miércoles, 31 de julio de 2019

Seppuku. La ceremonia


Honolable samulai pensando si la trae más cuenta salir echando leches o romper a llorar intensamente a ver si cuela y
lo dejan irse a casa con las tripas dentro de la cavidad abdominal

Bien, dilectos lectores, tras el avenate de creatividad que, al final, me ha costado dos docenas de cigalas para dejar a la musa contentita, y una vez ordenada mi pequeña biblioteca que falta le hacía, retomaremos la actividad normal con la última entrada dedicada al seppuku. Como ya recordarán, en artículos anteriores dimos cumplida cuenta de sus orígenes, los rituales e incluso las diversas formas de rajarse la barriga. Estos probos ciudadano orientales, que tienen incluso debidamente configurados los grados de inclinación a la hora de hacer una reverencia, ya sea al mikado, al jefe de personal de la empresa o incluso a los compadres cuando se cruzan por la calle, no iban a largarse de este mundo sin una compleja ceremonia llena de simbología. Total, uno solo puede suicidarse una vez, y ya que se da el paso o se hace en condiciones o no se hace.

Un discreto y apacible suicidio doméstico en el que, como vemos, el
sujeto usa su propio tanto para matarse sin ayuda de un kaishaku y con
su katana junto al tatami. En los suicidios consecuencia de una condena
el entorno sería totalmente distinto
El ceremonial del seppuku fue evolucionando a lo largo del tiempo, pasando a ser desde una mera forma de quitarse de en medio donde a uno buenamente le pillaba a complejos rituales que, en realidad, más que un suicidio como tal eran ejecuciones. Me explico. Una cosa es matarte porque te da la gana, porque no quieres caer prisionero del enemigo o porque no soportas más a tus cuñados, y otra matarte porque te ordenan que te mates, que es en lo que se convirtió el seppuku a partir del período Tokugawa. Por buscarle un símil occidental, sería como esos tribunales de honor de los ejércitos en los que al acusado se le daba la opción de volarse la tapa de los sesos para no verse sometido a la humillación de un proceso público y la posterior condena. Más aún, recordemos que los romanos ya actuaban de una forma similar cuando caían en desgracia ante sus emperadores, optando por la autolisis para evitar juicios, condenas y posterior confiscación de bienes que dejaban a la familia más tiesa que la mojama. Así pues, como hemos dicho, a partir del período citado, que comenzó en el siglo XVII, la mayoría de los suicidios eran en realidad condenas a muerte que, por consideración al rango del sujeto, se le permitía quitarse la vida por su propia mano. Obviamente, si el sujeto se negaba lo iban a liquidar igual, pero con el añadido de la deshonra para él y toda su ralea por los siglos de los siglos, amén.

Bueno, para los que no se acuerden ya de los personajes que intervenían en el suicidio o los que no hayan leído el artículo, pueden refrescar la memoria dando una somera puñaladita aquí. Lean tranquilamente, no hay prisa...

¿Ya? Bien, comencemos pues con el ceremonial...


Seppuku en una dependencia de la casa. En este caso sí vemos la
presencia del kaishaku y no hay ningún arma al alcance del suicida salvo
el cuchillo depositado en el sambo
Una vez que el kenshi comunicaba al condenado que ya podía ir haciendo testamento y despidiéndose de sus cuñados, comenzaba un proceso cuya duración podía ser de apenas unas horas o días, generalmente en base a la gravedad del delito y del rango del reo. No era habitual que se ordenara llevar a cabo el seppuku de forma inmediata para, de ese modo, dar tiempo para prepararse, despedirse de la familia y tal. Además, había que preparar el lugar donde tendría lugar la ceremonia que, aunque lo más frecuente era llevarla a cabo en un espacio abierto, como un patio o un jardín de la casa donde estaba en custodia el condenado, también podía efectuarse en una dependencia si bien este caso solía reservarse a personar de elevado rango. Curiosamente, y teniendo en cuenta que eso de que un fulano se raje la barriga en tu casa tiene connotaciones un poco chungas, pues no era raro que se construyera la dependencia en cuestión para luego derribarla, que eso de decir a las visitas "ahí se destripó mi cuñado Takamoto" no quedaba elegante e incluso era de mal gusto y daba mal rollo


Ilustración extraída de la obra de J.M. Silver "Dibujos de Usos y Costumbres
Japoneses", publicado en Londres en 1867. En la misma vemos el recinto
al aire libre rodeado de una cortina en cuyo interior aparecen todos los que
intervienen en la ceremonia
Cuando el suicidio se cometía en un espacio abierto se disponía una superficie en función de su rango. A título orientativo, para un personaje de rango elevado podía llegar a los 36 shaku cuadrados (12 m²) que se cubrían con paja o arena para no dejar restos de sangre en el pavimento o el suelo de pequeños guijarros primorosamente dibujados con un rastrillo. Conste que esta superficie fue reduciéndose a lo largo del tiempo para quedarse a principios del siglo XIX en la mitad, o sea, 18 shaku cuadrados. Sobre la paja o la arena se colocaban dos tatami formando una T. Si la ceremonia se realizaba en una dependencia interior se cubrían los tatami con cinco capas de tejido de algodón o bien una de fieltro color escarlata con la misma finalidad: no poderlo todo perdido de hematíes y restos de vísceras. El kenshi debía revisar cuidadosamente que todos estos detalles se cumplieran de forma rigurosa y, además, que se preparase un féretro para el suicida- una vez suicidado, naturalmente-, una caja de madera para su cabeza en caso de que esta fuera enviada a su familia y un cubo con agua para limpiarla de sangre. 

Otro suicidio al aire libre. Obsérvese que tras el biombo aparecen el sambo
con el cuchillo, el cubo para lavar la cabeza y demás accesorios 
Para los suicidios al aire libre se fabricaba un recinto cuadrangular formado por cortinas blancas sustentadas mediante cuatro postes, uno en cada esquina, de los que pendían unas banderas con forma de serpentina llamadas mujoki (estandartes de la crueldad), las cuales acompañarían el cuerpo del condenado a la tumba. Este recinto tenía dos accesos, uno mirando al norte o shugyo-mon (puerta ascética) y otro al sur o nehan-mon (puerta del nirvana). El condenado entraría por la shugyo-mon, colocándose en dirección a la nehan-mon, la cual estaba fabricada con troncos de bambú imitando la entrada a un templo. Recordemos que antiguamente el seppuku se solía cometer en templos budistas. Los accesorios como el ataúd, la caja para la cabeza y demás chismes se colocaban tras un biombo fuera de la vista del suicida porque, por norma, en todo momento se procuraba que nada perturbase el ánimo del que iba a morir. Se consideraba que no había necesidad ninguna de poner las cosas aún más difíciles al condenado o de provocarle sufrimientos innecesarios, y no solo por una cuestión de buen gusto, sino para evitar que le diera un avenate e intentara eludir su inmolación, cosa que sucedía veces y que rompía la armonía y el buen rollito de los presentes.

Samurai vistiendo un kamishimo
Una vez que llegaba el día señalado, el reo se bañaba ayudado por sus familiares, se peinaba y, en resumen, se ponía guapo para la ceremonia. Desde ese momento, los encargados de vigilar al reo no le quitaban la vista de encima y solo iban armados con wakizashi que, en vez de llevar colocados en la faja de la manera tradicional, eran anudados a la cintura para impedir que el suicida decidiera mandar a hacer gárgaras la orden del shōgun y saliese de allí matando a todo bicho viviente. Un samurai diestro podía hacer bastante daño con una espada corta, pero si encima podía echar mano a una katana o un tachi, ni te cuento. En todo caso, una vez bañado y peinado se vestía con un kimono que cubría con un kamishimo, una especie de sobretodo provisto de unas amplias hombreras, sin mangas y con la parte inferior abierta por los lados para facilitar el movimiento, sobre todo a la hora de sentarse o arrodillarse. Recordemos que estos probos orientales no usaban sillas en su vida cotidiana, y que toda su indumentaria estaba concebida para hacer los movimientos más fáciles. En resumen, que una vez vestido adecuadamente era acompañado al lugar donde tendría lugar la cena de despedida.

O-zen y tachi-oshiki
La cena estaba cargada de simbología y se llevaba a cabo con el protocolo propio de un banquete fúnebre. Mientras que a sus acompañantes les servían en las o-zen, las típicas mesitas individuales donde comían estos nipones, al condenado le plantaban delante una tachi-oshiki, una bandeja provista de cuatro patas. Al condenado se le servía la cena en platos negros, siendo el principal el mikire, que constaba de tres rodajas de verduras escabechadas. Mikire, que en japonés se traduce como "tres rodajas" también significaba "cortar carne", en evidente referencia a lo que venía después de la dichosa cena. El chuku, la pequeña taza para el sake, se colocaba en el lado izquierdo, al revés de lo habitual, y se vertía hasta el borde en dos veces para que no pudiera haber una tercera que eran las habituales a la hora de servir el vino de arroz. Para rematar la cosa, hasta los palillos eran de madera de anís, que solo se usaban en las cenas funerarias.  Como ven, todo muy poético y descriptivo al mismo tiempo.

Kaishaku preparado para actuar en el momento oportuno. Era habitual que
se descubrieran el hombro derecho para que nada pudiera estorbarles
en el momento supremo y no efectuase la decapitación adecuadamente
Una vez que el banquete terminaba, el kaishaku hacía acto de presencia para informar al condenado que era el que habían designado como asistente, o sea, el que le cortaría la cabeza, y le decía que si necesitaba cualquier cosa o deseaba darle algún tipo de instrucción salvo que le dejara salir corriendo, no dudara en hacérselo saber. Qué gente más educada, carajo... Por lo general, este tipo de instrucciones solían hacer referencia al momento en que debrería descargar el golpe definitivo ya que, en función del carácter, el valor o la entereza del reo podía decirle que esperase a que se hundiera el cuchillo, o que no lo decapitase hasta completar un primer corte, o se que fuera a tomarse un café mientras se masacraba la barriga catorce veces seguidas. En otros casos le rogaba que actuase en el instante en que cogiese el cuchillo. Cualquiera pensará que vaya birria de suicidio si ni siquiera hacía el intento de clavárselo, pero según la mentalidad de estos hijos del sol naciente el hecho de coger el arma ya suponía la voluntad de usarla, por lo que bastaba para que se le considerase un suicida como Buda manda. No obstante, si el kaishaku veía que el sufrimiento del suicida era excesivo tenía potestad para incumplir sus instrucciones y acabar con él porque, como ya hemos dicho, el sufrimiento gratuito no se consideraba adecuado. En el caso de que el condenado fuera un niño- sí, aunque parezca increíble se daban casos de críos condenados por las faltas de los padres- el kaishaku simplemente esperaba a que tocara el cuchillo y lo decapitaba de inmediato.

El suicida se dispone a coger el cuchillo. Tras él, el
kaishaku está listo para asestar el tajo definitivo
Bien, ya tenemos a nuestro suicida cenado y ha impartido al kaishaku sus últimos deseos. Ha llegado el momento decisivo, para lo cual se volverá a cambiar de ropa. Para su actuación postrera se vestirá enteramente de blanco como un símbolo de pureza y de su firme decisión de acabar con su vida. Una vez vestido saldrá fuertemente escoltado hacia el lugar donde tendrá lugar el ritual si bien su escolta se limitará a vigilar que no haga nada que pueda inducir a pensar que intente escapar o algo por el estilo. El suicida entrará en la dependencia privada o, en el caso del recinto al aire libre, por la shugyo-mon, como ya hemos comentado, mientras que el kaishaku lo hará por la puerta opuesta y se colocará detrás suyo, a un metro o poco más y calculando cuidadosamente la distancia para que el golpe sea certero. Se pondrá de rodillas hasta que llegue la hora con la espada a su derecha para mantenerla alejada del reo. Cuando llegue el momento, la extraerá de la vaina y levantará la rodilla derecha, permaneciendo la izquierda en el suelo y esperará el instante supremo. Finalmente se levantará y descargará el golpe.

La higiene ante todo, no se le vaya a infectar la herida al suicida y la
palme de una septicemia
Una vez desenvainada la espada, el kaishaku la colocaba con la curvatura hacia abajo para que un asistente vertiera agua, primero en una cara de la hoja y luego en la otra. Esto, aparte de la evidente connotación relacionada con la purificación, tenía al parecer dos finalidades. Una, porque se pensaba que el agua actuaba como una especie de lubricante que facilitaba a la hoja pasar a través del cuello, una parte del cuerpo especialmente musculosa y con una osamenta importante en la parte trasera. 

Chiburi. Ese brusco movimiento haría salir despedida la sangre que
impregnaría la hoja. A continuación se envainaba a espada
Y otra, porque la sangre se diluía en el agua, impidiendo que perjudicase al acero, cuando se hacía el chiburi (escurrir la sangre), un movimiento característico que habrán visto en las pelis de samurai. Consistía en un movimiento lateral, como si se diera un tajo al vacío, tras lo cual se giraba la espada colocando el filo hacia abajo, se golpeaba suavemente la empuñadura para eliminar todo resto de sangre y, finalmente, se envainaba. Lo cierto es que con esto del chiburi hay al parecer controversia como para hacer una enciclopedia en la que se debate sobre la traducción real, su utilidad práctica, etc. que, en todo caso, no vamos a tratar a fondo. Por lo tanto, nos limitaremos a mencionar que, como era habitual en la esgrima de esta gente, el chiburi era un movimiento previo al envainado del arma.

Escribiendo el yuigon
Pero antes de esto, el reo se inclinaba ante el kenshi, tenía unas palabras de agradecimiento hacia los guardianes y el asistente y se arrodillaba en el futon, un pequeño cojín blanco de unos 30 cm. de lado colocado sobre el tatami. A continuación recibiría la matsugo-nomizu, una taza de agua "del último momento" porque en semejante trance tendría la boca seca como un felpudo. A veces, en vez de agua se servía sake que, al igual que el agua, se servía en una taza sin esmaltar. El sake se servía también al revés, o sea, se sujetaba con la mano izquierda y se vertía con la derecha. Se vertían dos tragos, y luego otros dos que sumaban cuatro ya que cuatro, en japonés, se pronuncia shi, que es también la pronunciación de la palabra muerte. De verdad, el refinamiento y el retorcimiento de esta gente es la descojonación, ¿que no? Finalmente, escribía un yuigon, un breve poema o dedicatoria en plan poético o místico sobre lo banal de la existencia, lo guay que era palmarla por su señor o lo mal que le caía su cuñado.

Un ayudante coloca el sambo con el cuchillo ante el suicida
Bueno, tras toda esta parafernalia llegaba la hora de rajarse porque sino el personal se quedaba dormido de aburrimiento y, además, estas ceremonias se celebraban de noche por lo general. Para no quedar a oscuras, a cada lado del tatami se encendían dos lámparas colocadas sobre postes de bambú que, a su vez, se recubrían con una tela blanca. Igual era para darle un ambiente más cálido y confortable al entorno, quién sabe... El cuchillo era un tanto desprovisto de empuñadura, también para evitar que se arrepintiese y lo usase para escapar. No era frecuente que se permitiera usar el arma propia, privilegio que solo se concedía a personajes de rango muy elevado. El cuchillo para cometer suppuku debía tener una longitud de 0'95 shaku, unos 29 cm. en total contando la espiga de la hoja, y se presentaba envuelto en un trozo de sugihara, papel de seda, atado con un cordel por tres sitio y dejando a la vista solo 1'5 cm. de la punta. Si el crimen por el que el suicida había sido condenado era especialmente grave debía asomar el doble de esa longitud. Obviamente, era una mera cuestión de protocolo, como todo lo visto, porque al final se tendría que meter la hoja entera en las tripas.

El cuchillo se presentaba en un sambo, una pequeña bandeja de ofrendas con el filo hacia el condenado y la punta hacia su izquierda. Según la tradición, el suicida debía despojarse de la ropa dejando el tronco desnudo (ilustración de la derecha) si bien se fue dejando de lado esa costumbre para, simplemente, abrirse el kimono descubriendo solo el abdomen. En ese momento tomaba el  cuchillo y, a partir de ahí, no podía dudar ni un instante si no quería caer en la vergüenza absoluta. Sin la más mínima dilación debía colocar la punta y empujarla hacia el cuerpo como ya se explicó en la entrada dedicada a los tipos de corte. El kaishaku, que había permanecido durante el tiempo de los preparativos sin perder de vista al condenado por si hacía algo raro, levantaba la espada y esperaba a actuar siguiendo sus instrucciones o bien si el suicida decía la palabra "Kaishaku!", indicando que debía golpear sin más demora porque aquello dolía una cosa mala. Ya vimos como un ayudante diestro debía dejar un trozo de piel de la garganta sin cortar para que la cabeza oscilase hacia adelante a modo de postrera inclinación ante el kenshi y su ayudante, que en todo momento habían presenciado el suicidio sentados en sendos taburetes. 

El suicida ha caído hacia adelante, como mandan los cánones. El
kaishaku ya le ha separado la cabeza del cuerpo para proceder a
prepararla y dejarla debidamente aseada
Una vez cortada la cabeza, el kaishaku la separaba por completo del cuerpo y la colocaba sobre un pañuelo blanco doblado en forma triangular formando entre diez y veinte capas para empapar la sangre. Sujetando la cabeza por el pelo con la mano derecha y con la izquierda colocaba debajo del pañuelo, la presentaba al kenshi poniendo buen cuidado de que la punta del triangulo que formaba el puñetero pañuelo quedase mirando hacia el inspector. Si el suicida era calvo y no había por donde agarrarla usaba un kozuka, un pequeño cuchillito que solía acompañar a la katana, introduciéndoselo por el ojo izquierdo para mantener la cabeza en su posición. Una vez que el kenshi corroboraba que, en efecto, la cabeza ya no formaba parte de la anatomía del suicida, se colocaba junto al cuerpo en el ataúd junto con el trozo de papel que, llegado el caso, el kaishaku hubiese usado para limpiar su espada. 

Kozuka

Presentando una cabeza en conserva como muestra de que se ha consumado
el suicidio y el honor había quedado a buen recaudo
En caso de que el suicida fuese un personaje de categoría se enviaba la cabeza a la familia, para lo cual se lavaba, se peinaba y se perfumaba. Se le cerraban los ojos y, caso de que no se pudiera, se cosían los párpados con crin de caballo. Este ritual para preparar la cabeza recibía el nombre de kubi shozoku. Finalmente, se envolvía en una tela blanca y se colocaba en una caja cilíndrica. Por último, se enviaba el cuerpo al templo elegido por el condenado para que se celebrasen las exequias pertinentes.

El suicida ya ha terminado su poema de despedida. Tiene ante sí el sambo
y el cuchillo, así que solo queda darse matarile y adiós muy buenas
Bueno, criaturas, así era grosso modo el ceremonial del seppuku. Y conste que, por no alargarme, he omitido algunos detalles como las diferentes posiciones de la espada del kaishaku mientras esperaba el momento de golpear, que variaban según el rango del reo, o las diversas circunstancias permitidas para descargar el golpe definitivo, que contemplaba hasta diecinueve opciones diferentes que iban desde golpear en el momento en que el reo alargaba la mano para coger el cuchillo o cuando tiraba del sambo hacia él, hasta esperar a que completara los cortes y extraía el cuchillo de su cuerpo. Todo iba en consonancia con la entereza y la testiculina del condenado. Más aún, incluso se tenía en cuenta el tipo de calzado que debía usar el kaishaku según el tipo de suelo del recinto donde tendría lugar el suicidio Francamente, llega a ser mareante la meticulosidad que alcanzaban solo para que un fulano se rajase la barriga. Sin embargo, y como suele pasar incluso con las tradiciones más arraigadas, el seppuku empezó a degenerar en el sentido de que tanto los rituales previos como el mismo acto del suicidio perdieron poco a poco su ancestral rigor. Por citar algunos ejemplos, se llegó a cambiar el cuchillo por un simple abanico que le era presentado al reo en el sambo. En el momento en que éste cogía el abanico no le daba ni tiempo a echarse aire porque el kaishaku lo decapitaba. Esta modalidad de seppuku "light" era conocida como sensu-bara, "kara-kiri del abanico", o sea, una birria de suicidio. Otra variante birriosa era el mizu-bara, el "hara-kiri del agua" mediante el cual se colocaban ante el condenado dos tazas sin esmaltar, una sobre otra, en las que el reo vertía agua. Cuando la taza superior rebosaba y caía el agua sobre la inferior, era decapitado.

Bueno, s'acabó lo que se daba. Una última sugerencia: impriman estos artículos y se los obsequian a sus cuñados, que igual se entusiasman y ponen en práctica todo lo que hemos explicado.

Hale, he dicho

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