Bien, dilectos lectores, tras haber visto con detalle toda la parafernalia que rodeaba los preliminares de los suicidios rituales con que los probos ciudadanos nipones se daban boleta de este perro mundo, hoy toca empezar a estudiar el momento decisivo, la culminación del avenate, la inmolación unipersonal, o sea, el suicidio en sí mismo. Como hemos ido viendo cada vez que se ha tratado este tema, el seppuku fue evolucionando desde sus orígenes para, de ser una mera forma de inmolación para evitar caer preso, impedir una deshonra o como una expiación por su incompetencia, a ser una forma de ejecución que, por recaer sobre un samurai, se les permitía darse muerte por su propia mano para palmarla de una forma honorable. Del mismo modo hemos ido viendo que no fue hasta el advenimiento del Período Tokugawa en el siglo XVII cuando se empezó a ritualizar el suicidio y a envolverlo en un complejo protocolo que, a medida que fueron pasando los años, se fue complicando cada vez más.
De hecho, incluso empezaron a aparecer textos o manuales acerca de como llevar a cabo el suicidio con todas la pautas de comportamiento de los que debían tomar parte en el mismo. A principios de 1700 aparecieron dos obras tituladas "Seppuku kaishaku no shidai" ("Sobre el corte de estómago y la decapitación") y "Seppuku mokuroku" ("Principales puntos para el corte de estómago"). En 1772, el samurai Yamaoka Shunmei creó una obra acerca de la tradición en el ritual suicida titulada "Kara-kiri kō" ("Reflexión sobre el corte de estómago"). La creación y divulgación de este tipo de obras perduró hasta tiempos tan próximos como el siglo XIX con "Jijin-roku" ("Relaciones de suicidios con espada") y "Seppuku kutetsu" ("Reglas para el corte de estómago"), escritas en 1840 por Kudō Yukihiro y Usami Tomoharu respectivamente, o una obra anónima datada hacia 1830 y titulada "Kaishiku no shikijō" ("Métodos de decapitación"). Como vemos, no se tomaban a coña estas cuestiones y, a pesar de que el seppuku quedó abolido como método de ejecución en 1873, no faltaron quienes optaron por esta forma de suicidarse en épocas posteriores. Además de los consabidos suicidios cometidos por militares durante y después de la Segunda Guerra Mundial para expiar sus derrotas o su incompetencia, no faltaron personajes que también eligieron esa desagradable forma de matarse hasta tiempos bastante recientes.
Por lo general, se considera que el último en cometer seppuku fue el controvertido escritor Yukio Mishima, uno de los autores más influyentes del siglo XX e incluso propuesto para el Premio Nobel que intentó un absurdo golpe de estado el 25 de noviembre de 1970 para devolver al emperador sus prerrogativas anteriores a la guerra. Como ya sabemos, y el que no lo sepa puede consultarlo en la red porque hay información sobrada sobre ese luctuoso hecho, acabó cometiendo seppuku en el despacho del comandante Masuda, en el cuartel de Ichigaya de la Fuerza de Autodefensa del Japón ubicado en Tokio. Al ver que nadie le hacía puñetero caso y que nadie estaba por la labor de meterse a golpista se cabreó y se suicidó, habiendo nombrado previamente como kaishaku a Masakatsu Morita, uno de sus discípulos. Morita no fue capaz de rematar a Mishima después de tres intentos fallidos, por lo que también se cabreó y se rajó la barriga. Finalmente, fue otro de los conjurados, Hiroyasu Koga, el que finiquitó a ambos. Fue procesado por ello porque en el Japón moderno ya no estaba bien visto asistir a suicidas, pero solo le cayeron cuatro años que no llegó a cumplir por completo por portarse bien y no dar mucho la murga en la trena.
Sin embargo, como hemos dicho, Mishima no fue el último en cometer seppuku, como se suele creer. El que ostenta el dudoso honor de haberse desparramado las tripas, y encima con el mérito añadido de no haber contado con asistente que le aliviase su agonía con un certero tajo en el cuello, fue Isao Inokuma, un celebrado judoka que ganó la medalla de oro de su categoría en las Olimpiadas de Tokio de 1965. Tras muchos años vinculado al mundo del deporte compaginando estas actividades con una empresa de construcción fundada por él, la Tokai Kensetsu, debido a los graves problemas de tipo económico por los que estaba pasando optó por largarse de este mundo cuando contaba ya con 63 años el 29 de septiembre de 2001, dejando a sus acreedores con un palmo de narices y al resto del personal preguntándose si no habría sido mejor meter la cabeza en el horno. No obstante, al menos tuvo la decencia de quitarse la vida en vez de hacer como los ladrones de la "sagrada familia", que han robado miles de millones y se van a ir de rositas riéndose de todos los españoles. Así pues, como vemos, eso de abrirse en canal no es en modo alguno cosa del medioevo, sino que permanece vigente en la mentalidad japonesa aunque ahora se haya puesto de moda eso de perderse en el bosque de Aokigahara para palmarla rodeado de paz, sosiego y del canto de los pajaritos.
Bien, en lo tocante al ritual, como ya hemos dicho este era prácticamente inexistente hasta el comienzo del Período Tokugawa. Anteriormente, el que por cualquier motivo deseara poner término a su existencia no necesitaba más que algo que cortase y una barriga donde cortar. No había normas sobre dónde ni cómo llevar a cabo el suicidio, ni tampoco era necesario contar con la ayuda de un asistente. Más aún, ni siquiera se había establecido de forma oficial de qué forma debía abrirse el vientre si bien, al parecer, eso de mostrar las entrañas tenía su contenido simbólico ya que con ello se pretendía mostrar al resto del planeta que nada impuro albergaba en su interior. Esta gente, como otras muchas culturas, creían que el alma se alojaba en el estómago, así que nada mejor que enseñar lo bonito que lo tenía para dejar claro que era un sujeto decente y honorable. Por otro lado, el estoicismo y la indiferencia ante el trance supremo no solo dignificaba el proceso, sino que enaltecía la reputación del suicida aunque este ya no estuviera en el mundo para que le organizaran un homenaje.
Así pues, para poder destriparse de forma que todo el contenido de la cavidad abdominal pudiera ser mostrado al respetable se debía efectuar un jūmonji, que consistía en dos cortes sucesivos. El primero se efectuaba horizontalmente de izquierda a derecha justo por debajo del ombligo para, a continuación, extraer la hoja y hacer otro corte, esta vez en sentido vertical de arriba abajo hasta la ingle tal como vemos en la figura A. Una variante del jūmonji consistía en iniciar el corte vertical más arriba, desde el plexo solar. Como es evidente, cuando más grandes fueran los cortes y más se hiciera uno la puñeta a sí mismo más celebrado era el suicidio por la familia, amigos y demás parientes y afectos, especialmente los cuñados. Un hombre capaz de hacerse semejante burrada sin que se le moviera un músculo de la jeta era considerado, además de honorable, un tipo extremadamente valeroso.
Conviene aclarar un pequeño detalle que es desconocido para la mayoría de los occidentales, y es que los nipones efectúan los cortes al revés que nosotros. Me explico. En el gráfico de la izquierda tenemos una sección del tronco a la altura del abdomen. Según podemos ver en la figura A, cuando acuchillamos a algún malvado clavamos la hoja hasta el fondo para, a continuación, tirar de ella en la dirección que sea produciendo con ello un corte tras lo cual se extrae la hoja del cuerpo. Estos orientales lo hacían justo al revés, o sea, tal como aparece en la figura B: cortaban mientras clavaban, por lo que cuando el cuchillo llegaba hasta la profundidad deseada ya había abierto la herida. Por otro lado, los suicidas tenían por norma que el corte horizontal, que siempre era el que se hacía primero, no fuera tan profundo como para romper la cavidad abdominal y producir una evisceración antes de que tuviera tiempo de hacerse el segundo corte.
Aclarado este sutil detalle, prosigamos. El jūmonji tenía sus variantes, como no podía ser menos, y al parecer buscando siempre una herida más tremebunda y aparatosa, como pretendiendo con ello demostrar que se tenían más arrestos que nadie. En este caso hablamos de dos formas distintas de efectuar estos dos cortes. Una de ellas era el kagi-jūmonji (fig. A), que consistía en efectuar un corte, como siempre de izquierda a derecha, en sentido oblicuo descendente en dirección hacia la ingle. A continuación se giraba la hoja y se hacía otro corte, en este caso horizontal, siguiendo la misma trayectoria hacia la izquierda. La otra variante, llamada migi-jūmonji y que podemos ver en la figura B, era aún más terrorífica ya que se iniciaba el corte de la manera tradicional pero con una diferencia: se hacía un primer corte poco profundo de izquierda a derecha y, una vez llegado al lado derecho del abdomen, se giraba la hoja dentro de la herida y se volvía al punto de inicio, donde nuevamente se giraba para efectuar otro corte, en este caso en dirección ascendente hacia la tetilla izquierda. En fin, el desparramamiento visceral sería apoteósico.
Sin embargo, el corte más habitual y, de hecho, el que la mayoría piensa que es el, digamos, reglamentario, era el ichimonji, consistente en un único tajo horizontal como el que vemos en la figura A del gráfico inferior. El ichimonji se convirtió en la forma habitual de cometer seppuku a partir del Periodo Tokugawa, pero anteriormente era de forma mayoritaria el resultado de un jūmonji fallido por quedar el suicida sin fuerzas para completar el segundo corte vertical. Debemos tener en cuenta que si el primer corte era lo bastante profundo como para interesar la aorta abdominal, marcada con una flecha en el gráfico de la izquierda, la tremenda hemorragia interna que se producía provocaba un shock hipovolémico casi instantáneo, o sea, que palmaba sin más demora.
No obstante, el ichimonji como tal tuvo un curioso origen en el suicidio de Yakushiji Yoichi, conocido con el apodo de Motokazu. En 1504, este probo samurai tan creativo se cargó al jefe del clan Hosokawa por una disputa acerca de una herencia, por lo que fue condenado a cometer seppuku y confinado en Ichingen-in, un templo budista mandado construir por él en Kioto. Al parecer, las sílabas "ichi" y "kazu" que aparecen tanto en su nombre como en su apodo, así como en el nombre del templo, se leen en japonés como "uno", y se representa con una único trazo horizontal. Así pues, para diferenciarse del resto de los suicidas el ingenioso samurai dijo antes de palmarla:
- Todos sabéis que tengo cariño por las líneas rectas. Mi nombre es Yakushiji Yoichi, aunque algunos me llaman Motokazu, y el nombre de mi templo es Ichingen-in por lo que cortaré mi estómago con una sola línea.
Y fue una pena que el tal Yoichi no patentara el corte, porque fue el que se generalizó de forma mayoritaria y la familia se habría forrado con los derechos de autor. No obstante, surgió una variante que podemos ver en la figura B, consistente en que el corte era en diagonal ascendente hacia el lado derecho. Al parecer, este corte era consecuencia de dar un fuerte tirón hacia ese lado, lo que por la posición natural de la mano derecha con la que el suicida se ayudaba forzaba esa dirección. Debemos tener en cuenta que la mano que empuñaba y dirigía el corte era siempre la izquierda, y la derecha se limitaba a sujetar la empuñadura y ayudar. En todo caso, este corte en diagonal no se consideraba como un error o una forma indecorosa de rajarse la barriga, o sea, que los que palmaban así podían morirse tranquilos que su honra quedaría impoluta.
Pero no terminaba aquí el extenso surtido de tajos suicidas, porque siempre había quien quería rizar el rizo y ser el más guay destripándose bonitamente. Había otras ingeniosas variantes tanto en sentido vertical como horizontal. En la figura A tenemos el hachimonji, llevado a cabo por primera vez por un tal Kasuya Muneaki y que consistía en dos cortes verticales, uno a cada lado del cuerpo, que convergían hacia el esternón. Ambos cortes formaban el ideograma para el número 8 (ハ), que en japonés se pronuncia hachi. No sabemos por qué Muneaki optó por esta forma. Igual es que tenía ocho cuñados que lo traían por la calle de la amargura y no los soportaba más, vete a saber... El de la figura B era el llamado sanmonji, y consistía en al menos tres cortes horizontales sucesivos, habiendo incluso quien alcanzó los cuatro, que por lo visto era ya digno de que los presentes le hicieran la ola. El suicidio más bestial que se conoce salvo escuchar éxitos de Los Chunguitos hasta que te estalle el cerebelo lo protagonizó durante los años 60 del siglo XIX un samurai muy joven, de apenas 20 años, que tras practicar un hachimonji se hizo a continuación dos cortes verticales, rematando la faena y a sí mismo hundiéndose la hoja en el pecho. Al parecer el aplauso fue memorable, y aunque el respetable clamaba por un "bis" le fue imposible repetir la hazaña.
Dama samurai a punto de acabar sus días. Obsérvese el fajín rojo con que se sujeta las rodillas, así como el kaiken del detalle superior |
Para concluir con este ilustrativo y cortante tema no debemos dejar de mencionar a las señoras que, como ya podrán suponer, también se suicidaban si bien en estos casos los motivos solían diferir de los hombres. La causa más habitual era evitar caer prisioneras cuando los enemigos tomaban por asalto el castillo de su marido o señor, prefiriendo palmarla antes que verse deshonradas. También podía darse el caso de haber hecho algo que motivase el enojo de su cónyuge, su señor feudal o la esposa/concubina del mismo. En fin, como siempre, temas relacionados con alguna falta en muchos casos posiblemente ridícula bajo nuestro punto de vista occidental, pero imperdonable bajo el estricto código de reglas y normas del Japón. Solo había una diferencia esencial respecto al seppuku masculino, y es que las mujeres no se abrían el vientre, acto que además de ser un poco asquerosillo sería impropio de una dama. Así pues, se finiquitaban cortándose elegantemente el cuello por el lado izquierdo. Un corte en una carótida, arteria situada casi a flor de piel, bastaba para aliñar a la suicida en escasos segundos a causa de la hemorragia, no precisando por ello la intervención de un kaishaku. Para impedir que su cuerpo quedara en una posición indecorosa tenían la precaución de atarse las rodillas con un fajín de forma que cualquier convulsión o espasmo previos a la muerte las dejara despatarradas sobre el tatami. El suicidio lo solían cometer con un kaiken, un pequeño cuchillo de unos 20 cm. de longitud total que toda mujer samurai llevaba oculto en su kimono para defensa personal. Su aspecto envainado era como un simple palo plano, estando desprovisto de tsuba o cualquier otro aditamento que molestara para extraerlo o que delatara su presencia. Por cierto que, debido a un error de traducción por parte de los british (Dios maldiga a Nelson) que formaron parte de las primeras misiones diplomáticas en el Japón a partir de la segunda mitad del siglo XIX, dieron al suicidio femenino el nombre de jigai, que ciertamente significa suicidio en japonés, pero que en sí no se debe interpretar como sinónimo de seppuku. O sea, que una mujer samurai que se quitaba la vida cometía seppuku, no jigai, aunque no se abriese el vientre.
Bueno, vale por hoy. Para la próxima, el ritual completo el cual deberán imprimir y encuadernar para obsequiárselo a un cuñado a ver si se anima. Está de más decir que vuecedes deberán ofrecerse amablemente para ejercer de kaishaku, pero olviden afilar la katana. Así tendrán que asestar varios golpes para darle boleta. Sí, mi maldad no conoce límites, lo sé...😁😁
Hale, he dicho
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