jueves, 19 de septiembre de 2019

Curiosidades: el obús secreto de Shuvalov


Rarito, ¿verdad?

Piotr Ivánovich Shuvalov (1710-1762) en
el cenit de su gloria. Su brazo reposa en un cañón
como clara referencia a su vinculación con estas
armas tan resolutivas
El creador de esta especie de trabuco transversal fue Piotr Ivánovich Shuvalov, miembro de una familia de terratenientes muy cercana a los círculos del poder gracias a su hermano mayor Alexander y, ante todo, un trepa de tomo y lomo que logró alcanzar una notabilísima influencia en la zarina Elizavéta Petróvna Románova, Isabel I de Rusia para los amigos. Su incuestionable capacidad para colarse por los tortuosos recovecos que conducían a lo más alto fue en realidad lo que le permitió dar a conocer su faceta como inventor ya que, de lo contrario, hubiese sido uno más entre la miríada de militares que se pasaban las horas muertas ideando chismes raros que les permitiesen medrar en la archiclasista sociedad rusa y, por supuesto, en el aún más elitista cuerpo de oficiales del ejército, donde si no tenías un apellido pintabas menos que un sujeto honrado y trabajador en el Congreso. No nos extenderemos en la vida y milagros de este sujeto ya que, aunque es bastante desconocido por estos lares, hay información sobrada en la red para todo aquel que quiera saber más sobre su persona. Nosotros nos limitaremos a plasmar una breve semblanza para que los perezosos que pasen de buscar quién fue el ciudadano Shuvalov se puedan poner en contexto.


Mavra Yegorovna Shelepeva (1708-1759)
Su adolescencia y primera juventud la pasó haciendo el gamba en la corte- de jovencito había servido como paje durante los últimos años del reinado del zar Pedro I, aquel bicharraco de más de dos metros que no dudó en ejecutar a su primogénito tras una tormentosa relación paterno-filial-, viendo pasar un mandatario tras otro (el tema sucesorio entre la muerte de Pedro I y el ascenso de Elizavéta es para hacer un culebrón) hasta el derrocamiento en 1741 de Ivan VI cuando apenas era un bebé de un año. Shuvalov, que se puso de parte de la aspirante al trono, Elizavéta Petróvna- era hija del controvertido Pedro I-, tuvo claro que favorecería más a sus intereses decantarse por la hija del difunto zar antes que por un crío que, obviamente, sería manipulado hasta su mayoría de edad. En 1742 fue cuando comenzó su meteórico ascenso gracias a su ventajoso matrimonio con Mavra Yegorovna Shepeleva que, además de ser tres años mayor, por los retratos que han llegado a nosotros debía ser prima hermana de Gambrinus. Pero lo importante no es que fuera feilla y tal, sino que pertenecía a una linajuda familia de nobles boyardos y, más importante aún, que desde 1719 era dama de honor de la gran duquesa Anna Petrovna Románova, hermana mayor de la zarina Elizavéta y que palmó muy jovencita la pobre, con apenas 20 años, de fiebre puerperal tras parir en 1728 al que sería el futuro zar Pedro III. No obstante, el infausto suceso no supuso a la Shepeleva verse despedida de la corte, sino todo lo contrario. Más aún, la antigua dama de honor de la difunta tsesarevna se convirtió en la principal amiga y confidente de Elizavéta, así que matrimoniarse con ella era la mejor forma de dar el gran salto hacia el poder.


Imperatritsa i Samoderzhitsa Vserossiskaya
Elizavéta Petróvna Romanova, dicho en cristiano católico,
la emperatriz y autócrata de todas las Rusias Isabel I
(1709-1761)
Su apoyo a la nueva zarina le valió de entrada el rango de chambelán interino, que posteriormente fue mejorado con un ascenso a teniente de la Guardia y, más tarde, a mayor general, además de ser galardonado con las Ordenes de Santa Ana- creada en recuerdo de la difunta hermana de la zarina- y San Alexander Nevski y el puesto de senador por Livonia. En 1746 obtuvo el título de conde, lo que le permitió mangonear a su sabor, y en 1756 el grado de General Feldzeichmeister, una graduación de origen tedesco adoptada por Pedro I que en Rusia equivalía al comandante supremo de la artillería, siendo el primer militar que lo ostentó Alexander Archilovich Imeretinsky en 1699. Como es lógico, la obtención de este rango favorecería aún más la propalación de su invento, presentado tres años antes como un medio para renovar el vetusto parque artillero ruso que hacía más de 20 años que no se modernizaba. Además, el estallido de la Guerra de los Siete Años ya se mascaba en el ambiente, por lo que era recomendable no dormirse en los laureles y adecuarse al moderno armamento de sus enemigos empezando por Prusia, que bajo el mando de Federico II empezaba a escalar puestos entre la élite militar de la Europa toda. Bueno, con esto creo que podemos hacernos una idea acerca del personaje en cuestión, así como del contexto histórico en que se movió. 


Planos del "obús secreto" junto a los distintos tipos de munición
que disparaba.
La primera mención acerca de esta peculiar arma se remonta al 2 de julio de 1753, cuando Shuvalov presentó en el Senado su proyecto como una pieza especialmente ideada para mejorar la eficacia de los botes de metralla. Como es de todos sabido, tanto los botes como las polladas, racimos y demás municiones de este tipo formaban un cono a partir de su salida por la boca del cañón, lo que hacía que gran parte de los proyectiles se desperdiciara. Unos irían a parar al suelo sin causar el menor daño al enemigo, y otra pasaría sobre sus cabezas. Así pues, y por dar una cifra, digamos que solo un tercio de la munición lograría impactar en los asquerosos cuerpos de los asquerosos enemigos. Por lo tanto, la idea consistía en algo tan simple como que el bote de metralla no formara ese cono, sino que ayudado por la boca de fuego elíptica se distribuyera horizontalmente formando un letal abanico. 


Ojo, Shuvalov no inventó la paella porque se conservan piezas datadas en fechas anteriores basadas en el mismo principio si bien estaban concebidas para disparar pelotas convencionales, lo que no quita que, llegado el caso, se pudiera usar metralla. Esta peculiar pieza que vemos a la derecha y que se conserva en el Museo Histórico de Artillería, Ingenieros y del Cuerpo de Señales de San Petersburgo, aparece catalogada como cañón experimental de hierro fundido de 3 libras, y se fabricó en Olonets en 1722, o sea, cuando nuestro probo trepa apenas contaba con 12 años. El cañón, que tiene el ánima con la misma forma que la boca, se cargaba tres pelotas de 3 libras envueltas en una pieza de lino colocadas sobre una bandeja de madera. La verdad es que el invento no tiene mucho sentido ya que su única peculiaridad radicaba en la posibilidad de disparar tres proyectiles al mismo tiempo, cosa que se podía hacer, y con mayor cantidad de proyectiles, con un cañón convencional cargado con una pollada. En todo caso, lo que sí parece claro es que este chisme se quedó en fase experimental y santas pascuas.


Comparativa del radio de acción de un cañón normal (arriba) y el
producido por el obús de Shuvalov (abajo)
Así pues, aunque el concepto de dispersión basado en un ánima más ancha que alta ya existía, el invento de Shuvalov estaba orientado a disparar metralla de la forma que explicamos anteriormente, buscando de ese modo una mayor eficacia en cada disparo. Una vez presentado el proyecto en el Senado recibió el visto bueno, que para eso la parienta del influyente Shuvalov estaba todo el día chismorreando con la imperatritsa y a ver quién era el guapo que contristaba al aspirante a todo lo aspirable. Los planos fueron entregados al mayor general Mikhail Tolstoi, de la Cancillería Principal de Artillería y Fortificación, con la orden de que "se fundieran de inmediatos dos obuses de la forma más secreta" para llevar a cabo las pruebas pertinentes. Ambas piezas se fabricaron en el arsenal de Moscú bajo la dirección de Tolstoi, la colaboración del mayor Musin-Pushkin y el maestro Stepanov. El 10 de noviembre de 1753 se llevaron a cabo las pruebas de tiro real en presencia de miembros del Senado, de la Academia Militar y diversos mandamases que no se querían perder la fiesta. Para ello se colocaron dos blancos: uno, de 26 brazas (55,38 metros) de ancho y 3 arshins (2,13 metros) de alto a una distancia de 100 brazas (213 metros). El segundo, de 26 brazas de ancho y 4 arshins (2,8 metros) de alto, a una distancia de 125 brazas (266 metros). La braza rusa se había establecido en tiempos de Pedro I como equivalente a 7 pies ingleses, o sea, 2,13 metros. El arshin equivalía a 71 cm.


Una de las piezas que se conservan. Obsérvese su recargada decoración
En el informe que se redactó tras la prueba se afirmaba que el nuevo obús era mucho más eficiente que las piezas reglamentarias en aquel momento, y que su radio de acción era 21 brazas más amplio en sentido horizontal. La verdad, teniendo en cuenta la influencia de nuestro hombre cabe preguntarse si los elogios dedicados al invento eran reales o, por el contrario, un mero peloteo para no contristarlo. Me temo que nunca lo sabremos, pero lo que sí es cierto es que el Senado decidió adoptar el obús, realizándose un pedido inicial de 69 unidades por un importe de 64.439 rublos, más una dotación de otros 11.380 anuales en concepto de gastos de mantenimiento de las piezas. El calibre en boca era de 95 x 207 mm., o sea, que el calibre real era de 95 mm. o, según el sistema de la época, ½ pud (el pud equivalía a 16,4 kilos). La longitud de la caña era de 162 cm. con un peso de 491 kilos que, sumados a la cureña, hacían un total de 848 kilos. Su alcance eficaz se fijó entre 400 y 500 metros, y se asignó a cada pieza una dotación de 150 proyectiles, principalmente botes de metralla de hojalata con 168 balas de mosquete o bien con 48 bolas de mayor calibre. Cada obús estaría servido por siete hombres: un jefe de pieza/tirador y seis artilleros.


Vista trasera que nos permite apreciar la cuña y,
señalada con una flecha, la ubicación de la
pequeña concha donde se encontraba el oído
Los obuses fueron inicialmente distribuidos en tres compañías cuyos componentes debían efectuar un juramento por el que se comprometían bajo pena de muerte a no informar absolutamente a nadie de las peculiaridades de estas piezas las cuales, según escribió en sus memorias el comandante Mikhail Vasilyevich Danilov en 1771, cuando el obús secreto lo conocían hasta las comadres de Berlín, que "...el obús fue llamado secreto y no se permitió a nadie que lo viera, y estaba cubierto con tapas de cobre y bloqueado con un candado. Y los sirvientes que los disparaban, los oficiales y los soldados asignados a tal arma, hicieron un juramento especial para que no mostraran a nadie el cañón del obús secreto, aunque muchos ya lo conocían". Dicho juramento venía a decir más o menos: "Yo, Fulano Ivanóvich,  prometo y juro por el gran Dios y ante su Sagrado Evangelio que estoy decidido a servir con los obuses secretos. Lo juro por el juramento general ordinario, por lo que siempre será mi deber mantener el secreto, y lo que veo y sé no lo comunicaré a nadie ni conversaré sobre el mismo". Y no iban de coña. Como se te escapara una sola palabra te ponían delante de un pelotón de fusilamiento en menos que canta un gallo porque, de hecho, la obsesión por mantener el misterio llegó al extremo de que, cuando no estaban en servicio- léase disparando en plena batalla- ya vemos lo que nos cuenta Danilov con lo de los cubrebocas de cobre. Finalmente, el número inicial de obuses se redujo a 50 unidades por considerarlas suficientes para empezar, y se integraron en un Cuerpo de Bombarderos formado por cuatro compañías al mando del teniente coronel Kalistrat Musin-Pushkin. Al parecer, para tener al personal contentito y tal se les concedió una paga más elevada e incluso preferencia en el escalafón a la hora de obtener ascensos. En cuanto a los obuses, como hemos visto en el plano expuesto más arriba, tenían una larga recámara cilíndrica con el oído situado en una concha en la parte superior de la lámpara. La regulación de la altura se llevaba a cabo por el método tradicional: dos servidores elevaban la pieza con sendos espeques mientras que el artillero la apuntaba y la bloqueaba con una cuña de madera. 


Vista en sección de los dos tipos de ánimas. En la figura superior vemos
la del modelo de 1753 con la recámara cilíndrica, y debajo la del modelo
de 1758 con la recámara cónica
No obstante, en 1758 se sustituyó la recámara cilíndrica por una cónica- más adecuada para disparar proyectiles de metralla- y la cuña por un tornillo que permitía más precisión a la hora de apuntar y prescindir de los servidores con los espeques. Además, la imperatritsa decretó la fabricación de otras 30 unidades con el calibre modificado. Al parecer solo se llegaron a fabricar tres muestras, dos de las cuales se encuentran en el museo de San Petersburgo y la otra en el Museo de la Flota del Mar Negro en Sebastopol. Una es de 65 x 130 mm., otra de 70 175 y otra, la mayor de todas, de 120 x 235 mm. Así mismo y tras intentar disparar pelotas y granadas, se llegó a la conclusión de que aquellos chismes solo eran válidos para los distintos tipos de proyectiles de metralla a pesar de que se fabricó una bala con forma de melón que, al parecer, fue un fracaso rotundo. Imagino que si sus cualidades balísticas eran similares a la impredecible trayectoria de un balón de rugby no debían ser especialmente eficaces. Por lo visto, se conserva algún ejemplar en el Museo de Armas Polonia en Kołobrzeg, pero me ha sido imposible dar con una foto, y eso que cuando me pongo a buscar puedo pasarme horas intentándolo, pero no ha habido forma. Si alguien la consigue, se agradecerá que nos la facilite. 


Ejemplar conservado en Sebastopol. Obsérvese que se prescindió de la
recargada ornamentación del modelo anterior. Se cambió también la
posición del oído al primer cuerpo de la caña, o sea, la ubicación habitual
En cuanto al bautismo de fuego de los obuses secretos tuvo lugar en la batalla de Groβ-Jägersdorf, librada el 30 de agosto de 1757 contra los prusianos, que fueron pseudo-derrotados porque el mariscal Apraksin, que mandaba el ejército ruso, decidió largarse tras la victoria por motivos no del todo aclarados. La actuación de los obuses secretos parece que fue satisfactoria, y para no delatar su presencia en el campo de batalla fueron combinados con piezas convencionales de 3 libras a razón de 4 a 1. Según informó el mismo Apraksin, los disparos de estas armas no permitieron a la infantería prusiana romper las filas propias, siendo especialmente mortíferos contra la caballería enemiga. Con todo, y a pesar del secretismo que se quería imponer a toda costa, parece ser que sus disparos eran perfectamente diferenciables por su sonido y porque despedían un humo oscuro. A saber por qué, porque la combustión de la pólvora negra emite un humo blanco, pero la cosa es que los que vivieron la batalla dejaron claro que "...pudimos verlos y distinguirlos claramente de los disparos de otros cañones por su sonido especial y por su humo negro y espeso". En fin, un misterio misterioso... Por cierto que dos piezas fueron destruidas por la acción de la artillería enemiga.


Una vista general que nos permite ver la pieza completa con su cureña
Pero tras su aceptable estreno sobrevino el desastre. Justo un año más tarde, el 25 de agosto de 1758, tuvo lugar la batalla de Zorndorf, que en esta ocasión enfrentó al mismísimo Federico II con el conde Villim Villimovich Fermor, que había reemplazado a Apraksin tras ser relevado por la imperatritsa a causa de su inexplicable retirada tras haber ganado la batalla. En esta ocasión la victoria se decantó por los prusianos, pero lo peor fue que estos lograron echar el guante a 17 obuses secretos. Según el mayor general Borozdin, que fue el encargado de informar a Shuvalov (por esas fechas ya era el mandamás de la artillería), se recurrió incluso a húsares y cosacos a los que se prometió una jugosa prima si lograban recuperar los obuses, pero no pudieron hacer nada. El secreto acababa de irse al carajo si bien los prusianos se quedaron con las ganas de saber qué tipo de munición disparaban porque cuando se apoderaron de los obuses estos ya habían agotado su dotación de municiones, y los que aún conservaban algunos proyectiles volaron los avantrenes antes de que cayeran en manos enemigas. Sea como fuere, la cosa es que las piezas fueron llevadas inicialmente a Kyustrin y, posteriormente, a Berlín, donde fueron exhibidas ante el público con un letrero donde se informaba en tono de burla: "El gran secreto de los rusos". Tras la muestra se conservaron tres como trofeos y el resto fueron enviados a la fundición. Supongo que Shuvalov se agarró un cabreo de antología.


Primer plano del interior del obús. Al fondo vemos la recámara cilíndrica.
Su ánima elíptica hacía que el suministro de munición fuese un quebradero
de cabeza ya que no podían usar los botes de metralla convencionales
A pesar de los elogiosos informes que se fueron redactando en las diversas acciones en las que los obuses secretos tomaron parte, la realidad es que su eficacia era similar a la de los cañones normales. Un bote de metralla disparado por una de estas piezas eran tan letal como si lo disparase un cañón mondo y lirondo o un unicornio, otro invento de Shuvalov que, en esta ocasión, si se mostró notablemente superior a otras piezas de la época. Pero no mezclemos churras con merinas, que de los unicornios ya hablaremos otro día. La cuestión es que, como decimos, el obús secreto no aportó nada en realidad, y su elevado costo de producción, la lentitud de su recarga, sus limitaciones respecto a los tipos de munición que podía disparar así como lo complejo de su fabricación hicieron que fueran quitados de en medio en el momento en que el probo trepa entregó la cuchara en 1762, apenas diez días después de su querida imperatritsa. Eso sí, en agradecimiento por los servicios prestados, el nuevo zar lo nombró mariscal de campo, siéndole llevado el bastón de mando propio de su rango al lecho del dolor para que palmase contentito. Con todo, Shuvalov había previsto que sus queridos y arcanos obuses fueran también desplegados como artillería de plaza en las fortificaciones que defendían las fronteras, así como la fabricación de diez unidades para dotar las fortificaciones de Siberia. 


Por cierto que, a pesar de que el prusiano se había cachondeado vilmente de los obuses parece ser que intentaron hacer algo similar, como se puede ver en este ejemplar que se conserva en el museo de San Petersburgo si bien se asemejan más al cañón experimental que vimos al principio ya que toda su ánima es rectangular con un calibre de 5x4 pulgadas. En la decoración del primer cuerpo queda clara su procedencia: en el centro vemos el anagrama del monarca prusiano, FR, Fridericus Rex, y sobre el mismo el lema que se aprecia en la cartela, VLTIMA RATIO REGIS (El último argumento de los reyes), aforismo que adoptó inicialmente Luis XIV y, más tarde, Federico de Prusia, que ordenaron que en las piezas fundidas durante su reinado apareciese esta frase. En las fotos podemos ver el aspecto de la criatura. En la imagen de la derecha aparece el anagrama regio, así como el lema anteriormente citado. La flecha señala un tetón perforado donde se fijaría una llave de chispa para disparar el arma.


Y aún hay otro pseudo-obús secreto que, por lo que vemos, era un secreto a voces. En este caso se trata de un ejemplar que se conserva, magníficamente por cierto, en un museo de Copenhague del que solo se ofrece una escueta información: está datado en 1700, lo que creo se trata de un error, y que es un modelo experimental de 3 libras, o sea, lo mismo que el cañón de ánima rectangular que vimos al principio. Colijo pues que más bien se trata de una versión de esa pieza que, como comentamos, estaba destinada a disparar andanadas de tres proyectiles cosa que, por cierto, ya se hacía desde mucho tiempo antes en los cañones normales simplemente superponiendo tres pelotas delante de la carga de proyección.


Otra vista en primer plano de la boca de fuego
En fin, esta es la breve historia de estos curiosos obuses. No hay unanimidad en el número de piezas fabricadas, como está mandado. Mientras que unos afirman que solo se produjeron los 50 obuses aprobados inicialmente, otros aumentan la cifra hasta los 70. Según V. Otochkin, en los registros de artillería de Moscú figura que se llegaron a fabricar 72 unidades de las que 13 fueron enviadas a sus aliados austriacos. Christopher Duffy reduce el préstamo a solo cuatro unidades enviadas al mariscal Daun, las cuales fueron probadas en agosto de 1759 para ser devueltas en febrero del año siguiente agradeciéndoles la gentileza y tal porque, en realidad, fueron desechadas al comprobar que el alcance era insuficiente y las cureñas excesivamente pesadas. Respecto al número total de ejemplares fabricados, este mismo autor aumenta aún más la cifra ya que, a las unidades en servicio, añade 181 más destinadas a sustituir los cañones de 3 libras en servicio. En fin, en este tema el secreto aún perdura porque no hay consenso. 


De izda. a dcha., Fermor y Saltykov, los dos probos quejicas que le
echaron valor al enfrentarse al todopoderoso Shuvalov
En todo caso, lo que si parece claro es que, tal como hemos comentado ya varias veces, la vida operativa de estas piezas estuvo ligada a la de su creador a pesar de los elogiosos informes que llegaban sobre su actuación en combate. Obviamente, no vas a mandarle un informe al jefe supremo de la artillería diciéndole que sus criaturas no valen un pimiento, y menos en una país y en una época en la que bastaba un susurro al oído de la imperatritsa para que, al cabo de media hora, te vieras engrilletado y camino de Siberia para no volver en muchos años, si es que volvías. No obstante, todo hay que decirlo, el comandante Danilov comentaba en sus memorias que el conde Fermor y el mariscal Piotr Semyonovich Saltykov no se andaron con chorradas y manifestaron abiertamente las carencias del invento, y que solo la influencia de Shuvalov permitió que siguieran en servicio. Sea como fuere, la cuestión es que en 1762, cuando el probo trepa empezaba a enfriarse en su tumba, los obuses secretos fueron retirados de servicio, figurando en los inventarios del ejército hasta la década de los 80.

Bueno, hijos míos, ya me he enrollado bastante. Y aprovechen para dejar a sus cuñados in albis con lo de estos obuses, porque me juego una caja de Vega-Sicilia Único de la añada que prefieran a que no saben una papa sobre este tema, así que leña al mono.

Hale, he dicho

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