lunes, 22 de febrero de 2016

Hachas de bronce


Fundidores de la Edad del Bronce en pleno proceso de fabricación. En el
suelo se ven varios moldes dispuestos a recibir la colada.
No me negarán vuecedes que la idea de alear cobre con un poco de estaño para obtener así un material más resistente debió tener lugar mediante inspiración divina o por asesoramiento de un ciudadano de Raticulín venido desde las estrellas para ayudarnos a evolucionar. Porque, las cosas como son, si a cualquiera de nosotros nos ponen a buscar cobre, obtener el metal y, para colmo, idear la forma de endurecerlo, preferimos echar mano a un pedrusco y buscarnos la vida sin más. Hablamos de hechos acaecidos hace cinco mil años, que conste, y cincuenta siglos son mogollón de siglos, qué carajo. En la Europa, el bronce llegó hacia el segundo milenio antes de los años de Cristo a través de las tierras bañadas por el mar Egeo procedente de Oriente Próximo, y se extendió por todo el continente porque eso de fabricar herramientas y armas que resistieran un trato mucho más duro sin estropearse era toda una novedad. Obviamente, no es este lugar para meternos en las procelosas profundidades de todo lo concerniente a la Edad del Bronce, ni tampoco en los entresijos de su desarrollo en cada lugar de la Europa, por lo que nos limitaremos a detallar el proceso evolutivo de uno de los instrumentos que, independientemente de su función como herramienta, pronto adquirió personalidad propia como arma: el hacha. Ah, una aclaración antes de comenzar: esta entrada pretende reseñar las distintas tipologías de una forma un tanto generalizada debido a que sería imposible entrar a fondo en cada una ya que, de hecho, solo en España hay tipificadas más de sesenta en base a mínimas diferencias en cuanto a detalles de su forma o dimensiones que, en sí, no son determinantes a la hora de diferenciarlas por sus cualidades o su funcionalidad. Advertido esto, al grano pues...


En algún momento de la historia, alguien se debió dar cuenta de que las hachas-herramienta eran quizás demasiado pesadas para su uso bélico, por lo que se diseñaron piezas mucho más pequeñas, algunas de escasos centímetros de longitud y que, aunque no valían ni para afilar un lápiz, eran tremendamente efectivas a la hora de hundir los cráneos enemigos o desgarrar sus míseras carnes y enviarlos así al otro mundo con más eficacia. No obstante, su morfología inicial era básicamente una copia de las viejas hachas de piedra en lo referente a su sistema de fijación al mango. Hablamos de las hachas planas, un diseño extremadamente básico que solo requería para su obtención un molde de una sola valva, generalmente tallado en piedra. A la derecha tenemos algunos ejemplos de hachas de bronce de este tipo comparadas con una fabricada con diorita, una piedra casi tan dura como la jeta de los políticos y que está solo un punto por debajo de la del diamante. La manufactura de estas hachas de diorita pulida debía suponer días y días y más días de trabajo para darle forma y el posterior pulido, un proceso infinitamente más largo que el del bronce el cual, una vez construido el molde, solo era necesario fundir el metal en un crisol para empezar a fabricar hachas en serie.



A la izquierda podemos ver un par de moldes destinados a la elaboración de esta tipología. Al carecer de resaltes o pestañas, no era preciso, como ya se adelantó más arriba, recurrir a moldes bivalvos. Bastaba un seno tallado en un bloque de piedra como el que vemos en la parte inferior y llenarlo de metal fundido. Ese molde, como podemos ver, contiene varios senos, destinados a fabricar hachas de diversas medidas. Arriba a la izquierda tenemos uno fabricado de arcilla y arena que, obviamente, era muchísimo más fácil de construir, si bien era también mucho más frágil. En este caso era preciso fabricar una pieza original para obtener dicho molde, para lo cual podía recurrirse a modelarla con arcilla, tallarla en madera o incluso en piedra. Para completar el hacha se fabricaba un mango de algún tipo de madera especialmente dura y densa, como el roble o el nogal, y se le abría una caja donde era introducida la hoja para, a continuación, fijarla mediante tiras de cuero crudo o de fibras vegetales. Este tipo de hachas ya se fabricaba en Europa allá por el 2000 a.C., y en algunos casos, como una de las que hemos ilustrado, estaban decoradas con motivos geométricos grabados en la misma.




Sin embargo, estas hachas tenían un inconveniente de difícil solución: tras aporrear varios cráneos, el metal se abría paso en la caja practicada en el mango y la hoja iba retrocediendo hasta que solo la parte del filo sobresalía del mismo. Por ello, a algún lumbreras de la época se le ocurrió una forma de poder establecer un tope que fuera cuasi imposible de vencer por muchos cuñados que se apiolasen en un arrebato de furia por la titularidad de las tierras circundantes o el liderazgo de la tribu. Dicha solución fue añadir unas pestañas o salientes en los bordes de la hoja, según vemos en la figura A para, de esa forma, poder acoplarla en un mango en el que previamente se habría abierto una horquilla tal como aparece en la figura B. De ese modo, el talón de la hoja- cuya vista trasera podemos ver junto a la figura A- queda apoyado contra la zona bulbosa del mango, extraído de la bifurcación de una rama tal como vimos en la entrada dedicada a las hachas egipcias, por lo que sería imposible que dicha hoja retrocediera por mucho que se golpease. Una vez acoplada en su sitio se inmovilizaba con las habituales tiras de cuero crudo y el resultado sería un arma tal como aparece en la figura C. En cuanto a su fabricación, habría que recurrir a moldes bivalvos para que las pestañas estuvieran presentes en ambas caras de la hoja. En la figura D podemos ver el aspecto que tendría uno de estos moldes fabricados con arcilla y arena. Los orificios sería para ajustar las dos partes del mismo durante la colada. En cuanto a la datación de esta tipología, se suelen encuadrar hacia el 1800 a.C.




Una variante de esta tipología podemos verla en la lámina de la izquierda. Como se puede apreciar, las pestañas están mucho más desarrolladas, de forma que envuelven en gran parte la horquilla del mango. Cabe pensar que la intencionalidad de esta modificación estaba encaminada a bloquear aún más la hoja ya que las pestañas que hemos visto en el párrafo anterior podrían acabar desgastando la horquilla del mango con el uso. Al ser más envolventes se aminoraba de forma notable la fricción del metal contra la madera, y con ello el desgaste progresivo que quizás obligaba cada cierto tiempo a reponer la envoltura de tiras de cuero o incluso el mango si el desgaste había sido excesivo. 




La evolución de esta tipología condujo al hacha de talón, de la que tenemos varios ejemplos en la lámina de la derecha. Su característica principal radicaba en estaban provistas de un tope de forma que no solo apoyaban en la parte final de la horquilla del mango, sino también al inicio de esta. Era, por así decirlo, como un cubo de enmangue con los laterales abiertos, según se puede ver con claridad en la lámina del párrafo siguiente. Sus dimensiones iban desde pequeñas hojas de solo 8 cm. de largo a ejemplares más grandes, de 20 ó 25 cm. Hay infinidad de variantes de estas hachas, si bien las más representativas son las que vemos en la ilustración: lisas o con una, dos o tres nervaduras más o menos marcadas que contribuían a hacerlas más livianas. 



Esta tipología apareció en Europa durante el Bronce Medio, si bien conviene hacer notar que las dataciones son muy relativas porque la expansión de cada nuevo modelo avanzaba de forma diferente según en qué dirección. Por otro lado, dichas dataciones están basadas en los ejemplares hallados, lo que no significa por ello que tal o cual tipología no hubiese llegado a ese lugar en concreto uno o más siglos antes. En lo referente a la morfología de estas hachas, queda cada vez más patente que su destino era ser usadas en la guerra, ya que ni su tamaño ni la amplitud de su filo la habilitaban para otra cosa que no fuera producir heridas, las cuales podían ser francamente bestiales llegado el caso.



Los problemas de fijación de las hojas debieron persistir ya que el sistema de talón se vio mejorado con la adición de una o dos anillas en los cantos. Cabe pues pensar que el punto flaco de los diseños anteriores consistía en el forzamiento de la hoja hacia arriba y hacia abajo a la hora de golpear, lo que las acababa desajustando o rompiendo la fina horquilla que las sujetaba al mango. Estas anillas, tal como se puede apreciar en la lámina de la derecha, impedían ese cabeceo o, al menos, lo aminoraban en mayor o menor grado. Su fabricación conllevaba una complejidad añadida por las anillas de marras, obligando a fabricar moldes más elaborados como el que vemos en el detalle, construido en bronce. Se puede observar la pestaña y la ranura que bordean respectivamente cada mitad del molde para, una vez encajadas ambas partes, lograr una simetría total en la pieza tras la colada, lo que denota el alto nivel de precisión que alcanzaban las técnicas metalúrgicas de la época.



Hacia el año 1000 a.C. se logró finalmente un sistema de fijación verdaderamente eficaz. Aunque los sumerios ya habían fabricado hacia el 2450 a.C hachas con cubo de enmangue, parece ser que debieron patentarla y el invento no trascendió hasta Occidente porque aquí se adoptó un sistema diferente y, aunque mucho más eficaz que lo visto hasta ahora, no alcanzaba el perfeccionamiento de los orientales que, al cabo, es el mismo que se sigue usando actualmente. Como vemos, se trata de una hoja ahuecada que era enchufada en un apéndice del mango. Dicho apéndice no es la horquilla utilizada hasta aquel momento, sino completamente macizo. Esto no solo aumentaba notoriamente su resistencia, sino que repartía el esfuerzo sin apenas desgaste. Para asegurar la hoja al mango se ayudaban con una o dos anillas ya que, como podemos suponer, su montaje a presión no sería lo suficientemente sólido ante las dilataciones y contracciones de la madera a causa de la temperatura y la humedad.



Naturalmente, este nuevo tipo de hoja presentaba un problema serio en lo referente a la confección de moldes ya que la pieza resultante debía ser hueca en parte. Sin embargo, nuestros sesudos ancestros supieron resolverlo sin problemas. Echemos un vistazo al gráfico de la derecha para verlo con claridad. Ahí tenemos un molde de arcilla- podía ser también de bronce como el que vimos más arriba- formado por dos valvas A y B provistas de orificios para ajustar ambas mitades. Una vez bien unidas las dos partes del molde se introducía el tapón C, el cual tenía dos cometidos: uno, hacer que el metal no llenara la parte que debía ir hueca, y dos, actuar como bebedero a través de los orificios que vemos en el detalle superior. De ese modo, el bronce fundido llenaría todo el molde manteniendo la parte hueca gracias al tapón de marras. Una vez enfriado el metal se extraía, o se rompía si era preciso, tanto el tapón como el molde y ya solo restaba eliminar las rebabas y pulir la pieza. Conviene concretar que los moldes debían calentarse previamente a la realización de la colada ya que, de no hacerlo así, al contactar el metal fundido con una superficie fría daba lugar a una pieza defectuosa, llena de imperfecciones y con burbujas de aire en su interior, lo que obviamente debilitaba la hoja. Por ello, los fundidores acercaban los moldes a los crisoles para que se fueran calentando y obtener de ese modo un producto final adecuado.



Bien, con lo mostrado ya podemos tener una idea más clara de la evolución de estas hachas que, hasta la llegada del hierro, dieron bastante guerra. De hecho, algunos restos encontrados dan fe de que su contundencia era la misma que la de un hacha medieval sobre cuerpos desprovistos de defensas como yelmos o corazas. He extraído de mi colección de cráneos perjudicados algunos ejemplos bastante gráficos como testimonio de que, en efecto recibir un hachazo con cualquiera de los ejemplares mostrados no solo era muy enojoso, sino incluso letal. Los dos de la izquierda corresponden a dos críos que, al parecer, fueron sacrificados para que los dioses no inundaran el asentamiento donde vivían, situado cerca del lago Constanza, cercano a la actual frontera de Alemania con Suiza. El de la izquierda muestra un tremendo tajo en el parietal derecho, mientras que el otro pudo ser asesinado de un hachazo o golpeado con una maza o similar. Ambos formaban parte de una especie de anillo protector colocado alrededor de su aldea, y están datados hacia el primer milenio antes de Cristo. El otro es de un antiguo vasallo de un régulo local que debió acudir a la llamada a las armas de su señor y fue apiolado de la forma tan drástica que se aprecia en la foto. Un hachazo en mitad del cráneo lo finiquitó sin más. Fue hallado en su tumba, cerca de Millau (Francia), y está datado entre el 2500 y el 1800 a.C. Como creo que ha quedado patente, estas armas no eran para tomarlas a broma. 

Bueno, con esto concluyo. Hora de llenar el buche, así que me despido y tal.

Hale, he dicho




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