Vista aérea del complejo industrial de la Focke-Wulf en Bremen bastante perjudicado por los bombardeos aliados. Las dos cosas esas con aspecto de supositorios amenazadores son dos torres Winkel |
Andenes del metro de Madrid durante una noche movidita |
Uno de los muchos estereotipos que el personal tiene marcado a fuego en el magín es la imagen opresiva de los refugios antiaéreos subterráneos. Cada vez que sale en una peli una escena de bombardeo contiene los mismos ingredientes: mogollón de gente hacinada en un espacio angosto y tenebroso con las bombillas que fallan cada dos por tres, el nene acojonado abrazado a su osito, sus abnegados progenitores mirando con cara de agobio al techo, de donde no para de caer polvo cada vez que suena una explosión con el contrapunto del llanto de un crío de teta de fondo, el abuelo pasota que le da una higa todo y acaricia el lomo de su nietecita mientra fuma apaciblemente en pipa y, en fin, la impresión general de pánico ante la perspectiva de que la entrada quede cegada por los escombros y sufrir una de las cosas que más espantan a las "personas humanas", palmarla enterrados vivos. Fotos como la que aparece arriba las hemos visto repetidas mil veces: túneles del metro, alcantarillas, sótanos y, en fin, cualquier hoyo bien hondo donde meterse, porque dentro de las tácticas de bombardeo que se empezaron a desarrollar precisamente durante nuestra guerra civil estaba el empleo de espoletas de retardo, destinadas a detonar cuando la bomba había penetrado varios metros en el suelo, provocando con ello el colapso de los edificios previamente debilitados por la acción de las bombas cargadas con alto explosivo y a continuación calcinados con las de fósforo. En algunos casos incluso se retardaba la detonación un largo rato, para que explotaran cuando la gente empezaba a salir de los refugios. Mala leche, ¿que no?
Obsérvese que la ropa y el cabello de las víctimas no ha ardido, o sea, no perecieron bajo la acción directa del fuego, sino de un aire que alcanzó los 800º. El Apocalipsis tuvo lugar antes de Hiroshima |
Carga bélica de un bombardero alemán Gotha. A lo tonto a lo tonto, las incursiones de estos aparatos hicieron bastante daño |
Probas y solidarias tedescas de la Reichsluftschutzbund con sus monos, sus máscaras y sus cascos procedentes de la Gran Guerra |
Cuando el ciudadano Adolf se hizo el amo del cotarro se tomaron muy en serio el tema de la protección civil. La antigua Deutsche Luftschutz-Liga, que dependía de la policía, dio paso en abril de 1933 a una nueva organización, la Reichsluftschutzbund (Federación de Defensa Aérea del Reich) bajo el control del Ministerio del Aire, o sea, del inefable y orondo Göring. Como está mandado, se organizó con precisión germánica dividiendo todo el territorio en provincias, regiones, áreas y distritos con sus correspondientes responsables civiles que debían hacerse cargo de dirigir los refugios y edificios bajo su jurisdicción. De ese modo, en caso de ataque todo el mundo sabía qué hacer, dónde dirigirse y, una vez pasada la alarma, cómo colaborar en la evacuación de heridos, desescombrar, apagar incendios, etc. Ojo, no hablamos de cuatro gatos. En 1939, la Reichsluftschutzbund contaba con nada menos que 15 millones (sí, 15.000.000, aproximadamente el 23% de la población alemana de la época) de miembros entre hombres y mujeres perfectamente adiestrados y que, como no podía ser menos, tenían hasta su uniforme, su casco, sus insignias y su máscara antigás en casa por si se liaba parda y había que actuar.
Armeros cargando la bodega de un Short Striling para hacer una visita a Alemania |
Bueno, sirva esto de reseña para hacernos una idea de lo que preocupaba al ciudadano Adolf el tema de la defensa antiaérea, hasta el extremo de que no pasó mucho tiempo hasta que toda la población estaba obligada en mayor o menor grado a tomar parte en la misma a medida que avanzaba la guerra. De hecho, esta cuestión es para dedicarle un artículo bastante extenso, así que nos limitaremos de momento a aportar estos datos para poder comprender mejor el contexto en que se desarrollaron nuestras protagonistas de hoy. Señalar finalmente que, a la vista de como se puso el patio a raíz de los bombardeos iniciados por la RAF entre agosto y septiembre de 1940 el ciudadano Adolf mandó poner en funcionamiento el Führer-Sofort, un programa de emergencia para iniciar una construcción masiva de nada menos que 6.000 refugios antiaéreos a prueba de bombas más otros muchos preparados para resistir metralla de la gorda con capacidad para 35 millones de personas en 92 ciudades, es decir, la mitad de la población. El proyecto, que era algo más que faraónico, habría requerido la friolera de 200 millones de m³ de hormigón. ¿Que a cuánto equivale eso? Pues la Línea Maginot necesitó "solo" 1'5 millones, así que baste ese dato para imaginar lo que habría supuesto darle término. Porque, como es evidente, no se pudo acabar jamás de los jamases, y eso que cuando a los tedescos se les mete algo en sus cuadriculadas cabezas son capaces de lo que sea por conseguirlo.
A mediados de los años 30, un probo arquitecto llamado Leo Winkel tuvo una idea que se salía por completo de los cánones establecidos hasta la época en lo tocante a los refugios antiaéreos. En vez me meterlos bajo tierra optó por diseñar una torre cilíndrica o, mejor dicho, tronco-cónica, estando rematada por una techumbre cónica sumamente aguzada para que, en caso de que una bomba acertase, fuese desviada sin problemas. El 18 de septiembre de 1934 presentó la primera patente, que consistía en un edificio de 20 metros de altura con nueve pisos en su interior, dos de ellos bajo tierra, y con capacidad para 200 personas distribuidas cómodamente en su interior. El diseño estaba inspirado en la estructura de los altos campanarios renacentistas italianos, requiriendo una cimentación mínima ya que el mismo peso de la torre, construida enteramente de hormigón, se asentaba sólidamente en el terreno. La idea entusiasmó a los mandamases de la Luftwaffe debido, entre otra cosas, a que podían construirse en cualquier sitio donde hubiera un mínimo espacio disponible sin necesidad de abrir enormes hoyos en el suelo o cavar bajo edificios ya existentes.
A la izquierda podemos ver el plano original de la primera patente. El techo estaba reforzado con un cono de acero que hacía prácticamente impenetrable la torre salvo que la bomba impactase con un grado de 45º o menos, lo que era cuasi imposible. Tenía dos accesos, uno en la planta baja y otro al nivel de la primera planta mediante una escalera de madera. Los pisos interiores eran accesibles mediante las escaleras que vemos en el centro, y en la planta del sótano se instalarían tanto extractores de aire como aspiradores que lo pasaban por unos filtros colocados en el último piso en prevención de un ataque con gases asfixiantes. El personal se acomodaba en unos bancos circulares colocados alrededor de cada planta con el número de plaza correspondiente pintado en cada lugar. Todo muy ordenado y muy prusiano, como no podía ser menos. No obstante, el grosor del muro de esta torre no garantizaba una protección total ante una explosión cercana ya que solo alcanzaba los 30 cm. de espesor, así que nuestro hombre no se durmió en los laureles y prosiguió efectuando mejoras.
En febrero de 1938, Winkel registró una nueva patente que presentaba una versión mejorada del modelo anterior que, básicamente, lo que hacía era reforzar más las paredes y eliminar los sótanos. Para facilitar el acceso incluso había tenido en cuenta que los escalones de las escaleras interiores tuvieran la menor altura posible para facilitar la subida a personas de todo tipo y edad. Del mismo modo, diseñó torres con más capacidad que eran denominadas en función de la misma. Inicialmente se construyeron torres de hormigón para 400, 315, 247 y 168 personas, y las de hormigón armado eran de cinco tipos: 500, 391, 305, 220 y 174 personas. Las mayores alcanzaban una altura que oscilaba entre los 20 y los 25 metros y un diámetro en la base de entre 8,4 y 10 metros.
El grosor de los muros se había aumentado hasta los 2 metros a la altura del suelo que disminuía progresivamente unos 5 cm. por metro ascendente hasta quedarse en 1,5 metros. Para probar su resistencia, en septiembre de 1935 ya habían sido testadas en un lugar secreto por la Luftwaffe, siendo bombardeadas por Stukas sin que lograran acertarles ni una sola vez, y eso que aquellos chismes tenían una precisión escalofriante. Finalmente, hicieron detonar en el suelo las bombas más pesadas que portaban estos aparatos, las SC 500, sin que afectaran en nada la estructura de la torre. Curiosamente, y para calibrar los efectos que podían tener entre las personas que ocupasen el refugio, los llenaron de cabras, las cuales solo se quedaron sordas como tapias con los tímpanos hechos fosfatina. Se basaron en que, según decían, la capacidad auditiva de esos bichos es similar a la de los humanos. Obviamente, este problema se subsanó cuando se engrosaron los muros.
Tras ser aceptado el proyecto, Winkel fundó una empresa de construcción de Duisburg que, a su vez, recurrió a otras firmas como sub-contratistas hasta un total de doce. Pero el proyecto, al ser considerado como de secreto de estado por las autoridades, obligaba a que las empresas subsidiarias no podían disponer de todos los planos, que se les iban entregando a medida que los necesitaban e incluso se llevaba un registro de cuándo, durante cuánto tiempo, para qué y quiénes los pedían. Cada plano llevaba estampado un sello estatal que advertía que estaban bajo la protección del art. 88 del Código Penal del Reich, así que ponerse a tontear con los planos era la mejor forma de acabar colgado de un gancho en Plötzensee, que ya sabemos que con esta gente chorradas las justas.
En 1936, el Ministerio de Aviación decidió que las torres Winkel o, dicho con propiedad, las Winkeltürme, estaban especialmente indicadas para servir de refugios a los obreros de las fábricas. Los costos de construcción eran menores que los de un refugio convencional, especialmente si se comparaban con los subterráneos, y aunque su característica morfología delataba lo que eran eso carecía de importancia tanto en cuando el objetivo de la aviación enemiga sería la fábrica, por lo que detectar la presencia de refugios era lo de menos. Otra cosa sería ver esas torres en plena ciudad, lo que haría pensar que habría algún organismo, cuartel o edificio gubernamental en las cercanías. Por cierto que las torres Winkel carecían de comodidades como servicios, camas o dependencias para estancias largas ya que estaban concebidas para ser ocupadas solo durante el tiempo que durase la alarma. Al estar situadas en fábricas, por las noches obviamente no serían de utilidad salvo para los cuatro pringados que tuvieran que vigilar y cosas así o, en todo caso, para personal que currase en turnos de 8 horas durante todo el día.
En la última planta algunos tipos tenían unas aberturas a modo de aspilleras para que los ocupantes pudieran ver lo que pasaba en el exterior sin exponerse abriendo el portón blindado de acceso. Gracias a su buena visibilidad solían ser empleadas por los bomberos para ir tomando nota de donde se iban produciendo incendios y acudir a extinguirlos nada más cesar la alarma. Lo que sí quedó demostrada era su resistencia y su eficacia ya que, de todas las que se construyeron, solo una llegó a ser perforada por una bomba justo debajo del cono de acero del techo. El hecho ocurrió en una de las tres torres de la fábrica de la Focke-Wulf de Hastedt, en Bremen, alcanzada el 12 de octubre de 1944 y matando a los cinco hombres de la Luftwaffe que había en su interior. En la foto de la derecha vemos el boquete que abrió la bomba y, de paso, nos permite apreciar el enorme grosor de la cúpula de hormigón. El cono de acero permaneció intacto.
En cuanto a los precios, eran más que asequibles. La torre más cara, la de 500 personas, costaba 57.000 marcos, siendo la más económica la de 164, con un costo de 28.000 marcos. No obstante, en diciembre de 1941 el Ministerio del Aire ordenó que cesara la construcción de las torres Winkel por tres motivos: el primero era por su mayor consumo de hormigón, el doble de un refugio convencional. El segundo era que la madera usada para los encofrados no era reutilizable en su mayor parte para otras estructuras, y la tercera que los distintos pisos no quedaban sellados unos de otros debido a las escaleras situadas en el centro. Si uno de ellos lograba ser perforado por una bomba y estallaba en su interior, la llamarada se extendería por toda la torre, achicharrando a todos sus ocupantes sin excepción. En la foto de la izquierda podemos ver una de ellas en plena construcción. Cabe suponer que su extenso surtido de modelos era precisamente uno de los motivos que hacían inservibles gran parte de los materiales de una a otra. En tiempo de paz esos detalles eran prácticamente irrelevantes, pero cuando las materias primas empezaron a escasear se medía todo con cuentagotas, y aunque el costo global era muy razonable se tenía en cuenta que los metros cúbicos de madera empleados para construir cada torre no valían para otros usos, así que se cerró el grifo.
Con todo, en total se llegaron a construir cerca de 200 torres de diversos tipos y acabados: con el cuerpo levemente abombado, con un sombrerete en el techo en vez del cono afilado, más anchas y bajas, más altas y esbeltas... También, como no, recibieron sus correspondientes apodos: spitzer (aguzadas, véase foto de la derecha), betonzigarre (cigarro de hormigón) y zuckerhunt, que aunque lo suelen traducir como "sombrero de azúcar" creo que en realidad es "cono de azúcar" (hunt es la misma palabra para cono y sombrero), un dulce que consumen los tedescos y ciertamente con la misma forma que estas peculiares torres como podemos ver en el detalle de la foto de la derecha. Por lo demás, los refugios de superficie no fueron patrimonio exclusivo de Winkel ya que hubo otros muchos modelos que también alcanzaron una difusión aceptable como las Zombeck o las Dietel, pero de esas ya hablaremos otro día que por hoy ya vale.
El destino de la mayoría de las Winkeltürme ya podemos imaginarlo: fueron destruidas por los aliados al término de la guerra. Sin embargo, las que se conservan han tenido un uso de lo más variopinto, desde bares de copas a zonas de entrenamiento de escalada para los chavales, y algunas hasta las han pintado de colorines o las usan como atracción turística. Otras, por el contrario, han sido condenadas y ahí siguen esperando a que el paso de los siglos acabe desmoronándolas poco a poco. A la izquierda tenemos una de las supervivientes, una tipo 2c ubicada en Hannover. Obsérvese el peculiar sombrerete superior y un detalle común en todas: las entradas se encuentran siempre separadas a más o menos altura del suelo para que, caso de producirse un derrumbe, que los escombros no taponen las salidas. De hecho, algunas torres tenían una segunda puerta al nivel de la segunda planta por esa razón. Junto a la escalera de madera se ve otra de metal empotrada en el muro, destinada a que, en caso de que la de madera se fuera al garete, poder bajar por ella sin tener que saltar al vacío.
Bueno, s'acabó.
Hale, he dicho
Leo Winkel en la vejez. Duró más que un martillo en manteca, porque palmó en 1981 con 95 tacos |
A la izquierda podemos ver el plano original de la primera patente. El techo estaba reforzado con un cono de acero que hacía prácticamente impenetrable la torre salvo que la bomba impactase con un grado de 45º o menos, lo que era cuasi imposible. Tenía dos accesos, uno en la planta baja y otro al nivel de la primera planta mediante una escalera de madera. Los pisos interiores eran accesibles mediante las escaleras que vemos en el centro, y en la planta del sótano se instalarían tanto extractores de aire como aspiradores que lo pasaban por unos filtros colocados en el último piso en prevención de un ataque con gases asfixiantes. El personal se acomodaba en unos bancos circulares colocados alrededor de cada planta con el número de plaza correspondiente pintado en cada lugar. Todo muy ordenado y muy prusiano, como no podía ser menos. No obstante, el grosor del muro de esta torre no garantizaba una protección total ante una explosión cercana ya que solo alcanzaba los 30 cm. de espesor, así que nuestro hombre no se durmió en los laureles y prosiguió efectuando mejoras.
Bomba de aire con sus manubrios por si fallaba el motor. La bomba expulsaba el aire viciado y renovaba el interior previamente filtrado. |
Restos de los antiguos bancos de madera de una torre. Se distribuían de forma concéntrica en cada planta |
Acceso a la última planta de una torre y aspecto de una de las mirillas |
En 1936, el Ministerio de Aviación decidió que las torres Winkel o, dicho con propiedad, las Winkeltürme, estaban especialmente indicadas para servir de refugios a los obreros de las fábricas. Los costos de construcción eran menores que los de un refugio convencional, especialmente si se comparaban con los subterráneos, y aunque su característica morfología delataba lo que eran eso carecía de importancia tanto en cuando el objetivo de la aviación enemiga sería la fábrica, por lo que detectar la presencia de refugios era lo de menos. Otra cosa sería ver esas torres en plena ciudad, lo que haría pensar que habría algún organismo, cuartel o edificio gubernamental en las cercanías. Por cierto que las torres Winkel carecían de comodidades como servicios, camas o dependencias para estancias largas ya que estaban concebidas para ser ocupadas solo durante el tiempo que durase la alarma. Al estar situadas en fábricas, por las noches obviamente no serían de utilidad salvo para los cuatro pringados que tuvieran que vigilar y cosas así o, en todo caso, para personal que currase en turnos de 8 horas durante todo el día.
En la última planta algunos tipos tenían unas aberturas a modo de aspilleras para que los ocupantes pudieran ver lo que pasaba en el exterior sin exponerse abriendo el portón blindado de acceso. Gracias a su buena visibilidad solían ser empleadas por los bomberos para ir tomando nota de donde se iban produciendo incendios y acudir a extinguirlos nada más cesar la alarma. Lo que sí quedó demostrada era su resistencia y su eficacia ya que, de todas las que se construyeron, solo una llegó a ser perforada por una bomba justo debajo del cono de acero del techo. El hecho ocurrió en una de las tres torres de la fábrica de la Focke-Wulf de Hastedt, en Bremen, alcanzada el 12 de octubre de 1944 y matando a los cinco hombres de la Luftwaffe que había en su interior. En la foto de la derecha vemos el boquete que abrió la bomba y, de paso, nos permite apreciar el enorme grosor de la cúpula de hormigón. El cono de acero permaneció intacto.
En cuanto a los precios, eran más que asequibles. La torre más cara, la de 500 personas, costaba 57.000 marcos, siendo la más económica la de 164, con un costo de 28.000 marcos. No obstante, en diciembre de 1941 el Ministerio del Aire ordenó que cesara la construcción de las torres Winkel por tres motivos: el primero era por su mayor consumo de hormigón, el doble de un refugio convencional. El segundo era que la madera usada para los encofrados no era reutilizable en su mayor parte para otras estructuras, y la tercera que los distintos pisos no quedaban sellados unos de otros debido a las escaleras situadas en el centro. Si uno de ellos lograba ser perforado por una bomba y estallaba en su interior, la llamarada se extendería por toda la torre, achicharrando a todos sus ocupantes sin excepción. En la foto de la izquierda podemos ver una de ellas en plena construcción. Cabe suponer que su extenso surtido de modelos era precisamente uno de los motivos que hacían inservibles gran parte de los materiales de una a otra. En tiempo de paz esos detalles eran prácticamente irrelevantes, pero cuando las materias primas empezaron a escasear se medía todo con cuentagotas, y aunque el costo global era muy razonable se tenía en cuenta que los metros cúbicos de madera empleados para construir cada torre no valían para otros usos, así que se cerró el grifo.
El destino de la mayoría de las Winkeltürme ya podemos imaginarlo: fueron destruidas por los aliados al término de la guerra. Sin embargo, las que se conservan han tenido un uso de lo más variopinto, desde bares de copas a zonas de entrenamiento de escalada para los chavales, y algunas hasta las han pintado de colorines o las usan como atracción turística. Otras, por el contrario, han sido condenadas y ahí siguen esperando a que el paso de los siglos acabe desmoronándolas poco a poco. A la izquierda tenemos una de las supervivientes, una tipo 2c ubicada en Hannover. Obsérvese el peculiar sombrerete superior y un detalle común en todas: las entradas se encuentran siempre separadas a más o menos altura del suelo para que, caso de producirse un derrumbe, que los escombros no taponen las salidas. De hecho, algunas torres tenían una segunda puerta al nivel de la segunda planta por esa razón. Junto a la escalera de madera se ve otra de metal empotrada en el muro, destinada a que, en caso de que la de madera se fuera al garete, poder bajar por ella sin tener que saltar al vacío.
Bueno, s'acabó.
Hale, he dicho
Voladura de una torre en una fábrica de Hamburgo |
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