En la foto podemos ver el desafiante aspecto de la Torre del Campo, una torre exenta que defendía el único acceso por tierra a la villa de Alarcón (Cuenca), así como un peligroso padrastro donde unos hipotéticos sitiadores podían emplazar ingenios con los que atacar la plaza. Junto a su hermana, la Torre de Cañavate, fueron construidas durante el primer tercio del siglo XIV por el infante don Juan Manuel |
En los instantes previos a quedarme literalmente sopa tras el almuerzo, que es cuando llevo a cabo mis meditaciones más profundas, me he percatado de un detalle, y es que hace la friolera de tres años que no publico nada acerca de cuestiones castilleras. Puede que muchos de los que me leen ignoren que, en realidad, la temática primigenia de este blog es la castellología, que en principios se limitaba a Portugal- de ahí el nombre de CASTRA IN LUSITANIA- pero que, posteriormente, amplié al resto de la Península. Con el paso del tiempo y por aquello de que lo uno va relacionado con lo otro, pues se fue incluyendo armamento, ampliamos el ratio de épocas a abarcar y, desde 2014, hasta hablamos largo y tendido de las putaditas que se hacían en la Gran Guerra para matarse más y mejor. Pero la cosa es que, en realidad, lo relacionado con la castellología, ya sea de tiempos de los egipcios o pirobalística, no está agotado en modo alguno, así que no está de más ir recuperando poco a poco estas cuestiones que, además de interesantes, nos permiten conocer el cómo y el por qué se construían nuestras añejas fortificaciones. De ese modo, cuando las visitemos con los nenes podremos embobarlos con nuestros conocimientos y, de paso, le callamos la boca al cuñado paliza que se apunta a un bombardeo porque sabe que tras la visita castillera viene la parada en esa venta donde sirven un menudo que quita el sentido o una caldereta de venado digna de mesa pontificia. Así pues, retomamos este tema con una tipología de torre que seguramente habremos visto en alguna ocasión ya que en el suelo patrio no escasean precisamente, sobre todo en los dos tercios superiores de la Península, uséase, de Despeñaperros pa'rriba. Dicho esto, vamos al grano.
Por su morfología, similar a la de los protobaluartes surgidos a finales del siglo XV a raíz de la aparición de la artillería, cualquiera podría pensar que las torres pentagonales en proa eran un diseño, digamos, moderno. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Según Mora Figueroa, el origen de esta tipología era griego, y ya fue descrita por Filón de Bizancio hacia el 120 a.C. Posteriormente fue empleada por los romanos, a los que todo lo griego les producía sueños húmedos, aunque en este caso no con la profusión de la típica torre de flanqueo cuadrangular de toda la vida. Al cabo, la castramentación romana era en realidad bastante simple y basada en amurallar poblaciones o establecer acantonamientos permanentes para sus legiones basados en un determinado patrón, algo muy alejado de los complejos fortificados de la Edad Media que eran, en muchos casos, verdaderos alardes de ingenio malévolo para hacer la puñeta a los enemigos y complicarles todo lo posible la expugnación de los mismos.
Actualmente, el ejemplo más antiguo que se conserva de esta tipología es la ciudadela de Ankara, en Turquía, edificada entre los siglos VII y IX cuando la entonces Ancyra romana fue objeto de varios ataques a manos de los malvados árabes que, ya a partir de la segunda mitad del siglo VII querían islamizar hasta el Polo Norte. Debido a las constantes agresiones contra la Anatolia, el emperador Constante II decidió iniciar las obras para fortificar la población, incluyendo en su interior una poderosa ciudadela cuyo origen es antiquísimo, estando datados sus estratos más antiguos nada menos que en el 4000 a.C., siendo este emplazamiento el del primer asentamiento hitita de la zona. O sea, que es un sitio más antiguo que el hilo negro. En el plano de la derecha podemos ver el trazado de la cerca exterior, con la puerta defendida por dos torres de planta semicircular, y el de la ciudadela, defendida por dos torres pentagonales en proa. Podemos observar también que los flancos oeste y sur están cubiertos por torres de flanqueo de este tipo, mientras que en el lado este se alternan con otras morfologías. Por cierto, recurran al escalímetro del plano para hacerse una idea de las enormes dimensiones del recinto
En la foto de la izquierda podemos ver un lienzo de estas murallas, y el intimidatorio aspecto que debían ofrecer a posibles atacantes. Como dato curioso, vemos que los dos primeros tercios están construidos a base de restos obtenidos de viejas ruinas romanas en forma de sillería, cipos funerarios, esculturas, bases de columnas, capiteles, bloques de mármol, etc., mientras que para el tercio superior se recurrió a ladrillo, mampuesto o una combinación de ambos a base de sillarejo o mampostería encintada. Las torres pentagonales siguieron formando parte de la castramentación bizantina de forma regular, especialmente a partir del siglo XI durante el reinado de Romano IV Diógenes, que llevó a cabo una intensa campaña de fortificación en Asia Menor ante la cada vez más preocupante pujanza de los otomanos. Uno de los ejemplos que aún perduran es el castillo de Telmessos, actual Fethiye, construido en el siglo XII y provisto de dos de estas torres en su lado norte.
Castillo de Bernstein, en la Alsacia. Su aspecto actual data de 1225, posiblemente por reformas llevadas a cabo por el obispo de Estrasburgo |
En esa misma época, cuando algunos cruzados decidieron que ya estaban hasta el gorro de agarenos y desiertos llenos de alacranes, víboras y profetas con la azotea averiada, retornaron a sus dominios en Francia (Dios maldiga el enano corso) habiendo tomado buena nota de los métodos de castramentación bizantinos. Al cabo eran los herederos del saber de Grecia y Roma, y sus fortificaciones eran de ciencia ficción si se comparaban con sus motas castrales. De Francia, el concepto de torre pentagonal en proa se extendió hacia el sur, concretamente a la comarca del Sobrarbe, en Huesca, donde se encuentran los ejemplares más primitivos de esta tipología en los castillos de Arcusa, Azaba, Sarsa de Surta o Luzás entre otros. La datación de los mismos no está aún clara al cien por cien, pero todo apunta a que su origen se remonta a los siglos XI-XII.
Igualmente se extendieron al norte, en dirección a la actual Alemania. Tenemos ejemplos datados en el siglo XIII como los castillos de Bernstein, Lutzelbourg-Zorn, Guirsberg, Ortemberg o incluso en Italia, en aquello tiempos bajo el dominio del Sacro Imperio Romano Germánico. Nos referimos al castillo de Prato, situado al norte de Italia, y al de Lucera, en la región de Foggia, al sur de la península y datados ambos en la segunda mitad del siglo XIII. Este último castillo, construido entre 1269 y 1283, tiene sendas torres pentagonales en sus esquinas suroeste y norte, así como esas peculiares torres triangulares que vemos en la foto y que ocupan todo el flanco este del recinto, y cuya utilidad es básicamente la misma que las pentagonales.
Prosiguiendo con el territorio peninsular hispano, de Aragón se fueron extendiendo hacia el sur con ejemplos tan preclaros como el del castillo de Alarcos, construido en 1193 y provisto de dos de estas torres en sus flancos este y oeste que podemos apreciar en la ortofoto de la derecha. Como podemos ver, las cámaras interiores de estas torres conservaban el perfil pentagonal exterior si bien hay bastantes casos en los que el vértice frontal era macizado, formando así una cámara cuadrangular. Este tipo de obra proporcionaba una resistencia mucho mayor en caso de que los enemigos pretendieran llevar a cabo labores de zapa o incluso intentar adosar una máquina de batir, opción esta que era un poco chorra ante una torre de este tipo por ser más viable acometer una muralla que, en toda lógica, ofrecía un frente más asequible y tenía menos grosor.
Torre pentagonal en proa de la cerca urbana de Guadalajara |
La progresión de las torres pentagonales avanzó hasta lugares tan al sur como Guadalajara, cuya muralla contaba con algunas de estas torres, Montalbán o el caso de las albarranas de Alarcón en Cuenca, siendo posiblemente estas las más tardías ya que se construyeron, como se ha dicho anteriormente, por el infante don Juan Manuel en el siglo XIV. El motivo de cesar su avance hacia la Andalucía no era otro que la difusión de la artillería. La progresiva desaparición de la maquinaria neurobalística y la expansión de las bombardas obligó a que las añejas fortalezas medievales fueran reformadas o se llevaran a cabo obras exteriores para adaptarlas a las nuevas armas, mientras que las construidas ex-novo se basaban en los principios de la traza italiana por la que las fortalezas de murallas altas con torres de flanqueo dieron paso a los fuertes hundidos en el terreno para ofrecer el menor blanco posible y con una morfología llena de aristas para desviar los proyectiles enemigos.
Bien, este es el origen y la evolución de esta tipología. Ahora viene la pregunta lógica: ¿qué ventajas ofrecían respecto a las torres cuadrangulares o semicirculares? Veamos...
La torre de planta cuadrangular y en menor grado la semicircular, tenían dos inconvenientes notables que, curiosamente, no hicieron que cayeran en desuso y perduraron hasta la extinción progresiva de los castillos convencionales a partir del siglo XV. Si observamos el gráfico de la derecha vemos que justo delante de la torre se creaba un amplio ángulo muerto en el que los asaltantes que lograban pegarse al muro quedaban fuera del alcance de los defensores distribuidos en la muralla. Sí, desde la azotea de la torre se les podía hostigar arrojando cualquier cosa pero, como es obvio, los atacantes ya lo habrían previsto y estarían equipados con manteletes para impedir que les abrieran las cabezas con un pedrusco de los gordos o los achicharraran con brea y, por otro lado, sus propios ballesteros estarían agazapados tras sus manteletes o sus paveses listos para dejar seco de un virotazo a cualquiera que se asomase la jeta por las almenas con intenciones aviesas.
¿Que qué sentido tiene pegarse a un muro como una lapa sabiendo que si se movían quedaban expuestos a los ballesteros que les acechaban desde los adarves laterales? Pues intentar una zapa de superficie, obra de expugnación que se llevaba a cabo cuando no era posible el minado al estar el castillo cimentado sobre una base rocosa. A modo de
ejemplo, observemos el grabado de la izquierda, en el que vemos como unos
zapadores, protegidos con manteletes o tablones en este caso, van arrancando las piedras
del muro hasta llegar al migajón. A continuación se iría extrayendo
el mismo y entibando el hueco a medida que se avanzase para, finalmente,
meterle fuego a la estructura que soportaba el peso y provocar el colapso de la
torre. Por otro lado, las torres solían ser el principal objetivo de los
fundíbulos, manganas y demás ingenios capaces de arrojar proyectiles ya que era
vital destruir las dos torres de flanqueo que defendían el paño de muralla por
donde se intentaría un posible asalto, por lo que la superficie plana de una
torre cuadrangular era un blanco perfecto para machacarlo a golpe de bolaño.
Sin embargo, la torre pentagonal impedía estas maniobras. En este caso, como vemos en el gráfico, ese temible ángulo muerto desaparecía, y cualquiera que lograra acercarse a la torre estaría en todo momento expuesto a quedar convertido en un acerico. Los zapadores que quisieran intentar minarla tendrían que recurrir a una tortuga unida a una larga trinchera para estar protegidos de los ballesteros que defendían el castillo. Y, por otro lado, el acusado ángulo de la fachada frontal desviaría con gran facilidad los bolaños lanzados por los ingenios enemigos, llegando a lo sumo a desconchar los paramentos salvo que se orientasen las máquinas apuntando a uno de los flancos. La precisión de esos chismes no llegaba a tanto, así que era preferible en ese caso pasar de las torres y optar por batir las murallas para intentar abrir una brecha.
Por lo demás, aunque este tipo de torre fue concebido inicialmente como elemento flanqueante para cercas urbanas o fortalezas, tras su llegada a España tuvo los usos habituales para sus hermanas mayores. Así, además de su empleo como torres exentas que hemos visto en Alarcón, se construyeron albarranas, torres del homenaje e incluso torres puerta. Veamos algunos ejemplos...
La foto de la izquierda nos muestra lo que queda del castillo de Caracuel de Calatrava, en la provincia de Ciudad Real, una fortaleza de origen árabe datada hacia el siglo IX y reformada por los castellanos en los siglos XII y XIII, época ésta última de donde probablemente procede la torre en cuestión. La imagen nos muestra la base rocosa sobre la que se asienta, por lo que su minado era inviable. El puente o la pasarela que unía la muralla con la torre ya no existe, como está mandado. Pero observemos los restos de las torres situadas en lo que eran las esquinas de ese tramo de muralla, y podremos comprobar que gracias al vértice de la torre esta no tiene un solo ángulo muerto ya que sus flancos podían ser batidos desde ambos lados. Del mismo modo, el espacio entre la gola de la torre y la muralla quedaba dentro del ángulo de tiro de los defensores de las torres esquineras, así que arrimarse por ese lado era tener todas las papeletas para obtener una baja permanente absoluta en la mesnada.
A la derecha tenemos un ejemplo de torre del homenaje con esta morfología. Corresponde al castillo de Buitrago de Paracuellos (Cuenca). Este castillo, construido por los moros en el siglo XII, sufrió la reformas de rigor tras caer en manos castellanas, y en este caso se optó por edificar una torre del homenaje pentagonal en proa. El recinto ocupa una meseta romboidal de unos 100×50 metros en sus respectivos ejes mayores en dirección norte sur. ¿Y por qué construir esa torre si está dentro del recinto y da igual que la puedan flanquear o no?
Aquí está la respuesta: la proa está orientada hacia el sur, donde a menos de cien metros hay otra elevación similar que constituye un peligroso padrastro desde el que se podía atacar el castillo y desmoronarlo a golpe de bolaño sin problemas. La única forma de impedir que la torre se fuera al garete en dos días era precisamente con una torre pentagonal cuyo frente podía desviar los proyectiles de los fundíbulos que, en este caso, podían alcanzar sin problemas con toda su contundencia el edificio, del que solo los separa el estrecho barranco que vemos entre ambas elevaciones. Así pues, este ejemplo nos muestra claramente que las torres pentagonales tenían aplicaciones prácticas que ya se han explicado y que, como en este caso, se tuvieron en cuenta a la hora de elegir la tipología de la torre principal de esta fortificación en vez de las típicas torres de planta cuadrangular. Por casos como este es por lo que, a mi entender, conviene conocer el origen y las funciones de cada elemento que compone una fortaleza ya que es la única forma de comprender cómo y por qué fue construida de tal o cual manera.
Y para concluir, un ejemplo de torre pentagonal como torre puerta. En este caso se trata de la Puerta de Benjaque, que se encontraba en el centro del flanco sureste de la cerca urbana de Guadalajara. Y decimos "encontraba" porque, por desgracia, fue derribada por completo en 1884 tras haber pasado a manos particulares a mediados de siglo y, como vemos en la foto, acabar como miserable redil de ganado después de muchos años usada como almacén municipal. Y lo más sangrante es que el derribo se llevó a cabo con el visto bueno de la Academia de Bellas Artes a pesar de la oposición tanto del ayuntamiento como de la Comisión Provincial de Monumentos. En fin, las cosas que pasan aquí son para que le estallen a uno las arterias del pescuezo de un berrinche. La torre, que vemos en la única foto que se conserva de la misma, era una sólida mole construida con un mampuesto careado de gran tamaño y sillería bien escuadrada en los ángulos.
Se trataba de una puerta con doble recodo cuyo acceso estaba en la fachada suroeste (la que aparece en la foto), y con la salida en la misma dirección según vemos en el plano de la izquierda. En la fachada opuesta se abría un pequeño postigo, quizás para facilitar el movimiento de la guarnición durante las horas nocturnas o para permitir la salida de algún vecino huyendo de su cuñado a las tres de la mañana. De su distribución interior no se sabe nada salvo que, como vemos, formaba un patio rectangular ya que el vértice de la torre estaba macizado. Se han hecho reconstrucciones virtuales en las que se muestra una planta superior con el torno para un hipotético rastrillo de la puerta exterior (el arco de la interior es lo único que subsiste), más una azotea con una techumbre formada por jácenas y un entarimado pero, como es lógico, esta reconstrucción es enteramente hipotética ya que no queda rastro de otra cosa que no sean los cimientos que nos permiten al menos conocer las dimensiones y la forma concreta de la torre.
Bueno, criaturas, no creo que se me haya olvidado nada, así que con esto concluimos. Como hemos ido viendo a lo largo del artículo, esta tipología, aunque generalmente desconocida, es más abundante y ha tenido más protagonismo del que muchos imaginan. En todo caso, queda reinaugurada esta temática que teníamos tan dejada de la mano, por lo que ya se irán añadiendo más entradas al respecto.
Hale, he dicho
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