martes, 19 de noviembre de 2013

Líneas defensivas. La Banda Morisca





Las conquistas llevadas a cabo por Castilla durante la segunda mitad del siglo XIII mermaron enormemente los otrora extensos dominios musulmanes en la Península. Tras las caídas de Córdoba (1236), Murcia (1243), Jaén (1246), Sevilla (1248) y Jerez (1264), la frontera sureste de Castilla con el reino nazarí de Granada se convirtió durante los siglos XIV y XV en el escenario de constantes razzias y cabalgadas por parte y parte pero, sobre todo, de los andalusíes, cuyo mayor empeño radicaba en impedir que la zona se repoblara, asegurando con ello el control definitivo de la zona.

El punto de partida de las algaras granadinas radicaba en Ronda, por donde entraban en dirección al Valle del Guadalquivir mesnadas que actuaban con gran rapidez en busca de botín y cautivos en los pequeños núcleos de población con los que la corona castellana intentaba a duras penas afianzar el dominio del territorio. Ello obligó a establecer una línea defensiva a base de castillos y torres que, dispuestas en profundidad a lo largo de la ruta comprendida entre Ronda y Utrera, pudieran contener a los granadinos en su enconado empeño de intentar recuperar los territorios perdidos y, está de más decirlo, aliviar la presión de las tropas castellanas en otros puntos de la frontera, cosa que solo se logró de forma circunstancial durante la guerra civil entre Pedro I y el Trastámara, más preocupados de sacarse las tripas el uno al otro que de proseguir con las exitosas campañas de reconquista llevadas a cabo por Fernando III, Alfonso X y Alfonso XI.

Para ponernos en situación, lo mejor será echar un vistazo al mapa de la derecha. En color verde aparece el reino de Granada, y en celeste Castilla. Según muestra la flecha azul, esa sería la ruta en teoría más lógica para acceder al Valle del Guadalquivir: desde Antequera, avanzar en dirección oeste hasta Alcalá de Guadaíra, que era la llave de Sevilla. Sin embargo, esa zona no se prestaba a buenas razzias; es un territorio amplio, desde donde cualquier mesnada podría ser avistada a muchísima distancia. Al mismo tiempo, no había montañas por donde escurrirse o esconderse y, lo más importante, cerraban el paso las fortalezas de Alcalá y Carmona, inexpugnables ambas salvo para ejércitos muy numerosos y dispuestos a pasarse meses y meses cercándolas.

El castillo de Hierro, en Pruna. Aunque parezca increíble
fue tomado al asalto. Ya le echaron redaños...
Por ello, el terreno más apto era el marcado con la flecha roja: desde Ronda, amparados en la inmensa serranía del mismo nombre, avanzar por el sureste en dirección a Utrera, distante apenas cinco leguas de Sevilla. En un terreno así, protegidos por innumerables ángulos muertos hasta prácticamente la misma Utrera, una tropa reducida y conocedora del terreno podía hacer muchísimo más daño. Su estrategia era básica, pero eficaz: avanzar sin ser detectados, entrar a saco en las pequeñas poblaciones de nueva creación sin murallas que las defendieran y retornar a toda velocidad con el botín. En caso de necesidad siempre podían refugiarse en los castillos de Zahara, Olvera, Pruna o Fátima, en Ubrique, todos ellos prácticamente inexpugnables. Así pues, aunque la frontera con Granada era bastante extensa, era en la zona sombreada en rojo donde verdaderamente se centraba toda la acción en aquella época. Esa era en esencia la Banda Morisca.

Bien, esta era la situación en la frontera sureste del alfoz de Sevilla con el reino de Granada. Como ya se ha dicho, lo que traía de cabeza tanto a la corona como al Concejo hispalense era que los pocos que se atrevían a repoblar la zona a costa de darles todo tipo de exenciones fiscales se largaran de allí ante el constante estado de amenaza latente. Era tal la preocupación ante el constante pillaje que los colonos hasta optaron por dejar de lado la agricultura en pro de la ganadería. ¿Por qué? Pues fácil: las cosechas podían ser quemadas y el producto de ellas robado, relegando a la miseria al personal que tantos trabajos y peligros arrostraba por poblar la frontera. Sin embargo, el ganado siempre podía ser puesto a buen recaudo en los albácares de las fortificaciones que les servían de protección o, en el peor de los casos, espantarlo para luego, una vez pasado el peligro, recuperarlo todo o casi todo.

Castillo de Zahara. No pudo ser tomado de forma
definitiva hasta 1483
Era pues más que evidente que había que cerrar con llave aquel coladero de enemigos, para lo cual se planificó la construcción de una serie de fortificaciones que, adecuadamente guarnecidas, sirvieran de freno a las algaras procedentes de Ronda. La Banda Morisca no se concibió como su homónima Gallega, de la que ya se habló largamente en su momento. Mientras que la Banda Gallega se estableció fortificando las vías de acceso desde Beja a la Sierra Norte de la actual Huelva, la zona que nos ocupa se pobló de torres y castillos estableciendo una línea en profundidad y, muy importante, con posibilidad de enlazar visualmente unos con otros para, a base de ahumadas o candelas, dar aviso en cuanto se avistase una mesnada enemiga internándose en el territorio. 

El castillo de Cote, en primera línea
Esta serie de fortalezas, construidas ex novo o bien reaprovechando anteriores fortificaciones árabes, se extendían desde la misma frontera hasta Sevilla. La relación no es precisamente corta:

Castillos: Utrera, Aguzaderas, El Coronil, Cote, Matrera, Los Molares, Morón y Alocaz
Atalayas: Quintos, Tabladilla, Bao, Ventosilla, Membrilla
Torres fuertes: Águila, Lopera, Bollo, Troya, 

Así pues, para cubrir una superficie de unos 150 km.2 tenemos ocho castillos, cinco atalayas y cuatro torres provistas de muralla y bien guarnecidas. En total, nada menos que diecisiete fortificaciones sin contar las de Alcalá de Guadaíra y el castillo de Luna, cerca de Puebla de Cazalla, que no formaban parte en sí de la Banda Morisca pero que por proximidad podían intervenir llegado el caso. Y para hacernos una clara idea de la densidad de esta línea defensiva, basta echar una mirada al mapa inferior:


A la derecha, rodeada de abruptas montañas, aparece Ronda. Para defender el territorio tenemos las fortificaciones de la frontera. En rojo, los castillos. En amarillo, las torres fuertes y en azul las atalayas que, además de servir para vigilancia, eran refugio y defensa de los colonos que se establecieron a su abrigo. 

Bueno, con esta breve introducción bastará para hacernos una idea de lo que se coció en esa zona hasta la caída de Ronda en 1485, lo que supusieron casi 200 años de operatividad de esta línea defensiva. En posteriores entradas veremos con detalles las fortificaciones de que se componía.

Hale, he dicho

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