lo que vertían sobre ellos eran líquidos inflamables que, en el mejor de los casos y usando manteletes recubiertos por pieles crudas, lo más que podían hacer era largarse dándose patadas en el culo si no querían acabar como uno de esos churracos requemados que te sirven en los mesones domingueros de "grasa a la brasa" donde entras a las dos, el camarero aparece a tomar nota de la comanda a las tres, y te terminas el postre a las seis de la prisa que se dan.

Bueno, vale por hoy.

Hale, he dicho

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